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PLANES PARA LA VIDA REAL

Hoy he mirado el calendario y han pasado seis meses. No es que hayan pasado ya seis meses ni que sólo hayan pasado seis meses. Han pasado seis meses y punto. Un punto. Aquí tengo que poner un punto. No sé si aparte o seguido. Mejor aparte. No, mejor seguido, mejor un punto y seguido. Qué más da, lo importante es que tengo planes.

Plan 1. Salir menos, sobre todo de noche

Me lo tengo que plantear muy seriamente, porque una cosa es salir de vez en cuando y otra muy distinta no entrar. Da igual que sea jueves, viernes, sábado o domingo, da igual que sea para tomar el aperitivo, para comer con alguien, para tomar un café, para beber unas birras o un gin-tonic, siempre vuelvo a casa cuando ya no hay luz en la calle. Soy incapaz de decir que no, que no salgo, que hoy no me apunto, que ya salí ayer. La única vez que me sale decir «no» («¡No, por favor, todavía no!») es cuando suena el despertador el lunes a las ocho de la mañana y me quiero morir.

Y el otro día, al llegar de madrugada, vi en la penumbra el sofá del salón y me di cuenta de que hacía meses que no me sentaba en él a contarle mi vida. Sentí que le había abandonado, que después de haber sido mi cómplice durante tanto tiempo, ahora lo tenía ninguneado, como si ya no lo necesitara y hubiera dejado de hacerme falta. Como si se me hubieran olvidado los ratos que había estado apoyada en su brazo sin hacer nada, sólo estar con él.

Dejé el bolso, me senté y lo acaricié un poco. Le gusta que le pase la mano al revés del sentido de la piel porque le hace cosquillas. Le pedí perdón por no hacerle ni caso y él me dijo que tranquila, que no importaba, que si yo estaba bien, él estaba bien.

—Lo que estoy es muy cansada —confesé.

Y mientras me tumbaba mirando al techo con las piernas en alto sobre uno de los cojines del respaldo, tomé, junto con mi sofá, la decisión más importante de las últimas semanas: cambiar de vida.

Me he propuesto un giro de biorritmos para pasar de la noche al día y entregarme a la naturaleza y a la vida cultural. Voy a levantarme temprano los sábados por la mañana para dar un paseo por el Retiro o por la Casa de Campo y voy a organizar excursiones y senderismos los fines de semana que acaben en una casa rural donde echar una partida de cartas sobre un tapete verde con pelotillas. Los domingos que me quede en Madrid, iré a exposiciones de arte por la mañana y al cine por la tarde para poder mantener conversaciones de altura con intelectuales feotes que, aunque al principio no lo parece, luego acaban teniendo su punto.

Plan 2. Apuntarme al gimnasio

Apuntada, lo que se dice apuntada, llevo ya cuatro meses, pero entre unas cosas y otras no lo he pisado todavía, de modo que si no espabilo me va a caducar el carné de socia. Empiezo mañana.

Plan 3. Dejar de fumar

Paso.

Plan 4. Mantener el curro

Pues sí, porque cada vez hace más frío fuera y, como dice siempre uno de contabilidad: «¡Y más que va a hacer!» Nosotros le decimos que se ponga una bufanda porque somos así de graciosos, pero sabemos que tiene razón, que para eso lleva las cuentas.

Tampoco es que éste sea el trabajo de mi vida, pero se me da bien, y la agencia es muy entretenida porque siempre ocurren cosas. Últimamente mis compañeros y yo nos hemos enganchado a una telenovela que está protagonizando Donato, mi jefe.

En el primer capítulo creímos que le pasaba algo malo, porque perdió quince kilos en muy poco tiempo y dejó de afeitarse.

En el segundo pensamos que lo que le pasaba no era algo malo, sino bueno, porque cambió la chaqueta y la corbata por camisas modernas e incluso ajustadas y empezó a venir moreno de rayos uva, aunque a nosotros nos decía que era por jugar al golf. Asumimos que estaba viviendo una extraña metamorfosis que lo obligaba a mudar su piel blancurria, y también entendimos que lo de no afeitarse no era por descuido, sino porque quería dejarse barba porque cree que le hace más joven y más delgado.

En el tercer capítulo pensamos que lo que le pasaba no era ni malo ni bueno, sino raro, porque le dio por pasearse entre las mesas haciéndonos comentarios en plan colega, riéndose a mandíbula batiente por cualquier estupidez, sobre todo si la había soltado él.

En el cuarto empezamos a preocuparnos seriamente porque, además de hacerse el joven, el moreno, el moderno y el simpático, le dio por hacerse el jefe. Abría la puerta del despacho y berreaba: «¿Podéis decirme por qué cojones el rojo del arte final de la cuenta de Flórez ha salido bermellón si yo dije claramente rojo? ¡Rojooooo!» Nosotros nos asustábamos porque se sulfuraba mucho, pero después del estallido respiraba tres o cuatro veces como si fuera un toro, cerraba de un portazo y se quedaba en su despacho un rato hasta que volvía a salir como si no hubiera pasado nada, bromeando otra vez con unos y con otros. Nos tenía verdaderamente desconcertados.

En el quinto capítulo por fin descubrimos que tenía una amante, aunque ya nos lo olíamos, porque se había ido de la boca una compañera que nos había dicho que sabía a ciencia cierta que Donato tenía «algo por ahí». Analizamos los cambios de actitud de las últimas semanas y comprobamos que siempre que salía de su despacho y hacía aquellas cosas extrañas coincidía con que «por ahí» estaba pululando un «algo» que se llama Paula, que trabaja en el departamento de cuentas y que antes tenía un novio treintañero que estaba bastante bueno.

Resumiendo, Donato sale con Paula. Rectifico: Donato le pone los cuernos a Mayte con Paula, y nosotros, desde que nos hemos enterado, se lo perdonamos todo porque sabemos que cuando uno está enamorado se convierte en un panoli.

Lo dicho, que me gusta mi agencia, aunque me gustaría mucho más si me pagaran el doble. Obvio.