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LAS VIÑETAS

Cuando me he despertado hoy, eran las nueve de la mañana y estaba metida dentro de una viñeta. Me ha extrañado, la verdad, porque una no se levanta todos los días en un cuaderno de dibujos, pero como últimamente estoy bastante boba no le he dado ninguna importancia. De la viñeta de la cama he saltado a la viñeta del cuarto de baño y, aunque yo juraría que me he metido en la ducha, en el dibujo he aparecido dentro de una bañera de espuma blanca con un pato amarillo de plástico flotando en el agua. Nunca he tenido un pato amarillo de plástico, así que me ha hecho bastante gracia y he estado un rato jugando a ahogarlo, viendo cómo echaba burbujas desde el fondo y volvía a salir a la superficie como si estuviera disfrutando de lo lindo.

Del cuarto de baño he saltado a la viñeta de la cocina. Me he calentado un poco de leche en el microondas mientras se hacía el café y cuando he ido a la nevera a sacar el zumo de naranja, al cerrar la puerta he visto que el juego de imanes con palabras y letras que me regaló Alvar se había colocado formando frases chorras: «siento-luego-pienso» o «sin-mi-con-ti-contigo» o «vengo-a-la-aventura-valiente». He cogido la palabra «mar» y la he pegado después de la letra «a»: «a-mar» y, como si hubiera hecho una travesura, he huido al salón a tomarme el desayuno cerca de la ventana.

Después he ido a mi habitación a vestirme, he abierto la puerta del armario a ver qué me ponía y he descubierto que la ropa estaba colocada por tamaños y colores: las camisetas, los pantalones, las camisas, los pañuelos y los zapatos estaban perfectamente dibujados. He pensado que por qué no habré vivido toda mi vida en un cuaderno de viñetas. Me he puesto una camiseta de rayas y unos vaqueros, he cogido las llaves y he salido de casa para ir a comprar el pan.

He llegado hasta el quiosco cruzando un parque en el que había un montón de gente patinando y montando en bici y me he dicho a mí misma que cómo mola madrugar, porque los días son más largos y da tiempo a todo.

He entrado en la panadería y, cuando he salido con la bolsa en la mano, he pensado que qué hábil la panadera, que ha puesto bolsas rosas para levantar el ánimo al personal. He retomado el camino a casa y, mientras rodeaba el campo de fútbol tocando con el llavero todos los barrotes de la verja haciendo ese tintineo que a Rita le pone tan nerviosa, me he dado cuenta de que mis vaqueros también eran de color rosa. Y las rayas de mi camiseta también. Y las zapatillas. He mirado hacia atrás y he comprobado que los barrotes que había tocado con mis llaves se habían puesto de color rosa, mientras que los que me quedaban por tocar seguían verdes. Todo lo que rozaba y todos los lugares por los que había ido pasando dejaban de ser reales y se convertían en dibujos animados coloreados de rosa. Alucinante.

Es lo que tiene empezar a enamorarse, que una cree que el mundo está envuelto en un absurdo papel de celofán.