3

LLUEVE

Ha caído una tromba de agua impresionante, hacía tiempo que no veía llover tan fuerte. Los informativos del mediodía han enseñado imágenes de algunas barriadas de la periferia completamente inundadas, y los túneles de la M-30 se han colapsado durante toda la mañana y se ha armado un follón de narices. He visto en la tele cómo saltaba una alcantarilla por los aires empujada por la fuerza del agua y he pensado que imagínate que estás cerca y te da la tapa en la cabeza. Sería una casualidad de mierda, una casualidad que jamás habrías pensado que pudiera pasarte aunque hayas ido de precavida por el mundo, aunque tengas la costumbre de no caminar bajo los balcones para que no haya ninguna posibilidad de que te caiga encima una maceta de geranios. Aunque no pises las rayas de los pasos de cebra por si están recién pintadas y te quedas pegada. Aunque nunca pases por debajo de un andamio ni de una escalera, puede que nunca en tu vida hayas contado con lo de la tapa de la alcantarilla.

Mauro me ha llamado después de comer por si me apetecía que tomáramos un café en Ópera y hemos quedado en una chocolatería muy pequeña que tenía un camarero muy gracioso.

—Hola, chicos, ¿qué os pongo?

—¿Qué tal? —hemos dicho para hacernos los simpáticos mientras mirábamos la carta.

—Podría estar mejor, si os digo la verdad —ha respondido.

Y nos ha contado su vida en un pispás. Cuando por fin se ha metido dentro de la barra a ponernos lo que le habíamos pedido, Mauro y yo hemos comentado que lo normal es que uno llegue a un bar a contarle su vida al camarero y no al revés, a no ser, como era el caso, que el camarero acabe de separarse, porque entonces uno quiere contarle la vida a cualquiera.

Cuando hemos salido de la chocolatería nos ha sorprendido otro aguacero de los buenos y nos hemos empapado, porque ninguno de los dos habíamos llevado paraguas. Nos hemos ido a pasear por los jardines de la plaza de Oriente bajo la lluvia y a mí me ha dado por saltar en todos los charcos porque llevaba katiuskas. Mauro se partía de risa y, como le daba mucha envidia, al final él también se ha metido y lo hemos pasado pipa. La gente que pasaba a nuestro lado intentando que no la salpicáramos nos miraba pensando que estábamos idiotas. Cuando hemos llegado a casa, hemos ido directos a la ducha. Mauro me ha pedido que me sentara para poder lavarme el pelo, y voy a callarme ya porque me ruborizo si lo escribo.