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RESULTA QUE…

… que no me he muerto, porque una no se muere cuando quiere.

Estuve ingresada en el hospital, pero a los diez días salí tan pancha. Unas magulladuras, nueve puntos en la frente y cuatro en el labio, y una operación de tobillo. Nada grave.

Mis padres dijeron que tenía que descansar y que en mi casa sola con las muletas no me quedaba, así que me llevaron a la casa de campo y me he tirado allí casi tres semanas. He estado aburrida como una ostra. Lo más emocionante que nos ha pasado es que la perra estaba en celo y le ha salido un novio, un chucho con pinta de dálmata que se ha pasado los días y las noches esperando en la verja para ver aparecer a mi perra. Ella se asomaba de vez en cuando y se daban unos cuantos lametazos, pero luego se daba la vuelta y si te he visto no me acuerdo. A veces se quedaba tumbada en el porche frente a la verja haciendo sufrir al dálmata, que no paraba de aullar mirándola en la distancia. Yo incluso llegué a pensar que se había enamorado, pero cuando a la perra se le pasó el celo, el otro desapareció y nunca más supimos de él. Era un convenido.

He estado sin móvil porque el minibús también atropelló mi teléfono y desde una casa en medio de la nada no puede hacerse ninguna gestión. Al principio me sentí liberada y decidí que ya no quería tener móvil nunca más en toda mi vida, pero a los cinco días estaba como vaca sin cencerro, dando vueltas por el salón para no subirme por las paredes.

Cuando por fin solté una de las muletas, mis padres dijeron que si quería me llevaban a casa.

—¡¡¡Sííííííííííííí!!!

Me trajeron ayer domingo y, cuando apenas había deshecho la maleta, llamaron al telefonillo Rita, Carlota y Alvar y aparecieron con dos bolsas de la compra para prepararme las fabes con almejas que Carlota había aprendido a hacer en Asturias.

—¡Si no te recuperas con esto, no te recuperas con nada!

Nos pimplamos tres botellas de vino y se nos olvidó que Carlota se había pasado con la sal. Me hicieron el repaso de toda la gente que los había llamado mientras estaba convaleciente para preguntar cómo estaba y me hizo tanta ilusión que me alegré mucho de no haberme muerto a la primera. Hablamos del argentino, de Jonás, del francés del charlestón y de Blas.

—¿Y Mauro? ¿No sabes nada de él?

—No.

—¿No quieres llamarle?

—No me atrevo. No sé qué decirle.

Y hoy he vuelto a la agencia después de la baja. Cuando he llegado, los compañeros se han levantado para darme la bienvenida con dos besos y echarme la bronca por el susto que les he pegado. Mi jefe ha asomado la nariz por la puerta del despacho y me ha hecho una seña para que entrara.

—Fortunata Fortuna…, así que ya estás de vuelta.

—Sí.

—Teníamos ganas de verte por aquí.

—Yo también tenía ganas de incorporarme ya, la verdad.

—Bueno, pues ahora tómatelo con calma, ¿eh? —me ha recomendado como si no hubiera sido él quien me había dejado los dos briefings con la nota de «Urgente» encima de la mesa.

—Por cierto —ha dicho cuando ya me iba—, me encontré el otro día a ese chico con el que trabajamos en algunos proyectos… Monreal, Mauro Monreal.

Me ha dado un vuelco el corazón.

—¿Y…?

—Se me acercó al verme y me preguntó por ti. Alguien de la agencia le había soltado lo del accidente, y me dijo que había estado llamándote pero no conseguía localizarte.

—Ya, es que he estado sin móvil hasta hace dos días.

—Me contó que pasaba todas las tardes por la puerta de tu casa, pero veía que las persianas estaban bajadas y no encontraba la manera de saber de ti. Parecía preocupado.

—Ya…

—Le prometí que cuando volvieras te diría que había estado buscándote.

—Gracias.

—De nada.

—Don —he dicho antes de salir de su despacho—, ¿dónde te lo encontraste?

—En esos cines que hay en la plaza de los Cubos donde ponen películas en versión original.

—¿En serio lo viste allí?

—En serio.

—¿Iba solo?

—Sí, iba solo.

—Ah.

Mauro…