IV

El padre Joseph secó distraídamente un cuchillo con el paño de su sotana.

—No debemos olvidar que es sólo la palabra de Madame Rycker contra la de él —dijo.

—¿Por qué habría de inventar una historia tan escandalosa? —preguntó el padre Thomas—. En todo caso, el niño es bastante real.

—Querry ha sido muy útil para nosotros aquí —dijo el padre Paul—. Tenemos motivos para estarle agradecidos.

—¿Agradecidos? ¿Piensa usted de veras eso, padre, después de que se ha reído a tal punto de nosotros? La Ermita del Congo. El Santo y su Pasado… Todas esas historias de los diarios… ¿Qué dirán ahora?

—Usted estaba más contento con los artículos que él.

—Claro que estaba contento. Creía en él. Pensé que los motivos que lo habían traído aquí eran buenos. Hasta lo defendí ante el superior cuando me advirtió… Pero entonces yo no vislumbraba cuáles eran sus verdaderos motivos.

—Si los conoce, díganos cuáles eran —dijo el padre Jean.

Hablaba con el tono seco y preciso que solía usar en las discusiones de teología moral, como para despojar de emoción todo punto relativo al pecado sexual.

—Supongo que escapaba de algún lío de mujeres en Europa.

—Líos de mujeres no es una descripción muy exacta. Y nosotros, ¿no estamos huyendo de eso? El deseo de San Agustín, de esperar algún tiempo, no es universalmente recomendado.

—Querry es un constructor excelente —dijo el padre Joseph con obstinación.

—¿Qué proponen ustedes, pues? ¿Que se quede en la misión, viviendo en pecado con madame Rycker?

—No, desde luego —dijo el padre Joseph—. Madame Rycker puede marcharse mañana. Por lo que nos ha contado usted, Querry no tiene intención de marcharse con ella.

—La cosa no acabará aquí —dijo el padre Thomas—. Rycker pedirá la separación. Hasta demandará a Querry por divorcio, quizá, y los diarios divulgarán toda esta historia edificante. Ya están muy interesados en Querry. ¿Creen ustedes que el general se sentirá satisfecho cuando lea durante el desayuno el escándalo de nuestro lazareto?

—Por suerte, el techo de troncos está listo. Pero queda mucho por hacer —dijo el padre Joseph restregando su cuchillo.

—No hay nada de malo en esperar —dijo el padre Paul—. La muchacha puede mentir… Rycker puede no hacer nada… Los diarios pueden callar… no es ésta la imagen de Querry que querían ofrecer al mundo. La historia quizá no llegue a oídos del general… o a sus ojos.

—¿Cree usted que el obispo no se enterará? Por entonces la historia correrá por toda Luc. En ausencia del superior, soy responsable…

El hermano Philippe habló por primera vez.

—Hay un hombre fuera —dijo—. ¿Abro la puerta?

Era Parkinson, empapado y sin habla. Había caminado muy de prisa. Hacía correr la mano sobre el corazón, como tratando de calmar a un animal que llevara bajo la camisa, como un espartano.

—Denle una silla —dijo el padre Thomas.

—¿Dónde está Querry? —preguntó Parkinson.

—No sé. En su cuarto, quizá.

—Rycker lo busca. Fue a la casa de las hermanas, pero Querry ya se había marchado.

—¿Cómo supieron ustedes a dónde acudir?

—Marie dejó una nota para Rycker. La habríamos alcanzado en el camino, pero tuvimos un desperfecto de automóvil al llegar a la última embalsadera.

—¿Dónde está Rycker ahora?

—Sólo Dios lo sabe. Esto es tan oscuro. A lo mejor se tiró de cabeza al río.

—¿Vio a su mujer?

—No. Una monja vieja nos echó afuera y cerró la puerta. Eso lo enfureció todavía más, se lo aseguro. Apenas habíamos dormido seis horas desde Luc, y eso fue hace más de tres días.

Se meció atrás y adelante en la silla.

—Oh, ésta es carne demasiado sólida. Cita. Shakespeare. Mi corazón no anda bien —explicó al padre Thomas, que no podía seguir fácilmente los meandros del pensamiento de Parkinson con su mediocre inglés.

Los demás observaban con interés, entendiendo apenas. La situación les parecía desesperadamente incontrolable.

—Por favor, sírvanme un trago —dijo Parkinson.

El padre Thomas encontró que había un poco de champagne en el fondo de una de las muchas botellas que todavía llenaban la mesa entre los huesos de los pollos y los restos del soufflé mutilado e intacto.

—¿Champagne? —exclamó Parkinson—. Preferiría una gota de gin.

Miró las botellas y los vasos: uno de ellos aún contenía un centímetro de oporto.

—No lo pasan ustedes mal aquí —dijo.

—Éste ha sido un día muy especial —dijo el padre Thomas con cierta turbación, mirando un instante la mesa con ojos de extraño.

—Un día especial… ya lo creo que lo ha sido. Nunca creí que alcanzaríamos la embalsadera. Y ahora, con esta tormenta, quizá nos quedemos clavados aquí. Dijo el cuervo nunca más. Cita. Alguien.

Fuera, una voz aulló ininteligiblemente.

—Es él —dijo Parkinson—; sigue buscando. Está como loco. Le dije que los cristianos debían perdonar, pero es inútil hablar con él ahora.

La voz se acercó. «Querry», gritó. «Querry, ¿dónde está, Querry?».

—Cuanto alboroto para nada… No me sorprendería si en realidad no hubiera pasado nada. Se lo dije. «Hablaron toda la noche», le dije, «los oí. Los amantes no hablan toda la noche. Hay intervalos de silencio».

—¡Querry! ¿Dónde está, Querry?

—Creo que él necesita creer lo peor. Lo iguala a Querry, ¿comprenden ustedes? Los dos pelean por la misma muchacha. No puede soportar la idea de no ser importante —agregó con sorprendente penetración.

La puerta se abrió una vez más. Un Rycker despeinado, empapado por la lluvia, permaneció un instante en el umbral: una planta de cuarto de baño demasiado regada. Miró a uno y otro padre como si hubiera esperado encontrar a Querry entre ellos, quizá disfrazado de sacerdote.

—Rycker… —empezó el padre Thomas.

—¿Dónde está Querry?

—Por favor, entre, siéntese y hablemos…

—¿Cómo puedo sentarme? —dijo Rycker—. Estoy agonizando.

Pero se sentó… en la silla rota, y el respaldar se hizo astillas.

—Padre, estoy sufriendo una conmoción terrible. Abrí mi alma a ese hombre, le confié mis más íntimos pensamientos. Y ésta es mi recompensa.

—Hablemos con calma…

—Se rió de mí, me despreció —dijo Rycker—. ¿Qué derecho tenía de despreciarme? Todos somos iguales ante los ojos de Dios. Inclusive un pobre encargado de plantación y el Querry. ¡Romper un matrimonio cristiano!…

Olía fuertemente a whisky.

—Me jubilaré dentro de dos años. ¿Cree acaso que mantendré a ese bastardo con mi retiro?

—Ha estado usted en camino durante tres días, Rycker. Necesita dormir una noche. Después…

—Ella no quería dormir conmigo. Siempre me daba excusas, pero la primera vez que apareció Querry, sólo porque es famoso…

—Lo que queremos es evitar un escándalo —dijo el padre Thomas.

—¿Dónde está el doctor? —dijo abruptamente Rycker—. Eran íntimos como dos ladrones.

—Está en su casa. No tiene nada que ver con esto.

Rycker se dirigió hacia la puerta. Permaneció allí un momento, como un actor que olvida sus palabras en el escenario antes de salir.

—Ningún tribunal podrá condenarme —dijo, y salió a la oscuridad y la lluvia.

Nadie dijo nada y al fin el padre Joseph preguntó:

—¿Qué ha querido decir con eso?

—Mañana nos reiremos de esta historia —dijo el padre Jean.

—No veo que esto sea cómico —dijo el padre Thomas.

—Quiero decir que todo parece una de esas farsas del Palais Royal que leíamos… El marido engañado entra y sale disparado…

—Yo no leo farsas del Palais Royal, padre.

—A veces creo que Dios no estuvo tan acertado cuando dio al hombre el instinto sexual.

—Si ésa es una de las doctrinas que enseña usted en teología moral…

—Ni cuando inventó la teología moral. Después de todo, santo Tomás de Aquino dijo que inventó el mundo por juego.

El hermano Philippe dijo:

—Perdonen ustedes…

—Es una suerte para usted no tener mi responsabilidad, padre Jean. No puedo considerar este asunto como una farsa del Palais Royal, sea lo que fuere lo escrito por Santo Tomás. ¿A dónde va usted, hermano Philippe?

—Dijo algo de un tribunal, padre, y se me ocurrió que después de todo, bueno… quizá lleve un revólver. Creo que debería poner sobre aviso a…

—Esto es demasiado —dijo el padre Thomas—. ¿Ha venido con revólver? —agregó en inglés, dirigiéndose a Parkinson.

—No lo sé. Mucha gente lleva revólver ahora, ¿no es cierto? Pero no creo que tenga coraje de usarlo. Ya se lo dije: sólo quiere ser importante.

—Si usted me permite, padre, creo que debería ir a casa del doctor Colin —dijo el hermano Philippe.

—Tenga cuidado, hermano —dijo el padre Paul.

—Oh, tengo mucha experiencia con armas de fuego —dijo el hermano Philippe.