Capítulo 49

La casa amarilla de la pensión se encontraba sumida en la oscuridad. Solo un farol en el aparcamiento permitía orientarse. Nada más salir del coche, Maria oyó el grito de Erika, lejano y remoto, y empezó a correr pendiente abajo por el parque, cogiendo luego el sendero que llevaba a la playa. Desde el borde del acantilado próximo a Sjöstugan pudo vislumbrarlos cual sombras tenebrosas en el agua. Roy, Anders y el largo cabello de Julia. Erika estaba también dentro del mar. Maria bajó precipitadamente la escalera, tropezó y se cayó, golpeándose la rodilla con las piedras de la playa. Pasaron varios segundos antes de percibir el dolor. No sintió el frío en su avance arrebatado a través de las masas de agua. Al aumentar la profundidad de esta comenzó a nadar. Erika continuaba gritando, sus ojos entornados, pero dejó de hacerlo en el momento en que le tocó Maria.

—¿Qué está pasando?

—Tiene un cuchillo y me lo ha clavado en la pierna —dijo Erika, casi incapaz de mantener la cabeza por encima del agua. Maria se puso a tirar de ella hasta conseguir arrastrarla a la orilla. La sangre teñía de rojo sus pantalones.

—¿Puedes mover las piernas?

—La derecha no. Me duele demasiado. Tienes que ayudar primero a la niña, ¡pero ten cuidado!

Julia estaba dando alaridos. ¿Le había acuchillado el loco ese a ella también? Maria se lanzó en su dirección nadando a crol y empezó luego a bucear, saliendo solo a la superficie para tomar aire. Se detuvo a un par de metros de distancia y se frotó los ojos para poder ver. Anders sujetaba la mano de Roy con el cuchillo mientras trataba de hacerle entrar en razón.

—¡Es tu hermana pequeña y se fía de ti!

Entretanto, Julia se aferraba a su otro brazo mientras Anders intentaba apartarla a un lado al tiempo que esquivaba el cuchillo. No aguantaría muchos segundos más. Daba la impresión de que Roy estuviera simplemente jugando con ellos. En ese momento divisó a Maria.

—Ven para acá, policía hija de puta, que te voy a rajar el estómago.

En un brevísimo instante de distracción, Maria consiguió arrebatar la niña a Anders, dejándole una mano libre, pero en ese mismo instante Roy le asestó con el cuchillo al padre, rozándole en el antebrazo.

—¿Sabes nadar, Julia? —preguntó Maria sintiendo cómo la corriente empezaba a tirar de ellos.

Apenas ella misma era capaz de resistirse a su reflujo. Con Julia agarrada bajo su brazo fueron nadando en dirección a aguas más tranquilas.

—Tengo que ayudar a tu papá. ¿Puedes nadar?

—Sí —contestó Julia con aspecto aterrado. Encomendándole una misión en la que poder concentrarse tendría más posibilidades de éxito.

—Cuando llegues a la orilla ayuda a Erika. Dile que la policía y la ambulancia están de camino.

Julia asintió con la cabeza. Maria la siguió luego con la vista. Pareció funcionar. Maria se zambulló a continuación en el agua y fue buceando en dirección a los otros. Emergió luego rápidamente a fin de recuperar el aliento y volvió a sumergirse para impedir que Roy supiera dónde se encontraba. Distrayendo a Roy quizá pudiera ayudar a Anders. Estaban a unos cincuenta metros. Anders ya no aguantaba más. Recibió un corte en la parte superior del brazo y luego otro en el hombro. La siguiente puñalada le atravesó la mano.

—¡No vas a conseguir nada matándome!

Roy sonrió sarcásticamente a modo de respuesta. Fue entonces cuando Roy se encontró de frente con la mirada de Maria, esos mismos ojos que habían habitado las pesadillas de esta en los últimos meses. Con un gesto de irónico desprecio se dispuso a lanzar una nueva acometida contra Anders, pero Maria se interpuso entre los dos, agarrando el cuchillo al vuelo y viéndose luego arrojada hacia atrás. Recibió un corte pero logró despojarle del cuchillo, que fue hundiéndose lentamente al fondo del mar. Roy también se echó hacia atrás, mar adentro, y se internó en el agua para luego desaparecer. Podía volver a emerger en cualquier momento. Y en cualquier lugar. Maria clavó la mirada en el agua de su alrededor. Si tiraba de ella hacia el fondo estaba perdida. Anders se encontraba herido y no dispondría de fuerzas para ayudarla. El destello claro de un reflejo y un par de burbujas de aire mostraron donde se hallaba Roy. Maria luchó contra la corriente. Y Roy se esfumó.

—¡Se va a ahogar! —exclamó Anders nadando tras de él. Maria no alcanzó a detenerle—. No puedo dejar que muera.

—Deténgase. No lo va a conseguir y se ahogarán los dos.

Maria sintió cómo la fuerza del agua la arrastraba hacia las profundidades. No podía hacer otra cosa en ese instante que luchar por su propia vida. El dolor que le punzaba el tórax hizo que se le nublara la vista, y dejó de ver a ambos. Tras lograr sacar la cabeza del agua durante un breve instante, alcanzó a oír en la distancia las sirenas de los vehículos policiales. Bajo la luz de la luna acertó a vislumbrar a Julia y Erika en la orilla. Giró la cabeza en busca de Anders y Roy, pero no había rastro de ellos. La siguiente ola la sumergió e hizo que tragara agua. Sentía cómo se le acababan las fuerzas. Necesitaba recuperar el aliento. Tenía los pulmones a punto de explotarle por falta de aire. A fuerza de voluntad consiguió salir de nuevo a la superficie y fue alejándose poco a poco del zócalo costero concentrándose en cada brazada, pese a tener la caja torácica paralizada por el dolor. Una vez más se vio empujada hacia dentro y engulló el agua salada. Le pitaban los oídos en un terrible estruendo que le atravesaba la cabeza; la presión sobre los tímpanos resultaba insoportable. La corriente la hundía cada vez más y Maria ya no sabía en qué dirección tenía que nadar para ascender. Necesita salir a la superficie. Le hacía falta el oxígeno. El aire.

Al despertar se encontró tendida de costado sobre la playa. Vio el bote neumático. Y el cuerpo que los agentes transportaban hacia la orilla. Sobre el llanto de Erika únicamente se imponían los gritos de Julia. Maria acertó a verle el rostro. Era Anders. Tenía la cara lívida y los labios de color blanco.

—¿Está muerto? —preguntó Julia aproximándose entre el agua a los hombres de la embarcación—. ¿Está muerto mi papá?

Per Arvidsson se agachó y la envolvió entre sus brazos.

—Sí, Julia. Está muerto.

Julia se desembarazó de él y fue corriendo hasta Erika, que se hallaba sentada contra la estructura de madera de la escalera. La niña se acurrucó junto a ella y Erika le puso el brazo por encima sin poder reprimir una mueca de dolor.

—¿Está muerto de verdad? ¡Eso no es posible!

Erika, incapaz de responder, se limitó a intensificar el abrazo de la pequeña. En la parte de arriba de la escalera estaba su abuela, a quien el dolor de piernas le impedía bajar.

—¿Habéis encontrado a Roy? —indagó Maria tratando de incorporarse con ayuda de su brazo sano y, en ese mismo instante, le vio sentado en la orilla entre dos policías, a cierta distancia, a la espera de que lo trasladaran al hospital.

Se levantó como pudo y, aunque le dio un ataque inesperado de tos, continuó avanzando en su dirección. Necesitaba saberlo. Oírselo decir cara a cara.

—¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué los has matado?

Roy volvió lentamente la cabeza, sonrió despectivamente al contemplar el penoso aspecto que presentaba Maria y se metió el dedo en la boca, como si de un niño pequeño se tratara.

—Porque me quitaron a mi papá —dijo con voz aniñada—. Era mi papá. Y solo mío. ¡Pero yo a él le importaba una puta mierda!

—Te ha salvado la vida —replicó Maria vislumbrando al niño pequeño y solitario que habitaba dentro de él, lo que hizo que por un momento se evaporara de ella el miedo y el odio.

—Sí, es cierto —contestó Roy mientras dibujaba una amplia sonrisa—. Y no entiendo por qué lo hizo.

Maria se aproximó a Erika y Julia con una manta que había cogido del bote, las envolvió con ella y juntas lloraron.

Cuatro días más tarde, Maria se citó con Jonatan Eriksson en la cafetería Siesta. Jonatan tenía algo que contarle y no pudo esperar siquiera a pedir los cafés.

—Puedes estar tranquila. Roy no es seropositivo y los análisis no muestran indicio alguno de que estés infectada.

—Muchas gracias —respondió Maria con un nudo en la garganta que apenas podía aclarar.

—¿Cómo le va a Julia?

—Si no le dan la custodia a su abuela, quiere quedarse con Erika. Aún no se ha adoptado ninguna decisión al respecto. Espero y confío en que sea para bien de las dos.

—¿Y tú cómo te encuentras? ¿Qué tal vas?

—Estoy bien, pero no puedo dejar de pensar en Roy. ¿Crees que existe alguna posibilidad, por pequeña que sea, de que lo suelten y pueda integrarse en la sociedad sin hacer daño a nadie? ¿Se puede reprogramar a alguien que siente placer infligiendo sufrimiento a otros? ¿Y qué ocurriría si reparara realmente en la atrocidad de los actos que ha perpetrado? ¿Sería capaz de vivir con ello, de reconciliarse consigo mismo?

—No lo sé, Maria. Realmente lo desconozco —contestó Jonatan posándole una mano sobre el hombro. Advirtió que estaba temblando.

—Durante un momento pude entrever al niño que habitaba en su interior —comentó Maria con un intenso brillo en los ojos—. Es un monstruo, pero en ese preciso instante fui capaz de sentir pena por él.