Al llamar, Anders pareció asustado y contagió su inquietud a la madre. Maria Wern tenía razón: estaban en peligro. La mujer había estado al tanto del espantoso secreto durante todos esos años, pero había guardado fielmente silencio. Desde el asesinato no había vuelto a pisar Fridhem, el lugar donde se casó Anders. Ahora le pedía que acudiera y ella obedeció a su hijo sin rechistar. Despertó a Julia, que se había quedado dormida en el sofá, y de camino al coche envolvió a la niña con una manta sobre los hombros.
—¿Qué pasa, abuelita?
—Papá quiere que vayamos adonde está él.
En lugar de dirigirse a la cafetería y comprar gofres, como Julia quería, se pusieron en contacto con la cocina de la casa de huéspedes. La cena se servía a las cinco, pero accedieron a hacer una excepción y enviaron comida a Sjöstugan. Erika agradeció el hecho de poder comer en la intimidad. Se pusieron en la mesa del jardín, justo en el exterior de la casita, al borde de un mar bajo la luz del atardecer, suave y azul. El codeso exhibía abundantes racimos y se percibía el murmurar del arroyo. Todo era calma y serenidad. Anders apenas pudo probar bocado, lo que no escapó de los comentarios de su madre, que Erika dulcificó. Lo que Anders debía contar a su hija no era sencillo. El médico apartó a un lado su plato.
—Julia, lo que te voy a decir ahora es algo que hubiera deseado que no oyeras. En primer lugar, tienes un hermano mayor. No puedes acordarte de él, porque eras demasiado pequeña cuando os visteis. Estuvo presente en la boda de mamá y mía.
—¡Qué bien! ¿Cómo se llama?
—No está tan bien como piensas. Se llama Roy y tiene veinticinco años.
Anders relató a su hija en los términos más suaves posibles lo que había acontecido en la noche de bodas de sus padres.
—Me habías dicho que mamá se había ahogado. ¡Me has mentido! —exclamó Julia levantándose para irse corriendo de la mesa.
Anders la atrapó en sus brazos.
—Hay algo más que quiero contarte, y debes escucharme, porque estamos en una situación de peligro.
Erika sintió admiración por el modo en que Anders hablaba con la menor sobre una cosa tan espantosa, de forma comprensible y sin atemorizarla más de lo necesario. Tal vez la práctica que había acumulado comunicando diagnósticos de gravedad a los pacientes le había ayudado a encontrar el tono adecuado. Anders escuchó con suma atención las preguntas de Julia, aguardó sus reacciones y le ayudó a ir asumiendo poco a poco la verdad.
—Existe el riesgo de que Roy quiera hacernos daños, por eso nadie puede saber que estamos aquí. Lo entiendes, ¿verdad? —intervino Erika.
Julia miró a Erika de hito en hito.
—¿Te quiere matar porque estás con papá?
—Espero que no sea así, pero no lo sabemos.
Esa idea no se le había ocurrido antes a Erika. Era una posibilidad. Los asesinatos cometidos por el sonámbulo se habían iniciado en el momento en que Anders y ella comenzaron con su relación. Quizá Roy no soportara que su padre mostrara sentimientos afectivos por otra persona. Anders había jugado cariñosamente con Linus, había escuchado y se había preocupado por Harry y había estrechado en sus brazos a Agnes Isomäki. Linn también había sido paciente suyo. ¿Fue la consideración e implicación de Anders lo que condenó a estos a la muerte? En ese caso, ¿qué castigo no desearía imponer a Erika… o a Julia? ¿Las había reservado para el final con la intención de intensificar poco a poco el sufrimiento de Anders hasta el peor punto imaginable, para luego echarle la culpa de dichos actos? Un plan verdaderamente diabólico…
Julia permaneció un largo rato tumbada junto a su abuela escuchando el romper de las olas contra la playa. Todos los demás sonidos desaparecían bajo el bramar del oleaje. Daba la sensación de que el cuerpo se amoldaba, envolvía y enderezaba con ese sonido que lo inundaba todo. Los ligeros ronquidos de la abuela, papá pasando de puntillas camino al baño, los susurros en la habitación de los mayores… Se sentía sola. Tras cerca de una hora en duermevela sonó un SMS en el móvil. Se cubrió entonces la cabeza con la colcha para ver quién se lo había mandado. Era Ronny.
«¿Estás en Sjöstugan?», le había escrito. Papá le había dicho que no contara a nadie dónde estaban, pero Ronny lo sabía, porque podía ver por GPS dónde se hallaba el teléfono de Julia. Era tan listo y se divertía tanto con él. Casi como un mago.
«Sí», le respondió. «¿Y sabes una cosa? Tengo un hermano. De los de verdad».
«¡Qué guay!», contestó él.
«Fue él quien mató a mi madre». A Julia se le llenaron los ojos de lágrimas y se sorbió los mocos lo más silenciosamente posible para que su abuela no lo oyera.
«Tenemos que hablar de eso. Voy para allá corriendo. ¿Puedes salir de la casa y bajar las escaleras de madera de la playa? Te esperaré ahí».
«Vale».
«He colgado trozos de sábanas blancas en los árboles para que encuentres el camino en la oscuridad».
«Casi como Hansel y Gretel. Mola. Voy para allá», respondió Julia.
Ronny comprendía todo. A él le podía hablar de cualquier asunto y mostrarse pequeñita y triste. Cuando papá le habló de eso tan horrible ella no podía decir lo que quería sin entristecerlo aún más. Pero con Ronny era diferente. Él sabía siempre perfectamente lo que había que hacer. Nunca se ponía triste ni se enfadaba. Era simplemente Ronny. ¿Qué habría hecho todas esas tardes sola, con papá trabajando, si Ronny no la hubiera acompañado?
Julia se levantó lo más silenciosamente que pudo de la cama. La abuela descansaba con la cabeza recostada hacia el interior de la habitación. El menor ruido haría que abriera los ojos y arruinaría todo. Julia se enfundó un jersey sobre el camisón y buscó sin éxito sus zapatos. Se dispuso entonces a abandonar descalza la habitación y abrió la puerta con un ligero chirrido.
—Julia, ¿adónde vas?
—A hacer pipí —contestó con un susurro para desaparecer acto seguido en el pasillo y luego en la oscuridad de la noche.
De los árboles pendían jirones de tela ondeando al viento a lo largo del camino que conducía a la escalera. Aquello parecía muy divertido. Al bajar el último escalón y aterrizar en la playa, alzó la vista y le vio. Estaba en la orilla y fue a recibirla con los brazos abiertos.
—¡Choca esos cinco! —dijo él dándole en la palma de la mano con la suya. Sonrió a la niña de oreja a oreja—. ¡Ven, vamos a bañarnos!
—¡Pero si es de noche! —repuso ella entre risas.
—Sí, pero estás un poco sucia. Esto lo tienes manchado —dijo alzándola entre sus brazos y levantándole un pie para mostrárselo—. Y aquí también, en el otro pie, está sucio, cochina más que cochina. Hay que bañarse. Te llevo en brazos para que no tengas que pisar las piedras —dijo él cogiéndola al tiempo que marcaba el número de Anders con el móvil.
El padre respondió de inmediato, como si se hubiera ido a acostar con el teléfono en la mano, sospechando que algo pudiera ocurrir, pero sin saber cuándo ni cómo.
—Dile hola a papá, Julia.
—¡Hola, papá! ¡Nos estamos bañando!
La voz de Anders se tornó en un grito apenas ahogado.
—Ven solo si quieres verla viva —le espetó.
Un chapoteo. El chillido de Julia fue lo último que oyó Anders antes de apagarse el móvil. Saltó como un resorte y salió a toda prisa por la puerta. Erika se despertó, pero Anders no tuvo tiempo de explicarle. Tiras blancas de tela de sábana bordeando el camino al mar. Fue corriendo hacia la escalera. Pudo divisarlos a lo lejos, en dirección a las corrientes submarinas. Anders se lanzó escalera abajo hacia el mar sin respirar y se abalanzó sobre el agua fría.
—Ven a por ella si puedes.
Las olas transportaban la voz de Roy sin omitir ni un solo matiz. Sujetó la cabeza de la niña bajo el agua y luego la dejó subir.
—¡Papá, ayúdame! ¡No quiero! ¡Ayúdame!
Anders fue nadando hacia ellos. Si hubiera tenido tiempo de pensar habría portado un arma o un objeto contundente de algún tipo, pero llevado por su espanto se había limitado a salir corriendo para salvar a su hija.
—No le hagas daño. Es tu hermana. Confía en ti —dijo Anders rezumando agua entre las palabras y tragando luego una bocanada. Si lo daba todo ahora no le quedarían fuerzas cuando llegara. Se obligó a sí mismo a reducir el ritmo de las brazadas y a reservar energías para tener alguna opción cuando llegara el momento de medirse físicamente con su hijo. La luz de la luna impactó sobre la superficie del mar, resplandeciendo contra el cuchillo que Roy sostenía en su puño, justo por debajo del nivel del agua.
—Ven aquí a por ella. Tu vida por la suya.