Capítulo 44

Per Arvidsson se bajó en la estación de Märsta y cogió Västra Bangatan en dirección a Nymärsta Kulle 6 para encontrarse con Oskar Wallman, de la policía de proximidad. La mañana se anunciaba soleada y fresca. Accedió al edificio de ladrillo rojo por la entrada principal y subió por la escalera. En la recepción le esperaba su colega. Era mayor y tenía un aspecto más desmejorado de lo que Per había imaginado. La muleta bajo uno de los brazos y la comisura del labio colgando hacían suponer que había sufrido un derrame cerebral. Inmediatamente se arrepintió del tono irritado con que anteriormente había conminado al agente a responder a sus preguntas sobre el asesinato del corta-césped. Sin lugar a dudas, Oskar Wallman había puesto todo de su parte en el empeño.

—Quería interrogar a Malin Karlsson, ¿verdad? Pues se resiste a venir —señaló arrastrando ligeramente las palabras—. De hecho, se niega a hablar con nosotros. Sin embargo, conseguí convencerla de que se reuniera con usted a solas, siempre que se presente de paisano. Además, es una fanática de la vida sana. Realiza dieciséis sesiones de entrenamiento a la semana y únicamente bebe té de islas inhabitadas. Logró encajar la cita entre una sesión de body pump y otra de aerobic.

—O sea, una vigoréxica.

—Probablemente cueste trabajo renunciar completamente a los subidones cuando te has drogado durante tantos años. Los que se desintoxican suelen trabajar día y noche con toxicómanos, convertirse en adictos al trabajo o entregarse a algún tipo de religión. Aquí está su dirección. Se encuentra a tiro de piedra… si eres un buen tirador.

—¿Resulta apropiado acudir a su casa en solitario, siendo yo policía y teniendo en cuenta que ha sufrido violaciones y ha ejercido la prostitución? Aunque hayan pasado once años desde que inició su nueva vida, hubiera sido más conveniente citarse en un lugar neutral.

—Para ella la comisaría no es terreno neutral —replicó Wallman secamente—. Si quiere que hable con usted deberá ser a solas, aunque comprendo sus objeciones.

Malin Karlsson daba la impresión de haberse distanciado considerablemente de su pasado. Tenía la bolsa de deportes preparada en el vestíbulo. Llevaba un traje de raya diplomática y polo blanco, y el cabello corto y de estrictas líneas. Se adornaba con un largo collar de perlas y el discreto maquillaje iba a juego con su piel bronceada. Calzaba unos elegantes zapatos de tacón bajo. Probablemente su púdica vestimenta ocultara algún que otro tatuaje. Condujo a Per Arvidsson hasta la cocina, donde apartó de la mesa una revista de crucigramas y un cuaderno de sudokus de nivel avanzado, que él también había comprado un mes atrás, desistiendo finalmente en el empeño. Malin se encontraba en la última página.

—No dura mucho, pero es un pasatiempo entretenido —afirmó ella—. ¿Le apetece algo? ¿Café, té? Tengo descafeinado y una selección de tés verdes.

—Té, si no es mucha molestia. El estómago me da un poco de guerra.

—¿Sufre molestias gástricas? ¿Por problemas sentimentales tal vez…? —repuso ella, a todas luces capaz de leerle como un libro abierto. Per se había pasado toda la noche pensando en Maria, dándole vueltas a la cabeza y lamentándose de lo ocurrido. Al llegar la mañana, el café hizo que se le contrajera el estómago.

—Es posible —respondió, advirtiendo para su disgusto que se había ruborizado. Por otro lado, tal vez no estuviera mal abrirse un poco y crear un clima de confianza.

—Amor y culpa, ¿verdad? —señaló ella. Su pregunta no tenía nada de provocador, era una simple constatación. Si la situación hubiera sido distinta le habría gustado confesarse ante alguien que pudiera entenderle.

—Ese tipo de cosas pasan —coincidió él.

—No hay nada que genere tanta culpabilidad como el amor. El amor y las deudas de gratitud, el amor y la traición, el amor y todo lo que uno es capaz de hacer para que no le abandonen.

—Es cierto —admitió Per, sintiendo una creciente simpatía hacia ella. Estaba ante una mujer con experiencia y sabiduría vital, pero, por suerte, había algo que lo retenía. Podías adoptar un tono personal, pero no privado, y ahora mismo se aproximaban a lo más privado que él poseía: su amor por Maria.

—No pretendo presionarle —añadió ella con una leve sonrisa—. Solo deseaba comprobar si había un punto de entendimiento entre nosotros que nos permitiera a ambos constatar que la vida no es tan sencilla y simple como en un informe policial. Todos tenemos nuestros infiernos privados. Seguramente haya leído sobre lo que he vivido y yo puedo figurarme cómo es su vida. ¿Merece ella todo ese tormento?

—Sí. Además, la culpa es solo mía.

Malin sonrió con aire ensimismado y sirvió el té.

—Ha venido para hurgar en el pasado y yo hago todo lo posible por intentar no recordarlo. Procede de Gocia y he leído acerca de los asesinatos en Visby. ¿Qué quiere de mí?

Per la contempló un instante y calibró la situación. Malin Karlsson parecía una mujer inteligente y estable psíquicamente. Tenía que reconocer que no era así como se había imaginado a una mujer que había sido drogadicta durante quince años. ¿Cómo pudo torcerse tanto su vida?

—En los bajos fondos corre el rumor de que la persona que agredió mortalmente a un muchacho llamado Linus Johansson es la misma que en el pasado masacró a otro hombre con la hoja de un cortacésped. A usted se la mencionaba en ese expediente, pero fue descartada como sospechosa al encontrarse en proceso de desintoxicación.

—Está perdiendo su tiempo. Ya he contado todo lo que sé —declaró ella reclinándose en su silla y cruzando los brazos sobre el pecho.

El clima de confianza se había roto. Necesitaba repararlo.

—Parece haber conseguido escapar del lodazal de las drogas de un modo fantástico. ¿Cómo fue que cayó? ¿Qué ocurrió? —tanteó Per, desplazando el punto de atención de la cuestión principal, pero sin desviarse del tema. Pese a todo, la conversación se encontraba en el límite de lo que Malin quizá estuviera dispuesta a abordar. Corría el riesgo de que le pidiera que se marchara.

Malin Karlsson cerró los ojos y su rostro adquirió un aire inexpresivo.

—Cursaba derecho en Lund, pero me tomaba los estudios a la ligera. Tengo memoria fotográfica, así que nunca necesitaba esforzarme. Se organizaban fiestas y yo deseaba estar en el centro de los acontecimientos. En aquella época era bastante guapa… La belleza puede ser una maldición. Tienes más probabilidades de que las cosas se te compliquen. De repente me quedé embarazada. Le amaba de verdad, pero él no me quería ni a mí ni a la criatura. Yo tampoco quise dar a luz cuando las cosas se pusieron feas, pero me encontraba ya en avanzado estado de gestación. Conocí a otro hombre que se hizo cargo de mí y de mi hijo y empecé a consolarme con las drogas. No tenía fuerzas para el niño, que me reclamaba día y noche. Sufría cólicos constantemente. Los estudios se me fueron al garete. Y la vida también. Al niño se lo llevaron las autoridades. En ocasiones me lo dejaban, cuando afirmaba encontrarme bien, pero acababa fracasando una y otra vez. Los servicios sociales deberían haber comprendido que para un niño no es bueno ejercer de terapeuta con su madre ni estar todo el tiempo de aquí para allá, arbitrariamente. Nunca tuvo ocasión de establecer un vínculo afectivo con nadie. Ya con cinco años se volvió intratable y fue pasando de un hogar a otro. Era condenadamente intrigante y enfrentaba a los padres de acogida contra los servicios sociales, y a estos a su vez contra mí. Jamás fui capaz de controlarle. Es la pena más grande que tengo.

—¿Y su padre?

—A pesar de todo, me quedaba un poco de dignidad. Nos las arreglábamos sin su ayuda, sin que nos pasara pensión aumentaría. No quería tener nada que ver con ese cabrón. —El gesto de Malin se transformó. Sus ojos se volvieron duros, enderezó el cuerpo en la silla y se inclinó hacia delante—. ¡Cuánto le he odiado…!

—¿No preguntaba el niño nunca por su padre? Al llegar a la adolescencia uno suele mostrar interés por sus orígenes. ¿Nunca exigió saber quién era? —indagó Per, bebiendo luego un trago de su té amargo, que se había enfriado.

—Con trece años, amenazando a mi madre, logró averiguarlo por su cuenta. Buscó información sobre él en internet e investigó todo lo investigable. Consultó artículos de periódico, confeccionó un libro de recortes y me sometió a un interrogatorio. Quería saberlo todo. Parecía interesarle especialmente el hecho de que Anders, su padre, fuera sonámbulo. Justo al cumplir los catorce, Roy fue en su busca. Resultó que tenía una hermana pequeña de medio año. Anders había conocido al amor de su vida, Isabell, e iba a casarse. Creo que Roy se sintió más que nada como un estorbo. No tardó en regresar a casa y no quiso volver a ver nunca más a su padre.

¡Roy! ¡Anders Ahlström e Isabell! Per Arvidsson hizo lo posible por ocultar el estremecimiento que le produjo esa información. ¿Había matado Roy con la hoja de un cortacésped al hombre que forzó a su madre? Probablemente ella callara para proteger a su hijo.

—¿Cuándo se decidió por comenzar una nueva vida ajena a las drogas?

—Hace once años. Volví a casa después de pasar por un centro de desintoxicación. De repente, tenía una alternativa —dijo Malin, levantándose y empezando a remover tazas y platos. Era evidente que el giro que había tomado la conversación la violentaba.

—¿Justo después del asesinato?

—Sí —contestó con el rostro vuelto hacia otro lado.

—Fue Roy quien lo hizo, ¿verdad? Se vengó por lo que le hicieron a usted y ese acontecimiento traumático le llevó a dejar las drogas —lanzó Per a la espera de una respuesta, pero ella permaneció callada, con un gesto impenetrable—. Cuando se enteró de lo asesinatos en Visby comprendió seguramente que podría ser él. Que la ira que llevaba por dentro nunca se agotaría. ¿Le tiene miedo, Malin?

La mujer asintió con la cabeza y sus ojos se tornaron grandes y brillantes.

—Lo mejor que puede hacer por Roy es ayudarme a dar con él antes de que acabe con la vida de más inocentes. Necesita ayuda profesional. ¿Sabe dónde se encuentra?

Malin se derrumbó en la silla. Su rostro apenas un momento antes tan bronceado adquirió un tono grisáceo. Tragó saliva varias veces, pero tampoco logró responder. Per supuso que dentro de ella se libraba una batalla al querer hablar y no desear hacerlo al mismo tiempo. ¿O es que acaso no se atrevía a denunciar a su propio hijo?

—¿Tiene alguna fotografía suya?

Malin no hizo amago alguno de levantarse para buscar lo que le pedía. Todo su cuerpo desprendía un alto grado de desesperación. A Per le partía el alma ser testigo de ello, pero tenía que dar con Roy.

—¿Le importa si echo una ojeada?

Malin siguió sin inmutarse.

El agente encontró lo que buscaba en la sala de estar. Una fotografía del muchacho apenas adolescente sujetando sobre el pecho un balón de fútbol.

—¿Fue Roy quién mató a ese hombre con la hoja del cortacésped? —preguntó colocando la fotografía ante los ojos de Malin—. No le está traicionando. Le ayudará respondiendo a esa pregunta. ¿Fue él?

Malin negó con la cabeza.

—Voy a hablarle de las personas que han perdido la vida en Visby y quiero que me escuche atentamente. Los tres eran pacientes de Anders Ahlström. ¿No le parece una extraña coincidencia? El primero de ellos un jovencito de trece años, Linus, al que mataron a patadas. Le partieron el cráneo, aunque consiguió llegar con vida al hospital… En esa misma ocasión le clavaron a una mujer policía una jeringa con sangre en el muslo y la persona que lo hizo le dio la bienvenida al infierno. Luego tenemos otros dos asesinatos sin resolver de los que él puede ser el autor. A la mujer la vistieron de novia y le cortaron la cabeza. El ramo de novia era de lirios de los valles, igual que el de Isabell. Más tarde, a un hombre mayor y enfermo lo exhibieron en casa de un policía tras golpearlo hasta dejarlo inconsciente. Ese señor visitaba a Anders a diario. Sospecho que Roy haya podido hacerlo.

—¡Pare ya! No deseo oír más… Quiero que lo detengan. Lo siento, lo siento tantísimo… Sí, fue él quien asesinó a ese hombre. Guardé silencio porque pensé que podríamos salir adelante aun sabiendo lo que había ocurrido. Pero cuando regresó de su viaje a Gocia y leí en los periódicos sobre la mujer que había desaparecido la noche de bodas, comprendiendo que se trataba de Isabell, la esposa de Anders, pensé que había sido él quien la había matado para defender a su familia, lo que creía que Anders y yo hubiéramos podido ser para él. Si es que tenía alguna idea de lo que significaba el concepto de familia. Aquello que había fantaseado en su álbum de recortes.

—¿Sabe dónde se encuentra ahora?

—No, pero él sí sabe dónde está usted. Es un genio de la informática. No hay información alguna que no pueda rastrear y localizar. Roy tiene un talento extraordinario. Desconozco si se trata de un recurso o de una desventaja. Solo acudía esporádicamente al colegio. Sus compañeros le tenían miedo. Y los profesores también. Sacó la nota máxima en la prueba de acceso a la universidad con solo diecisiete años. Luego ha sido completamente autodidacta. No sé de dónde ha sacado el dinero, pero creo que vive del póquer en internet.

—Piénselo bien. ¿Hay algún lugar en Gocia donde pudiera ocultarse? ¿Algo que le haya dicho sobre el entorno donde vive…?

—Vive encima de un taller, de una firma que arregla camiones. A diez minutos a pie de una tienda de comestibles. No tengo su dirección pero sí su número de teléfono móvil.

—Una última pregunta: ¿existe el riesgo de que sea portador de alguna infección sanguínea?