Maria Wern acompañó a Oliver hasta casa, bajando por la Smittens Backe en dirección a Stora Torget, la plaza principal de la ciudad. Pasaron junto a casetas con el mismo tipo de surtido que todos los demás mercados de baratijas que Maria conocía: camisetas serigrafiadas, alhajas de bronce y plata, chucherías y puestos donde te trenzaban el pelo con distintos colores, exactamente igual que en Canea o París. Solo algún que otro puesto exhibía una oferta local de moras típicas de Gocia, tés como el Guteblandning, mostaza isleña y gelatina de menta. Intentó en repetidas ocasiones contactar con Hartman por teléfono, pero probablemente el alboroto festivo impedía a este oír la señal. Sus intentos de comunicarse con Arvidsson y Ek también resultaron infructuosos.
—¿Alguno de tus padres está en casa? Me gustaría hablar con ellos.
Oliver asintió. Su madre le había dicho que tendrían invitados a cenar esa noche, por lo que debía llegar a casa a tiempo. Atravesaron la plaza y Oliver le abrió paso a través de las callejas hasta llegar a una pequeña casa pintada de blanco, con rosales trepadores a ambos lados de la puerta baja de color verde. El movimiento detrás de la cortina de encaje les puso al tanto de la presencia de alguien en la casa. Una mujer ataviada con un vestido veraniego les abrió la puerta de entrada. Tenía un abundante pelo rizado y andaba descalza. Mientras Maria se presentaba, la mujer aprovechó para calzarse sus zapatos de tacón alto.
—¿Podría entrar un momento? —preguntó Maria mostrando su placa.
—Tenemos invitados a punto de llegar —respondió la mujer, con aspecto molesto.
—No pretendo interrumpirla. Solo será un momento —reiteró Maria, que sabía exactamente cómo se siente uno minutos antes de recibir visita.
Se sentaron en el porche acristalado, que contaba con parras encaramadas al techo para proporcionar sombra cuando pegaba la luz del sol. Oliver se marchó a su habitación.
—En nuestra casa Linus era como un hijo. Estamos terriblemente afectados y conmocionados por lo sucedido. Podía haber sido Oliver al que hubieran agredido volviendo de casa de Linus. Los primeros días, Oliver se negó en redondo a hablar con nadie. Se pasó todo el tiempo a oscuras en su habitación gritándonos que dejáramos de mentir diciendo que Linus había muerto.
—Es difícil de entender… —intervino Maria y se aclaró la garganta, sintiendo acechar el llanto tras sus ojos. La voz se le volvió grumosa y espesa— que alguien con quien acabas de jugar simplemente haya muerto de repente.
—Y de un modo tan terrible —puntualizó la madre de Oliver. Se llevó la mano al cuello mientras sacudía la cabeza para quitarse el pelo del rostro—. Tenía miedo de que a Oliver le quedaran secuelas, por lo que exigí a la policía que viniera acompañada de un psicólogo infantil si querían interrogarlo, y cuando por fin encontraron a un profesional con experiencia en niños, mi hijo se negó a hablar con ella.
—Al venir Oliver a buscarme me contó que le había visitado un policía. ¿Estaba usted al corriente de ello?
—No, tiene que haber sido cuando no estábamos en casa. Ayer hicimos una rápida visita a nuestra casita de verano, pero Oliver se negó a acompañarnos. No ha mencionado nada al respecto. Si es cierto, mi enfado va a ser monumental. No es lo que acordamos con la policía…
—Le aseguro que comprobaré este asunto con mi superior y le mantendré informada.
—¿Qué quiere decir? —inquirió la madre de Oliver con gesto preocupado.
Maria dudó un breve instante y sopesó bien sus palabras para evitar sobresaltarla más de lo necesario.
—No deje a su hijo solo hasta que haya verificado este punto.
Tan pronto se hubo cerrado la puerta de la calle a sus espaldas, Maria trató una vez más de comunicarse por teléfono con Hartman, esta vez con éxito. El alborozo festivo de su voz se apagó cuando la agente le expuso sus temores.
—Voy de inmediato. Si alguien ha interrogado al muchacho sin un psicólogo, ha contravenido mis órdenes expresas —dijo Hartman.
Maria reprodujo la descripción que Oliver hizo del policía.
—¿De quién puede tratarse? No se identificó.
—Sinceramente, Maria, no lo sé. Y me asusta.
No podía desprenderse de su temor, ni tampoco de la sensación de desvalimiento. La imposibilidad de acceder plenamente a la investigación en torno a la agresión mortal la llenaba de frustración. Maria se debatía entre dos extremos: ¿había amedrentado innecesariamente a la ya de por sí agobiada madre de Oliver al decirle que no debía dejar a solas al pequeño? ¿O tenía que haberse llevado al menor a la comisaría para protegerle de alguien que quería hacerle daño? Un pensamiento se apareció súbitamente en su mente: si el mal habitaba ya dentro de ese uniforme, entonces el niño tampoco estaría seguro en ese lugar.
No, tenía que evitar razonar en esos términos. No se ajustaba a la realidad. Probablemente había trabajado demasiado y veía malicia por todas partes. El caso le correspondía a Arvidsson. No había conseguido dar con él y ahora la pelota estaba en el tejado de Hartman. Más no podía hacer.
Linus había visto a un hombre con un hábito oscuro, igual que Jill Andersson y Louise Mutas. Cada uno de ellos lo había descrito desde su perspectiva, ya fuera como un sonámbulo, una persona disfrazada de monje, un borracho o un jinete negro sin rostro. O bien el autor de los hechos actuaba con mucha torpeza por haber sido observado en acción o bien era su intención que lo vieran. Una tercera alternativa pasaba por que no fuera consciente de sus acciones, si realmente se trataba de algo tan inusual como un sonámbulo. Maria se acordó en ese momento de Jonatan Eriksson, el médico especialista en infecciones al que había prometido que llamaría para tomar un café si tenía ganas de charlar en algún momento. Quizá pudiera recomendarle algún experto en afecciones del sueño. Llamó entonces al hospital pero Jonatan libraba. Dio con él en su casa.
Media hora más tarde se vieron en Skafferiet, un encantador café-terraza en Adelsgatan, donde podías elegir entre pasteles, ensaladas y otros pequeños manjares en un entorno sumamente agradable. La última visita de Maria databa de la pasada Navidad. Por entonces, una acogedora brasa crepitaba en el salón. Ahora el tiempo acompañaba y la puerta de la terraza se encontraba abierta de par en par. Al ir a recibirla él con los brazos abiertos, Maria no pudo evitar reírse. La gente les miraba y pensaba con toda probabilidad que eran pareja. La inspectora le dio un rápido abrazo.
—Me alegro de verte.
—¡Finalmente! —respondió algo hosco bajo su flequillo, pero esbozando a continuación una sonrisa—. Confiaba en que me llamaras.
Pidieron sendas ensaladas de gambas, de un aspecto magnífico, acompañadas de pan casero, y fueron a sentarse dentro, junto a la ventana, con vistas hacia Adelsgatan. Tras un día de sol en la playa, eran muchos los turistas que se dirigían a Visby al atardecer con la idea de degustar una buena cena. Habían tenido suerte de encontrar un lugar libre, comprendió Maria al observar la cola que se había formado tras ellos a la hora de pagar en la caja.
Jonatan la observó con la mirada alborozada y le sonrió, pero sin decir nada. Entre ellos había grandes dosis de entendimiento tácito. Maria optó por abordar en primer lugar el asunto formal.
—¿Qué sabes sobre el sonambulismo?
La pregunta le pilló desprevenido. Maria parecía tan circunspecta que Jonatan no pudo reprimir una carcajada.
—¿Cómo has dicho?
—Hablo en serio. ¿Es posible ser sonámbulo y matar a otra persona? ¿Existen inhibiciones subconscientes que impidan que hagas cosas que no quieres o debes, como con la hipnosis?
—¿Estamos hablando de trabajo? —preguntó Jonatan.
—Sí, pero no puedo contarte más que eso.
—Hay un precedente judicial de un sonámbulo. Un hombre que en sueños se dirigió en coche a casa de sus suegros y los acuchilló. Ambos fallecieron a resultas de las lesiones. Él, por su parte, se despertó en su propia cama. Pero como se sospechaba de él y se sabía que era sonámbulo se le sometió a un exhaustivo estudio del sueño para determinar si podía considerársele o no responsable de ese acto.
—Es decir, que no se puede fingir.
—No. Si realmente caminas dormido se aprecia cuando te realizan un electroencefalograma. Ello no tiene lugar en la fase del descanso en la que sueñas, como muchos piensan, sino en el sueño profundo, justo en la transición desde aquel. Cuanto más prolongada sea dicha transición, mayor será el riesgo de desarrollar sonambulismo. El aparato motriz no queda inhabilitado como en la fase de los sueños. De lo contrario, representaríamos todos nuestros sueños, con las consiguientes consecuencias catastróficas, ¿verdad? Los sonámbulos se mueven a la manera de un robot. No tienen la motricidad plenamente operativa, pero sí activada. Pueden incluso hablar, si bien su voz suena como mecánica. Posteriormente no se acuerdan de nada.
—De pequeña, cuando tenía fiebre, caminaba dormida —recordó Maria—. Una vez me desperté dentro del invernadero y me había hecho pis encima.
—Es común que los niños tengan episodios de sonambulismo, que suelen desaparecer con el crecimiento. Entre los adultos, el sonambulismo puede verse provocado por el alcohol, la falta de sueño o el estrés. En ocasiones resulta tremendamente frustrante y perturbador para el afectado. Hay que retirar todos los objetos con los que pueda hacerse daño y es aconsejable que duerma en el piso inferior, con ventanas y puertas cerradas.
—Debe de ser muy angustioso no tener pleno control de lo que haces.
—Hay casos de gente que se ha desnudado completamente y actuado del modo más extraño. Si no eres capaz de controlar lo que haces, tampoco se te puede pedir cuentas de ello. ¿Qué opinas tú como policía? Se trata de una enfermedad…
—Se ha lanzado un nuevo fármaco contra el tabaquismo. Fumarret. ¿Te suena? Leí un artículo que mencionaba que en ciertos casos puede derivar en estados de confusión y originar sonambulismo.
—Entonces sabes más que yo. Soy especialista en infecciones, pero si quieres más información puedo contactar con un colega. En nuestro hospital trabaja Sam Wettergren, uno de los más destacados investigadores sobre el sueño de nuestro país.
—¿¡Sam Wettergren!?
—O sea, que lo conoces. Se desempeña tanto en el ámbito del tabaquismo como de los problemas del sueño, aunque en realidad es especialista en neumología. Recientemente presentó un estudio sobre los esteroides vegetales. Aún no me ha dado tiempo a leerlo en profundidad, pero sé que suscitó un enorme interés en el último congreso de medicina celebrado en Gotemburgo el pasado otoño. Creo que le publicaron un artículo en The Lancet.
—Suena muy prestigioso.
Maria apenas alcanzó a ocultar su excitación ante Jonatan, que leyó a Maria como si de un libro abierto se tratara. La llama de la vela colocada entre los dos flameó por la corriente de la puerta tras la entrada en el establecimiento de unos nuevos clientes.
—Lo conoces, ¿no es cierto? Y le has interrogado sobre Linn, la mujer asesinada. Trabajaba con él…
Jonatan comprendió súbitamente adonde conducían esas preguntas.
—¿La conocías tú?
—Me vi con ella varias veces cuando hacía guardia en el hospital. Somos muchos los que la echamos de menos —dijo Jonatan, hundiéndose luego un breve instante en sus propias meditaciones—. No sospecharéis de él, ¿verdad?
—No puedo decirte nada. Seguro que lo comprendes dedicándote a lo que te dedicas. Tú tampoco pondrías en riesgo el secreto profesional.
—¿Podemos vernos de nuevo? —preguntó Jonatan al hacer Maria amago de levantarse.
Ella dudó. Lo deseaba realmente pero prefería no prometer nada.
—Eres uno de mis amigos más queridos, Jonatan. Por supuesto que tenemos que vernos.