Capítulo 26

El clima veraniego había retornado. El sol pegaba fuerte del otro lado de las ventanas de la jefatura de policía. Hacia el aparcamiento de Ostercentrum, junto a la muralla, la hierba crecía de un verde luminoso y las golondrinas que habían abandonado sus oscuros escondrijos del muro de piedra revoloteaban ahora bajo un cielo azul intenso. Erika Lund abrió la ventana para que entrara aire. Llevaba trabajando desde primera hora de la mañana. Ya tenía en su poder el informe preliminar del forense y los resultados de los análisis encargados. Llegó tarde a la reunión. Los otros llevaban esperándola un rato y cuando accedió a la sala el murmullo remitió. El aire dentro de la estancia parecía el de una cámara mortuoria, por lo que se apresuró a abrir las ventanas de par en par.

—La estimación preliminar del médico forense indica que Harry Molin falleció a las 23 horas de la pasada noche, con un margen de error de una hora. Per Arvidsson cuenta con coartada para ese intervalo, ya que permaneció en el transbordador hasta las 00.15. Ello, naturalmente, nos facilita la labor, por no tener que apartarlo del servicio. Arvidsson se encontró con el asesinado poco después de las siete en punto de esta mañana. Harry Molin apareció colgado de un gancho del techo de la sala de estar de la casa de Arvidsson, que seccionó la soga y a continuación llamó a urgencias. La cuerda era propiedad de Per.

—¿El asesinado? ¿Harry no se suicidó? —preguntó Maria, cuyo pensamiento inmediato al oír lo acontecido fue que se trataba de un suicidio. Harry había acabado con la vida de Linn Bogren por algún motivo todavía desconocido y luego se había arrebatado la suya propia. No podía ser de otro modo. Casi había dado el caso por solventado.

—Todo apunta a que lo colgaron ahí.

—Pero ¿un gancho corriente de una lámpara aguanta un ahorcamiento? —indagó Hartman con aire pensativo, volviéndose hacia Erika.

—Arvidsson había sustituido el gancho. Le pregunté al respecto y me dijo que lo había cambiado tras barajar él mismo la idea de quitarse la vida —aclaró Erika hundiendo la vista en sus papeles para no cruzarse con la mirada de Maria. Era la vida privada de Per. Quería protegerlo pero al mismo tiempo debía ser fiel a la verdad—. Tan mal estaban las cosas.

—Pero ¿cómo pudo saber el asesino que había un gancho donde ahorcar a alguien?

—¿Se han encontrado indicios de resistencia? —preguntó Ek.

—Calma. Ahora voy a eso —repuso Erika lanzándole una penetrante mirada a Ek. Necesitaba que la dejaran hablar sin ser interrumpida para no perder la concentración—. Harry Molin fue hallado descalzo. Presentaba rozaduras en los talones, como si alguien hubiera arrastrado el cuerpo sobre piedras afiladas… tal vez a través del patio. La tapa de su buzón apareció abierta. Puede ser que saliera a recoger el correo sin sus perros y fuera sorprendido por el homicida. El forense constata asimismo que recibió un golpe brutal, pero no letal, con un objeto contundente sobre la sien izquierda. No se ha hallado ninguna hemorragia interna de relevancia, pero sí una fractura en el hueso temporal.

—En otras palabras, pudo encontrarse inconsciente cuando lo colgaron —intervino Hartman.

—No lo sabemos con certeza, pero es probable. No hay ninguna lesión típica de defensa, así que no creo que opusiera resistencia. Hemos encontrado una colilla junto al buzón. El análisis de ADN llevará tiempo, pero con un poco de suerte podremos emparejarlo con alguien ya conocido. Ha llovido durante la noche y disponemos de una huella de zapato probablemente impresa por el asesino al apagar el cigarrillo, pues hemos hallado parte de la huella en él. Encontramos asimismo una mancha amarilla de gran tamaño sobre la camisa de la víctima, que el análisis ha demostrado ser orina. Si el cuerpo hubiera estado suspendido durante la expulsión de la misma, hubiera caído hacia abajo, no a la altura del pecho. Es decir, debemos partir de la suposición de que el cuerpo ha estado tendido. Puede que el golpe le hiciera perder el control de la vejiga y permaneciera tumbado. Se han hallado algunos rastros de sangre de la víctima junto al buzón, pero ninguno en el trozo de suelo bajo el gancho del que colgaba.

—¡Joder! —exclamó Ek—. Yo también había dado por supuesto que era un suicidio.

—Otro hallazgo sorprendente es el de una marca en la grava junto al buzón. Una K. Naturalmente, puede tratarse de una casualidad, un niño que acaba de aprenderse el alfabeto. No quiero extraer ninguna conclusión precipitada, pero sí establecer un paralelo con el dormitorio donde Linn Bogren perdió la vida, donde encontramos, apenas perceptible, la letra K grabada en la sangre del empapelado.

Un pensamiento cruzó repentinamente por la mente de Maria.

—¿Recuerdas cuando estábamos en tu casa indagando sobre Roy y Kilroy? ¿Puede tratarse de la K de Kilroy?

—Resulta algo rebuscado, pero todas las ideas merecen ser consideradas. ¿Alguien ha dado con sus allegados? —preguntó Hartman volviéndose hacia Haraldsson y Ek. El primero de ellos movió la cabeza en dirección a Jesper.

—He logrado contactar con la hermana, que parece ser su única familiar. Llevaban varios años sin verse. Solo mantenían contacto telefónico y se enviaban tarjetas de felicitación navideñas. Aparte de ser miembro de varias asociaciones de pacientes, no parece haberse relacionado con nadie, excepto por internet, donde tiene una asombrosa cantidad de contactos. Hemos decomisado su ordenador y le he echado un rápido vistazo. Todos sus favoritos del navegador están relacionados con la sanidad. Parece ser su gran pasión.

—O problema —repuso Maria, irritada con todas las chanzas a costa de Harry, quien con toda seguridad vivió lo mejor que pudo conforme a las circunstancias que le tocaron.

—No hemos podido detectar que hayan robado nada en casa de Molin. Estaban el ordenador y el televisor de pantalla plana, que tenía pinta de haber sido adquirido recientemente y cuesta un mínimo de diez mil coronas. Hemos encontrado incluso su billetera en el poyete de la cocina, junto a la cafetera, justo al lado de las llaves del coche —continúo Haraldsson—. La puerta del vehículo estaba sin cerrar. La hermana me ha dicho que se trata de algo muy raro. Según ella, a Harry en la vida se le hubiera ocurrido suicidarse, lo cual, por otra parte, también es una reacción habitual entre los familiares. Pero añadió una cosa importante: se acababa de confeccionar un traje a medida que le costó más de seis mil coronas. Hallamos el recibo entre sus facturas del cajón del escritorio. No te mandas hacer un traje si tienes la intención de suicidarte, ¿verdad? Pensaba ponérselo en la boda de su sobrina, el día de San Juan.

—La cartera contenía más de mil coronas, así que no se trata de un robo. El ahorcamiento tiene un carácter exhibicionista similar al asesinato de Linn Bogren —concluyó Maria, que llevaba un rato en silencio escuchando—. El cadáver no ha sido ocultado, sino que se expone provocativamente en casa de un policía. Como cuando un gato arrastra una rata decapitada y la deposita en el vestíbulo como trofeo de caza. ¿Para quién monta ese teatro? ¿Cuál es el público al que desea llegar? ¿Se trata de un mensaje para alguien a quien quiere amedrentar o de una persona que odia a la policía y pretende demostrar su superioridad?

—Y a quien le da un subidón cuando lee en el periódico que la policía no tiene ninguna pista del autor de los hechos —agregó Hartman, que muchos años atrás se enfrentó a un caso aterrador relacionado con la sensación de poder, un desecho humano que oscilaba entre la percepción de su propia divinidad y una absoluta falta de autoestima. Para ganarte el respeto tienes que ser peligroso—. La persona que buscamos puede ser muy inteligente en un aspecto y al mismo tiempo un enano en el ámbito emocional, una víctima de sus propias ideas sobre la maldad de los seres humanos y la obsesión por castigados. Posiblemente alguien vinculado, actualmente o en el pasado, al ámbito psiquiátrico.

—¿Quieres decir que las víctimas han podido ser escogidas aleatoriamente? —preguntó Maria evocando nuevamente la agresión en la que ella misma y el chico de trece años fueron objeto de una violencia en apariencia casual y brutal.

—Tal vez. Existe esa posibilidad. Hay tanta rabia que busca salida… El criminal solo aguarda a su víctima —añadió Hartman y, al advertir la irritación de Erika, interrumpió su discurso.

Erika Lund miró de reojo los papeles y luego el reloj.

—He examinado las muestras que tomé en casa de Linn Bogren, comparándolas con los rastros que hallé en la de Harry Molin. La posibilidad de que nos las estemos viendo con un mismo asesino en ambos casos es perfectamente plausible en estos momentos. Es, como digo, una posibilidad, pero no debemos darla por supuesta. Las principales huellas que encontré en casa de Bogren no atribuibles directamente a su esposo o su amiga son los pelos de perro vinculados a los animales del vecino.

—Puede que la visitara como vecino. En realidad no tienen por qué significar otra cosa —reflexionó Hartman ante los reunidos. Ese planteamiento podría quizá servir de ayuda en el futuro.

—Lo más interesante es un esputo bastante denso sobre papel higiénico arrojado en la papelera de Linn. Un indicio repugnante, pero ilustrativo y valioso. Contiene restos de serrín con residuos de pintura, tal vez lijaduras microscópicas de un suelo de parquet. Desconocemos al delincuente, no está en nuestros registros, pero podemos suponer que es parquetista o un aficionado que recientemente ha lijado su parquet.

—¿Cómo sabemos que pertenece al asesino? —preguntó Ek.

—No lo sabemos, pero he encontrado algo más. En una de las tiras de sábana que decoraban la Colina del Templo había una insignificante mancha oscura de snus. Resulta que coinciden. En definitiva, tenemos el ADN de alguien que ha estado presente en la escena del crimen, o sea, la casa de Linn, y en la Colina del Templo. Si, además, ese ADN aparece en la colilla hallada junto al buzón de Harry, habremos recorrido un buen trecho —declaró Erika, y se volvió hacia los allí reunidos esperando su reconocimiento.

—Creo que podemos afirmar que estamos ante un importante avance —resumió Hartman.

—¿Coincide con el ADN recogido bajo mis uñas tras la agresión mortal? —sondeó Maria.

—No, por desgracia —señaló Erika, que había esperado que así fuera.

—Voy a pedirle a Claes Bogren que elabore una lista de las personas dentro de su círculo de conocidos que consumen snus, fuman o están realizando reformas en su casa. Aparte de ello, encontramos un par de zapatos de la marca Rieker, talla 42, en casa de Harry, que encajan perfectamente con las huellas de la casa de Linn. La cuestión es qué estaba haciendo Harry allí —dijo Hartman, incapaz de desembarazarse de la idea de que Harry pudo haber asesinado a Linn.

—El ADN que registramos en casa de Linn no es el de Harry —aclaró Erika.

—Gracias. Debemos efectuar también una ronda entre los comerciantes de material de construcción que alquilan acuchilladoras y otros equipos de uso doméstico —advirtió Hartman, e hizo una seña a Erika cuando esta se disponía a abandonar la sala de reuniones—. Le he pedido a un chico del grupo de informática que examine el ordenador de Per Arvidsson, lo cual, por cierto, me resultó algo extraño, ya que normalmente es Per quien se encarga de ello —dijo Hartman, repartiendo a continuación fotocopias del material—. El 15 de junio por la noche, concretamente a las 22.25, Linn Bogren se dirigió a casa de Arvidsson para pedirle que le dejara su ordenador. A las 22.30, Linn se mandó un mensaje electrónico a sí misma, una especie de copia de seguridad, en Hotmail. Se trata de un estudio sobre esteroides vegetales.

Ek se reclinó sobre su asiento mientras trataba de descifrar los números.

—¿Qué opinas, Maria?

—Yo tampoco soy experta en la lectura de informes de investigación médica. Para poder transferir el material al ordenador de Arvidsson tuvo que haberse llevado una memoria USB o un CD-ROM, ¿verdad?

—No he encontrado en su vivienda ninguna memoria USB, ni tampoco CD-ROM alguno —respondió Erika con un suspiro profundo—. He encargado a un becario con formación universitaria que interprete el mensaje relativo a ese estudio. Uno echa mano de lo que tiene.

—El ordenador de Linn o, mejor dicho, del departamento del hospital, no estaba en la casa. Su esposo supuso que lo tenía guardado en su planta. Raras veces se lo llevaba a casa.

Hartman se volvió hacia Maria, la última persona en hablar con Claes Bogren.

—Ha tenido prestado el portátil casi un año para poder trabajar con el estudio.

Maria dio cuenta seguidamente de la reunión mantenida a principios de semana con el personal de la sección donde trabajaba Linn. Habían tocado muchos temas, pero no se hizo referencia específica a un estudio del tipo que fuera. Se habían encargado de él Linn y su jefe de planta. No había ninguna otra persona implicada en el mismo.

—¿Qué motivos podía tener para transferir el material al ordenador de Arvidsson si no temía que nadie lo destruyera? Llamemos de inmediato a su superior para interrogarlo —dijo Hartman, y cogió el teléfono al objeto de comunicárselo a sus colegas del servicio de patrulla—. Se llama Sam Wettergren.

—He pensado en echar un vistazo a sus cuentas bancarias y luego tengo la intención de ir a visitarle por sorpresa. Ya nos conocemos. No voy a avisar de mi llegada en la recepción —dijo Maria sin esperar respuesta. De hecho, ya se había puesto en marcha.

Hartman dio por finalizado el encuentro con un gesto. Ahora tenía que dar con Arvidsson.

Per Arvidsson hablaba por teléfono hundido en su asiento como un mosquito gigante, con sus larguiruchas piernas desparramadas por el suelo. Hartman aguardó junto a la puerta, a la espera de que pudiera atenderle, pero Per le hizo un gesto de rechazo con la mano. Acababa de contactar con el colega jubilado que había estado de servicio cuando lo del asesinato del cortacésped.

—He encontrado un artículo de periódico en internet, de hace diez años, sobre un hombre de cuarenta y cinco años de edad que fue asesinado con la hoja de un cortacésped. Ocurrió en su distrito. Quisiera que se me suministrara toda la información disponible en torno a ese caso.

El veterano compañero de Estocolmo no tenía mucho que aportar. Se notaba que a Per le impacientaba que hablara y pensara con tanta lentitud.

—Créame. Cuando se comunicó conmigo la primera vez traté de encontrar el expediente para refrescarme la memoria. Yo era el encargado de investigar el caso y recuerdo muy bien la ejecución. Encontramos el arma del delito, pero ahí acabó todo. No había nada sobre lo que avanzar, ni ningún testigo. Y ahora ha desaparecido toda la información. No está en el archivo. Ni en papel ni en el registro informático.

—¿Qué quiere decir? No puede desaparecer así, sin más… ¿Ha sacado alguien prestado el expediente?

—Naturalmente lo investigaremos, pero, por el momento, no hay información alguna.

—¡Joder! Pero, bueno, ¿qué recuerda? —preguntó Arvidsson mientras se mordía frenéticamente la uña del dedo gordo. Tenía que pillar al cabrón ese que había atacado a Maria. Quizá fuera la única posibilidad de recuperarla.

—Nunca se aclaró. Nadie había visto ni oído nada. Al hombre lo encontraron en una cuneta, totalmente destrozado. Pocas veces en mi carrera profesional vi algo similar. ¿Por qué me lo pregunta?

—Porque se rumorea entre los bajos fondos que el responsable de ello se llama Roy. ¿Le dice eso algo?

—¿Roy? No, nada en absoluto. Viví con este caso pegado a mi retina durante tres años. En la investigación no apareció ningún Roy. De hecho no había ni un solo sospechoso. Ni testigos. ¡Nada de nada!

—Me gustaría que me hiciera el favor de anotar todo lo que recuerde. El nombre de ese hombre, los conocidos que tenía, familiares, amigos… todo —solicitó Per, describiéndole a continuación la agresión con resultado mortal y la agonía de Maria—. Creemos que puede tratarse del mismo sujeto.

—Leí en relación a ese ataque en el periódico. Un hecho conmovedor. ¿Cómo se encuentra Maria Wern?

—El periódico no lo cuenta todo. El bastardo ese le clavó una jeringa con sangre. Ella se ha armado de valor y sigue trabajando a la espera del veredicto. Hemos solicitado a las instancias sanitarias una relación de todos los habitantes de la isla con algún tipo de infección sanguínea, pero ninguno encaja. La policía tiene derecho a acceder a esa información, pese a lo cual siempre tenemos que enfrentarnos al mismo lío administrativo. Parece que nadie quiere asumir responsabilidades.

—¡Vaya! Veo que las cosas cada vez van a peor…

—Espero noticias suyas —concluyó Per. Colgó luego bruscamente el teléfono y lanzó una imprecación. En ese mismo instante vio a Hartman—. ¿Algo nuevo?

Los otros habían estado reunidos y Per no había sido informado de nada hasta que Maria pudo verificar su coartada.

—Harry Molin fue asesinado —dijo Hartman, adentrándose en la estancia con dos zancadas y sentándose a continuación frente a Arvidsson, al lado del escritorio.

—¿Qué carajo estás diciendo? Pensaba que se había ahorcado en mi casa para asegurarse de que le encontraran.

Hartman le hizo un breve resumen de los hechos.

—Dos asesinatos en tu barrio. La gente está llamando como loca. Tenemos la centralita totalmente bloqueada. La opinión pública exige una mayor presencia policial en el centro una vez caída la noche. Se rumorea que el padre de Linus está reclutando una guardia ciudadana.

—No me extraña —repuso Per. Ni él mismo sabía cómo reaccionaría si la víctima hubiera sido su propio hijo—. ¿Cómo se encuentra Maria? Está bien jodida la cosa. Sabe que estuve en casa de Rebecka y no quiere volver a verme.

Hartman sacudió la cabeza afligido. Lo lamentaba por ambos.

—Maria se ha largado sin más para interrogar a Sam Wettergren, el jefe de planta donde trabajaba Linn Bogren. Sin coordinarse antes. Va por libre. Si te sirve de consuelo, parece más enfadada que triste.

—¿Se ha ido sola?

—Ek se ha unido a ella.