Capítulo 24

Ek y Haraldsson fueron los primeros en llegar. Per Arvidsson los recibió en el patio tras lo que le pareció una espera eterna.

—Está muerto. No hay nada que podamos hacer.

Jesper Ek daba la impresión de no creerse del todo lo que acababa de oír. Resultaba del todo inverosímil.

—¿Apareció colgado, así sin más, en tu sala de estar? ¡Por Dios! ¡Tienes que haberte llevado un shock!

—Imagínate —respondió Arvidsson con voz tenue. Era un alivio no estar a solas con el muerto. Todo lo que pudo haberle sucedido a Harry Molin ya era agua pasada, pese a lo cual, la cercanía de la muerte resultaba terrible.

—¿Sabes quién era? —preguntó Haraldsson e hizo amago de acceder a la casa, pero Ek lo detuvo.

—Erika te matará a palos si te pones a merodear y destruyes pruebas, ya lo sabes.

—Le conocía —contestó Per—. Era mi vecino, Harry Molin. Es inconcebible. No me cabe en la cabeza por qué iba a venir aquí a ahorcarse. A mi casa. ¿Tenía miedo de que no le encontrara nadie de lo contrario? Nunca recibía visitas.

—Fuimos a buscarle a su casa. Quizá se colgó en este lugar pensando en los perros. Para que no tuvieran que verlo. Los puedo oír desde aquí. Temía sin duda que estuvieran solos durante mucho tiempo si nadie lo encontraba —dijo Haraldsson limpiando con la mano el banco verde junto a la pared y sentándose a continuación—. ¿No tenía familiares?

—Una hermana en Arboga —recordó Arvidsson—, pero no sé cómo se llama. Me pregunto por qué lo hizo. ¿Por qué ahora? ¿No podía aguantar más?

—Tal vez se sintiera solo y desgraciado —aventuró Jesper Ek colocándose bajo el techo para resguardarse de la llovizna. Guardaron silencio por un momento—. Maria intentó durante todo el día de ayer dar con Harry Molin. Quería interrogarle con carácter informativo acerca del asesinato de Linn Bogren. Era su vecino y, además, ha quedado demostrado que estuvo presente en la escena del crimen. Sus perros fueron atados junto a la puerta de entrada de Linn. Nos consta que Harry y Linn solían conversar y ahora él está muerto —señaló Jesper introduciéndose bajo el labio una porción de snus—. ¿Piensas que ha podido ser él?

—¿El que mató a Linn? —preguntó Per, barajando a continuación la idea. Vivían en un área residencial tranquila. Harry no había mostrado ninguna tendencia agresiva, sino todo lo contrario. Su carácter manso y rebuscado tal vez pudiera irritar a otras personas, pero, en lo que a él respectaba, era un hombre sereno y bastante retraído.

—Obviamente, es un posible motivo para quitarse la vida. Puede que hiciera algunos acercamientos y ella se resistiera. Entonces se siente tan avergonzado y humillado que no lo soporta y asesina a Linn. Y después se quita de en medio para evitar el castigo —intervino Haraldsson, poniéndose luego en pie al oír un coche aproximándose—. ¿Será Erika?

—Resulta extraño que se ahorcara en casa de otra persona. ¿Cómo podía saber que iba a resistir el gancho del techo? —añadió Per, y se sentó en el lugar de Haraldsson. Sentía cómo el agotamiento invadía su cuerpo, pesado como el plomo—. Estaba al tanto de que era policía. Puede ser que tratara de entregarse. ¿Y si yo hubiera estado en casa?

En el momento de pronunciar esas últimas palabras comprendió sus implicaciones. Si hubiera estado en casa y no en la cama de Rebecka, quizá Harry estaría vivo ahora… o acaso ninguno de los dos.

Un coche detuvo su marcha en el exterior de la valla y momentos más tarde aparecieron en la verja Tomas Hartman, Erika Lund y un espigado sujeto que resultó ser el médico de guardia. Erika les dirigió un corto saludo e inició de inmediato su labor.

—No montaremos el cordón policial hasta que no hayamos terminado aquí. La cinta de la policía solo sirve para atraer a los curiosos —ordenó Tomas Hartman mientras se acomodaba en el sofá del jardín, junto a Arvidsson.

—De todas formas, si empezamos a llamar puertas la gente empezará a revolotear por aquí —arguyó Ek dándole un empujoncito a Haraldsson para sacarlo de sus reflexiones—. Porque en este lugar ya no se nos necesita, ¿cierto?

Poder marcharse suponía todo un alivio para ellos.

—Correcto —confirmó Hartman mientras abría su cartera y sacaba un bolígrafo y un cuaderno. La situación resultaba innegablemente peculiar—. ¿Cuál es tu fecha de nacimiento, Per?

Hartman tomó los datos preceptivos y le pidió a Arvidsson que lo contara todo desde el principio.

—Vamos a ver. Llegaste con el transbordador anoche. ¿A qué hora? ¿Justo antes de medianoche? —indagó Hartman entornando los ojos sobre la montura de sus gafas para ver más nítidamente la cara de Per. No se había acostumbrado del todo aún a sus lentes progresivas.

—El barco llevaba unos quince minutos de retraso, así que eran aproximadamente las doce y cuarto.

Hartman se quedó estupefacto.

—Pero no lo has denunciado hasta ahora… ¡Son más de siete horas de retraso!

—Correcto —contestó Arvidsson, que en ese momento comprendió que la pernoctación en casa de Rebecka no iba a pasar desapercibida—. Estuve con Rebecka y los niños.

Eso sonaba un poco mejor que confesar que había dormido en la cama de ella. En el mejor de los casos, Hartman pensaría que pasó la noche en casa de sus hijos, durmiendo en el sofá del salón de Rebecka, porque esta iba a llegar tarde a casa e iba a encargarse de ellos al día siguiente.

Hartman le lanzó una mirada que dio al traste con esa esperanza y Per empezó a sonrojarse hasta arderle las mejillas. Hartman agitó la cabeza.

—Mala cosa —añadió.

—Efectivamente —respondió Arvidsson. No había más que decir. La había cagado y ahí estaba Hartman, enseñoreándose. ¡Así le partiera un rayo!—. ¿Acaso tú nunca has hecho alguna estupidez?

—Sí, pero han prescrito. Ya no tengo edad. No me manejan tanto las hormonas y soy más acomodaticio. ¿Piensas contárselo a Maria?

—No —respondió Per, sintiendo cómo su miedo se tornaba en vértigo—. No, no quiero arriesgarme a perderla una vez más.

—Bueno, eso es cosa tuya. No soy el más adecuado para ofrecerte consejos, pero…

—Entonces no lo hagas —contraatacó Per, arrinconado e irritado—. ¿Alguna cosa más?

—Llegaste a casa. ¿Qué pasó luego?

Per Arvidsson trató de describir en la medida de lo posible el curso de los acontecimientos desde su descubrimiento de la ventana destrozada y el cuerpo de Harry colgando del gancho del techo hasta la llegada de sus compañeros.

—Harry le contó algo importante a su médico…

—Anders Ahlström. También me atiende a mí. Trabaja en el centro de salud que cubre esta área.

Per había oído a Harry hablar de él bastantes veces. A Ahlström se le daban bien las cosas la mayoría de las veces, aunque otras metía la pata, siempre en función, más o menos, de las tesis que estuviera dispuesto a aceptar.

—Harry le contó a su médico que, una noche, bastante tarde, a principios de semana, se había topado con Linn en compañía de tres hombres, y que esta iba bebida. El médico se lo comunicó a Erika Lund, puesto que se conocen —señaló Hartman con gesto evidente cual libro abierto.

—Lo sé. Suelen jugar a los médicos —comentó Per en una tentativa fallida de broma—. ¿Adónde quieres llegar?

—Harry mencionó también al doctor que Linn Bogren te visitó la noche antes de ser asesinada.

Per se paró a pensar. La nebulosa de su agotamiento le llevaba a confundir días y momentos. Linn había ido a su casa bien entrada la noche y él había bebido más whisky de la cuenta.

—Quería que le dejara usar el ordenador.

—¿Para qué?

—Había vendido el suyo en un sitio web de subastas, o algo por el estilo. No sé. Seguramente pueda verificarse. Habló de un viaje que tenía que reservar. No estaba ni siquiera en la misma habitación cuando lo utilizó, así que no sé lo que hizo —dijo Per tratando de rememorar, pero todos los detalles se habían esfumado de su mente.

—¿De qué humor estaba? ¿Parecía ilusionada, alegre, temerosa, triste…? —preguntó Hartman rascándose ruidosamente el cuero cabelludo. La torpeza mental de Per le preocupaba. No serviría de nada como testigo en un juicio si no era capaz de recordar las cosas con precisión ni discernir días y momentos.

—No me acuerdo. Se mostró ante todo insistente. No quería dejarla pasar, suponía para mí una molestia en ese momento. Necesitaba estar solo.

—Como comprenderás, tenemos que llevarnos tu ordenador y vas a tener que irte de aquí durante un tiempo.

—Sí. Le preguntaré a Ek si puedo quedarme con él. Tiene toda una casa, seguro que podrá alquilarme un rinconcito.

Lo más natural, pensó Per, sería trasladarse a casa de Maria, pero no se atrevía a preguntárselo. Probablemente llevaba escrito en la frente lo que acababa de hacer. ¿Qué diantre iba a pasar si se enteraba?

—¿Crees que Harry asesinó a Linn? —inquirió Hartman en el momento preciso en que pasó junto a ellos el cadáver de aquel dentro de la habitual bolsa negra, rumbo al vehículo que lo transportaría.

—¿Qué pensar si no? —reflexionó Per—. Es posible que Harry haya estado enredado en algo ilegal o que escondiera un secreto vergonzante que ella desvelara… Como sabes, era enfermera y estas conocen más de un secreto. Puede que cometiera el asesinato llevado por un impulso repentino y que el engalanamiento… la exhibición, viniera más tarde. Linn iba vestida de novia. ¿Era una forma de castigarla por haberle sido infiel a Claes? ¿Se había erigido Harry en un adalid de la moralidad o tal vez la amaba y fue rechazado? —aventuró Per dibujando esa idea en su mente. Sin duda, Harry sentía cierta debilidad por Linn—. Ahora que lo pienso, solía esperarla junto al buzón al llegar el correo. Aguardaba a que Linn recogiera su correspondencia para poder charlar un momento con ella. Ella siempre se mostraba amable y le dedicaba un rato. Tal vez fuera la única persona que se comportara amistosamente con Harry y él, en su soledad, lo interpretara erróneamente como una invitación, qué sé yo.

—Coincido contigo. Si suponemos que Harry realizó acercamientos y ella los rechazó, como Haraldsson apuntó antes, pudo acabar con su vida para evitar que lo dejara en evidencia. Pero ¿y toda esa parafernalia? El asesino le ha dedicado mucho tiempo y planificación. No es algo que una persona normal haría. No creo que estemos ante un homicidio —afirmó Hartman.

Por fin obtuvo la preeminencia que necesitaba para que la sensación de divinidad volviera a recorrerle las venas. Se trataba de todo un éxito. Ahora que podía leer sus pensamientos resultaba mucho más fácil planear el próximo movimiento. El chico de Svartsjö que se había ido de la lengua tenía los días contados, se prometió a sí mismo. No era el momento ahora, pero más tarde… Tenía que internarse en el archivo para borrar la historia del cabronazo ese rematado con la hoja del cortacésped, lo cual le exigiría un breve desplazamiento físico, aunque con el ordenador podría seguir las pesquisas de la policía más de cerca de lo que nunca hubiera imaginado. Qué vergüenza pertenecer siquiera a la misma estirpe humana que ellos… Un coeficiente intelectual de cien puede considerarse como un verdadero retraso mental cuando el tuyo es de ciento cuarenta y ocho. No deberían tener ni derecho a votar.