Capítulo 19

Erika Lund ojeó rápidamente el acta del médico forense antes de ir a reunirse con los demás en la sala de conferencias. Haraldsson tenía pinta de haber dormido con el uniforme puesto, lo cual no era realmente improbable. Al cerrar este los ojos, Ek le dio un empujón sobre el costado que le hizo caer sobre Maria, la cual sostenía una taza de café en la mano. Maria tuvo el tiempo justo de abrir las piernas para evitar que el líquido hirviente fuera a parar a sus rodillas. Hartman les lanzó una mirada de reprobación. Ahora tocaba escuchar a Erika.

—Linn Bogren tenía en la sangre una tasa de alcohol de 1,6 y una cantidad considerable de somníferos, cuatro veces la dosis que se suele recetar. No es una cantidad mortal, pero definitivamente se trata de una sobredosis. El corte en la garganta se realizó con un cuchillo de cocina convencional, el hallado bajo la cama de la víctima. No hay ninguna otra huella que las de la víctima. Probablemente fueran depositadas tras su fallecimiento. Por lo demás, la escena del crimen está sorprendentemente exenta de huellas dactilares. Clínicamente limpia. La cabeza fue separada del cuerpo un centímetro aproximadamente por encima del corte propiamente dicho antes de su traslado al jardín botánico, en la Colina del Templo. No he encontrado ningún indicio de lucha o resistencia. Todo apunta a que fue asesinada mientras dormía. Además, la cantidad de sangre restante en el cuerpo es asombrosamente reducida. La colgaron como una pieza de caza para desangrarla. Encima de la cama, en el techo, hay un robusto gancho que sujeta el ventilador. Al retirarlo encontré pequeñas fibras de cuerda…

—¿Cabe la posibilidad de que estemos ante un cazador? —preguntó Ek, afectado por un difuso malestar tras la detallada descripción de los hechos ofrecida por Erika.

—No lo sabemos con certeza. Puede tratarse de un empleado de una carnicería o de un médico, alguien habituado a manejar un cuchillo. El cuerpo tuvo que ser transportado dentro de algo, una bolsa grande, una caja… Encontré un trozo pequeño de una bolsa negra de basura en la Colina del Templo con restos de sangre en el plástico. Otro elemento algo particular es el hallazgo de pelo de dos perros distintos. Con toda probabilidad fueron amarrados a la barandilla de la escalera, ya que es ahí donde hay una mayor acumulación de huellas de patas caninas sobre el terreno reblandecido. Los perros se encontraban junto a la escalera durante o después de la lluvia.

—He comprobado este punto con Claes Bogren y Sara Wentzel. Ninguno de ellos sabe de ningún propietario de perros que haya podido visitar a Linn —intervino Maria—. Al menos nadie con quien ella soliera relacionarse. Sin embargo, su vecino Harry Molin tiene dos perros: un pastor alemán y un labrador. Voy a interrogarlo de inmediato.

—Excelente —agregó Erika, impaciente por continuar—. Posteriormente, por medio de Anders Ahlström, el médico de Molin, supe que Harry se encontró con Linn el domingo de la semana pasada, por la noche, volviendo esta a casa de su trabajo. Parecía aterrada y, tal vez, ebria. Andaba dando tumbos y apenas se mantenía en pie. Se encontraba aturdida, en palabras de Harry. Puedes preguntarle al respecto. En cualquier caso, más tarde esa misma noche, Harry apoyó su cara contra la ventana de ella para ver si estaba en casa, lo cual hubiera asustado a cualquiera. Era enfermera y él necesitaba consejo.

—¿Anders? ¿El médico que conociste en el pub? —preguntó Maria con una media sonrisa.

—Sí —respondió Erika con gesto molesto. La esfera profesional y privada son mundos distintos y así deben permanecer. Maria no removió más el asunto.

—No parece muy normal ir en busca de una enfermera en mitad de la noche si no se trata de algo urgente —intervino Hartman—. Iré contigo, Maria. No creo que sea conveniente que te veas con él a solas —dijo Hartman mirándola con un ademán que demostraba su inflexibilidad sobre ese punto—. La persona que mató a Linn Bogren debe haber sido lo suficientemente fuerte como para subir el cuerpo quinientos metros por una colina. Una o varias personas… ¿Qué indican las huellas de zapatos que tomasteis, Erika?

—En la Colina del Templo no valía la pena ni intentarlo teniendo en cuenta toda la gente que se paseó por allí, pero hemos registrado huellas junto a la puerta de la cocina de la casa de Linn, en Specksgränd. Un par de Rieker del 42, otro par de Adidas de talla 44 y también una huella de baja calidad del 44-45 de una marca que aún no conocemos.

—He examinado detalladamente la coartada de Claes Bogren y resulta algo sorprendente —declaró Maria tomando su cuaderno de notas y ojeando las últimas páginas—. El carguero donde trabajaba atracó en el puerto de Gotemburgo un día antes de la fecha que nos indicó, pero el billete del barco de Gocia coincide y, como él también señaló, este transbordador llevaba algo de retraso.

—¿Embarcó en él o solo compró el billete? —inquirió Hartman intercambiando una rápida mirada con Maria.

—Embarcó, o bien alguien lo hizo en su lugar. Como ya sabéis, en la ventanilla no comprueban tu identidad. Tampoco nada te impide cambiar tu billete con otra persona después del viaje, por ejemplo, un amigo. O tal vez puedas encontrarte un billete usado en una papelera. Resulta algo rebuscado, pero un billete en realidad no es una coartada perfecta.

—¿Cómo explica ese día extra en Gotemburgo? —interrogó Ek repantigado y con gesto astuto. Se había formado ya una idea precisa.

—Dice que no lo recuerda. Se pegaron una buena juerga y a veces uno no se despierta el día que cree… vino a decirme. Pero ¿es posible que se te escape un día entero? No me da la impresión de que lleve ese tipo de vida. Parece un hombre bastante formal.

—En mi mundo, un día extra significa una mujer extra —confesó Ek en un arranque de sinceridad.

Maria no pudo evitar sonreír. A nadie le sorprendió; Ek era así.

—También se me ocurrió esa idea y la insinué, pero Claes lo negó. Es posible que se sienta culpable. Tarde o temprano saldrá a la luz. No va a ser la última vez que lo interrogue. Por cierto, tiene un 44 de zapato, así que las Adidas pueden ser suyas. Le pediré que vaya a dejar sus zapatillas al departamento científico.

—¿Ha arrojado algo la ronda con los vecinos? —preguntó Hartman mirando a Haraldsson y Ek. Haraldsson parecía sumido en sus propios pensamientos, por lo que Ek se le adelantó.

—No mucho. La mayoría estaba durmiendo. No hemos podido dar con Harry Molin, su vecino más cercano, el de los perros. Nadie abre la puerta y el teléfono está desconectado. Per Arvidsson vive en la misma calle, más arriba, del otro lado. Él tampoco apreció nada extraño. Linn se pasó por su casa un rato la noche en que falleció. No me enteré muy bien con qué motivo.

Haraldsson estiró la espalda. Siempre le costaba trabajo permanecer sentado mucho tiempo. Necesitaba moverse, pero la reunión parecía prolongarse.

—Fue a que le prestara su ordenador. Tenía que pagar un viaje al extranjero.

—Eso es. Eran casi las diez y media. A él no le apetecía dejarla entrar, pero ella se mostró muy insistente, lo cual es comprensible si tienes que reservar un billete.

—¿Sabemos adónde y con quién pensaba viajar? —inquirió Hartman con una mirada desaprobatoria hacia Haraldsson, hundido en su asiento y con sus largas piernas desparramadas por el suelo.

—A Arvidsson no le dijo nada al respecto. Le hemos pedido que entregue el ordenador, lo que hará a su regreso a Gocia esta noche.

—¿Algo más antes de finalizar la reunión? —añadió Hartman, que recordaba vagamente haber visto a una mujer abajo, en la recepción, preguntando por Maria Wern. Se lo mencionó a los congregados.

—Jill Andersson. Insistía en hablar contigo, Maria. Le dije que esperara a que finalizara la reunión. ¿Puedes atenderla? Vive en Tranhusgatan, por encima del jardín botánico. ¿Cómo se me pudo olvidar decírtelo? —comentó Ek mirando el reloj—. Espero que siga ahí.

—Si podemos terminar ya, iré a verla ipso facto —dijo Maria ya medio incorporada de la silla. No esperó respuesta alguna para hacerlo.