Maria Wern leía absorta un acta del médico forense cuando recibió una llamada de la recepción avisándola de que tenía visita. Recogió entonces rápidamente sus papeles y se desconectó del ordenador. Sara Wentzel, una mujer de unos treinta años, hermosa pero extraordinariamente delgada, le esperaba mirando hacia la ventana. Cuando al oír su nombre se volvió, se le hizo evidente que había estado llorando. Tenía sus grandes ojos de color gris entreabiertos y enmarcados en rojo. De tanto en tanto se sonaba la nariz con un pañuelo de papel que llevaba en el bolsillo. Avanzaba por las dependencias con un enorme bolso de color marrón por delante, a modo de escudo. Maria fue al encuentro de Sara, le dio la mano y la saludó. El apretón de manos de ella fue firme y húmedo.
—¿Es usted la agente que fue agredida? Disculpe que se lo pregunte.
—Sí, soy yo. Hasta dentro de un tiempo no recuperaré mi aspecto habitual.
Maria trató de esbozar una sonrisa tensando sus labios hinchados. Subieron la escalera en silencio. Una vez que se hubieron acomodado en la sala de interrogatorios y que Maria tomó los datos necesarios, preguntó a Sara sobre el tipo de relación que mantenía con Linn. Su respuesta fue vacilante.
—Estábamos muy unidas —contestó con sus ojos grises buscando los de Maria. Estos contenían una súplica que Maria trató de interpretar.
—¿Tanto como se puede estar? —insistió Maria, sintiendo instintivamente que su pregunta estaba justificada.
—Así es —repuso Sara, a quien pareció aliviar el hecho de poner las cosas negro sobre blanco.
—¿Tenía Linn la intención de mudarse con usted?
—Eso era lo que yo esperaba y deseaba más que ninguna otra cosa —contestó Sara apartándose el pelo largo y rubio de los ojos. Tragó saliva un par de veces y reflexionó antes de hablar—. A Linn le costó trabajo tomar esa decisión. Traté de ayudarla a decidirse. Actuar a escondidas de Claes le hacía sentirse tan mal… Cuanto más tiempo pasaba, más le costaba dormir y atender sus obligaciones laborales. Le puse un ultimátum, más que nada para acabar con ese tormento. Lo hice por su bien más que por el mío. Podía ver claramente que ser infiel le hacía sufrir. Tomaba pastillas y bebía vino tinto para dormir, y eso me preocupaba.
—¿Cuál era su plan? —preguntó Maria, a quien no dejaba de impresionar la franqueza de Sara. Su disposición a colaborar era palpable.
—Me dijo la misma noche en que fue asesinada que había tomado una resolución y se venía a vivir conmigo, pero en sus palabras percibí una duda. Le pasaba algo raro. Probablemente se sintiera asustada y presionada, pero la decisión fue suya. Aún no sé qué pensaba hacer… si se hubiera atrevido una vez que Claes estuviera en casa.
—Entonces le llamó esa noche.
Según el extracto telefónico que Maria había obtenido, la conversación se había extendido desde las 22.16 a las 22.22.
—Sí, a eso de las diez. Solía llamar siempre para darme las buenas noches. Me preocupaba si no lo hacía… Quería oír que había llegado bien a casa, como así fue… ¡Dios mío, es tan terrible! Aún no me cabe en la cabeza. No soporto siquiera pensar en el miedo que debe haber pasado.
—Creemos que no se despertó. Lo más probable es que fuera asesinada mientras dormía.
—Seguramente tomó somníferos y vino. No estaba sobria. Cuando me llamó, me di cuenta de inmediato de que había bebido.
Maria no dijo nada que apoyara esa afirmación. Todavía estaba por ver si había ingerido somníferos por propia iniciativa o alguien se los había suministrado.
—¿Qué hizo después de hablar con Linn?
—No podía dormir. Me resultaba imposible. Mi vida futura pendía de su decisión. La amaba.
—¿Se quedó en casa el resto de la noche? ¿Hay alguien que pueda corroborarlo?
—Como no podía conciliar el sueño, me vestí y bajé hasta la orilla del mar. Tras la lluvia apareció la luna llena. El viento soplaba y el mar se encontraba agitado. Un espectáculo imponente. Las enormes olas rompiendo contra la tierra… Por dentro me sentía igual. Allí me quedé, observando el agua, congelada hasta la médula. Como si ya supiera… que nunca…
—¿Se encontró con alguien?
—No. Fue en mitad de la noche. Estuve allí llorando y luego me volví a casa. Tal vez me adormeciera en ciertos momentos, pero dormir, lo que se dice dormir, nada. Es posible que mi vecina, Erika Lund, que trabaja con ustedes, viera luces en mi casa. No lo sé. Después, ya de mañana, traté de dar con Linn en el móvil, antes de que se fuera a trabajar, pero no respondió. Intenté también contactar con ella en su planta, pero me dijeron que no había ido, y que ni siquiera había llamado para decir que estaba enferma. Entonces pensé que había decidido quedarse con él. Supuse que Claes había regresado antes de lo previsto y que ella le había contado todo… No era momento de llamarla… si él estaba ahí. Pensé que no habría tenido fuerzas para ir al trabajo en mitad de una crisis, así que decidí esperar a que diera señales de vida.
—Es decir, no hay nadie que pueda confirmar que estuvo en casa esa noche…
—No… pero no pensará que…
—Yo no pienso nada. ¿Tiene coche?
—No, ni siquiera tengo carnet.
—¿Quién piensa que pudo matarla?
—Claes, por supuesto. Seguro que se enteró. Tiene que habérsele cruzado un cable en la cabeza, porque no es un tipo de persona dada a la violencia. Es de los que callan y van de mártires…
—Y si no fue Claes… ¿Hay alguna otra persona que pueda haber tenido algo en contra de ella? ¿Alguien que usted sepa o pueda suponer?
Claes les había enseñado el billete que demostraba que el viaje estaba pagado. En breve sabrían también si había embarcado y le habían asignado plaza.
—Nadie. Linn caía bien a todo el mundo. Bueno, tal vez no a todos. Probablemente había colegas suyos que pensaran que era demasiado eficiente. Ya sabe, cuando uno es excesivamente competente hay otros que se sienten inútiles y perezosos. En un lugar de trabajo de predominancia femenina todos deben ser igual de eficaces. Nadie puede sobresalir ni destacar. Pero no creo que sea motivo para asesinar a nadie…
—¿Quién sabía que eran pareja o que pensaban serlo?
—Linn mencionó que su jefe sospechaba de ello… que le había lanzado algunas indirectas. Me dijo que se lo iba a contar, por su vinculación con el trabajo. Una enfermera no puede mantener relaciones con un paciente. Por eso lo dejó y cogió el puesto en el centro de salud, pese a sentirse a gusto en la sección de medicina general. Ahora en verano lo tenía como trabajo extra, para ahorrar dinero con el que viajar el próximo otoño. Solo hacía falta que permaneciera sana durante el verano; entonces no habría problema alguno. Me dijo que apelaría a lo mejor de él para que no la denunciara.
—¿No se lo contaron a nadie más?
—Se lo confesé a mi padre, que lo comprendió y aceptó. Me dijo que con tal de que fuera feliz… Tenía miedo de que nos topáramos con personas homófobas, de que la vida se me complicara si salíamos del armario —dijo Sara, y Maria pudo apreciar cómo un escalofrío se propagaba por ese cuerpo escuálido—. Claro que es difícil. Mi padre se lo contará a mi madre. Yo no soportaría hacerlo.
Maria hizo un rápido repaso de sus anotaciones.
—¿Había empezado Linn a llevar algunas cosas a su casa? Por ejemplo, un ordenador portátil —preguntó Maria. A Claes le preocupaba enormemente que la policía se hubiera llevado su ordenador.
—Nada. En mi casa solo tenía un pequeño bolso. Nunca se trajo el portátil. Eso era cosa de trabajo.
—Una pregunta más. ¿Sabe usted si Linn tenía alguna flor favorita, una flor con un valor simbólico para ella?
Sara pareció confundida.
—No, no le interesaban especialmente las plantas, la naturaleza y ese tipo de cosas. No era realmente una persona de estar al aire libre.
—Como ya sabrá, el cuerpo fue hallado en la Colina del Templo, dentro del cenador. ¿Le sugiere eso algo? ¿Era un lugar que soliera visitar? ¿Significaba algo para ella?
—No, que yo sepa —contestó Sara frunciendo el ceño. Ya no podía aguantar más el tipo y las palabras le explotaron en la boca—. ¡Tienen que coger al que le hizo eso! ¡Es un cabrón perverso y enfermo!
—Estoy de acuerdo con usted. Una última pregunta y le ruego que reflexione detenidamente antes de contestar. ¿Recibió Linn alguna amenaza por su orientación sexual? ¿Se han mostrado ustedes en público de alguna manera que pudiera dar a entender que eran pareja?
—Lo disimulamos, aunque mi deseo y mi sueño era que pudiéramos manifestar nuestra unión. Aunque no estoy segura de que Linn me lo hubiera dicho si hubiese sido objeto de amenazas. Le costaba contar las cosas; necesitaba su tiempo. Había que preguntarle de la manera adecuada y escucharla largo y tendido. Quería evitar que me preocupara o asustara. En ocasiones seguía siendo una paciente a la que ella deseaba proteger. ¿Piensan que puede tratarse de un crimen homófobo?
—Debemos ampliar nuestra búsqueda para que no se nos escape nada.
—¿Significa eso que tienen alguna pista sobre el que lo hizo?
—Tenemos mucho material. Lo difícil es saber qué es lo importante. Por eso, todo lo que nos pueda contar es de la máxima importancia. Si le viene algo a la cabeza, puede llamarme directamente a este número —dijo Maria ofreciéndole una tarjeta de visita y un folleto del servicio de guardia para víctimas de delitos—. Por si necesita alguien con quien hablar.
—Gracias. Tengo amigos… y a mi padre.
—Una cosa más. ¿Sabe lo que solía guardar Linn en su bolso de mano?
Sara negó con la cabeza.
—Intente recordar. Es una pregunta importante —insistió Maria.
—Supongo que lo mismo que todas las demás: una cartera con varios cientos de coronas, la tarjeta Visa, una tarjeta del supermercado, su móvil, un peine, un espejo. Tal vez un lápiz de labios… Una memoria USB. Fui con ella a comprarla y juntas averiguamos el modo de utilizarla. Hace de eso como medio año, pero me consta que solía llevarla en el bolso.
—¿Sabe qué tipo de información guardaba en ella?
—Nunca se lo pregunté, pero creo que relacionada con el trabajo.
Al acompañar Maria a Sara Wentzel de regreso al vestíbulo se encontraron con Hartman.
—He encargado a Per Arvidsson la investigación de la agresión mortal. Per se ha reincorporado al servicio para sondear los bajos fondos. Esperamos algún tipo de información a cambio de hacer la vista gorda de vez en cuando.
—¿Será capaz? —inquirió Maria, que dudaba de que Per pudiera trabajar más que a tiempo parcial. Existía el riesgo de que no estuviera en condiciones de cumplir con sus obligaciones y que su amor propio le impidiera negarse a ello.
—No pude impedírselo. Me dio la impresión de que para él se trataba de una cuestión de amor propio. Esta mañana se desplazó a tierra firme. Jesper Ek tiene un hijo, Joakim, internado en la prisión de Svartsjö. El muchacho ha dado a entender a Ek que sabía algo, pero que solo hablaría de ello cara a cara. Per tiene la intención de ir a hablar con él. Es posible que sepa algo del tal Roy.
Hartman sonrió cariñosamente a Maria, si bien sus ojos permanecían muy serios.
—Me gustaría continuar personalmente con el caso de la agresión, pero tenemos ahora sobre el tapete otro asesinato y debo delegar, por mucho que lo sienta. Lo entiendes, ¿verdad? No tenemos a ningún testigo del ataque mortal, excepto a ti. El hombre que pasó de largo no ha dado señales de vida. Si hubiera alguien que se atreviera a testificar contra ellos… Solo disponemos de tu descripción, y de ese nombre, Roy, del que no sabemos si es un apodo. Es probable que el autor de los hechos tenga arañazos en el tronco y debemos pillarlo antes de que cicatricen.
—Me encantaría interrogar a los pequeños delincuentes, a la Gunvald Larsson, ¿sabes? Cualquier cosa para destapar la verdad.
—Seguro que harías un trabajo fantástico si se tratara de otra persona, pero no es posible, porque tú eres una de las víctimas. Y lo sabes.
—Pero, Arvidsson… ¿Quién se hará cargo si él no puede con esto?
—Yo también he pensado en ese asunto. Ek le apoyará. Tienes razón: Arvidsson es un agente veterano, el mejor que tenemos, pero existe el riesgo de que no soporte la presión. Todavía no.
Maria trató de esbozar una sonrisa, sin conseguirlo realmente. Se sentía atada de pies y manos.