Capítulo 17

Esa misma noche Erika fue al cine Röda Kvarn con Anders, pero le costó trabajo concentrarse en la película. Expediente X se le antojaba bastante plana y aburrida en comparación con la realidad en que se hallaba inmersa en ese momento. Pero le daba igual. Aunque hubiera sido un publirreportaje de mediados de los cincuenta, con tal de que la cogiera de la mano y la besara en la oscuridad… Eso era lo único importante. En cierta manera eran una pareja, y al mismo tiempo no. Esto la hacía sentirse bastante insegura, excitada, nerviosa y aturdida. De hecho, fue él quien había llamado para preguntarle si quería verle. Le hubiera gustado preguntarle lo que quería de ella. Todavía se sentía herida en su amor propio tras la conversación con su hija. Él la había aplacado afirmando que no era nada personal. Según Anders, Julia velaba por su castidad, y eso es una gran responsabilidad. Carcajadas. Ahora mismo no dejaba que nadie franqueara la muralla, pero si le daban un poco de tiempo para que se acostumbrara, estaba seguro de que todo se arreglaría. Erika se preguntó si él de verdad creía en sus propias palabras. No había sugerido que se encontraran en casa de él. ¿Cómo iba a tener ocasión Julia de habituarse? Si realmente deseaba que estuvieran juntos, debía hacer mejor las cosas. Hacía tiempo que Erika se había cansado de relaciones a medio gas que no desembocaban en nada, en la que ambos defienden su territorio y sus privilegios, sin arriesgar. Pequeñas apuestas, más bajas probabilidades, igual a ningún premio. En ese sentido no podía dejar de admirar a Maria, que invertía todo lo que tenía, sin reservas e incondicionalmente. Ahora se sentía infeliz, pero ese era el precio de la pasión. La vida es corta. ¿Esos momentos de absoluta felicidad, cuando sabes que eres amada sin límites y amas en cuerpo y alma, acaso no merecían la pena? «¿Y yo qué?», se preguntó haciendo examen de conciencia. Había cosas que no se había atrevido a contarle sobre su pasado, cosas que resultaban tanto más difíciles de confesar cuanto más se enganchaba a él. ¿La abandonaría si lo supiera?

Una vez finalizado el largometraje pasearon pausadamente por la ciudad, bajo la llovizna y el frío. Erika se abrochó el abrigo. Anders se dio cuenta de ello y le pasó el brazo por el hombro.

—Estás muy callada —dijo él, intensificando ligeramente la presión sobre su espalda—. ¿Quieres contármelo?

Erika percibió angustia en su voz. Tal vez le conviniera que no se sintiera demasiado seguro en cuanto a ella.

—Estoy dándole vueltas al trabajo. Pasa cuando estás en medio de una investigación.

—Supongo que piensas en Linn Bogren. Es terrible… ¿Sabes que era paciente mía? Soy consciente de que estoy obligado a guardar secreto profesional, pero se trata de un delito muy grave. Linn acudió a mí porque tenía problemas de sueño.

—¿Qué puedes contarme al respecto?

Resultaba un alivio que fuera él quien sacara el tema. En realidad, Anders tendría que hablar con Maria, y ella luego se encargaría de la parte formal.

—No era fácil saber lo que le pasaba a Linn. Daba la impresión de no querer confesar la verdadera causa de sus problemas. Probablemente pensara que no era asunto mío. Quería que le recetara medicamentos y que luego la dejara en paz.

—¿Qué te dijo?

Erika tuvo que morderse la lengua para no desvelar nada acerca de los indicios de ruptura hallados al examinar los objetos de Linn. La ropa en el coche. Le hubiera encantado discutir el asunto abiertamente.

—Le pregunté si se trataba del trabajo. Las mujeres que trabajan en el ámbito de la salud son un colectivo sobrerrepresentado en lo que a problemas de sueño se refiere. El estrés, los turnos de trabajo, el café en abundancia y la irregularidad de las comidas… Pero me contestó que le gustaba su trabajo, que le parecía enriquecedor. Linn se sentía capacitada y segura de sí misma en su profesión. Al insistirle, admitió que tenía la intención de dejar a su marido. Pero eso no era todo… me dijo también que se sentía perseguida y amenazada.

—¿De qué manera?

Lo relatado por Anders hasta ese momento coincidía con la imagen que Erika se había formado de Linn Bogren.

—Una banda… Cuando lo pienso, me arrepiento de no haberla escuchado y sonsacarle más al respecto. Tenía prisa. La sala de espera estaba llena. Me contenté con saber que se encontraba en medio de una crisis vital, una ruptura.

—¿Recuerdas algo más? —preguntó Erika tratando de ocultar sus ansias por saber. Anders se detuvo a reflexionar mientras ella seguía todo su proceso mental a través de su transparente resto.

—Se cruzó con una panda de camino a casa. Era un grupo de chicos armando lío, pero no ocurrió nada en especial. Más tarde, esa misma noche, le pareció adivinar un rostro en la ventana, para lo cual he encontrado una explicación, aunque bastante rocambolesca. Su vecino, Harry Molin, es hipocondríaco y, estando al tanto de que era enfermera, fue a pedirle consejo en mitad de la noche. Sé que parece muy extraño, pero se trata de una persona bastante especial —aclaró Anders dejando escapar una leve sonrisa—. Harry pegó la cara contra la ventana de ella para ver si estaba en casa, lo cual hubiera dado un susto de muerte al más pintado.

Descendieron con calma por Almedalen. Erika había estacionado su coche junto a la biblioteca, pero no tenía prisa alguna por llegar. No habían decidido nada aún para después del cine.

—Pero te dio la impresión de que había algo más, ¿verdad?, algo que Linn ocultaba, pensando que no era de tu incumbencia.

—Así es, o tal vez me lo imaginé. Puede ser una construcción a posteriori… cuando me enteré de lo que le había ocurrido. No pregunté más sobre el tema. Pensé que el hecho de que tuviera la intención de abandonar a su marido bastaba como motivo para dormir mal, que constituía una explicación perfectamente válida para recetar somníferos. Desconozco si ocurrió alguna otra cosa cuando se topó con esa pandilla, si la acosaron de alguna manera. El vecino quizá sepa más. Me refiero a Harry Molin. Se pasa las horas manteniéndome al tanto de los nuevos hallazgos en internet. El rol del médico ha cambiado. En el pasado tenías un poder absoluto y los pacientes se mostraban agradecidos y sumisos. Hoy en día te han relegado al papel de asesor y chico de los recados. Harry llegó incluso a prescribirme un medicamento contra mi mono de tabaco. Y yo le hice caso…

—Tal vez no sea para tanto —repuso Erika con una rápida mirada y una carcajada. Habían llegado al aparcamiento y todavía no habían decidido nada—. Bueno, ¿qué piensas hacer ahora?

—Esto… —contestó inclinándose a continuación hacia ella y besándola hasta hacerle perder el resuello—. Y esto también.

Deslizó entonces su mano por el trasero de Erika y la apretó contra él mientras la volvía a besar.

—¿Significa eso «buenas noches»?

—No necesariamente. Ahora que no puedo fumar debo buscarme otros estímulos. Cosas fuertes de verdad…

Anders tiró del ribete de su blusa y echó un vistazo al interior de su escote.

—¿Qué quieres decir? ¿Tienes algún plan? —preguntó Erika sin amago alguno de pararle los pies. La cosa iba por buen camino.

—Tal vez podamos meternos en el coche e ir a algún lugar dejado de la mano de Dios para reflexionar sobre la situación política actual, el efecto invernadero, cotilleos sobre famosos o cualquier otra cosa. Seguro que se nos ocurre algo.

Sin dejar de reír, le indicó con un gesto que tomara asiento. Entonces era eso lo que deseaba. Pegarse el lote en el coche. No en casa de él ni de ella. ¿Iba en serio o solo quería jugar un poco? No es que estuviera mal, mejor eso que nada, pero no se ajustaba verdaderamente a los deseos de ella.

—Quiero que sea en serio —confesó mientras notaba cómo se ruborizaba. No le resultaba nada fácil decirlo—. Quiero que nos lo tomemos en serio.

—Lo estamos haciendo… en serio —respondió, sonriendo ante el embarazo de ella—. Quiero conocerte mejor y saber todo de ti. Pero creo que nos conviene empezar poco a poco. No sé casi nada sobre tu persona. Por ejemplo, ¿tienes hijos?

Erika se vio invadida por una sensación de vértigo. Aunque era una pregunta esperada, le pilló descolocada.

—Tengo dos. Casi adultos. Viven con su padre en Motala… Era muy joven.

Anders la miró como a la espera de una continuación. Tenía que contarle la verdad. O bien desaparecería cuando lo confesara, o bien ello les uniría aún más. Se encontraba en una encrucijada. Erika decidió no mentirle.

—Tras dar a luz a mis dos hijos sufrí una psicosis posparto. Nos separamos y consideraron más adecuado que él se encargara de los niños. Le adjudicaron la custodia exclusiva y yo decidí apostar por mi carrera —declaró Erika con un hondo suspiro—. Él se negó a que me relacionara con ellos. No a solas. No pasa ni un solo día sin que piense en mis hijos, sin preguntarme cómo están. Es la gran pena de mi vida.

—Lo siento. Perdóname si he hundido el dedo en la llaga.

—No se lo he contado a mucha gente. Pero si vamos a ir en serio, tenías que saberlo.

—¿Y ahora? ¿Tienes contacto con ellos?

—Son extraños para mí. Me perdí una parte muy grande de su infancia. Me encontraba mal. Y eso no tiene remedio. He intentado comunicarme con ellos, hablar, pero resulta forzado y complicado, y me doy cuenta de que les hace sufrir. No quieren estar conmigo. Les envío dinero en Navidad y por sus cumpleaños porque ni siquiera sé lo que quieren. Mi ex marido se encarga de comprárselo. No es que haya facilitado precisamente mi relación con ellos, pero creo que es un buen padre.

La franqueza de Erika hizo que Anders abriera su corazón.

—Yo no dejo de pensar nunca en Isabell, mi esposa, la que se ahogó. Tras tener a Julia quedó como transformada. No soportaba verme. Según ella, todo lo hacía mal. Veía peligros en todas partes; no quería cuchillos, ni tijeras, ni alturas. Todo tenía que ser como ella decidía. De lo contrario, se ponía completamente histérica. A pesar de ser médico, no comprendía lo que le pasaba. La tenía demasiado cerca y pensaba que era culpa mía. Solo debía esforzarme más, amarla más, complacerla más, y todo se arreglaría. Pero no fue así.

—Eso mismo ocurre con muchas cosas en la vida. No salen como uno se había imaginado…

—Ahora te he conocido a ti. La vida me ofrece una nueva oportunidad, y eso me aterra… ¿Eres capaz de entenderlo?

Anders apretó con suavidad su brazo y observó a través de la ventanilla los pinos azotados por el viento y el centelleante mar entre los árboles.

—Sí, lo comprendo.

Erika se internó por un pequeño camino forestal con el coche, apagó el motor y se giró hacia él, que se aproximó y la besó.

—Tal vez pudiéramos aprovechar que el capó todavía está caliente…

—Llevo una manta. Bajo ese abeto de allí el musgo es suave.

—¡Ay, canalla! Has estado aquí antes… ¡Reconócelo! —dijo él.

—Sí, es mi sitio favorito. Suelo venir aquí a coger setas.

Erika salió del vehículo y fue a recoger la manta de vellón. En ese mismo instante sonó el móvil de Anders.

—Pero hijita… ¿qué te pasa? —contestó Anders, y Erika pudo advertir la preocupación en su voz—. Voy a casa de inmediato… Te lo prometo… Sí, salgo ahora mismo… Como mucho, veinte minutos —agregó lanzándole una mirada de resignación a Erika.

Ella se armó de coraje y le sonrió.