Capítulo 8

Erika Lund observó sentada sobre el columpio la serena puesta de sol sobre el filo del acantilado mientras el cielo se teñía de rojo sangre. La mar permanecía calma y resplandeciente, pero bajo esa plácida superficie corrían peligrosas corrientes submarinas, una avalancha de agua justo en el zócalo costero capaz de arrastrar hasta el fondo incluso a los nadadores más curtidos. Existían numerosos mitos y relatos terroríficos al respecto. Uno de ellos era la historia sobre la esposa del mar, que Anders le había invitado a leer. Erika cerró el libro y reflexionó… ¿Fue así como había muerto Isabell, su esposa?

El mito versaba sobre una joven y feliz pareja que en su noche de bodas fue a darse un baño en el mar para refrescarse tras el baile. Se internaron en el agua nadando por el sendero de luz de luna pero, repentinamente, la novia fue absorbida por las corrientes submarinas. El hombre no pudo salvarla pese a sus desesperados intentos. Había desaparecido para siempre. Pero en el sueño, esa misma noche, volvieron a reunirse y ella le advirtió que si volvía a casarse saldría a por él para llevárselo hasta las profundidades. Se habían jurado fidelidad eterna y él debía cumplir su promesa o perecer. El tiempo pasó, él se olvidó del sueño y un día conoció a una mujer con la que quiso compartir su vida. Justo en el momento en que el sacerdote se disponía a unirlos en matrimonio apareció en la iglesia una mujer de una belleza deslumbrante y todos quedaron petrificados. Ni la novia ni el cura pudieron hacer nada por ayudar al hombre, ni mucho menos pronunciar palabra. Este, apático, fue conducido de la mano hasta las aguas por la esposa del mar, donde más tarde sería hallado ahogado.

Erika había oído distintas versiones de esa historia en toda la costa oeste de Gocia. Un anciano de la aldea pesquera de Gnisvärd la relató del siguiente modo: cuatro hombres en la caseta del capitán Pettson esperaban una noche la llegada del amanecer para echar sus redes. Uno de los pescadores era joven y los demás, experimentados hombres de mayor edad. Bebieron carajillos y charlaron sobre mujeres y el mundo sobrenatural. Tal vez con sus cuentos chinos lograran conjurar la aparición de un ser del pasado, uno de aquellos infelices que se habían ahogado entre las olas. Cuando el jovenzuelo dobló la esquina de la caseta para hacer sus necesidades vio cómo se deslizaba sobre la hierba una delicada capa de neblina blanca. La siguió para averiguar lo que era y se vio atenazado por una extraña obsesión. La neblina se tornó en sombra y empezó a adquirir forma. Tenía que seguir a ese ser. Cuando la blanca esposa del mar volvió su rostro sonriente hacia él pudo comprobar que era la mujer más hermosa del mundo. Era tan maravillosa que todo lo demás carecía ya de importancia mientras ella lo atraía cada vez más cerca de la orilla. Él no quería perderla de vista, porque si desaparecía se llevaría con ella por completo el sentido de la vida, lo cual comprendió en el mismo instante en que penetró en sus ojos verde mar.

Los otros hombres sospecharon que algo raro sucedía al tardar tanto el muchacho. ¿Se habría metido en alguna pelea? ¿O acaso se había quedado dormido ahí afuera? Tal vez no tolerara muy bien el alcohol… Así pues, salieron a buscarle y lo encontraron de pie, dentro del mar, con el agua hasta las axilas y su hasta entonces pelo moreno ahora blanco como la leche.

Después nunca volvería a ser el mismo. Todo lo que tenía de vivaz y risueño se había esfumado, dejando tras de sí un viejo de pocas palabras con la mirada perdida más allá de donde el común de los mortales podemos ver. Ni loco ni sabio, simplemente extraño.

¿Era eso lo que quería contarle Anders? ¿Que había perdido a su mujer ahogada en el agua y él no pudo salvarla? ¿No sería tan supersticioso como para creerse ese tipo de historias y no atreverse a iniciar una nueva relación por ese motivo? Probablemente era un asunto de culpabilidad; la culpa de sobrevivir cuando un ser querido se te muere. Y todos esos «si hubiera hecho esto, no habría ocurrido» y «si hubiera hecho lo otro quizá se podría haber salvado». ¿Por qué no podía contárselo claramente? ¿Por qué tenía que dar un rodeo a través de un libro sobre leyendas?

Erika decidió llamarle para darle las buenas noches. Tal vez así le confesara lo que había sucedido. Fue a coger su móvil del bolsillo de su chaqueta y se sentó en el banco pegado al muro de la casa. Su vecina Sara Wentzel la saludó con la mano a través de la ventana y sintió que no era un lugar lo suficientemente íntimo como para hablar con Anders sobre ese tema tan delicado que quizá se atreviera a compartir con ella, así que se levantó con la intención de dirigirse al borde del peñón en busca de privacidad. Marcó el número y respiró hondo. Todo era aún tan nuevo y excitante que resultaba difícil saber si él quería o no que lo llamara a casa.

—Julia Ahlström al habla —resonó la voz de la hija apenas después de la primera señal.

—Hola, me llamo Erika Lund y quería saber si tu papá está en casa.

—Pues creo que no —respondió la niña en un tono altanero. Erika se sintió como una escolar a la que han pillado gastando una broma.

—¿Sabes cuándo va a volver a casa?

—No.

Se notaba que tenía algo en la boca, tal vez una manzana, la cual masticaba con fruición y con la boca ostentosamente abierta.

—¿Le puedes decir que me llame cuando llegue?

—Pues no —repuso Julia alargando las palabras—. Ya ha tenido que hablar hoy con suficientes chiflados. Viene cansado después del trabajo, ¿me entiendes?

—Mejor dejamos que lo decida él, que ya es mayorcito.

Erika oyó la voz de Anders por detrás.

—¿Quién es?

—Una vieja pesada que se llama Erika. Estamos viendo una peli. ¡Me prometiste que no hablarías con nadie cuando estuviéramos viendo una peli!

—¿Le pasa algo a Julia? —preguntó Erika, aunque en realidad no le importaba la respuesta, pero comprendía que era importante para él que Julia volviera a estar contenta tras el conflicto con sus amigas del establo.

—Está un poco de mal humor. Le prometí que íbamos a pasar una noche tranquila ella y yo juntos. ¿Te puedo llamar un poco más tarde?

Es curioso lo que sucede a veces cuando esperas una llamada telefónica. No terminas de hacer nada por si te llaman. Erika se había prometido a sí misma no caer nunca, nunca jamás, en esa trampa y ahora se paseaba de un sitio a otro como un alma en pena sobre su suelo de madera. Julia estaba acostumbrada a tener a su padre para ella sola, pero Erika carecía de experiencia en ese sentido. Sus niños eran tan pequeños cuando se vio obligada a abandonarlos… ¿Qué puedes hacer si los hijos de él te odian desde el primer momento y quieren fastidiarte?

Anders llamó poco antes de que el reloj diera las doce, cuando ya ella había perdido casi todas las esperanzas.

—Perdona. No he podido liberarme antes.

—No te preocupes —respondió Erika. Oír su voz era un alivio—. He leído el libro que me regalaste. ¿Puedes contármelo ahora?

Erika advirtió a través del teléfono cómo cerraba la puerta tras de sí.

—A grandes rasgos. Julia no se ha dormido todavía y quiere que la acueste dentro de un momento.

«Tiene once años, ¿no es un poco mayorcita para que la arropen en la cama?», pensó ella, pero no comentó el asunto en voz alta.

—¿Fue eso lo que pasó, lo que dice en el libro? —preguntó con la idea de ayudarle a arrancar.

—Sí —contestó Anders.

Erika captó su reticencia. Su voz se tornó tensa y arisca. No le resultaba fácil hablar de esto.

—¿Cuándo ocurrió? —insistió Erika. El hecho de que aún portara el anillo le llevó a sospechar que había sucedido recientemente.

—Julia tenía seis meses. La bautizamos al mismo tiempo que nos casamos, en la iglesia de Gnisvärd. La fiesta fue en la casa de huéspedes de Fridhem, al lado de Högklint. Isabell quiso bañarse en mitad de la noche. Me tomé la última copa con los muchachos y luego me fui con Julia a la suite nupcial, donde me quedé dormido. No estaba muy sobrio que digamos. Me desperté apenas un par de horas más tarde, ya amaneciendo. Isabell no había vuelto y me preocupé. Desperté a mi madre y le pedí que cuidara de la niña mientras yo bajaba a la playa. Encontré la ropa de Isabell en un montón. Las corrientes submarinas…

—Tiene que haber sido terrible.

—Si supieras la de veces que he lamentado no haberla acompañado. Ella tampoco estaba muy sobria. No fui capaz de pensar con claridad. Podía haber dejado a Julia con mi madre, que dormía en la habitación contigua, pero no lo hice. En su lugar, me tomé un chupito más con los amigos antes de que volvieran a la ciudad y luego me quedé frito.

—¿Qué representa para ti el mito en sí?

El instinto le decía a Erika que se trataba de una pregunta justificada. Los mitos y leyendas suelen surgir para que las personas recuerden que deben ser precavidas ante determinados peligros. El fauno de los torrentes habitaba en estos para evitar que los niños fueran y que las mujeres se dejaran seducir por violinistas en aventuras extramatrimoniales. La sirena de los bosques se inventó con el fin de prevenir a los niños ante posibles extravíos entre árboles e instar a los hombres a la salvaguarda de su castidad. La esposa del mar era una advertencia contra las corrientes submarinas. Por eso la historia pasa de generación a generación, al objeto de que los vivos no cometan el mismo error que sus antecesores. Pero ¿qué significaba para Anders? Tardó en responder y, cuando lo hizo, la contestación fue dubitativa y llena de disculpas.

—Lo único que sé es que el sueño y las leyendas en ocasiones son para mí igual de reales que la realidad misma, aunque sea médico y tenga una formación científica. Obviamente es un tema de culpabilidad y probablemente todavía me atormente a mí mismo por no haber estado con ella aquella noche. En nuestra mismísima noche de bodas. Ello, por supuesto, repercute en mi relación con Julia, a quien no soy capaz de negarle nada. Obedezco sus más mínimas sugerencias para compensar la pérdida que nunca podré devolverle, es decir, no poder contar con su madre. He intentado relacionarme con otras mujeres desde entonces, pero nunca ha resultado nada, por no atreverme yo. Julia demanda toda mi atención. Y no es fácil. Ahora ya lo sabes.

—¿Qué piensas entonces de nosotros? —interrogó Erika sintiendo una especie de ducha fría. ¿Acaso no iba en serio? ¿Ni siquiera pretendía intentarlo? La decepción se manifestó con un nudo en el estómago. Esperaba que Anders no renunciara a la vida por haber cometido un único error. No era bueno ni para él ni para Julia.

—Quiero intentarlo, pero debes tener paciencia conmigo y con Julia. Me gustas con locura y quiero estar a tu lado. Quién sabe… Tal vez seas tú el hada buena que deshaga mi hechizo.

«Mete de una puñetera vez a la niña en un reformatorio, deja de decir tonterías sobre hadas y ven aquí a hacer el amor conmigo», deseó espetarle Erika pero, como es natural, no lo hizo. Llevaría su tiempo y debería tener paciencia. Algo le decía que él era merecedor de ello.