Capítulo 5

La sala de espera del centro de salud estaba a rebosar. Linn trataba de concentrarse en la lectura de un reportaje de un semanario sobre problemas de sueño cuando se le acercó un médico y le estrechó la mano.

—Por favor —dijo Anders Ahlström señalando la silla vacía frente al escritorio—. ¿No trabaja usted aquí de vez en cuando? —Recordaba vagamente haberla saludado hacía poco en la pequeña cocina del centro.

—Acaban de contratarme, pero en verano seguiré trabajando en el hospital —contestó con un movimiento que denotaba incomodidad—. Necesito el dinero, así que las vacaciones me las tomo en otoño.

El facultativo movió la cabeza en un gesto afirmativo. Tenía el ordenador encendido y el ventilador de la impresora emitía un ruido sordo.

—¿En qué puedo ayudarle?

—No aguanto más —dijo Linn Bogren sin poder contener el manantial de lágrimas—. No tengo fuerzas para ir al trabajo.

Se tapó los ojos con una mano, no se sentía capaz de enfrentar la mirada compasiva del médico. Anders Ahlström le ofreció un par de pañuelos de papel y esperó a que continuara. Al ver que no lo hacía, dijo:

—¿Ha ocurrido algo en su trabajo que haga que le resulte difícil acudir a este? Sus palabras quedarán entre nosotros.

—No, no es eso. —Linn se limpió su nariz moqueante y se frotó los ojos con el dorso de la mano—. Me siento a gusto con mi trabajo, tanto aquí como en el hospital. Es una labor enriquecedora y me llevo bien con mis compañeros de trabajo, pero necesito que me dé la baja porque no puedo dormir. Creo que me voy a volver loca si no consigo descansar.

—Entiendo. —Anders se había encontrado con muchos pacientes en la misma situación—. ¿Qué tipo de problemas de sueño tiene? ¿Podría describirlos?

Linn suspiró profundamente.

—He seguido todos los consejos que me han dado. Escucho cintas de relajación, evito entrenar antes de irme a la cama, no como en exceso, no bebo café ni alcohol. No me acuesto hasta que no estoy cansada y el dormitorio se encuentra a oscuras y a una temperatura adecuada. Y, pese a todo, no consigo conciliar el sueño… Dan las doce y me agobio porque sé que en breve deberé levantarme para llegar a la hora. El personal de noche necesita marcharse por la mañana, no soportan los retrasos. Siempre he sido madrugadora, así que llegar antes nunca ha supuesto en modo alguno un problema para mí.

—Trabaja por turnos ahora, ¿no es cierto? El turno C hasta las diez de la noche y luego el A. ¿Comienza a las siete de la mañana?

—Efectivamente. Lo peor es cuando trabajo en turno de tarde y luego he de acudir al de la mañana. Así ha sido este último año. Por eso solicité un puesto en el centro de salud. Pensé que trabajar la semana de corrido sería diferente. Sé lo que me va a decir: que deje mi suplencia de verano en el hospital, pero es que no puedo permitírmelo.

—¿Toma algún medicamento? —preguntó el médico echando un vistazo a la anotación realizada por la enfermera al llamar Linn para pedir cita.

—He probado con somníferos. Me ayudan a adormecerme durante un momento, pero luego me despierto atemorizada, con una sensación de pánico. Tengo la impresión de que alguien me observa a través de las ventanas. Por eso bajo todas las persianas. Incluso he puesto cinta adhesiva en los resquicios para que nadie pueda fisgonear. El problema es que ahora creo oír pasos en la escalera. Aunque me siento aterrorizada, me obligo a mí misma a abrir la puerta para echar un vistazo, pero nunca hay nadie. Me amodorro y empiezo a soñar… De repente hay una persona en mi habitación, lleva un cuchillo e intenta clavármelo. Trato de escapar rodando hacia un lado y él realiza un par de tentativas fallidas clavando el cuchillo en el colchón, pero logra luego acertarme en la barriga. Aquí… —explicó Linn señalando un punto en la parte superior de las costillas, donde la angustia solía anidar.

—¿Han entrado en su casa a robar alguna vez o ha tenido otra experiencia que la haya asustado? —preguntó el médico estudiando atentamente la reacción del rostro de ella al reflexionar.

Linn negó con la cabeza, pero luego se ruborizó y finalmente asintió.

—Me pareció ver una cara en mi ventana el viernes pasado, alguien en mi jardín mirándome fijamente, pero después no ha pasado nada más. Tal vez me lo imaginé, pero no quiero ayuda con eso. Necesito somníferos más potentes para poder trabajar durante el verano. Las pesadillas empezaron antes de ver esa cara en la ventana y han ido a peor desde entonces. Antes, esa misma noche, me tropecé con un grupo de muchachos y tuve miedo. Empezaron a molestarme y no pude mantenerlos a raya… Hubiera podido pasar cualquier cosa si mi vecino no hubiera aparecido —declaró Linn apartándose de la cara un oscuro mechón de pelo.

Anders Ahlström toqueteó el talonario de recetas. Lo más sencillo hubiera sido prescribirle lo que le pedía y pasar al siguiente paciente. Ya iba retrasado respecto al plan previsto, y ello se debía a que dejaba hablar a los pacientes, les solicitaba luego que aclararan ciertos puntos y escuchaba sus respuestas. A la larga se trataba de un procedimiento que le permitía ahorrar tiempo. Los pacientes que se sienten bien atendidos no se presentan tan a menudo. Si se les asiste adecuadamente en la primera ocasión evitan volver. Pero en una perspectiva a corto plazo provocaba irritación, más en los colegas que salían tarde del trabajo que en los pacientes que se veían obligados a esperar.

—¿Hay algo más que la oprima? —preguntó mirándola intensamente. Tenía la impresión de que no le había contado toda la verdad—. No hay prisa. Tengo tiempo para escuchar todo lo que me quiera decir.

—No, no realmente —repuso concentrando su mirada en el bloc de recetas. Bastaba con un garabato para que dejara de molestarle.

—La cara que vio el viernes por la noche… ¿fue de verdad? ¿Está segura de que no lo soñó? —inquirió retrocediendo ligeramente la silla del escritorio para dejarle más espacio.

—Estoy prácticamente segura de que era real —contestó Linn suspirando de forma audible. Quería que la creyera. No soportaba la idea de que dudara de ella.

—Es decir, un extraño entró en su jardín en mitad de la noche y pegó su cara al cristal. Se trata de un allanamiento. ¿No lo denunció a la policía?

—Como ya le he dicho, no pasó nada. Lo que necesito son somníferos. Se lo ruego… Soy consciente de que crean adicción, pero no lo hago por gusto. Por favor… —insistió cambiando incómoda de posición. Anders Ahlström advirtió un conato de llanto en su garganta.

—Si pensara que los somníferos fueran la solución a su problema se los recetaría ipso facto. Pero, sinceramente, creo que eso sería hacerle un flaco servicio. Las pastillas empeoran ostensiblemente la calidad del reposo, igual que ocurre con el alcohol. Simplifica el hecho de conciliar el sueño, pero se duerme peor. Puedo escribirle un volante para un colega especializado en problemas de sueño.

No le resultaba sencillo decirle que no a Linn Bogren, siendo compañeros de trabajo. Pero ¿cuántos suicidios no se cometen con ayuda de fármacos prescritos por médicos? Demasiados. Había algo en la actitud de Linn que le inquietaba, una preocupante angustia bajo la superficie. Era una impresión que fue cimentándose en el curso de la conversación. Ahora bien, lo que más le alarmaba era su total determinación en lo referente a los somníferos. En el trabajo resultaba difícil conseguir una cantidad suficiente, ya que las pastillas eran sometidas a un estricto control, aunque habría podido hacerse con un número determinado si realmente se lo hubiera propuesto. Los pacientes se acostumbran a dormir sin recurrir a sus fármacos nocturnos, los cuales deben desecharse al caducar o al dar de alta a aquellos. En su conjunto, las pastillas que él pudiera recetarle y aquellas a las que ella lograra echar mano deberían bastarle para un viaje sin retorno a la eternidad. No era una persona especialmente recelosa, pero tenía una sensación en el estómago.

—¡Un volante! ¡Muchas gracias! Sabe igual de bien que yo que hay que esperar varios meses para ser atendido por su colega. Necesito dormir ya. Si no me ayudan pronto, me quitaré la vida…

Prorrumpió entonces en un llanto a lágrima viva ante el que él no podía hacer nada. Sabía que estaba en lo cierto: probablemente habría que aguardar varios meses.

—Si prefiere hablar con un psicólogo, se puede buscar alguna solución más rápida. Linn, tengo la sensación de que no me está contando toda la verdad. Quizá piense que no es asunto mío, pero para poder ayudarla necesito conocer el motivo por el que le receto los medicamentos.

—Me he propuesto abandonar a mi marido… ¿Contento ahora? Me encuentro en mitad de una crisis existencial. Necesito dormir para pensar con claridad y tomar la decisión adecuada.

—Comprendo. —Esa explicación le brindaba la coartada que necesitaba—. Le recetaré diez pastillas y le daré una nueva cita para la próxima semana.

Anders Ahlström pudo adivinar la decepción en el rostro de ella y se armó de valor para no ceder más terreno que ese. Linn le arrebató la receta de la mano nada más levantar el bolígrafo del papel.

—La próxima vez que nos veamos no seré su paciente; solo su colega —dijo secándose los ojos con la manga del jersey y una postura orgullosa y erguida. Antes de que el médico tuviera tiempo de levantarse de su asiento, Linn ya había desaparecido por la puerta.

Anders Ahlström cogió la grabadora para dictar su anotación en el historial médico. El siguiente paciente le esperaba; llevaba haciéndolo casi cuarenta y cinco minutos. Podía olvidarse ya del almuerzo. Eso era capaz de soportarlo. Lo peor eran las ganas de fumar. Se había prometido tanto a sí mismo como a Erika, la chica que conoció en el bar, que iba a dejar de hacerlo. Erika odiaba el olor a tabaco. Le había dicho con una claridad meridiana que besar a un fumador era como lamer un cenicero. Él quería causarle una buena impresión. Como médico conocía muy bien los efectos perjudiciales del tabaco, pero el sentido común de poco sirve cuando se estimulan los centros del placer. Fumaba a escondidas para no preocupar a su hija Julia, quien solía decirle que no quería que se muriera, como su madre, ya que en ese caso se quedaría sola. Julia estuvo a punto de pillarle en una ocasión en que el volante del coche olía a tabaco después de poner sus manos sobre él. Debía dejarlo, pero en ese momento tenía la sensación de que sería incapaz de concentrarse si no podía dar un par de caladas. El último paquete se lo había acabado el día anterior y luego había evitado conscientemente comprar uno nuevo. Se puso a rebuscar en los bolsillos de la chaqueta y en su maletín. En vano. Tal vez le pudiera pedir unos cigarrillos a alguien. Lisa, la secretaria, fumaba, pero acababa de dejarlo y Siv estaba de vacaciones. «¡Mierda!». Las manos empezaron a temblarle. No podía pensar en otra cosa. Por la ventana vio a un vagabundo aparentemente ocioso junto a la papelera, con una colilla en la boca. Sin dudarlo se dirigió a la puerta de entrada. Se trataba de una emergencia. El hombre pareció asustarse al verse abordado por el médico con su bata blanca, empujó con el pie su bolsa de la tienda estatal de alcohol en el arbusto más cercano y se dispuso a recibir un rapapolvo por fumar junto a la entrada.

—¿No tendría usted un cigarrillo que le pueda comprar?

—¿Qué? —respondió esbozando una amplia sonrisa que dejaba al descubierto una fila de dientes carcomidos mientras se frotaba pensativo la nariz—. ¿Cómo dice?

—Que si tiene un cigarrillo…

—Es el último, pero quédese con el resto —dijo dando una intensa calada. El cigarrillo carecía de filtro y prendió hasta cerca de dos centímetros de su mugroso pulgar. Acto seguido le pasó la colilla—. Yo invito.

—Gracias. Es todo un detalle por su parte. —Anders Ahlström le dio la última chupada y esperó la recompensa de su cerebro—. ¡Qué bueno! ¡Sabe a gloria!

—¿No fue usted el doctor que le dijo a mi colega que tenía que dejar de fumar? Al Maderas. Le dio un infarto la semana pasada y la palmó.

—Es probable —contestó Anders. En el momento de la humillación no quedaba otra que confesar—. Yo también debería dejarlo, pero es condenadamente difícil.

—Eso sin duda. Es realmente jodido —coincidió el tipo.

—Jodido de verdad.

Y Anders se sintió extrañamente aliviado por esa atmósfera de entendimiento.