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Tenía exactamente el tamaño de una caja de veinticinco habanos Monte Cristo, ya que eso era lo que había contenido antes de que se pusieran a trabajar con ella el jefe de máquinas y el teniente de artillería del Renounce.

Estaba en el centro del escritorio del capitán Joyce, mientras el mecánico explicaba sus propósitos al respetuoso público que lo rodeaba.

—Es muy simple —comenzó el mecánico con un acento tan vigoroso como la fragancia del brezo y del whisky escocés.

—Tendrá que serlo —comentó Flynn O’Flynn—, si Bassie ha de comprender su funcionamiento.

—Lo único que hay que hacer es levantar la tapa —dijo el inventor, acompañando sus palabras con la acción, e incluso Flynn se adelantó para examinar el contenido de la caja de cigarros. Prolijamente empaquetados se encontraban allí seis tubos amarillos de gelinita que parecían velas envueltas en papel manteca. También había una batería plana proveniente de una linterna y un reloj de viaje en un estuche de piel de cerdo. Todos esos objetos estaban unidos entre sí por un alambre de cobre. Sobre la base metálica del reloj estaban grabadas las siguientes palabras:

El capitán Arthur Joyce calmó el repentino sentimiento de culpabilidad con el pensamiento de que Iris lo comprendería.

—Y entonces —dijo el inventor, que disfrutaba visiblemente del efecto que producía sobre su público—, se cierra la tapa. —La cerró—. Se esperan doce horas y ¡bum! —El entusiasmo con el que el escocés imitó la explosión fue tal que un fino chorro de saliva voló encima de la mesa y Flynn se retiró rápidamente para que no lo alcanzara.

—¿Esperar doce horas? —preguntó Flynn mientras se secaba las gotitas de sus mejillas—. ¿Por qué tanto?

—He dispuesto doce horas de demora para la explosión —contestó Joyce—. Si el señor Oldsmith tiene que llegar hasta el depósito de municiones del Blücher, deberá infiltrarse entre las cuadrillas de trabajadores nativos encargados de transportar los explosivos. Una vez que se encuentre formando parte del equipo, puede tener dificultades para librarse de ellos y abandonar el barco después de haber colocado la carga. Estoy seguro de que el señor Oldsmith estaría poco inclinado a aceptar la misión, a menos que le aseguremos que tendrá tiempo de escapar del Blücher, antes de que sus esfuerzos… ah… —Joyce buscó las palabras adecuadas—… ah… tengan el éxito esperado. —El capitán estaba contento con su discurso y se volvió hacia Sebastian buscando su aprobación—. ¿Es correcta mi apreciación, señor Oldsmith?

Como no quería ser menos locuaz en su respuesta, Sebastian meditó durante un segundo. Cinco horas de sueño profundísimo acurrucado en los brazos de Rosa habían refrescado su cuerpo y afinado su ingenio como la hoja de una espada toledana.

—Sin lugar a dudas —contestó, iluminado por el triunfo.