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—El giro a estribor es una treta. —Otto von Kleine habló con seguridad, mientras miraba fijamente la frágil silueta del destructor inglés que el anochecer volvía borrosa—. En este momento están girando de nuevo hacia nuestra popa. Van a atacarnos del lado de babor.

—Capitán, puede ser un doble engaño —contestó Kyller, dubitativo.

—No —dijo Von Kleine y acarició su barba dorada—. Tiene que intentar sobrepasarnos aprovechando la última claridad antes de la puesta del sol. Atacará desde el este. —Durante unos instantes frunció el ceño, meditabundo, mientras anticipaba los movimientos de su posible adversario en el tablero de ajedrez del océano—. Kyller, haga el cálculo de su curso, suponiendo que vaya a una velocidad de veinticinco nudos, giro de cuatro puntos a babor, tres minutos después de nuestra última lectura de posición, un recorrido de quince millas en dirección a nuestra popa y luego un giro de cuatro puntos a estribor. Si mantenemos nuestro actual curso y velocidad, ¿dónde estará con relación a nosotros dentro de una hora?

Con rapidez, Kyller terminó el problema. Von Kleine controló mentalmente cada paso de la operación.

—Sí —estuvo de acuerdo con la solución conseguida por Kyller y enseguida impartió las órdenes de cambio de curso y velocidad para tenderle una trampa al Bloodhound.