45

Durante ocho largas horas, Charles Little había dominado su ira y su odio, refrenándose para no salir de los límites de la cordura, resistiéndose con rabia a la urgencia suicida que lo consumía y lo instaba a conducir su barco hacia el crucero alemán para perecer como el Orion.

Inmediatamente después del hundimiento del Orion, el Blücher redujo su velocidad y tomó rumbo sur. Con la parte delantera ardiendo, se alejaba como un león herido. Las insignias de guerra de su mástil estaban andrajosas por las descargas y ennegrecidas por el humo.

Tan pronto como desapareció, el Bloodhound alteró su curso y cruzó despacio por la zona del mar que todavía tenía un arco iris de aceite y restos de naufragio. No había sobrevivientes del Orion, todos habían muerto con el barco.

El Bloodhound se volvió y siguió el rastro del crucero alemán averiado, y el odio que surgía del destructor era tan fuerte que podría haber pasado por el mar como una fuerza física para destruir al Blücher.

Pero mientras Charles Little observaba junto a la barandilla de su puente, pudo ver que el humo y las llamas de las cubiertas del Blücher se reducían notoriamente minuto a minuto, mientras su equipo de control de daños luchaba para detenerlos. La última bocanada de humo se disolvió en el aire.

—Se acabó el incendio —dijo el piloto, y Charles no contestó nada. Tenía la esperanza de que las llamas encontraran su camino hasta la santabárbara y volaran el buque, mandándolo al mismo profundo olvido que al Orion.

—Pero no está dando más que seis nudos. El Orion debe de haberle dañado la sala de máquinas. —Lleno de esperanza el teniente continuó—. Apuesto a que tiene daños mayores en la parte de abajo. Con esa velocidad podemos esperar que el Pegasus y el Renounce nos alcancen mañana al mediodía. ¡Entonces el Blücher ya no tendrá ninguna oportunidad!

—Sí —convino Charles débilmente.

Llamados por las frenéticas transmisiones de radio del Bloohound, el Pegasus y el Renounce, dos cruceros pesados de la escuadra del norte, habían salido de la costa este de África lanzándose a través de las quinientas millas que los separaban.