Una vez lejos de la aldea, Sebastian hizo detener la columna. Sentado al lado del sendero, suspiró aliviado mientras se sacaba el pesado casco de metal de la cabeza y lo reemplazaba por un sombrero de fibras trenzadas, luego se quitó las estrechas botas de sus pies doloridos y se puso un par de sandalias de tosco cuero. Entregó el equipo que no iba a usar a su cargador personal, se levantó y, en su mejor swahili, ordenó que continuaran la marcha.
Cinco kilómetros valle abajo, el sendero cruzaba la corriente por encima de una pequeña cascada. Era un lugar sombrío donde grandes árboles anudaban sus copas sobre el angosto cauce del río. El agua se escurría y murmuraba entre el montón de líquenes que cubrían las piedras, para saltar después como blanco encaje a la luz del sol, bajando por el declive a la cascada.
Sebastian se detuvo en la orilla y permitió que sus hombres prosiguieran. Los observó saltar de piedra en piedra, llevando sus cargas sin esfuerzo, y luego gateando hacia la lejana orilla hasta desaparecer entre los densos arbustos del río. Escuchó hasta que sus voces se hicieron débiles en la distancia y de repente se sintió triste y solo.
Instintivamente se volvió y miró hacia atrás, en dirección a Lalapanzi, y la sensación de pérdida le produjo un gran vacío interior. La urgencia de regresar lo atrapó con tal fuerza que dio un paso hacia atrás por el sendero antes de poder controlarse.
Permaneció indeciso. Las voces de sus hombres eran ahora apagadas, debilitadas por la densa vegetación, ahogadas por el zumbido de los insectos, el murmullo del viento y el rumor del agua que caía.
Entonces la maleza crujió a sus espaldas y se volvió rápidamente. Ella estaba cerca de Sebastian y la luz del sol que se filtraba a través de las hojas le daba una apariencia dorada, llenando de una sensación de irrealidad, de un aspecto mágico, su presencia.
—Quería darle algo para que lo llevara con usted, un regalo de despedida, como recuerdo —dijo suavemente—, pero no se me ocurría nada. —Se acercó a él, lo atrajo con sus brazos, buscó su boca y lo besó.