El capitán de la Marina Otto von Kleine inclinó gravemente la cabeza mientras saludaba a Herman. Era un hombre alto, delgado, con una barba salpicada por unos cuantos mechones grises que le daban cierta dignidad.
—El inglés ha tocado tierra con un cuerpo expedicionario de gran envergadura en el delta del Rufiji, apoyado por barcos importantes. ¿Es eso correcto? —preguntó de inmediato.
—El informe fue exagerado. —Herman lamentó amargamente el impetuoso lenguaje de su mensaje al gobernador; se había dejado llevar por su amor patriótico—. En realidad, era sólo… —vaciló—… ah, una embarcación.
—¿Con qué fuerza numérica? ¿Cuáles son sus armas? —quiso saber Von Kleine.
—Bueno, es una embarcación desarmada. —Y Von Kleine frunció el ceño.
—¿De qué clase?
Herman se ruborizó de vergüenza.
—Un dhow árabe. De unos veintidós metros.
—Pero eso es imposible. Es ridículo. El káiser ha enviado un ultimátum al consulado inglés en Berlín. Ha dado orden de movilización a cinco divisiones. —El capitán se agitó y comenzó a caminar nervioso por el puente, apretando las manos con impaciencia—. ¿Cuál era el propósito de esa invasión inglesa? ¿Dónde está ese… ese dhow? ¿Qué explicación debo enviar a Berlín?
—Después he averiguado que la expedición estaba comandada por un conocido traficante de marfil llamado O’Flynn. Como se resistió al arresto, mis askaris le dispararon, pero su ayudante, un inglés desconocido, escapó río abajo anoche en el dhow.
—¿Adonde se dirigían? —El capitán dejó de pasear y miró fijamente a Herman.
—Zanzíbar.
—Esto es una estupidez; completamente absurdo. ¡Seremos la burla de todos! ¡Un crucero de guerra para atrapar a un par de delincuentes comunes!
—Pero, capitán, usted debe perseguirlos.
—¿Para qué?
—Si escapan y cuentan la historia de lo que pasó, la dignidad del káiser disminuirá en toda África. ¡Piense en lo que dirá la prensa británica cuando lo sepan! Además, esos hombres son criminales peligrosos.
—Pero no puedo abordar un barco extranjero en mar abierto. En especial si lleva bandera inglesa. Sería un acto de guerra o de piratería.
—Pero, capitán, ¿si se fueran a pique, hundiéndose sin dejar rastro?
El capitán Von Kleine movió la cabeza con aire pensativo. Luego, repentinamente, chasqueó los dedos y se volvió al piloto.
—Tráceme un rumbo hacia la isla de Zanzíbar.