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Tras su encuentro con Rebecka, Maria fue a la unidad de cuidados intensivos, donde se hallaba Lennart Björk. Adivinó su cara y se detuvo; tenía un vendaje alrededor de la cabeza y ambas piernas alzadas. Una enfermera le ayudaba a beber agua con una pajita. El vaso de plástico le temblaba en las manos y le costaba levantar la cabeza. Maria se dirigió a la sala de enfermeras para informarse sobre su estado. Resultaba esencial interrogarlo lo antes posible. La enfermera se mostró dubitativa. Precisaba el consentimiento del jefe de servicio. Debía aguardar a que este finalizara su ronda, así que fue a sentarse a la sala de espera. Sobre la mesa había varias revistas, cogió una revista mensual en papel satinado y la hojeó distraídamente. En la doble página central encontró un rostro conocido: una bellísima y sonriente Mirja Fredlund posaba bajo un frondoso árbol con el lago Malaren al fondo. En sus manos sostenía, orgullosa, unos planos. «Björkóbrunn, una visión hecha realidad», rezaba el titular. El centro terminó de construirse en enero de ese año. La Dirección del Patrimonio Nacional había sacado a contrata Birka, en Björkó, y Hovgárd, en Adelsó, en el lago Malaren. La contrata, durante treinta años, abarcaba tanto la parte pública como la gestión y el mantenimiento de las ruinas y los edificios. El contratista debía contar con los recursos y la preparación técnica necesarios para desarrollar el centro turístico.

Maria siguió leyendo: «“Yo apuesto por la calidad”, afirma Mirja Fredlund, directora gerente y copropietaria de Bjorkóbrunn. “Birka recibe actualmente unos cuarenta y cinco mil visitantes al año. En lugar de ampliar la afluencia, lo que pretendemos es brindar a cada visitante una experiencia única. El fantástico entorno natural y los elementos históricos serán ingredientes fundamentales en la terapia destinada a proporcionar la curación y el bienestar dentro del Centro de Spa de Bjorkóbrunn y Hovgárd. Todos, enfermos y sanos, deben sentirse bien recibidos y tener la seguridad de que están en manos de profesionales. Podemos ofrecer innumerables restaurantes, un deslumbrante centro comercial con productos de calidad, objetos artesanales y de lujo, con vendedores ataviados al estilo del siglo X, aunque con precios algo diferentes”, añade riendo. “Aparte de bañarte en el Malaren, podrás disfrutar de piscinas interiores y al aire libre, con hierbas aromáticas y masajes vigorizantes”».

«¿Significa eso que se cerrarán las islas al ciudadano de a pie?», preguntaba el periodista a continuación. «Tratándose de un centro de lujo, difícilmente podrá permitírselo el ciudadano medio…». Maria pasó ávidamente la página para leer la continuación.

«En absoluto, si bien es cierto que hemos incrementado ligeramente el precio. El servicio se corresponde con la contraprestación económica, y nosotros solo nos conformamos con lo mejor para nuestros clientes. Este lugar es Patrimonio de la Humanidad y pretendemos gestionarlo de la mejor manera posible. Birka ha sido desde tiempos inmemoriales un puesto comercial donde la gente ha intercambiado productos y servicios. Y queremos mantener viva esa tradición. Deseamos que acudan muchos clientes extranjeros con valiosas divisas. El hecho de ser Patrimonio de la Humanidad constituye el argumento principal de nuestra campaña de marketing. Seguirá habiendo visitas guiadas, como en el pasado, pero con una concepción ligeramente más exclusiva, donde el visitante podrá sentirse parte de la historia. Mirja Fredlund sonríe de forma críptica, pero por el momento no está dispuesta a desvelarnos más».

Maria cerró la revista y sintió una mano en su hombro.

—Creo que me andaba buscando. —El jefe de servicio le estrechó la mano y la saludó—. Vayamos a ver a Lennart Björk.

—¿Qué puede decirme de sus lesiones? —preguntó Mana; guardó disimuladamente la revista en su bolso mientras el facultativo saludaba a un colega.

—No se puede atribuir todo a la caída por las escaleras. El fotógrafo del hospital le ha tomado unas cuantas fotografías. Podemos enviar copias a la policía.

—¿Qué ha dicho? ¿Ha podido contarles qué pasó?

El jefe de servicio negó con la cabeza. Entraron en la sala y Maria se acomodó en una silla junto al cabecero de la cama. Lennart Björk abrió los ojos. Para alivio de Maria, Lennart parecía lúcido y la reconoció de inmediato.

—La policía —constató Lennart.

—Efectivamente. ¿Cómo se encuentra? —preguntó Maria observando el paisaje de cables, tubos y aparatos que no tenía ni idea de lo que medían.

—He estado mejor en otras ocasiones. Me dieron una paliza, perdí el conocimiento y luego, por lo visto, me tiraron por la escalera a patadas. De eso no me acuerdo. Tuve suerte, podía haberme partido el cuello; aunque, evidentemente, algo magullado sí que estoy. No a todo el mundo lo mandan a la UCI: las dos piernas rotas y una conmoción cerebral de muy señor mío. Con solo mover la cabeza me mareo.

—¿Reconoció al que se lo hizo?

—Frida Norrby. Seguro que usted piensa que estoy delirando, pero Frida estaba fuera de sí.

—Desde luego, parece extraño. —Maria trató de visualizar la escena. Frida, una anciana bajita y frágil, aunque nervuda, ataca a un tipo fuerte de cincuenta y cinco años y consigue tirarlo a patadas por una escalera…—. ¿Está seguro de que se hallaba sola?

—Se me acercó amenazante, yo extendí los brazos para apartarla de mí. Es bajita y creo que la agarré por el cuello. Entonces se puso a gritar.

—¿Recuerda qué gritaba? —preguntó Maria conteniendo la respiración a la espera de la respuesta.

—«Ayúdame, Jakob» o algo por el estilo. Luego no recuerdo más que el dolor y que me desplomé, creo que protegiéndome la cabeza.

—¿Es posible que dijera «Joakim»?

—Sí, es posible —repuso Lennart, pensativo, mientras trataba de cambiar de posición sin poder evitar una mueca.

—¿Qué tal se encuentra ahora? ¿Todavía le duele mucho?

—Me inyectan calmantes. Si no, no lo soportaría.

Maria lo comprendía perfectamente.

—Encontramos un papel en su casa, en la mesa del vestíbulo de la planta de arriba. Se trata de la copia de una inscripción: «VNI EPS». ¿Le dice algo?

—Lo llevó Frida. No son más que locuras. Fantasías. Revuelve las cosas y llega a sus propias conclusiones, que no se sustentan con evidencia histórica alguna. Helge, su marido, era igual. Perdió el juicio con todas esas disquisiciones. Estoy seguro de que ese dibujo al carboncillo lo realizó él mismo durante una noche en vela y luego lo dejó en su caja de seguridad del banco.

—¿Por qué piensa que lo guardaba en una caja de seguridad? ¿Se lo dijo él? ¿Sabía usted que existía esa caja?

—Lo he dicho por decir.

—Ingrid cuidaba de Frida, debió de oírle hablar con frecuencia sobre el tema; Camilla Ekstróm era su vecina más próxima, también pudo haber visto y oído bastantes cosas. Ahora ambas están muertas. ¿Qué piensa al respecto?

—Creo que Frida es la loca que ha acabado con ellas, sola o con la ayuda de ese tal Joakim. Hace tiempo que deberían haberla internado. Resulta peligroso que personas tan enfermas vivan en las mismas zonas que la gente normal. Puede parecer humano, pero ¿es así verdaderamente… cuando los dejas solos con sus propios demonios?

—¿Qué pasaría si Helge realmente hubiera encontrado la tumba de Unni aquí en Gocia?

—No lo hizo, y no eran más que chifladuras. Levantaba bastante el codo y, cuando le daba por ahí, Frida no permitía que se quedara en casa. Entonces se iba a pasar la noche en mi caseta o en el granero de Signe en Móllebos. Ahí fue probablemente donde pilló la neumonía que acabó con su vida.

Maria asentía con la cabeza, pensativa, a la espera de que Lennart prosiguiera su digresión. Recordaba vagamente que Helge había fallecido a causa de una micosis por aspergülusjlavus, conocida también como «enfermedad de las momias». Erika había mencionado que se trataba de una dolencia sumamente rara. Quien la contrae, o tiene las defensas muy bajas o se ha expuesto sobremanera, aspirando, por ejemplo, polvo procedente de cadáveres dentro de una sala mortuoria. Maria repitió entonces su pregunta.

—Pero pongámonos en ese caso. Si Helge hubiera encontrado la tumba del obispo, ¿cuáles serían las implicaciones?

—Creo que carezco de los conocimientos suficientes para pronunciarme sobre este tema. Soy un simple sacristán que hace horas extra como taxista. En las universidades hay expertos que podrán darle una respuesta. —Cerró los ojos para darle a entender que no podía hablar más—. Me duele, necesito una inyección ahora mismo. Por favor, avise a la enfermera.

Maria hizo lo que le había pedido y un minuto más tarde Lennart dormía profundamente. Decidió ir directamente a Roma para hablar con Gunnar Fredlund, pero antes avisó de ello al oficial de guardia.

Una intensa lluvia caía sobre el asfalto cuando Maria abandonó la ciudad en su coche. El cielo, grisáceo y plomizo, se abatía como la lona de una carpa sobre la antena de Follingbo. A través del parabrisas podía oír los graznidos de las gaviotas en su vuelo bajo y circular sobre tierra firme en busca de comida. Pensaba en Per. Le afligía terriblemente que no se hubiera abierto a ella, pero si había una posibilidad de ayudarle, ni que fuera solo una, no lo dejaría solo en el infierno en que se hallaba. Rebecka le había mostrado una alternativa, una oportunidad para sacarle tal vez del reino de los muertos y recuperar al hombre que era antes de que le dispararan.

Björkóbrunn, una lujosa clínica privada para aquellos que pudieran permitírselo. Maria intentó recordar todo lo que había leído en el artículo de la revista y en el folleto. Brindaba la posibilidad de vivir allí si necesitabas que te cuidaran al llegar a la vejez. Una modalidad de residencia asistida altamente exclusiva que congregaba a los principales expertos del país. En el folleto se especificaba su oferta de recuperación mental y tratamiento contra las depresiones por agotamiento y estrés postraumático. Mirja Fredlund podía ser la clave para la nueva vida de Per. La idea resultaba apabullante. Eran amigas, o por lo menos conocidas. Maria podría suplicarle que le concediera prioridad y hacerle entender la importancia de que Per recibiera ayuda, que la vida de él dependía de eso. «Cuanto antes lo ayuden, más posibilidades tendrá», había dicho Rebecka. La oportunidad se había presentado como caída del cielo. Puesto que de todos modos tenía que conversar con Gunnar Fredlund sobre el obispo Unni, podía aprovechar para hablar con Mirja acerca de una oportunidad para Per lo más pronto posible. Sin embargo, no podía evitar sentir remordimientos. ¿No era eso aprovecharse de su condición de policía para obtener ventajas? Apartó esa idea de su cabeza. De hecho, Mirja no era sospechosa de nada, incluso le habían atacado delante de sus narices. De Gunnar tampoco se sospechaba, simplemente iba a consultarle como experto en historia. Así que si mencionaba de pasada el asunto, su necesidad más acuciante, no pasaría nada. De ello dependía la vida de Per.