Frida Norrby vio pasar rápidamente las copas de los árboles por la ventanilla del coche. Sentía un dolor intenso en el cuello. Cada vez que tragaba le dolía. Trató de levantar los brazos. También le dolían. Los árboles desaparecieron y el cielo se convirtió en un manto gris interrumpido de vez en cuando por los postes del teléfono. Trató de girar ligeramente la cabeza. El dolor hizo que se le nublara la vista. Cada parada y movimiento del coche le provocaba dolor. En el asiento delantero estaba Joakim. En el retrovisor vio su cara, enmarcada por su pelo moreno y rizado.
—Trató de estrangularme —murmuró Frida. Su voz no le respondía; no estuvo segura de que Joakim le hubiera oído hasta que este respondió.
—Tiré al suelo a ese cretino y le di de patadas hasta que dejó de moverse —dijo con una voz dura y tan diferente a la suya.
—Pero no lo has matado, ¿verdad? —replicó Frida; el desasosiego que sentía era como un lazo alrededor del cuello—. Lo tumbaste, pero ¿no lo habrás matado?
—No Jo sé. —Su respuesta sonó dura como el hielo. En el retrovisor sus ojos relampagueaban oscuros e inquietos—. No tengo ni puñetera idea.
—¿No se movía en absoluto? ¿No respiraba? —insistió Frida ahogando un sollozo con su mano. Se le hizo un nudo en el estómago. No, no era posible, no podía estar muerto. Joakim no lo había hecho intencionadamente. No había tenido otro remedio. Aunque era imposible; algo tan terrible no podía haber ocurrido.
—Ya le he dicho que no lo sé. No me dio tiempo a comprobarlo. La policía podía llegar en cualquier momento. Estaban cerca, ya lo sabe, rastreando la zona en busca del asesino. Me pareció oír un coche en la carretera justo cuando le golpeé. Teníamos que irnos. ¡Había que salir echando leches!
—No entiendo cómo me pudo hacer eso. Siempre hemos sido buenos vecinos. Pretendía matarme, Joakim —dijo Frida. Necesitaba repetirlo y obtener la confirmación de Joakim para comprender lo incomprensible. Estalló en un llanto intenso salpicado de arcadas. Lo que había ocurrido era tan irreal e inesperado… Necesitaba tiempo para asimilarlo—. Realmente intentó matarme —repetía una y otra vez para sí misma.
—Por eso tuve que arrearle.
—¿Cogiste el texto que le mostramos? —preguntó Frida, buscando su mirada en el espejo.
Joakim negó con la cabeza.
—El dibujo se quedó en la casa —respondió Joakim; recordaba el papel plegado sobre la mesa en el momento en que el puñetazo buscaba ya a su destinatario—. Está allí.
—Entonces debemos volver. ¡Detén el coche!
—¡Ni loco! Acabo de cruzarme con un coche patrulla de la policía. Si Björk está vivo, tal vez les haya llamado. Debo llevarla a algún sitio donde pueda quedarse. La dejaré en casa de Ubbe. Si la poli viene a mi casa, nunca nos hemos visto, ¿entendido?
—En cualquier caso, tengo el sobre con los mapas en mi bolso. ¿Ubbe tiene carnet de conducir? —preguntó, esperanzada—. Tal vez pueda llevarme para que siga excavando.
Joakim sacudió bruscamente la cabeza en un gesto que Frida interpretó como un sí. En esos momentos se sentía más abandonada que nunca. El apartamento de Joakim era un lugar verdaderamente agradable desde que hizo una limpieza a fondo.
—Lavé un par de medias y las dejé tendidas sobre la bañera. Deberías quitarlas de allí para que la policía no crea que eres uno de esos tipos que se viste de mujer al caer la noche.
Frida no podía mantener la boca cerrada en aquella situación tan terrible. Podía imaginarse a Joakim de mujer, alta y espectacularmente bella.
—Se dice travestí. Ubbe dice que debemos resaltar nuestro lado femenino. ¡Menudo extravagante!
—Yo también soy extravagante.
—No, usted no, Frida, usted no. Usted es… ¡Mierda! Otro coche de la policía. Túmbese de nuevo y échese la manta por encima. Haga lo que le digo por una puta vez. Está lleno de polis… Y más adelante hay un control de carretera. ¡Joder! Sujétese bien. Vamos a ir por el camino de Valí y Trákumla —dijo Joakim, y acto seguido dio un volantazo y puso la radio—. A ver si dicen algo.
«… un nuevo suceso en Roma. A las dos de esta madrugada una mujer fue brutalmente agredida en su propia casa, al sudeste de la iglesia de la localidad. Según se nos informa, la policía ya estaba en el lugar cuando ocurrió. “Si no llega a ser por la policía, ahora estaría muerta”, ha afirmado la mujer en declaraciones a esta emisora. La víctima ha sido ingresada en el hospital con heridas leves; su situación se considera estable. Y ahora, el parte meteorológico…».
—¿Pasamos mejor por Stenkumla? Esa carretera es aún más pequeña. No les dará tiempo de poner controles en todos los sitios esta noche.
—¿Quién demonios…? —exclamó Joakim cuando oyó al sonido de su móvil—. Es un número oculto, así que no puede ser mi madre.
Joakim respondió al teléfono.
—Al habla la policía. Estamos en su apartamento y quisiéramos verle para interrogarle de nuevo. Han sucedido cosas esta noche que deseamos discutir con usted. ¿Dónde se encuentra en este momento?
—Estoy con un amigo. No hace falta que me recojan. Me pasaré por la comisaría en cuanto me haya vestido —dijo Joakim; luego, cortó la llamada y sacó la batería del móvil—. De lo contrario pueden localizarnos.
—¿Qué quería la policía?
—Estamos perdidos. Seguro que han encontrado sus malditas medias. Ninguna de mis chicas llevaría una prenda así. ¡Unas condenadas medias de vieja! ¿Por qué no lleva medias normales, como todo el mundo? Ahora comprenderán que ha estado viviendo en mi casa. Pensarán que la he tenido de rehén o algo por el estilo. Si se muere ahora y me echan la culpa, nunca se lo perdonaré.
—Las medias finas que llevan las jovencitas no duran nada, y además las varices se transparentan. Oye, si ya está todo perdido, podríamos ir a Móllebos y cavar, ¿no te parece? Si pasamos por Vate… En Móllebos podemos escondernos en las pilas de heno. Yo lo hice durante varios días, me alimentaba a escondidas de la leche de las vacas. Podrías desayunar leche recién ordeñada.
—¡Esto es demasiado! No me lo puedo creer… —dijo Joakim con un gesto de infinito sufrimiento.
—Tarde o temprano nos pillará la policía y para entonces será mejor que hayamos dado con ese obispo. Mostrar un resultado obtenido al servicio de la verdad puede valemos de atenuante. Además, la justicia siempre tiende a ser más justa cuando la televisión y los periódicos dirigen sus focos hacia el asunto en cuestión. ¿Sabes? Creo que ya lo tengo. El obispo Unni murió en Birka y lo enterraron sin cabeza, Y si está enterrado aquí, eso quiere decir que estamos en Birka. O sea, ¡Roma es la Birka de Ansgar! Pero ¿por qué nadie lo sabe? ¿Por qué Lennart prefiere matarme a que se conozca la verdad? —se preguntó Frida; durante un instante se sumió en sus pensamientos—¦. Seguramente Helge quiso que se diera a conocer. ¿Quién sale ganando y perdiendo con todo esto? Si el puesto comercial de Birka estuvo en Roma, y a raíz de eso Roma se hiciera famosa, el precio del suelo se incrementaría. Tal vez haya un montón de plata en la ladera. ¿Sabes una cosa? Lennart trató de comprarme la casa y también intentó hacerse con el terreno de Bibbi. Pero ahora ha dado marcha atrás. No quiere que se conozca la verdad. ¿No te parece extraño?
—¡A Móllebos! Es usted una jugadora arriesgada, Frida. Todo o nada… Vaya, vaya. Muy bien, vayamos a Móllebos y excavemos en busca de arzobispos decapitados. Pe todas formas, no tengo nada que hacer a la espera de que me empapelen —afirmó Joakim al tiempo que daba un giro repentino.
—Acabo de soltar los higadillos por la ventana… Mi estómago iba en la otra dirección —se quejó Frida con un sonoro resuello.
No se habían cruzado con ningún coche en las carreteras comarcales, por lo que se sentían un poco más tranquilos. Joakim se encerró en sus propias reflexiones, pero al rato interrumpió su silencio.
—Cuando era pequeño fui de viaje de estudios a Birka. Lo curioso es que uno se fía de lo que aprende en la escuela; no lo pone en duda. Esa es la verdad. La historia es la historia y no hay más que hablar.
—Con la historia pasa como con otras ciencias. Son solo suposiciones a la espera de nuevos hallazgos. La verdad de hoy es el mito de mañana. ¿Sabes la cantidad de tesis doctorales que se han escrito que deben armonizarse con tesis anteriores para que el doctorando no caiga en desgracia? Poner en tela de juicio los datos que convirtieron al opositor en catedrático es muy valiente, pero también muy estúpido si quieres sobrevivir dentro del mundo académico. Eso es lo que decía siempre Helge.
—Pero entonces ¿qué fue realmente Björkó? ¿Por qué hay todas esas tumbas allí?
Frida buscó en su memoria. Una tarde de verano había oído hablar del tema a Lennart y Helge, sentados en el banco de madera bajo la ventana de la cocina.
—Una pequeña ciudad. Quizá ni siquiera viviera gente allí en invierno por la falta de comida. Tenían que comprarla fuera. Helge barajaba la posibilidad de que el rey tuviera su séquito allí cuando residía en Adelsó. Un fortín militar, en otras palabras. Decían que las tumbas de Björkó albergaban numerosas armas y en ocasiones hasta caballos con armaduras de guerra. Y que había relativamente pocas tumbas de niños. Probablemente, a las damas de compañía les arrebataban a sus hijos recién nacidos —dijo Frida sin poder evitar un escalofrío. Luego cayó en un silencio meditabundo. Se aproximaban a Móllebos.
—¿Qué hacemos con el coche? Si alguien lo ve sabrá que estamos aquí.
—Lo metemos en el granero y lo escondemos dentro del heno.
Frida confiaba en que Signe no estuviera despierta. En ese caso tendrían problemas. Graves problemas. Debían desconectar el teléfono del vestíbulo. Signe no tenía móvil. En la habitación de Ingrid había otro teléfono y tal vez había uno más en el dormitorio de Signe. Pero quizá hubiera un método más sencillo que buscar teléfonos por toda la casa para asegurarse de que Signe no se comunicara con nadie. Debían poder trabajar sin que los molestaran y haber finalizado la excavación antes del amanecer.
—¿Piensas que este es el lugar correcto? —preguntó Frida.
—¿Y a quién diantre le importa eso? —contestó Joakim con sequedad.
Precisamente esa era la cuestión, pensó Frida. ¿Quién estaba tratando de detenerles?
Durante el resto de su vida Frida recordaría con una sonrisita la cara de Signe Nilsson cuando la encerraron en la enorme despensa de la cocina de Móllebos. Ciertamente, allí tendría a mano todo lo que pudiera precisar. Después de buscar consuelo en las latas de comida, podía, si así lo requería, hacer sus necesidades en el cubo. No le faltaría de nada en absoluto. Tenía una expresión tan estúpida cuando la sacaron de la cama y la arrastraron hasta su despensa, todavía medio dormida… Y luego, justo antes de que Frida cerrara la puerta, cuando comprendió lo que pasaba, se puso a gritar y a berrear como un niño pequeño al que se le castiga sin salir del cuarto.
Joakim dio la última palada cuando empezó a despejarse la neblina matinal en torno al estanque del molino. Frida sacudió la cabeza. El obispo decapitado no estaba ahí.
—¿Qué hacemos ahora? —dijo Joakim entornando los ojos hacia el sol, que se abría paso entre el manto de nubes como un foco sobre la centelleante superficie del agua.
—Quedan dos sitios donde excavar: la iglesia de Atlingbo y la Casa del Abad en Kungsgárd.
—Kungsgárd está lleno de gente.
—No nos iremos de aquí hasta que anochezca. Tal vez nos dé tiempo de ir a los dos lugares si el viento sopla a nuestro favor. Creo que es hora de que descansemos un rato.
—Quiero oír qué dicen en la radio.
Joakim se estiró y repentinamente su gesto se ensombreció. Pensar en Lennart Björk hacía que se le revolviera el estómago. No debía haberle pegado tan fuerte, tantas veces, pero no pudo controlar su ira. Le dio una y otra vez hasta que el viejo rodó por la escalera y quedó inmóvil en el vestíbulo. No se había atrevido a confesar a Frida la seriedad del asunto. Ella, entonces, como sí pudiera leer su pensamiento, dijo:
—No fue culpa tuya, Joakim. No fue culpa tuya.