36

En el mismo momento en que Lennart Björk se dirigía a casa de Mirja, Frida Norrby contemplaba los restos calcinados de lo que un día fue su hogar. En su inocencia pensaba que podría encontrar alguno de esos objetos tan familiares que demostraran que ella había vivido allí. Algún antiguo objeto querido heredado de su madre o su abuela materna, un hilo de conexión con el pasado. Bastaría una cosa pequeñita que pudiera llevarse. Resulta extraño el vínculo que nos une a lo que llamamos «hogan», por modesto que sea. Después de esos días de huida era muy consciente de ello. Hay que sentirse en casa en algún sitio para estar en paz con uno mismo.

La luna iluminaba el muro de la chimenea, lo único que todavía quedaba en pie. El resto se había convertido en montones de tablones calcinados y escombros bajo varias capas de hollín negro y pegajoso. Le había pedido a Joakim que se detuviera un momento antes de ir a casa del sacristán para solicitarle ayuda con una traducción del latín. Solo un instante. Joakim había accedido de mala gana. Frida lanzó un suspiro apesadumbrado al regresar al coche y sentarse junto a él.

—¿Cree realmente que es buena idea hablar con Lennart Björk? —preguntó Joakim desviando su atención de la carretera para mirarla con aire inquisitivo—. Mencionó que Helge y él eran amigos íntimos que se pasaban el día juntos. Y luego nada de nada. Un final repentino. Puede ser incluso peor que si no se hubieran conocido, ¿sabe? Los amigos íntimos que se pelean se convierten en enemigos a muerte. Ríase si quiere, pero lo digo muy en serio. Si has tenido un amigo cercano, la situación puede cambiar y acabar detestándoos por una minucia, aunque nadie lo desee. Puedes odiar a la otra persona en la misma medida en que has estado unido a ella.

—¡Qué va! No creo que sea el caso. No estaban peleados; simplemente aburridos. Helge prefería estar solo. Lennart Björk no es una compañía muy animada, al menos durante mucho tiempo. Después de hablar con él mis de media hora sueles llegar a la conclusión de que al tipo tal vez le gustaría morirse. Bueno, a todos nos llegará la hora, pero no hay motivos para apresurarse.

—Entonces, cuando hablemos con él pondré el reloj del móvil para que suene al cabo de veinticinco minutos, así nos ahorramos sus declaraciones finales sobre la muerte —soltó Joakim con una media sonrisa y se desvió de improviso por un pequeño camino de tierra—. Aparcaremos aquí el coche para que no se vea desde la carretera. ¿Podrá andar o prefiere que la lleve como una corderita sobre mis hombros?

—No hace falta que me trates como a una reina. Me las puedo arreglar. ¿De dónde has sacado eso de la corderita?

—Lo vi en un marcador de libros suyo.

—Me lo dieron cuando hice la primera comunión. Lo llevaba en mi bolso. ¿Has estado rebuscando en él? —Frida le dirigió una mirada implacable.

—Tuve que comprobar si tenía para pagar el alquiler. Y, efectivamente, tenía. ¿Qué banco ha robado? Había veintidós mil coronas.

—Quiero tener control sobre mi dinero.

—¡Pero veintidós mil! Imagínese que alguien le hubiera robado… —replicó Joakim, consternado de solo pensarlo—. ¿Se da cuenta de lo peligroso que es?

Frida asintió silenciosamente para sí misma. Lo entendía y por eso, entre otras cosas, necesitaba la ayuda del joven. Ella precisaba de su fuerza juvenil y él de alguien con quien desahogar su resentimiento. Oírle contar lo que la gente pensaba de él la dejaba estupefacta. Todos querían ponerlo a prueba, pillarle en un renuncio o rebajarlo. Lo sabía sin necesidad de ningún tipo de evidencia. Desde que salieron de la ciudad discutieron sobre qué podía saber o no la gente de lo que otros piensan, hasta que Joakim llegó a un estado de indignación tal que a punto estuvo de salirse de la calzada. Después, durante los últimos kilómetros, permaneció en silencio y pensativo, para finalmente, en el cruce de Dalhem, señalar:

—¡Vaya mierda si tiene razón!

Era imposible sonsacarle una confesión mejor que esa.

—Si es verdad que sabes leer el pensamiento, quiero que me digas lo que estoy pensando ahora. Te doy tres oportunidades. No más —le retó Frida al llegar a la iglesia de Roma. Obviamente, era imposible que acertara, pero hizo un intento:

—Está enfadada conmigo porque soy desagradable y le llevo la contraria. Piensa que no valgo nada porque no conseguí terminar mis estudios.

Frida negó con la cabeza.

—Entonces digo que quiere salir del coche para hacer pis.

—Otro fallo.

Frida le explicó que deseaba encontrar algo entre las cenizas, un objeto cualquiera que le perteneciera, que le hiciera sentirse como en casa. Ahora, al no haberlo encontrado, tenía ganas de llorar, porque eso significaba que ya no tenía casa más allá de lo que había metido en el bolso, y eso tampoco podía decirse que fuera un hogar. Era ahí donde Joakim había rebuscado, y eso podría considerarse un allanamiento de morada.

La grava producía un sonido áspero de camino a la casa del sacristán. Se veía luz dentro, pero el coche no estaba. Un vehículo había pasado por detrás de Frida cuando se encontraba frente a las ruinas de su casa, pero no le había dado tiempo a girarse para comprobar quién era. No parecía que la puerta estuviera cerrada, y eso era raro. ¿Había salido con tanta prisa que ni siquiera le había dado tiempo a cerrarla bien?

—Si hubieran asesinado a mis vecinos, nunca dejaría la puerta de mi casa abierta. Sé que a veces soy un poco descuidado en la ciudad, pero después de lo que ha sucedido… —dijo Joakim.

—Quizá él no tenga a quien temer —respondió Frida de forma críptica.

—¿Qué quiere decir? ¿Piensa que es el asesino o cree que no le preocupa estar vivo o muerto?

—Tú mismo. No es fácil saberlo, pero pregúntate cómo es que Lennart no cierra la puerta con llave cuando todos los demás se han hecho con cerraduras dobles y armas por temor al asesino.

—Bueno, entonces, si está completamente segura de que es una buena idea, entremos y esperémoslo ahí.

—Ya sabes que me queda poco de vida…

—Lo sé, y si lo vuelve a repetir la machaco yo personalmente. Me consta que no tiene intención de morirse con la duda, así que avíseme cuando sepa lo que está buscando y llegue la hora de cavarle un hoyo —dijo Joakim, después reflexionó y una amplia sonrisa burlona se dibujó en su rostro—. Si encontramos lo que quiere desenterrando los mapas, podría aprovechar el hoyo… De esa forma les evitaríamos el trabajo a los operarios del cementerio.

Frida rio de buena gana. El chico tema sentido del humor.

Después de un momento de debate decidieron esperarle en el piso de arriba, mis que nada para que el sacristán, al ver a Frida resurrecta de entre los muertos, no se diera la vuelta en la misma puerta y saliera corriendo despavorido. Arriba podrían esperar cómodamente y al mismo tiempo ocultos tras la escalera del desván.

—Espero que Lennart no pase toda la noche fuera… Si tú echas una cabezada ahora, yo dormiré luego. O podemos dormir los dos pero con un ojo abierto.

—Tranquila, yo me quedo despierto. Oiga, me pregunto una cosa. ¿Por qué no les pide simplemente a los funcionarios del archivo provincial que le ayuden a traducir ese texto en latín? Seguro que se les da mucho mejor que a su vecino. Mi madre conoce a un tipo que trabaja ahí. Un hacha.

—Es un organismo público. Se limitarían a llamar a la policía. Lennart no lo hará, sé lo que guarda en los bidones del sótano. Si afinas el olfato, Joakim, te darás cuenta de que huele a matarratas.

—Molestarse en fabricar aguardiente cuando basta con ir a Tallin con una furgoneta y llenarla…

—Seguro que es un poco tradicional en ese punto —dijo Frida con una carcajada—. Además, guarda también varías cajas con cosas robadas, verdaderos objetos dignos de un museo.

Como Joakim había prometido permanecer despierto, Frida cerró los ojos y se acomodó en el sillón situado detrás de la escalera. Le había dado la vuelta para, a través de las tablillas, poder ver al sacristán entrar por la puerta exterior. Pensó entonces que cuando, eres viejo, el cansancio es tu peor enemigo. El tiempo pasa tan rápido y uno quiere hacer tantas cosas… Hay que mantenerse despierto y no perder el tiempo. Joakim había observado con los ojos muy abiertos cómo Frida producía iones de plata con pilas y varas de plata y cómo acto seguido se bebía el reluciente líquido. Lo había aprendido de Helge, cuando este se mudó a Móllebos. Frida sostenía que con eso Helge se las había arreglado, y que murió al ingresarlo en el hospital. «¿Es usted bruja, o simplemente está chiflada?», le había preguntado Joakim. ¿Qué se contesta a algo así? Todos estamos locos a nuestra manera, pensó Frida. Lo importante es saber quién eres y qué quieres. No hay que explicárselo todo a los demás. Lo cierto es que después de esa cura se sentía mucho mejor. Ya no tenía el estómago revuelto. Cuando eres mayor, el estómago debe funcionar bien para que la vida sea soportable. Las deposiciones sólidas y regulares son un regalo del cielo. Frida relajó su cuerpo y dejó volar sus pensamientos. Después de hablar con Lennart Björk irían a Móllebos. Ya habían retirado el cordón policial, así que podían cavar en el lugar que Helge había marcado en el mapa. Si al menos ella supiera qué andaban buscando…

Lennart, por supuesto, se sorprendería al verlos. Eso formaba parte de su estrategia. Lo único que tenía que hacer era interpretar lo que ponía en el dibujo al carboncillo y después se marcharían. Probablemente quisiera acompañarles para ver qué encontraban. Si excavasen juntos, todo sería más sencillo, pero para ello debía estar completamente segura de que Lennart era de fiar.

Desde la muerte de Helge, Frida tenía la sensación de que alguien la acosaba. Algunos objetos de su casa habían cambiado de lugar. Alguien había entrado en el despacho de Helge tras su muerte y removido dentro de los cajones de su escritorio. Además, después de recoger el sobre de la caja de seguridad del banco alguien había incendiado la casa, probablemente para deshacerse de ella y del sobre. Aquella noche, cuando Frida llegó en taxi desde Hunninge, no se atrevió a entrar. La puerta del despacho de Helge estaba entreabierta. Buscó refugio en la leñera y de repente toda la casa se encontraba en llamas. Si hubiera estado durmiendo dentro de la casa no habría tenido escapatoria, pero la Providencia había dispuesto otra cosa para ella. Todavía estaba viva, pero más valía que la persona que prendió el fuego creyera que había muerto. Eso le daba cierto margen de acción. Luego murió esa jovencita, Camilla. Frida la había divisado en la ventana. Camilla había pegado su tierna carita en el vidrio y vio aquello que nadie debía ver: los tristes huesos de un bebé. Había observado fijamente y penetrado en esa tristeza. Pero no fue solo esa vez. Era una jovencita insoportablemente curiosa. Frida estaba convencida de que también había entrado en la casa y visto los mapas, porque junto a ellos alguien había dejado caer un rabillo de manzana sobre la mesa de la cocina, y Frida hacía mucho tiempo que no comía manzanas. Su estómago no lo hubiera soportado. ¿A quién le había contado algo Camilla y qué era eso tan peligroso? ¿Qué Frida estaba excavando en busca de algo? ¿El esqueleto infantil? ¿Los mapas? ¿Para quién podría suponer una amenaza? ¿Quién estaba dispuesto a asesinar e incendiar para asegurarse de que permaneciera enterrado lo que ya estaba bajo tierra?

Frida no podía dejar de pensar en Signe, en cómo habría sido la vida si hubieran sido amigas de verdad. Una amistad echada al traste. A Frida le parecía que la culpa no era solo de ella. Ambas habían amado a Helge, pero Signe nunca aceptó haber sacado la papeleta perdedora. Lo habrían podido pasar tan bien los cuatro si no hubiera existido esa amargura… Cabía suponer que el odio de Signe remitiría con la vejez, pero no encontró sosiego ni siquiera tras la muerte de Helge. Fue una crueldad contarle lo del niño de la Edad del Hierro para que Frida creyera que Helge había tenido un hijo con otra persona. Fue una maldad premeditada. ¿Por qué tenía que ser tan vil? ¿Era un contraataque por el hecho de verse abrumada por su tormento? Ingrid se había deshecho de un bebé y lo había enterrado por miedo a lo que Signe pudiera decir. Eso era al menos lo que decía el rumor. Las cerdas que se hallan bajo un gran estrés matan a mordiscos a su progenie para poder sobrevivir a una amenaza inminente. ¿Era eso cierto? ¿Podía ser ese el motivo de la turbia actuación de Signe? ¿Una repetición de lo más doloroso para tratar de entender y repartir las culpas? Signe había atado todo firmemente a su alrededor por miedo a terminar con las manos vacías. Probablemente fue eso lo que ahuyentó en el pasado a Helge, su excesivo entremetimiento y la obsesión por su persona y sus cosas. Exactamente así había sido siempre. Una gran egoísta, pensó Frida. Pero, pese a todo, había algo en Signe que le gustaba, un humor mordaz e inteligente, un estilo maravilloso de resolver las cosas de forma rápida y eficaz. Nunca escatimaba esfuerzos. Helge decía que era más energía que cerebro, pero en eso se equivocaba, porque Signe estaba bien dotada en lo que a capacidad intelectual se refiere. El problema era su manera de utilizarla.

En este punto de su reflexión, Frida sintió la mano de Joakim sobre su brazo. Abrió entonces los ojos.

—Creo que está llegando. Un coche se acerca.

Frida aguzó al máximo su oído y también lo oyó. Un vehículo se aproximaba a mucha velocidad y frenó ruidosamente sobre la tierra. Después no ocurrió nada. Aguardaron, pero no se abrió ni cerró ninguna puerta como cabía esperar. Joakim se arrastró en silencio por el suelo hasta la ventana. Se oían los ladridos del perro de Bibbi Johnsson en la distancia.

—Lennart sigue dentro del coche, sentado y con los ojos cerrados. Parece que está hablando consigo mismo. No se oye nada, ni siquiera cuando el chucho ese se calla. Por lo menos aquí arriba no llega nada. Si la radio estuviera encendida, se supone que oiríamos los graves de la música. Se diría que se ha quedado dormido; no se mueve. ¡Espere! Ahora sí. Viene para acá. Me pregunto qué ha estado haciendo en mitad de la noche.

—No me mostraré hasta que no haya subido la escalera. Aguarda detrás de mí.

—Vale. Está entrando… Pero anda lentísimo.

No le oyeron cerrar la puerta de entrada. Con pasos cansinos se dirigió a la cocina y una vez allí se sentó en una silla. Durante un tiempo interminable. A Frida le pareció que le oía murmurar para sí mismo y en ocasiones también gemir e incluso reírse ligeramente. ¿Estaba bebido? Finalmente el sacristán se agarró a ambas barandillas y empezó a ascender, escalón tras escalón, como si le costara un esfuerzo tremendo. ¿Estaba enfermo o simplemente exhausto? Frida esperó a que llegara arriba para emerger. No quería que, del susto, se cayera por la escalera y se partiera el cuello.

—¡Frida Norrby!

Su aparición tuvo el efecto esperado. Lennart se puso la mano en el pecho, como para protegerse de un espíritu maligno.

—Así que lo que vi era cierto. ¡Estás viva! —dijo al tiempo que se dejaba caer en el sofá—. ¿Qué haces aquí en plena noche?

Frida no pudo evitar reírse.

—Soy el espíritu de las Navidades pasadas y vengo para hacerle entrar en razón, señor Björk. Es usted un codicioso. ¿Dónde ha estado? —contraatacó.

—Han atacado a Mirja Fredlund y la policía está allí. Te están buscando, Frida.

—¿Así que no se creyeron que morí en el incendio?

—En un primer momento sí que lo creímos, y nos afectó muchísimo, pero no encontraron tus restos. ¿Por qué te has escondido? ¿No comprendes que estábamos preocupados? ¿Dónde te has metido?

—Ya ves. Ahora estoy aquí y quiero mostrarte algo que Helge tenía entre manos. Encontré esta copia en la caja de seguridad del banco y me pregunto qué significa. Pone que realizó la copia él mismo tras la guerra, en 1949, en un archivo.

Frida desplegó ante Lennart el papel ennegrecido y bajo la tenue luz de la luna procedente de la ventana pudo leer «VNI EPS».

—Parece provenir de una lápida —añadió Frida.

—V es U y la raya sobre la N significa que es una letra doble. EPS también tiene una raya encima, lo cual indica que es la abreviatura de Episcopus. ¡Dice «Obispo Unni»! ¡Cielo santo! ¿Sabes dónde se encuentra esa lápida? —preguntó Lennart sosteniendo el papel con manos temblorosas en dirección a la luz para verlo mejor. La base sobre la que se hallaba la inscripción daba la impresión de ser ligeramente rugosa, con delgadas grietas dispersas, como si se tratara de un bloque de piedra.

—Estoy buscando, pero no sé qué es.

—¿Se lo has enseñado a alguien más? —preguntó Lennart con los ojos entornados. Su respiración se hizo más pesada—. ¿Alguna otra persona ha visto esto?

—No, solo nosotros.

Frida indicó con la cabeza hacia donde se encontraba Joakim, en la oscuridad, pero Lennart Björk no captó el gesto. Sus dedos se ciñeron repentinamente en torno al cuello de Frida con una fuerza de la que esta no le creía capaz. No podía respirar. La mirada de Lennart reflejaba furia, codicia, rabia y algo más que se asemejaba al llanto. Aunque Mirja era una traidora, él nunca la traicionaría. En ese momento estaba dispuesto a sacrificar su éxito por el de ella.

Aire. A Frida no le llegaba el aire, sus pulmones estaban a punto de estallar. Trató de derribarlo pero no consiguió alcanzarle. Entonces un sonido agudo y penetrante retumbó en sus oídos. Silencio y un ruido ensordecedor se sucedieron repetidas veces. Luego todo se oscureció.