Lennart Björk entró en su coche para regresar a casa. El trayecto era corto. Bajo la tenue luz del amanecer vio las sombras blancas flotar bajo los árboles antes de encender los faros. Los monjes se acercaban con sus níveos hábitos. ¿Qué querían de él? ¿Depositar una corona de flores en el cementerio de sus sentimientos?, pensó sombríamente. Mirja le había fallado. Eso es lo que valía la intimidad para ella. Para él, aquel momento de confidencialidad tras hacer el amor había sido sagrado. Solo cuando quieres de verdad sientes la necesidad de confesar con franqueza tus antiguos amores. Tal vez lo hagas para comprender y vincularlos a la maravillosa experiencia que estás viviendo en ese momento. Pero para ella no significó nada. Tras ese interrogatorio tan inesperado se sentía agotado y triste. Muchos de los pensamientos y sentimientos que había reprimido y finalmente conseguido enterrar habían vuelto a emerger a la superficie. Borró a Ingrid de sus pensamientos. Todavía le afectaba demasiado pensar en ella y en todo lo ocurrido. Inconscientemente, pisó el acelerador, como si desplazarse físicamente pudiera alejarle de aquello que tanto le dolía recordar. Pero el pensamiento de Ingrid reaparecía en su mente. ¿Por qué no había sido capaz de aceptar esa felicidad que les había sido dada? ¿Por qué tuvo que castigarse a sí misma y destruir todo de forma tan abrupta? Decía que si hubiera dado a luz a ese niño, una terrible infelicidad habría caído sobre él. Su hijo sería el portador de esa impureza y vergüenza heredadas. Él no alcanzaba a comprender sus argumentos y les restó importancia. Ingrid, una persona tan razonable, tan inteligente y realista, no podía hablar en serio. Si él hubiera sospechado la inmensa profundidad del pozo negro que albergaba en su alma… Hasta que no vio la sangre no comprendió que lo decía de veras.
Lennart tomó la curva a demasiada velocidad y aparcó en el exterior de su casa. Rozó uno de los postes de la verja, pero no se preocupó del arañazo sobre la pintura del coche, por lo demás impecable. Se sentía exhausto. Ni siquiera tenía fuerzas para salir del coche, Ingrid estaba muerta. Mirja le había traicionado de forma imperdonable y la vida que le quedaba por delante se le antojaba carente de todo sentido e insoportable. «Dame una sola razón para seguir viviendo», le dijo a su reflejo en el retrovisor. La idea le asustó, pero no había respuesta. Todo aquello que había dado sentido a su vida se había derrumbado como un castillo de naipes por una ráfaga de viento a través de una ventana abierta. Mirja probablemente nunca abandonaría a su senil esposo, al menos mientras este financiara su soñado balneario de lujo con sección terapéutica. Ser la directora de ese centro despertaba en ella una pasión más intensa que su proximidad física. Pero, a pesar de todo, no era capaz de traicionarla. La amaba con locura. Su delicada piel, su espíritu juguetón y el hecho de poder hacerla disfrutar más allá de todo sentido. Eso nunca le había pasado antes. Mirja conocía el arte de entregarse por completo y de que él se sintiera el mejor amante del universo. Incluso en ese momento de desesperación no pudo evitar una erección al pensarlo. Desde el punto de vista económico era una insensatez descomunal. Si la ayudaba, perdería todo lo que había ganado en sus inversiones especulativas y compras de terreno, pero era lo único que podía hacer.
Cerró los ojos y reflexionó sobre cuáles habían sido sus ambiciones en la vida. Se dio cuenta de que habían sido poquísimas.
El amor. Una mujer a la que amar o al menos con la que poder vivir sin dar su brazo demasiado a torcer. Un trabajo interesante. Ahí la vida también le había puesto la zancadilla. Le hubiera gustado estudiar arqueología en la universidad, pero las notas no le daban para eso, y en su lugar había saltado sin pena ni gloria entre diversos trabajos ocasionales y aprendido latín por su cuenta. La amistad. Su único amigo verdadero desde que dejó la escuela fue Helge, y esa amistad se basaba en el hecho de ser vecinos, compartir cortadoras de césped y un mismo interés por el pasado de la comarca. ¿No debería haber hecho realidad algún sueño más llegado a los cincuenta y cinco años de edad?
Ahora bien, ¿cuántas personas que cumplen sus sueños se sienten felices por ese motivo? ¿Cuántos de ellos pueden vivir su felicidad? Frida y Helge tampoco habían sido capaces de vivir felices juntos. Aunque se amaran tanto, se habían hecho daño mutuamente. ¿Por qué Helge visitaba en mitad de la noche a Signe en Móllebos para desahogarse si las cosas iban tan bien en casa? Algo tan incomprensible y un desperdicio tal de felicidad… Una noche de diciembre, Frida llamó a su puerta para preguntarle si Helge estaba allí. Lennart no sabía dónde se encontraba. «Si Frida llama por teléfono, yo estoy en tu casa», le había dicho Helge, y él había aceptado de mala gana. Pero cuando la vio en el umbral de su casa, tan triste y preocupada, le contó la verdad. Helge estaba en casa de Signe. ¿Qué otra cosa podía haber hecho? Nunca supo qué pasó después, pero algo muy hermoso se hizo añicos esa noche. Podía adivinarlo en el rostro de ambos cuando se cruzaba con ellos. Desde ese instante, aquel acaramelamiento constante se apagó. La mano de ella sobre su brazo, la mano de él sobre la mejilla de ella, el suave beso sobre el cabello de la mujer cuando pasaba a su lado. De hecho, tras aquella noche, ni siquiera pasaban cerca el uno del otro. Luego Helge empezó a pasar más tiempo en casa. Se convirtió en un caminante nocturno, y lo que hallaba en la oscuridad se lo guardaba para sí. Después del entierro, Lennart trató de averiguar cuánto sabía Helge. No quería la colaboración de Frida. Armado con la llave que encontró colocada en un clavo en la caseta de los Norrby, entró en la casa cuando Frida no estaba, pero no halló nada en los cajones del escritorio de Helge.
Antes de eso habían compartido muchas ideas. La misma semana en que los Norrby se mudaron a la casita amarilla, Helge había ido a su casa por un asunto práctico y, tras descubrir su afición común por el pasado, las visitas se hicieron más frecuentes. Le contó lo de los cadáveres de niños hallados al este de la iglesia cuando el ejército excavó un almacén de combustible durante la guerra. Todos los hallazgos fueron declarados confidenciales y guardados en un archivo militar, donde cayeron en el olvido. En un primer momento Helge pensó que se trataba de niños asesinados recientemente, lo que le llenó de indignación, pero, hablando del tema, Lennart lo tranquilizó, le explicó que se trataba de niños sacrificados en la asamblea del Thing, durante la Edad del Hierro, para propiciar una buena cosecha. A pesar de ello, Helge no dejó de darle vueltas al asunto. Deseaba tanto tener hijos… y Frida no se quedaba embarazada. La idea de que en el pasado habían sacrificado a niños por algo tan poco seguro como la benevolencia divina le atormentaba terriblemente. Solía decir que eran personas como nosotros. ¿Dónde está el límite de lo que los seres humanos son capaces de hacer llevados por un fanatismo ciego?
Juntos habían explorado por la noche, equipados con un detector de metales, el prado de Guldáker, al noroeste de Kungsgárd, y otras zonas de cultivo, y habían encontrado gran cantidad de monedas y pesas de balanza. Lennart lo tenía guardado en su despensa, dentro de cajas debidamente etiquetadas. Se trataba sobre todo de monedas árabes de la época vikinga, probablemente llegadas a través de la Ruta de la Seda en la época del califato. También había monedas de Bulgaria del Volga, bizantinas y de las denominadas Hedeby, que en realidad no eran más que adornos con un agujero. Durante el período vikingo, la ruta comercial con el califato pasaba por la localidad alemana de Hedeby y llegaba a Birka, la importante metrópoli comercial sueca. En eso coincidían todos. Pero ¿dónde estaba Birka? ¿Se encontraba realmente en la isla de Björkó, en el lago Málaren, como enseñamos a nuestros niños en el colegio? En eso ocupaba sus pensamientos Helge día y noche.
«El ochenta por ciento de las monedas árabes descubiertas en los países nórdicos se han hallado en Gocia, y no paran de encontrarse nuevas», había comentado Helge. «Un solo tesoro de nuestra Roma encierra más plata de la que se ha recogido en toda la comarca de Adelsó de la época de Birka. El mayor tesoro de plata jamás hallado en el mundo es el Tesoro de Spilling, aquí, en Gocia. Contenía catorce mil monedas. En Stale, parroquia de Roñe, se encontraron seis mil monedas. En la Birka de la isla de Björkó se ha hallado en total la ridícula cifra de seiscientos monedas». A esa conclusión había llegado Helge después de haber contabilizado los hallazgos expuestos en la web del Museo de Antigüedades Nacionales de Suecia. ¿No podía ser que Birka, la Birka del monje Ansgar, que mencionan tanto Adán de Bremen como Rimbert, en realidad estuviera en Gocia?
«Y de ser así, ¿ha declarado la UNESCO Patrimonio de la Humanidad a la Birka del Málaren sobre falsas premisas?». Helge apenas se había atrevido a barajar esa idea. La Birka de Björkó era un ciudad antigua, sin lugar a dudas, pero ni mucho menos una metrópoli comercial de las dimensiones de Gocia.
Lennart había contraatacado señalando que tal vez el intercambio comercial propiamente dicho tenía lugar en Björkó y que los comerciantes luego volvían a casa con su plata y la enterraban. Además, en Visby solo se habían encontrado monedas dispersas. Pero Helge se negaba a escucharle. Juntos habían pasado noches hasta las tantas de la madrugada armados de mapas para estudiar las vías marítimas. Según Adán de Bremen, el acceso a la ruta marítima que llevaba a Birka se iniciaba por una bahía en el norte, tras lo que se veía bloqueada por obstáculos durante un buen trecho. En Björkó, la mayor bahía con embarcadero da al oeste, y se han localizado pequeños restos de embarcaderos en el norte. Pero no es una vía marítima complicada, como señala el historiador. Solo hay mar abierto. En Gocia, por el contrario, está la bahía de Kappelhamn al norte, en el pasado conocida incluso como Bahía del Norte, la cual, antes del alzamiento y del drenaje del terreno, se prolongaba mediante un canal hasta Lárbro. Quizá hicieran rodar los barcos sobre troncos por el complicado camino hasta la marisma de Tingstade, y desde allí llegaran hasta el Kungsgárd de Roma, un tramo repleto de vestigios de embarcaderos que estuvieron activos simultáneamente. En la marisma se habían hallado los restos de un barco, el Krampmacken, que luego fue reconstruido y, más tarde, se consiguió llegar con él hasta Estambul. Helge había acudido numerosas veces con mapas hallados en antiguos archivos militares, para intentar aclarar aún más la disposición de la zona antes de su drenaje.
«Cuando los historiadores a sueldo del rey se afanaban por encontrar un pasado glorioso para Suecia como gran potencia, no podían incluir a Gocia, puesto que no fue sueca durante el período vikingo», decía Helge. «Los suecos querían contemplar una historia glamurosa al mirar atrás. Quizá Gocia mera incluso un área de libre comercio».
Lennart, finalmente, abrió la puerta del coche y salió. El tibio viento de la mañana ceñía su flaco cuerpo y se internaba subrepticiamente bajo su delgada camisa ondeante. Estaba tiritando. La idea de meterse en esa cama que otras noches más felices había compartido con Mirja intensificó aún más su sensación de soledad. Mostrar el yo más desnudo a otra persona requiere tiempo. Un cuerpo provisional es solo un cuerpo. Por supuesto, es más fácil apagar una película porno que desayunar con alguien que no conoces. Pero comparado con hacer el amor con alguien a quien amas de verdad, todo lo demás solo son artículos de primera necesidad. Cuando Mirja regresó ese verano, él albergó la esperanza de que la vida, pese a todo, pudiera ser bella. Entonces Camilla le alquiló la casa. Tal vez el cerebro esté programado para trabajar al servicio de la evolución y la reproducción, distribuir los riesgos y evitar que uno se pierda sentimentalmente con una sola mujer. Él no quería y, a pesar de eso, se dejó atrapar por la juventud y la belleza de Camilla. Aunque sabía que era una fantasía imposible, los cuerpos femeninos de las películas adoptaron su hermoso y juvenil rostro y aquella sonrisa amable era solo suya. Cuando Mirja empezó a dudar de sus sentimientos, él se vengó de una forma casi inconsciente hablándole de la juventud y la piel de melocotón de Camilla. Ahora ya no podía añorarla. Lennart cerró la puerta tras de sí, pero no le quedaban fuerzas ni para girar la llave. Se le habían agotado, solo quería dormir, dormir el resto de su ridícula vida.
Pero los recuerdos no estaban por la labor. Helge solía sentarse en la silla de la cocina junto a la ventana, daba chupaditas a su pequeña pipa y lo miraba a través del humo con los ojos entornados. Lennart se desplomó en la silla de enfrente, justo como solían sentarse antes de que Helge rompiera los lazos. Juntos habían preguntado a la gente de la zona, buscando viejos nombres de lugares. Helge había descubierto que la parroquia de Björke, limítrofe con Roma, anteriormente se llamaba Birka, y que al prado llamado Björkhage, que se extiende junto a Kungsgárd en el mapa de 1646, se le conocía como Birkhage. Según el historiador Adán de Bremen, la Birka visitada por Ansgar se hallaba cerca de Upsala. En la ladera de Sjonhem, cerca de Roma, habían encontrado una Upsala, En realidad, había otras setenta Upsalas y un sinfín de Birkas repartidas por toda Suecia antes de que se cambiaran los nombres. Helge había llegado a la conclusión de que Birka significaba simplemente «mercado». Lo importante era saber dónde se ubicaba la Birka que Ansgar visitó.
«Lo realmente curioso… —dijo pensativo— es que Gocia, un puesto comercial tan importante en aquella época, no sea mencionada en absoluto. Como si faltara en la historia. Es totalmente imposible que cronistas como Adán de Bremen y Rimbert hubieran omitido un lugar tan fundamental para el comercio de la plata en el mar Báltico. A no ser, claro está, que se refirieran a este lugar pero lo llamaran Birka. Si Gocia es la Birka a la que llegó Ansgar para cristianizar a los paganos, de repente todo concordaría. Sería el lugar que describieron los historiadores».
Helge se encontraba ahí, junto a la ventana, mirando fijamente hacia la oscuridad y volviendo a llenar su pipa. «Son indicios, muchos y difíciles de pasar por alto, pero indicios, no pruebas. ¿Qué se necesita para que Gocia recupere el lugar que le corresponde en la historia? ¿Cuál podría ser una prueba irrefutable de que Roma era la Birka de Ansgar?». Cuando empezó a amanecer examinaron minuciosamente los textos sobre Ansgar escritos por los antiguos historiadores. Helge estaba totalmente obsesionado por encontrar la prueba definitiva. Entonces, tras un período de mareos y problemas estomacales, llegó su muerte, repentina e inexplicable, Frida no era capaz de explicar las causas de su muerte de una manera inteligible. Afirmaba que se debía a su añoranza de lo sombrío y complicado, que aquello le había corroído el sentido hasta que murió de debilidad.
Pero antes de eso, antes de que Helge se encerrara en sí mismo, habían pasado muchas noches junto a esta mesa de cocina discutiendo el modo en que los historiadores tardíos habían interpretado los documentos primigenios y, finalmente, habían concluido que… el hallazgo necesario para probar de una vez por todas dónde se ubicaba la Birka de Ansgar estaba en la tumba de un obispo.
Helge lo explicó con su estilo meticuloso e intrincado mientras Lennart se limitaba básicamente a escuchar. Ansgar estuvo de misión en Hedeby y luego siguió por la Ruta de la Seda hasta Birka, adonde arribó en torno al año 829. El rey del país, Bjórn, le concedió autorización para predicar sobre el Cristo Blanco y se construyó una iglesia de madera. Poco después, Ansgar regresó en barco a Bremen y fue nombrado arzobispo de la misión, es decir, enviado del Papa en tierra de paganos. Cuando Ansgar regresó en el año 852, o tal vez 853, tras veinte días de travesía, la iglesia de madera había sido reducida a cenizas y se le aconsejó que volviera a casa.
«¡Eso también encaja!», replicó Lennart. En Kulstade, a un kilómetro más o menos de Kungsgárd, se levantó la primera iglesia de Gocia, una iglesia de madera que fue quemada. Ansgar consiguió que su causa se debatiera en el Thing, que le volvió a autorizar que predicara, puesto que el dios cristiano había ayudado a muchas personas en peligro de naufragio. Ansgar regresó una vez más a casa y murió en 865.
«Entonces empieza lo realmente interesante». Helge parecía emocionado como un niño con sus regalos de Nochebuena al anunciar lo que podía ser la prueba definitiva. «A Ansgar le sucedió el obispo Unni, que deseaba visitar toda su diócesis. La puerta de la fe estaba ahora abierta entre los paganos. Unni se dirigió primero a Dinamarca y luego a Birka. Corría el año 935. Logró reconvertir al cristianismo a los habitantes de Birka y después murió. ¡Y lo enterraron en Birka! ¿Comprendes lo que significa eso?». Helge no podía mantenerse quieto en la silla. Lennart era capaz de evocar su imagen, de un lado a otro de la cocina, gesticulando y trazando círculos en el aire con su pipa para subrayar sus palabras.
«¿Lo entiendes? Cortaron la cabeza del obispo y la enviaron a la basílica de San Pedro en el año 936, pero el resto de su cuerpo se encuentra enterrado en Birka. Basta con encontrarlo. Encontrar al hombre sin cabeza».
Tras esa conversación, el contacto entre ellos se interrumpió. Desconocía lo que Helge había hallado en sus correrías, pero Lennart había empezado a comprar terrenos en la comarca de Roma. Tal vez un día sería una zona de gran valor.
¿Qué podía haber hecho para mantener viva esa amistad? ¿Debía haberle mentido a Frida en la cara cuando acudió a su casa preguntando por su marido? Reflexionando al respecto, sobre el sacrificio que había hecho en aras de la verdad, Lennart se dijo que tal vez no había merecido la pena.