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Más tarde reflexionaría sobre su reacción. Su primer impulso no fue lanzarse hacia Mirja, yaciente sobre la grava bajo la escalera de piedra. Sus años de experiencia le habían llevado a interiorizar una actitud de cautela y precaución en situaciones críticas. El día en que dispararon a Per había quedado grabado para siempre en su memoria. Un nimio movimiento podía suponer la diferencia entre la vida y la muerte. Su primer impulso fue mirar a su alrededor en busca del agresor; el segundo, encontrar un objeto contundente. Debía hallarse muy próximo, oculto, preparado tal vez para abalanzarse también sobre ella. Maria permaneció quieta, atenta a cualquier ruido o movimiento que pudiera revelar la amenaza. Cogió lentamente un pedrusco afilado. Un silencio ondulante penetraba en su conciencia. Mirja seguía totalmente inmóvil, con las piernas colocadas en un extraño ángulo bajo su corto camisón blanco. Su pelo oscuro se había desparramado cual vino tinto de una jarra volcada. Su rostro presentaba un tono amarillento. De su mano se había desprendido un candelabro de latón con la vela ya apagada. La puerta de entrada estaba abierta, pero dentro de la casa no se oía nada. Un poco más allá, tirada sobre la grava, había una pala. Todo esto lo registró Maria en poco más de un segundo. Mientras rastreaba el entorno con la mirada y mantenía en alerta sus oídos, se acercó a Mirja y se agachó. Tenía arañazos y sangre en una de las mejillas. Maria palpó su cuello buscando signos de vida. Sintió el pulso en sus propios dedos antes de encontrar el punto correcto en el cuello de Mirja. Era rápido pero nítido. En ese mismo instante los párpados de Mirja se estremecieron. Luego lanzó un gemido y se llevó una mano a la cabeza.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Maria mientras le acariciaba suavemente el pelo. Sus dedos se llenaron de sangre. Echó un vistazo rápido alrededor. Quien hubiera atacado a Mirja no podía andar muy lejos. Se requería valor para quedarse allí cuando el instinto te decía que debías alejarte de inmediato del peligro.

—Oí un ruido. Había alguien aquí fuera, en el jardín. Me golpeó. Era un hombre. En la cabeza… ¡Ha intentado matarme! Se disponía a darme otra vez con la pala, pero debió de oír tus pasos sobre la grava. Entonces llegaste tú. Oyó tus pasos. Ayúdame a entrar. ¡Tenemos que encerrarnos! Está ahí fuera —dijo Mirja mientras se incorporaba a medias—. Me siento fatal. Creo que voy a devolver.

Se colocó a cuatro patas y trató de vomitar; tenía lágrimas en las mejillas. Luego empezó a arrastrarse hacia la escalera, en un estado lamentable. Los brazos apenas la sostenían. Con ayuda de Maria se puso en pie, tambaleante.

—¡Date prisa!

Maria prácticamente subió a Mirja en volandas por la escalera, mientras gemía y se quejaba de su dolorida cabeza. En el vestíbulo volvió a derrumbarse.

—¡Cierra, cierra rápido! —clamó Mirja; se agarraba a las piernas de Maria con tanta fuerza que le penetró la carne con las uñas. Una vez echada la llave, tras oír el chasquido del pestillo, relajó los brazos y permaneció tirada en el suelo como un trapo. Tenía muy abiertos sus grandes y oscuros ojos y temblaba bajo su fino camisón blanco.

—¿Has visto quién era? —inquirió Maria al tiempo que buscaba el móvil en el bolsillo de su chaqueta sin quitar ojo a la ventana.

El jardín se encontraba sumido en la débil luz de la luna. Había muchos lugares donde esconderse. Las sombras se desplazaban cuando el viento acariciaba las hojas de los árboles, mientras que la luna se ocultaba tras las nubes y reaparecía. Por un instante Maria creyó atisbar un movimiento, una sombra que se desprendía de un tronco y retrocedía despacio en la oscuridad. Pero, obviamente, pudo ser fruto de su imaginación.

—Fue un hombre, o al menos alguien más grande que yo. Más alto. Fue tan rápido… No me dio tiempo a fijarme en su aspecto. Se me acercó de lado, por detrás.

—¿Cuánto más alto que tú? ¿Recuerdas algo más?

—No. Me estalla la cabeza. ¡Me duele mucho!

—Si sufres una conmoción cerebral debes tumbarte y permanecer completamente quieta. Has estado inconsciente durante un momento. Traeré una almohada. Tenemos que llamar a una ambulancia y a la policía.

El móvil de Maria no estaba en el bolsillo de su chaqueta. Lo había dejado en la mesita de noche. Mirja había recibido un fuerte golpe en la cabeza, debía ir al hospital. Había que alertar a la policía para pedir refuerzos y rastrear la zona. Al final, tal vez se tratara de un loco perseguidor de mujeres que actuaba en solitario. Maria subió la escalera de dos en dos. Por la puerta del dormitorio vio a Gunnar con la boca muy abierta. Un rayo de luna jugueteaba en su cara. Los ronquidos se habían transformado en una profunda respiración. Entonces empezó a moverse y a mascullar algo inaudible.

Cuando Maria regresó a la planta baja tras hablar con el oficial de guardia de la policía, Gunnar se acercó vacilante a la mesa de la cocina, en calzoncillos y con una camiseta demasiado pequeña. Tenía un aspecto penosamente indiscreto e íntimo. Le envolvía un hedor a sudor y a genitales. Al sentarse, sus testículos se desparramaron entre los perniles demasiado anchos de los calzoncillos. Maria trató de evitar la contemplación de tan lamentable espectáculo. Cuando Gunnar se levantó para encender la luz, Maria lo detuvo inmediatamente.

—Si enciendes, nos verán como a través de una pantalla de cine. Es mejor ver que ser visto.

—¿Qué hora es? —preguntó Gunnar desplomándose de nuevo en la silla de la cocina y apoyando la cabeza entre las manos, todavía no despierto del todo.

Maria explicó lo que había pasado. Eran las dos menos cuarto de la madrugada.

—Quizá deberíamos llamar a los vecinos para avisarles —dijo Mirja alzando ligeramente la cabeza.

—¿Para que salgan y los ataquen también? ¿Eres tonta o qué? —soltó Gunnar desde su silla. No mostraba compasión alguna. Ni siquiera se acercó a Mirja para ver cómo estaba. Probablemente seguía borracho como una cuba.

—Tenemos que advertirles de que no salgan —repuso Mirja—. Es mejor que lo sepan, ¿no? ¿Ves algo? —añadió a continuación observando a Maria, que se había apostado junto a la ventana—. ¿Y si pretende incendiar la casa con nosotros dentro? ¿Cuánto tardaría en vaciar un bidón de gasolina en el porche y prender fuego?

—En cualquier caso, estamos despiertos, podríamos saltar por la ventana de atrás —contestó Gunnar dirigiéndose pesadamente hacia el frigorífico y abriendo una cerveza—. ¿Qué se te había perdido ahí afuera, Mirja?

—Oí un ruido. Alguien caminaba por la gravilla. Quería comprobar si habíamos cerrado bien. Y no lo habíamos hecho. La puerta estaba sin cerrojo y salí para echar un vistazo. Entonces volví a oírlo. Unos pasos y una especie de roce.

—Era yo —dijo Maria sintiéndose casi culpable—. Estaba fuera. Necesitaba hacer pis y no podía cerrar porque no tenía llave. Pensé en darme prisa para volver lo más rápido posible. Estuve fuera a lo sumo un par de minutos.

—Debía de estar escondido, aguardando la ocasión. Seguro que ha estado ahí todo el tiempo —reflexionó Mirja en un estado febril—. ¿A quién perseguía? ¿Por qué me atacó? Lo peor es no saber el motivo, porque entonces puede suceder de nuevo. Si no hubieras venido, ahora estaría muerta.

—Eso no lo sabemos —respondió Maria tratando de quitar hierro al asunto.

—¿Realmente tiene que venir la poli y toda la pesca esta noche? —dijo Gunnar—. Me parece totalmente innecesario. ¿No puede ser mañana? Estamos vivos, eso salta a la vista. En realidad no ha pasado nada. —Engulló la cerveza de un largo trago mientras Mirja y Maria se miraban—. No aguanto más —añadió dirigiéndose cansinamente hacia el dormitorio—. Necesito calma en mi vida, no este follón constante. Echaré un vistazo por si descubro a alguien en la parte de atrás —dijo mientras cerraba la puerta tras de sí.

—Creo que deberíamos llamar a Lennart Björk. Él es el dueño de la casa. Tendríamos que contarle lo que ha pasado. Me sentiría mejor si viniera. Así seríamos más. Gunnar no nos sirve de nada. Está borracho…

Maria vaciló.

—En cierta manera, pienso que Gunnar tiene razón. Lo importante es que nadie salga, pero tal vez deberíamos alertar a Lennart para que no encienda la luz. También estaría bien saber si estaba despierto y ha visto algo.

—Al menos Bibbi Johnsson tiene a su perro —comentó Mirja alzándose lentamente sobre un codo y poniéndose en pie. Fue a sentarse al lado de Maria, junto a la ventana—. Es tan desagradable. Cuando volvíamos a casa tuve el presentimiento de que había alguien observándonos. Si no nos hubiéramos topado con Gunnar, tal vez habría ocurrido antes. También te podía haber atacado a ti. Un minuto más tarde y te hubiera tocado a ti —dijo Mirja, tiritando.

Maria se levantó para ir a buscar una manta.

—Te han golpeado en la cabeza, es mejor que permanezcas echada. ¿Tienes frío? ¿Quieres que preparemos un poco de té o de café?

Era importante que conservara el calor y no perdiera la conciencia, pensó Maria.

—Un té me iría bien. Ya no me atrevo a quedarme aquí. Quiero volver a la ciudad. Mañana hablaré con Gunnar. Quizá los billetes se puedan cambiar.

Pese a que Maria le había advertido que debía quedarse tumbada, Mirja se levantó y fue al baño. Se dio una ducha caliente y limpió su pelo de sangre. No era una herida profunda. Maria no pensaba que precisara puntos, pero podía tener lesiones internas en la cabeza imposibles de apreciar a simple vista. Debía ir al hospital para que le hicieran una radiografía. Una ambulancia estaba en camino.

Cuando el agua del té empezó a hervir, volvieron a sentarse junto a la ventana de la cocina. En breve llegaría la policía. Mirja parecía que se hallaba algo mejor, sus mejillas habían recuperado el color. Maria sintió que era el momento de volver a hacerle algunas preguntas.

—¿Hay algo, algún pequeño detalle que puedas recordar sobre el hombre que te agredió? ¿Estás completamente segura de que era un hombre?

—No lo sé. Solo lo creo. Como ya he dicho, era una persona más alta que yo.

—A veces es posible recordar un olor o una voz, si es que dijo algo…

—No, no abrió la boca. Pero hay una cosa. Creo que le pegué con el candelabro de latón. Le di cuanto pude hasta que me paró. Es probable que tenga un moraron, o incluso una quemadura.