El comisario Tomas Hartman tampoco parecía haber pegado ojo. Los párpados y las mejillas le colgaban y no paraba de agitarse, como si temiera quedarse dormido si se estaba quieto un instante.
—Antes de repasar los resultados de la investigación e informar sobre lo que pasó anoche, tengo algo importante que decir. —Hizo una breve pausa para concitar la atención de los presentes—. Jesper Ek va a ser trasladado a otro puesto administrativo mientras dure la investigación de los asesinatos. Como algunos de vosotros sabéis, Jesper es el padre de Joakim Rydberg, el chico que llevó en taxi a Frida Norrby hasta Klintehamn la noche del incendio. Además, Joakim mantenía una relación sentimental con Camilla Ekstróm, por lo que no parece conveniente que Jesper Ek reciba información relacionada con el caso. Espero que todo el mundo comprenda la gravedad de la situación.
—De todos modos, creo que no han estado en contacto durante mucho tiempo —replicó Erika—. Jesper mencionó que en los últimos años no había visto de cerca a su hijo porque la madre de este se lo había impedido. —Erika se inclinó hacia delante en busca del asentimiento de Maria—. ¿No es cierto que Jesper comentó que había tratado de comunicarse con su hijo pero que no lo había logrado porque la madre del muchacho se negaba a ello?
—Se trata de la credibilidad de la policía y del respeto a las normas en un estado de derecho. El traslado no es permanente. El agente Ek regresará —dijo Hartman con aire irritado. Estaba demasiado agotado para encontrar resistencia a esas horas tan tempranas de la mañana.
—¿A que se dedicará? —preguntó Erika.
—He pensado en el almacén de bicicletas; atenderá las denuncias sobre bicicletas robadas o extraviadas —replicó Hartman cansado.
Erika elevó los ojos en un gesto de resignación pero no dijo nada. Nadie hizo ningún otro comentario. Una vez hubo logrado la tácita aprobación de todos, Hartman prosiguió.
—El viernes por la noche, Maria Wern encontró el cadáver de la enfermera del centro de salud Ingrid Bogren en una antigua casa de piedra de su propia granja. Había estado desaparecida desde las cuatro de la tarde anterior, es decir, durante algo más de veintiséis horas. Se había ido con la bicicleta. Aún no está claro por qué se llevó la bicicleta al jardín. Tal vez oyó algún ruido o advirtió algo raro, quiso comprobarlo y salió con la bicicleta. No sabemos de nadie que la viera después de eso. En otras palabras, Signe Nilsson, su madre de acogida, fue la última persona que la vio con vida. Habían tenido una pelea. ¿Aclaras tú los detalles técnicos, Erika?
—Cuando la encontramos ya se había producido el rigor mortis. A partir de las manchas del cadáver y otros detalles, deduzco que murió entre las 19.00 y las 21.00 del jueves. No es probable que el crimen se cometiera en la Casa de los Monjes, donde fue hallada; había muy poca sangre. A juzgar por los traumatismos de la cabeza, la golpearon en la nuca, desde una posición ladeada y más elevada, con un objeto contundente, un instrumento con un extremo afilado, tal vez una fina barra de hierro. Podría tratarse del barrote de una verja o algo similar. La muerte tuvo lugar de forma casi instantánea —explicó Erika repartiendo imágenes detalladas de la lesión y del cuerpo en el lugar de los hechos—. No hace falta tener una fuerza descomunal para matar a alguien con un arma como esa.
—¿Signe Nilsson podría tener fuerza suficiente para algo así? —preguntó Haraldson al pasar el paquete de fotografías.
—No podría responder a eso —repuso Erika—. Signe fue gimnasta. Es una mujer robusta. Desde luego, pudo enfadarse, sentirse amenazada por su hija de acogida y, en un acceso de cólera y desconcierto, golpearla. Pero, si eso fue lo que sucedió, no veo qué conexión puede haber entre este caso y el incendio de la casa de Frida Norrby ni con el asesinato de la chica de la casa de baños. Dos sucesos en una misma localidad en solo unos días pueden ser fruto de una coincidencia… Pero ¿tres? ¿Cuáles son las probabilidades?
Hartman esperó un momento y continuó con el análisis del caso.
—Centrémonos en la hipótesis de un único autor. Creo que no todos están al tanto de las últimas informaciones sobre el incendio. No hemos encontrado el cuerpo de Frida Norrby, lo que puede significar que esté viva y a salvo, que alguien haya acabado con ella en otro lugar, o deambulara sin destino, se rompiera algo y esté inmovilizada en alguna parte. Tenemos agentes intentando recabar información en las casa de Hunninge, en la zona de Klintehamn. Dado que existe una posible vinculación, el fiscal responsable de la instrucción ha decidido incluir el incendio y los asesinatos dentro de la misma investigación, lo cual puede resultar engorroso, pero también tener sus ventajas sí se demuestra que detrás de todos los crímenes se hallaba la misma persona. Como ya se ha mencionado, Ingrid Nilsson fue asesinada aquí, en Móllebos, entre las 19.00 y las 21.00 horas del jueves —recordó Hartman al tiempo que clavaba un marcador sobre el mapa que había colocado en el caballete—. Aquí, al lado de la iglesia, está la casa de Frida Norrby, donde se declaró un fuego entre las 2.30 y 4.00 de esa misma noche, o sea, en la madrugada del jueves al viernes. Frida desapareció de su casa en un taxi a las doce de la noche. Podría haber provocado ella misma el incendio. No es una posibilidad remota. Sin embargo, tenemos testigos que pasaron en coche junto a ese lugar a las 2.30. Se trata de una joven pareja con un bebé que sufría cólicos y tenían que pasearlo cada dos horas para calmarlo. Pobre gente… —Hartman suspiró—. Ni vieron fuego ni olieron a quemado. Tal vez el incendio al principio evolucionó lentamente. Posteriormente en la casa se halló el esqueleto de un bebé… —Hartman se volvió hacia Erika a la espera de que lo relevara.
—Son restos antiguos, no de un niño que hubiera muerto en el incendio. Todavía no podemos pronunciarnos sobre la fecha del fallecimiento del pequeño. Sería interesante saber de dónde sacó Frida ese esqueleto. ¿Lo desenterró del cementerio por algún motivo que se nos escapa? ¿Ha mantenido ocultos esos restos durante décadas? Datar el hallazgo nos llevará tiempo, pero cuando conozcamos su antigüedad podremos comprobar en el registro civil qué personas han muerto o desaparecido de la localidad en esa fecha concreta.
—Si la vieja provocó el incendio para sacar algún provecho, reaparecerá para exigir el dinero del seguro —dijo Eriksson cambiando incómodo de posición. Ese caso, unido a la ausencia de pruebas, se le antojaba bastante desagradable. Bromear al respecto era una forma de establecer cierta distancia.
—Tal vez su grado de confusión fuera tal que no supiera lo que estaba haciendo —intervino Maria—. Varios testigos han declarado que no se encontraba en su sano juicio.
—Luego tenemos lo de Camilla Ekstróm. —Hartman puso otro marcador en el mapa, sobre la casa de baños de Roma—. Creemos que falleció de un ataque de asma el lunes entre las 21.00 y las 23.00 horas. Según sus padres, era alérgica al polen de abedul; alguien colocó hojas de ese árbol en la sauna y a continuación bloqueó la puerta con unas cuñas metálicas que impedían abrirla hacia afuera.
—De las personas incluidas en la investigación, ¿quiénes conocían su intolerancia al polen de abedul? ¿Habéis comprobado ese punto? —Erika dirigió la pregunta a Maria.
—Su amiga Stina, que fue con ella a la casa de baños, la enfermera Ingrid… Aunque si se pasaba el día en la caja del supermercado sorbiéndose los mocos, seguro que a pocas personas se les escaparía que era alérgica. Gun, una alumna del curso de acuarela, lo mencionó. La pregunta es si Joakim lo sabía. —Maria intercambió una rápida mirada con Hartman.
—En resumen, cronológicamente es posible que una misma persona cometiera todos los crímenes. Esta mañana hemos citado a Joakim Rydberg para un nuevo interrogatorio. Según el resultado, decidiremos sí retenerlo o dejarlo ir.
—¿Qué motivos podría tener? —se preguntó Maria; trató de evocar su imagen: un joven musculoso de mirada profunda y sonrisa devastadoramente atractiva incluso tras una noche de vigilia y borrachera. No tenía pinta de delincuente, sino más bien de estrella de cine. Se dice que los presos bien parecidos cumplen condenas más cortas. ¿Tan influenciables somos?—. ¿Conocía él a la enfermera Ingrid? —prosiguió Maria.
—Las enfermeras que realizan visitas a domicilio pueden ocultar innumerables secretos —dijo Hartman—, aunque no me cuadra que él prendiera fuego a la casa de Frida Norrby. Lleva a la anciana y enciende la mecha… No, eso no encaja —dijo Hartman frotándose las sienes—. Imaginaos que lo hiciera ella: Joakim la recogió en contra de su voluntad y ella prendió fuego para llamar la atención.
—Es de lo más enrevesado —intervino Erika—. Además, ella llamó personalmente al taxi, ¿no?
—¿Sabemos que Frida hizo la llamada? Tal vez debiéramos solicitar registros telefónicos y hablar con la centralita de la compañía de taxis. —Hartman se aflojó la corbata y tomó aire. El ambiente estaba muy cargado a pesar de que la ventana de la habitación estaba abierta.
—Ya lo hemos hecho —repuso Eriksson tendiéndole unos papeles—. También hemos recibido información de otra compañía de taxis. Taxi Kurir llevó a casa a Frida Norrby esa noche. Llegó a eso de las tres, es decir, poco más de una hora antes de que se detectara el incendio. El taxista la ayudó a entrar en casa. Parecía cansada y débil, y estaba muy sucia. Eso fue lo que el conductor dijo: «sucia». Estaba manchada de barro, así que él colocó un periódico sobre el asiento para que no le estropeara la tapicería. Declaró que apenas era capaz de sacar la llave del bolso. Tuvo que ayudarla a entrar en la cocina para que pudiera sentarse en una silla. Me temo que se halle entre los escombros del incendio. Nadie ha examinado el sótano todavía, ¿verdad?
—Es posible que buscara refugio en el sótano. Si es así, lo sabremos en el plazo de un día, pero no parece muy creíble porque en realidad se trata de un falso sótano. Es imposible estar de pie ahí abajo —aclaró Erika Lund pasándose las manos por su oscura cabellera—. La puerta del sótano estaba cerrada con llave; eso sí que lo hemos constatado. Su cuerpo podría hallarse bajo el suelo derrumbado. Todavía nos queda un poco por excavar.
—Eso significa que Joakim Rydberg no fue el último que vio a Frida con vida, ¿no es cierto? Es decir, él no es más sospechoso que cualquier otro… —dijo Maria Wern observando a Hartman pero sin realmente esperar respuesta.
—Su conexión con Camilla Ekstróm es aún más clara —lanzó Eriksson—. Según el personal del supermercado y el de la casa de baños, fue a los dos sitios a preguntar por ella. Estuvo en la recepción de los baños justo antes de que cerraran y, según ellos, se mostró impaciente y maleducado. Si no se lo hubieran impedido, habría entrado en la sección de mujeres a buscarla.
—En lo que respecta a Sebastian Sverkersson —intervino Haraldsson—, el encargado de la limpieza en la casa de baños, que fue quien encontró a la muchacha en la sauna, tengo nuevos datos. Según su madre, sufre una alteración de la personalidad y se encuentra fuera del centro que le atiende a modo de prueba, pero en el pasado nunca se comportó violentamente. Siempre que lo han internado ha sido por lesiones que se había causado a sí mismo, nunca a otros. —Haraldsson se quitó la chaqueta y la colgó sobre el respaldo de su asiento. Con el sol primaveral que penetraba por los ventanales, la temperatura de la sala subía rápidamente—. Fue la madre quien se puso en contacto conmigo. Tenía miedo de que durante el interrogatorio Sebastian confesara cosas que no había hecho. Según ella, sufre lo que se llama «locura de la duda» y necesita aprobación en todo lo que hace, por lo que pocas veces está completamente seguro de recordar bien las cosas o de haber actuado correctamente.
—¿Y las tarjetas de visita con las que atrae a las mujeres para hacerles masajes? ¿Las ha imprimido él mismo? —preguntó Erika con renovado interés.
—Ahí aparece de nuevo Joakim Rydberg. Según la madre de Sebastian, es Joakim quien lo ha hecho. Joakim y Sebastian compartieron clase en la escuela de Sódervarn. A Joakim no se le veía mucho por allí, pero realizaba bastantes trapicheos comerciales con sus compañeros. Al parecer, sigue haciéndolo y no da cuenta de ello a las autoridades tributarias. Eso ya es motivo suficiente para interrogarlo.
—¿Sabemos de alguna conexión entre Sebastian y Frida Norrby o la enfermera? —preguntó Hartman ajustando los marcadores del tablero. Luego metió las manos en los bolsillos del pantalón y empezó a balancearse adelante y atrás sobre los talones. Si en ese momento se hubiera sentado, se habría quedado dormido ipso facto.
—No hemos encontrado nada que lo relacione con Frida Norrby. En cambio, Ingrid atendía a menudo a Sebastian, controlaba que recibiera su dosis de fármacos y que acudiera al hospital cuando su estado empeoraba. En otras palabras, existe un vínculo —señaló Eriksson; acto seguido se acercó a la ventana abierta. En el aparcamiento había un coche de uno de los periódicos vespertinos, dos de la prensa de la mañana, y otro con el logotipo del canal televisivo de noticias—. Parece que a Hartman le esperan un montón de seguidores. Quieren tenerte para el desayuno, Tomas.
—Por el momento, lo que tenemos no es suficiente para empapelar a Joakim Rydberg. Eriksson, encárgate tú de comunicarle que debe mantenerse localizable —refunfuñó Hartman.