18

—¿Qué te ha parecido Joakim Rydberg? —Tomas Hartman se rascó con fuerza la barba de dos días produciendo un ruido áspero y anotó algo mientras Maria se sentaba al volante del viejo Ford blanco. Maria se escurrió el cabello mojado y se lo recogió en una trenza mientras pensaba.

—La gente que trabaja por las noches es difícil de clasificar. Me parece que llevaba una buena castaña. Parecía que no coordinaba bien del todo. —Maria activó el limpiaparabrisas. Grandes gotas de agua empezaron a caer encima del capó y antes de que tuviera tiempo de arrancar el coche se hallaban en medio de una lluvia torrencial tan intensa que no veían la carretera. Los relámpagos atravesaban el cielo como serpientes silbantes y caían zigzagueando entre los árboles. Luego llegaron un par de truenos ensordecedores.

—Cuando le comunicamos que Camilla había muerto no mostró ninguna reacción emocional. Según el diario de Camilla Ekstróm, se habían enamorado hacía poco. Si tu pareja se muere de repente, lo normal es que te quedes destrozado, pero él se quedó como si nada. Me pregunto si no estaría drogado… ¿Crees que solo había tomado alcohol? —Hartman se frotaba las sienes, empezaba sentir un ligero dolor de cabeza. Parecía como si las bajas presiones le comprimieran el cerebro… Le costaba mucho pensar—. Camilla había quedado con él ayer por la tarde, iba a pasar la noche en su casa. Él se ha mostrado muy ambiguo en este punto, pero en el diario de ella estaba claro. Parecía dispuesta a irse a vivir con Joakim Rydberg para siempre.

Seguía lloviendo a mares y Maria tuvo que alzar la voz para que Hartman la oyera.

—Si lo he entendido bien, él se comprometió a hacer ese turno ayer por la tarde y luego estuvo conduciendo hasta las cuatro de la madrugada.

—¿No podría ser una treta para tener coartada? El turno debería haber comenzado a las seis, pero se las arregló para empezar más tarde. Precisamente había pensado pedirte que lo comprobaras. Tendremos que confiscar el taxi, comprobar si el cuentakilómetros coincide con los viajes registrados y cotejar las pruebas técnicas.

Hartman se disponía a anotarlo cuando Maria atrajo su mirada.

—Eso ya lo hemos hecho. Por cierto, Gunnarsson ha comprobado que Joakim Rydberg está fichado. Está en libertad condicional. Maltrato. Él llevó a Frida Norrby, ¿lo sabías? Él fue quien la llevó hasta la granja de Hunninge en Klintehamn la noche que se quemó la casa.

—¡Caramba!

—Aún no sabemos quién la trajo de vuelta, si es que volvió. Estamos investigándolo. No sabemos si Frida regresó a casa antes del incendio. ¿Pudo haberlo provocado ella? Quedan muchas preguntas por resolver y Joakim Rydberg aparece en ellas con demasiada frecuencia. Existen demasiados indicios contra él para arriesgarnos a que destruya las pruebas. Me pregunto si no deberíamos detenerlo… —Maria pensó por un momento en Ek. Le habría gustado hablar con él. No debía de ser fácil para él ser padre en estas circunstancias. Especialmente cuando el chico se había negado a verlo.

—Estoy de acuerdo contigo. Hay que detenerlo, llevarlo a la comisaría e interrogarlo, de momento solo para recabar información. ¿Has hablado con el fiscal? —preguntó Hartman mirando de reojo sus papeles.

—Sí, y nos ha dado luz verde. Además está Stina Haglund. Ha sido imposible ponerse en contacto con ella a través del móvil, y el teléfono fijo lo tenía conectado a un fax que no hacía más que pitar. Finalmente hemos conseguido hablar con su madre y nos ha dicho que el equipo de baloncesto tenía previsto reunirse en el aparcamiento que hay detrás de Domus.

Alrededor del autocar aparcado junto al centro comercial Óster Centrum, con el morro hacia la calle Kung Magnus, se arremolinaba un grupo de chicas en chándal. El entrenador, un hombre delgado de unos cincuenta años, charlaba animadamente con una chica rubia bastante guapa; estaba sentada en el primer peldaño de la escalerilla del autobús, atándose los cordones de sus botas de baloncesto. A su alrededor había toda una corte de damas jóvenes. Maria se abrió paso preguntando y se enteró de que la rubia era Stina Haglund. Le pareció que la conocía, probablemente había aparecido alguna foto suya en el periódico hacía poco.

—Maria Wern, policía. Tenemos que hablar contigo. Ahora mismo. Es importante. —Maria le enseñó la placa y Stina se echó hacia atrás como si hubiera visto un insecto peludo y entrecerró los ojos.

—No puedo, tengo partido. —Se levantó, molesta, y se volvió hacia su entrenador en busca de apoyo—. No puedo. ¡Tenemos prisa! —Tiró su bolsa de deporte dentro del autobús.

—Este es un partido importante para nosotros. Stina es nuestra mejor jugadora. —El entrenador puso su brazo alrededor de los hombros de Stina en actitud protectora—. Hemos de salir ahora mismo, de lo contrario no llegaremos a tiempo para el calentamiento.

—Pues eso tendrá que esperar. Tenemos que hablar contigo ahora mismo. Se trata de Camilla Ekstróm.

—¿Camilla? —dijo Stina con un bufido—. No tengo ni puñetera idea de dónde está. —No parecía que fuera una amiga muy querida—. ¿Qué es lo que le pasa a Camilla ahora? —Se dirigió otra vez hacia el entrenador—. Voy a hablar con ellos un momento y luego nos marchamos. —Echó a andar en dirección a Maria y miró otra vez atrás, al entrenador—. Me daré prisa.

—Lo siento, pero esto nos va a llevar un buen rato. Tenemos que ir a mi despacho, a la comisaría. Se trata de un asunto serio. —Maria consiguió por primera vez que la chica la mirara a los ojos.

—¿De qué se trata? ¿Ha pasado algo…? —Stina se cruzó de brazos y se encogió dentro de la chaqueta del chándal; se cubrió las manos con las mangas. Su actitud desafiante se vino abajo, ahora parecía la alumna que realmente era. Adoptó una postura sumisa y les acompañó sin rechistar.

Cuando se alejaron lo suficiente para que los demás no pudieran oírles, Hartman le explicó por qué habían ido a buscarla.

—Tenemos que darte una muy mala noticia. Camilla está muerta.

La chica por fin reaccionó.

—¡No puede ser! —exclamó con expresión de asombro; la boca, abierta, le temblaba. Por un breve instante dejó de mascar el chicle.

—Esta mañana la hemos encontrado muerta en la casa de baños. En la sauna. La habían encerrado allí.

Stina se pellizcó la mejilla con tanta fuerza que se le puso blanca y luego enrojeció. Como no dijo nada, Hartman continuó.

—Estuvisteis allí juntas ayer por la tarde…

—¿Cómo encerrada? Esa puerta no se puede cerrar por fuera. Me están tomando el pelo. No son policías de verdad. ¿Qué es esto? —Stina meneó la cabeza; tenía la mirada perdida y los ojos se le llenaron de lágrimas.

Maria le mostró otra vez la placa. Pero Stina no la miró.

—Los padres de Camilla están en Francia. ¿Saben que ha muerto? —Stina rompió a llorar a lágrima viva; Maria le rodeó la espalda con su brazo cuando subían la escalera que conducía al piso superior de la comisaría.

—No hemos podido localizarlos. ¿Sabes con qué agencia de viajes han ido?

—No, creo que se fueron en coche hasta la Costa Azul. Tienen un Mercedes blanco. Qué horror… ¿Qué pasó? ¿Cómo pudo quedarse encerrada? ¿Cómo murió? ¿Se secó igual que una pasa? Hacía un calor de mil demonios allí dentro.

—Estamos tratando de averiguar qué pasó.

Se sentaron junto al escritorio de Maria. Pusieron en marcha la grabadora y comenzaron el interrogatorio. Stina, con la cabeza apoyada en las manos, lloraba de tal manera que le temblaba todo el cuerpo.

—No puede ser verdad. Díganme que no es verdad. Pero si ayer estuve con ella… Estaba igual que siempre. —Stina meneaba la cabeza. El nerviosismo se extendió por todo su cuerpo; no podía estarse quieta—. Camilla estuvo callada, como si estuviera enfadada por algo… ¿Tiene que estar puesta la grabadora? Tengo la boca seca. Casi no puedo hablar.

—Preferiblemente. ¿Quieres beber algo caliente? —Sin esperar respuesta, Hartman fue a preparar una taza de té—. ¿Con leche y azúcar?

—Solo leche. Me siento mal… Camilla y yo no éramos amigas íntimas… solo íbamos a nadar juntas los lunes. No la conocía demasiado. No tuvimos contacto cuando ella vivía en la península y eso. Lo que quiero decir es que aunque nos conocíamos desde que éramos pequeñas eso no significa que nos conociéramos muy bien. ¿Cómo murió?

—Aún no lo sabemos con seguridad. ¿Quieres contarnos todo lo que recuerdes de lo que hicisteis ayer? Tómate el tiempo que necesites, no tenemos prisa.

Stina se sonó con el pañuelo de papel que Maria le ofreció.

—Camilla llegó tarde. Como si pasara totalmente de mí; habíamos quedado a una hora pero apareció cuando le dio la gana. La vi acercarse a través de la ventana; aunque llegaba tarde, caminaba muy despacio. Miraba el móvil todo el tiempo. Me imagino que estaría comprobando si alguien le enviaba un SMS.

—¿Te dijo ella algo, te contó con quién se estaba enviando mensajes?

—No se lo pregunté, yo estaba molesta porque no había llegado a las seis, como habíamos quedado. ¿Quién la ha encontrado?

—El encargado de la limpieza. Estaba fregando los vestuarios por la mañana y la encontró muerta. Pero todavía no tenemos ningún sospechoso. Sigamos, tú estabas esperándola, ¿qué pasó después?

—A mí no me hizo ninguna gracia estar allí esperando como una tonta.

—¿Por algo en particular o solo porque estabas impaciente?

—Uno de los chicos de la limpieza me parece un tipo raro. Al principio no sabía que trabajaba en la piscina, lo conocí el año pasado en el mercado de Klinte. Ofrecía masajes gratis, supongo que para atraer nuevos clientes. A mí me pareció que podía ser divertido probar. Pero el tipo era un cretino, quiso comprobar mi aspecto físico y que hiciera ejercicios respiratorios; luego me apretó tan fuerte la nuca que me estuvo doliendo durante varios días. Camilla y yo hablamos de ello porque lo vi aparecer por allí cuando subíamos a la piscina.

—¿Sabes cómo se llama? —Maria le hizo un guiño a Hartman, seguramente ambos estaban pensando en la misma persona porque él asintió levemente.

—Sebastian, creo. Eso ponía en su tarjeta de visita. Le conté a Camilla que me apretó tanto solo por rabia, y que después me dijo: «Si te duele así deberías acudir a un masajista con regularidad», y yo le contesté que antes de que él me apretara yo no tenía ningún dolor, que me dolía por el masaje que me había dado, y entonces se enfadó de lo lindo. Camilla me preguntó que qué clase de masajes hacía. En la tarjeta ponía «masaje intuitivo». ¿Comprenden? Intuitivo.

—¿Significa eso que daba el masaje que él intuitivamente pensaba que necesitaba el paciente? —Maria se colocó las manos debajo de la barbilla y se inclinó sobre la mesa mientras observaba a Stina, que no paraba de cortar el pañuelo de papel en trocitos pequeños sin darse cuenta de lo que hacía.

—Nos estuvimos riendo con lo de intuitivo. Es de suponer que no tenía ninguna preparación, porque entonces suele poner autorizado o certificado o algo así. —Stina se calló y le resbaló otra lágrima por la mejilla—. Yo no quería que me apretara tan fuerte. Casi me asfixió cuando me apretó el cuello con todas sus fuerzas. ¿Creen que él mató a Camilla? ¡Qué horror! ¿Es eso? A mí me dio su tarjeta de visita porque quería que fuera a su casa, a la consulta privada que tiene aquí en Roma. Menuda forma de buscar ligues. ¿Entienden? Camilla creía que solo da la tarjeta de visita a las chicas que le parecen guapas. Cualquiera puede hacerse tarjetas y poner los títulos que le dé la gana. Si quisiera, yo podría imprimir tarjetas en las que pusiera «Stina Haglund, licenciada en medicina». Sencillísimo. Joakim, un chico al que conozco, imprime ese tipo de cosas con el ordenador.

—¿Cómo se apellida ese Joakim?

—Rydberg. Antes salíamos juntos. Pero ahora no. Lo ha hecho el chico de la limpieza… Ha sido él, ¿verdad? Tienen que detener a ese maldito loco.

—Aún no tenemos ningún sospechoso.

—¿Pero a Camilla la asesinaron? —Stina miró a Maria directamente a los ojos, meneando la cabeza y suplicando un no. No, no podía ser verdad.

—Lo estamos investigando y juntos tenemos que tratar de averiguar cómo ocurrió. ¿Puedes contarnos lo que pasó en la casa de baños? Lo más detallado posible.

—No pasó nada raro. Estuvimos nadando y luego fuimos a tomar una sauna. Camilla se hizo la remolona y yo salí. Siempre pasaba lo mismo. Soy incapaz de esperar a que ella salga de la sauna. Se vestía tan despacio… Yo terminaba de vestirme antes de que Camilla se hubiera quitado la toalla. Ayer estaba más perezosa que nunca. Ni siquiera tuvimos tiempo de ir al solárium. Así que me largué; además, no íbamos a ir en la misma dirección.

—¿Sabes si era alérgica a algo? —preguntó Maria observando atentamente el rostro de la chica—. Hemos encontrado hojas de abedul, y el informe preliminar de la autopsia señala que la causa de la muerte pudo haber sido una reacción alérgica, un ataque de asma, que el calor hizo que se le inflamaran las mucosas y le resultara aún más difícil respirar.

—No, al menos que yo sepa. Ah, espere, es alérgica al polen. Le moquea la nariz todo el tiempo. —Stina hizo un gesto de asco.

—¿Había hojas de abedul cuando entrasteis allí?

—La verdad es que no me fijé; no tengo ni idea. —Stina hizo un globo con el chicle, lo explotó y se enrolló el pegote en el dedo pequeño. Es probable que lo hiciera habitualmente, sin pensar que era una falta de respeto. Maria trató de ocultar su enojo.

—¿Había alguien en el vestuario cuando te marchaste?

—No, estaba vacío… Pero el servicio estaba cerrado. Necesitaba ir al servicio y esperé un rato, pero luego pensé que en vez de esperar podía ir al que hay en la entrada. Después me fui a casa… —Stina bajó el tono de voz— sin decir adiós.