12

El grito de Signe les atravesó las entrañas. Primero se agarró de repente a Mirja y al instante siguiente trató de soltarse y correr hacia el cuerpo. Maria tuvo que impedírselo. Tal vez quedaban huellas de los zapatos del asesino sobre el terreno húmedo. Huellas que las pisadas de Signe enmascararían.

—¡No está muerta! ¡No puede estar muerta! ¡No puede ser!

—Vamos, le acompañaré a casa —dijo Mirja empujando suavemente a la anciana—. Podrá despedirse de ella luego, cuando haya estado aquí la policía.

Maria se lo agradeció enormemente. No podía dejar el lugar sin vigilancia. Era un alivio que fueran dos y que Mirja pudiera hacerse cargo de la anciana. Maria estaba realmente impresionada. Había coincidido con Ingrid en el curso de acuarela. Bien es cierto que la enfermera del centro de salud no había sido de las más habladoras, pero siempre se mostraba serena y amable. La muerte parecía de pronto tan cercana… Uno vive en el espejismo de la propia inmortalidad y entonces, de repente, se muere alguien a quien conoces y lo inevitable parece cercano. Maria sintió el frío de la tarde en el cuerpo. No se había llevado ninguna chaqueta y tenía los dedos tiesos de frío. Le pareció que la policía y la ambulancia tardaban una eternidad en llegar. En realidad quizá tardaron veinticinco minutos. Mientras esperaba a sus colegas inspeccionó la bicicleta. En el portaequipajes había un paquete forrado con papel marrón. En ese momento llamó Simón. Maria le dio cuenta de la situación con el mayor tacto posible. Al otro lado del hilo no hubo respuesta.

—Simón, ¿qué pasa? ¿Estás ahí?

Oyó un gemido ahogado y comprendió que Simón estaba llorando.

—¡No me lo puedo creer! ¿Ingrid? ¡No puede ser verdad!

—Lo siento mucho, Simón.

—Voy ahora mismo. Aunque no sé cómo. He bebido vino. Quizá debería pedirle a Ubbe que me llevara. ¿Qué tal está la señora Nilsson?

—Mirja está con ella. Ha sido un golpe terrible, claro. —Maria se vio interrumpida por un nuevo ataque de llanto, este mucho más incontrolado que el anterior. Por lo visto, tal como él mismo había reconocido, se había pasado con el vino. No ayudaría a nadie que se presentara en ese estado—. Simón, en este momento no puedes hacer nada. La policía llegará enseguida. Después puede que Signe necesite tu ayuda, pero ahora es mejor que te quedes donde estás.

—¿Puedo ver a Ingrid? —Su voz era apenas un susurro—. Tengo que verla.

—Ahora no, Simón. Ya habrá ocasión. —Maria le oyó tomar aliento y percibió otro gemido a través del auricular—. ¿Hay alguien que pueda hacerte compañía? ¿Alguien a quien puedas llamar para que esté contigo?

La reacción de Simón la sorprendió.

—Puedo arreglármelas solo. Pero estoy tan triste, tan triste, tan triste…

Erika Lund llegó con el primer coche patrulla. Colocó focos en los árboles y tomó las pruebas necesarias. Transportaron el cuerpo, dentro de una funda, hasta la ambulancia que estaba esperando.

—El cuerpo llevaba aquí bastante tiempo. Estaba muy frío. —Erika se quitó los guantes de plástico, se sentó en la hierba y apoyó la cabeza en el muro de piedra. Eran casi las dos de la madrugada.

Maria se sentó a su lado. Acababa de salir de la casa. Mirja había conseguido que Signe por fin se durmiera un ratito, probablemente había echado mano del whisky y de alguna pastilla.

—Murió de un golpe en la nuca, ¿no? ¿Has apreciado otras lesiones? —Maria ya no sentía el frío. Durante la última hora habían trabajado febrilmente para levantar el cadáver y asegurar las pruebas.

—Nada. No hay indicios de lucha. Lo más probable es que la atacaran por detrás sin previo aviso. Además, habiendo estado vosotras tres aquí dentro, es inútil examinar las huellas de las pisadas.

—Hice lo que pude para impedírselo, pero Signe se negaba a creer que estaba muerta. No es fácil mantenerse firme en cuanto a las normas frente a alguien absolutamente desesperado. Signe necesitaba ver que Ingrid estaba muerta para asimilarlo.

—Sí, claro, lo comprendo —dijo Erika con evidentes signos de cansancio—. Qué raro que haya rodadas de bicicleta aquí dentro… ¿Qué hacía con la bicicleta en la Casa de los Monjes?

—¿Cuándo crees que murió?

—Sospecho que el cuerpo llevaba ahí un día, es decir, desde ayer por la tarde. Eso significa que murió antes de que empezara el incendio en la casa de Frida Norrby. ¿Se conocían?

—Sí. Frida era paciente de Ingrid. —Durante la última hora Maria había estado pensando en posibles relaciones. Dos muertas en una misma noche. Realmente detrás de ambos crímenes podía hallarse la misma persona.

—La cartera de Ingrid estaba en el bolsillo de su cazadora. Dentro había casi mil coronas y un recibo de casi ochocientas coronas de la compra en el lea.

—Seguro que hizo la compra justo antes de volver a casa alrededor de las seis de la tarde. ¿Comida por ochocientas coronas? ¿Iban a tener alguna fiesta o era la compra de toda la semana? Me pregunto cómo pudo traerlo todo en la bicicleta. —Maria trató de imaginar la escena—. Dejó las bolsas en la cocina. Pero no las distribuyó. Eso lo hizo Signe después de que discutieran, cuando Ingrid se fue dando un portazo.

—No he encontrado ningún teléfono móvil. ¿Le has preguntado a Signe por él?

—Signe no estaba en condiciones de contestar a ninguna pregunta. He hablado con la compañía telefónica, tenía un contrato, Les he pedido una lista con las llamadas entrantes y salientes. Hemos precintado la habitación de Ingrid, puede que el móvil esté allí dentro aunque no lo hayamos encontrado a la primera.

—También puede ser que se lo haya llevado alguien. Tenemos que conseguir cuanto antes una lista de las llamadas. —Erika anotó algo en su bloc.

—Te he dicho que ya la he pedido.

—¿Cómo? ¿A medianoche? —Erika parecía verdaderamente sorprendida.

—Tengo mis contactos. ¿Quieres verla? Me dieron la información por teléfono. —Maria sacó del bolsillo el folio en el que había apuntado las llamadas y lo desdobló—. Las siete últimas llamadas fueron de Simón. Supongo que quería preguntarle por qué no había asistido al curso.

Erika miró la lista.

—Pero dos son del jueves por la tarde y una del viernes por la mañana. Me pregunto qué querría. De repente me ha venido a la cabeza otra cosa. La anciana tiene el rostro de un tono gris azulado muy extraño. Me hace pensar en envenenamiento por coloides de plata. Es muy improbable, pero habrá que preguntarle.