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Todo apunta a que el incendio fue provocado —afirmó Erika Lund cuando Maria, que había hablado con los vecinos más cercanos, se sentó a su lado en el banco verde de madera que había junto a la caseta. Delante de ellas estaban los restos quemados de la vieja casa de madera en la que había vivido Frida Norrby. Solo quedaba la mampostería de la chimenea. El sol calentaba—. El fuego ha empezado en distintos sitios a la vez y se ha extendido enseguida. —Erika le mostró algunos detalles.

—¿Estaba dentro Frida Norrby? ¿Ha muerto abrasada?

—El dormitorio estaba allí… —Erika apuntaba hacia los cimientos de la casa que daban al norte—. Aún despide mucho calor para examinar esa parte. Así que no lo sabemos con seguridad, pero es probable. Por otra parte, hemos descubierto algo realmente sorprendente: el esqueleto de un niño en lo que, según los planos de la casa, sería la sala de estar.

—¿Qué dices? ¿Un niño? ¡Eso es terrible! ¿De qué niño se podría tratar? —preguntó Maria.

—Un recién nacido. Por lo que sabemos, Frida Norrby no tenía nietos. Y, por lo que dice Ek, nadie ha denunciado la desaparición de ningún bebé. Al menos, en Gocia. Están comprobando si ha habido alguna denuncia en el resto del país.

Mientras Maria asimilaba la información permanecieron en silencio. Buscaba una explicación razonable, pero no halló ninguna. La desaparición repentina de un niño habría sido noticia en todos los medios de comunicación… A no ser que se encontrara en Suecia de manera ilegal.

—Ojalá tuviéramos algún dato más para poder identificarlo. Solo quedan restos de los huesos, no hay tejidos blandos ni restos de ropa. Aún no le habían salido los dientes. Hasta que sepamos algo más, seremos muy, muy parcos con la información que demos al exterior. Hartman ha sido muy claro en ese punto. Si quieres saber más detalles tendrás que esperar a ver las fotos. —Erika se pasó la mano por la espalda—. Yo ya no estoy para andar buscando huellas a cuatro patas.

El aparcamiento de la iglesia de Roma estaba lleno y había varios coches aparcados junto a la carretera. El humo del incendio escocía en la garganta. Fuera de la zona acordonada que se había dispuesto alrededor de la casa de Frida Norrby se habían reunido los vecinos y otras personas que deseaban colaborar aportando información. El incendio había atraído también a los curiosos y, cuando la zona quedó acordonada, los rumores se propagaron a gran velocidad. Imposible no reparar en la presencia de Bibbi Johnsson. Su voz ronca de fumadora se oía desde lejos cada vez que gritaba a Sixten, el perro de raza indefinida, que tiraba de la correa. Bibbi gesticulaba con grandes aspavientos delante de Hartman, que había levantado las manos a modo de defensa y meneaba la cabeza sin cesar. El perro estaba listo para lanzársele al cuello en cuanto alzara la voz lo más mínimo.

—¡Cállate! ¡Silencio, Sixten! —gritaba Bibbi, pero el perro no se daba por aludido. Y en el mismo tono de voz que había utilizado para hacer callar a su monstruo pasó a dirigirse a Hartman—. ¡Exijo protección! Un guardaespaldas. ¡Alguien quiere que nos vayamos de aquí! Nos echarán de aquí, uno tras otro, porque hay alguien que quiere comprar nuestras casas baratas para construir otras nuevas y venderlas. Eso es lo que yo creo.

No podré dormir en mi casa. ¿Quién va a pagar los gastos si me veo obligada a alojarme en un hotel en Visby? ¿Cómo voy a pegar ojo cuando un loco que todavía anda suelto ha quemado la casa de mi vecina con ella dentro?

—Comprendo tu miedo. Pero en estos momentos no podemos ponerte protección. Para que podamos tomar esas medidas la amenaza tiene que ser más clara. ¿A ti te ha amenazado alguien personalmente? —Hartman retrocedió un par de pasos cuando Bibbi Johnsson avanzó hacia él.

—Envenenaron a mi perro y han matado a mi vecina. ¿No es esa una amenaza clara? ¡No me lo puedo creer! ¡Me pondré en contacto con el periódico! Tanta negligencia es intolerable. ¡Vivo en un lugar dónde se ha cometido un crimen! Mi vecina ha sido asesinada por un psicópata. Y mira esa agente de policía… —Bibbi movió su larga melena teñida de rojo hacía ya bastante tiempo, a juzgar por los cuatro centímetros de raíz. Señalaba a Erika Lund, que tenía las piernas apoyadas en la silla del jardín que había enfrente para aliviar el dolor de sus pantorrillas, recién operadas—. ¡La policía no hace nada! En vez de trabajar, se sienta a tomar el sol. ¡Es inconcebible y la gente se va a enterar!

—Sabemos lo que tenemos que hacer. Tranquilízate y deja que hagamos nuestro trabajo. —Hartman miró con resignación a Maria, una mirada que significaba «Llévate de aquí a esta mujer para que podamos trabajar en paz. ¡Me va a volver loco!».

Maria se llevó a Bibbi aparte y le dedicó toda su atención.

—Concentrémonos en el incendio. Fuiste tú la que descubrió que había fuego en la casa de Frida Norrby. Eran las cuatro de la mañana un poco pasadas… ¿Observaste alguna otra cosa por la tarde o por la noche? ¿Olía a quemado? ¿Viste humo? —Maria propuso que fueran a casa de Bibbi. Esta soltó a la bestia salvaje y comenzaron a caminar por la carretera.

—No, pero Lennart, el sacristán, estuvo levantado mirando la tele hasta las once. Lo sé porque vi ese color azulado en su ventana. Claro que también podía estar mirando un vídeo. Ya se sabe qué películas se alquilan ahora… Nada que pueda verse a la luz del día.

—¿Viste a alguien fuera de la casa aquella tarde? ¿Algún coche desconocido, alguien que pasara por aquí en bicicleta o paseando?

—Sí, ahora que lo dices, sí. —Bibbi dio un par de pasos a un lado para poder señalar la situación—. Un coche se paró junto a la iglesia poco después de las once. Lo vi cuando entraba. Tenía la ventana de la cocina abierta y oí el crujido de la grava de la explanada y el golpe de la puerta del coche al cerrarse; el viento soplaba en esta dirección. Luego todo quedó en silencio. No vi quién bajó del coche.

—¿Pudiste ver de qué color era? ¿Si era grande o pequeño? ¿Algún otro ruido?

—No vi de qué color era, pero… oí el frenazo. —Bibbi se echó a reír y mostró todos sus dientes, largos y sucios.

Cuando se le pasó la tos que le sobrevino tras la risa, Maria siguió con las preguntas.

—Así pues, Frida Norrby era tu vecina más cercana. ¿Cuánto tiempo hacía que os conocíais?

Bibbi se sentó en la barandilla de la terraza de su casa y encendió un cigarrillo. Echó la cabeza hacia atrás y expulsó el humo mientras pensaba.

—Era difícil tratar con ella. Hemos sido vecinas los últimos veinte años y nunca estuvo en mi casa, aunque la invité muchas veces. Yo he estado en la entrada de su casa en varias ocasiones, pero nunca me invitó a pasar.

Maria se preguntó si Frida Norrby sería así con todos o solo con Bibbi Johnsson.

—¿Quieres decir que no se relacionaba mucho con los vecinos?

—Sí, a eso es a lo que me refiero. Helge y ella vivían totalmente el uno para el otro. Y, ¿sabes?, yo creo que eso no es bueno. Serlo todo para otra persona es una carga muy pesada, ¿no te parece?

Maria se quedó pensándolo y estuvo de acuerdo con ella. Era una observación sensata. Una sensatez inesperada.

—Yo creo que después de la muerte de Helge se volvió un poco rara. Intenté llevarle unas flores y un bizcocho y me pasaba por allí para preguntarle cómo estaba. La invité a comer. La llamé por teléfono. Le ofrecí mis pastillas para dormir, tal vez dormía mal, y le aconsejé que tomara un poco de whisky para que se animara un poco. Pero ella no dejaba que se le acercara ni Dios. «Mi pena es mía», me dijo. La última vez me dio con la puerta en las narices. Y eso, cuando una intenta ser amable, no es agradable. Le había comprado un libro que trataba de una mujer que tenía cáncer y murió, y otro libro pequeño de pensamientos que se titulaba Sal de la tristeza, mira la luz. Se negó a aceptarlos, así que se los dejé en el buzón. ¿Acaso no es una falta de consideración?

Maria no contestó. Reflexionó. Frida Norrby tendría bastante con su propia pena. Seguramente no quería que otras personas la bombardearan con más desgracias sobre el mismo tema. Bibbi no parecía una persona especialmente intuitiva.

—¿Sabes si Frida tenía algún problema auditivo? —preguntó Maria.

—No, qué va, oía lo que quería. Más bien creo que se hacía la sorda. No escuchaba lo que no le interesaba. Si se trataba del jardín y, más aún, de plantas curativas o de rosales antiguos, podía hablar de lo que hiciera falta. Entonces lo entendía todo, aunque fuera en latín. —Bibbi se echó a reír y la risa se convirtió en un nuevo ataque de tos—. Me pregunto quién habrá incendiado su casa. Entre nosotras, creo que podría haber sido Lennart Björk. Quería comprársela para alquilarla a los turistas como casa de veraneo. Pero Frida no quería vender. Björk está intentando comprar todo el terreno de los alrededores. —Bibbi bajó la voz hasta hablar en un susurro—: Y… he visto qué miradas que echa a Camilla Ekstróm, la chica que trabaja en el lea. Ella le ha alquilado la casa roja que está al lado de la de Frida Norrby. Los hombres que se quedan despiertos por la noche mirando ese tipo de películas se imaginan tonterías. ¿Cómo se va a fijar una chica tan joven en un viejo como él? —se preguntó sonriendo por lo bajo—. Se me ha ocurrido que quizá él haya hecho algo que no debía, toquetearla o algo así, y que Frida, por casualidad, lo hubiera visto… —Bibbi parecía muy excitada con su nueva teoría, pero al ver el gesto escéptico de Maria se contuvo un poco—. Yo no digo nada, pero creo que deberías averiguar qué pensaba hacer con la casa de Frida. He estado toda la mañana pensando en eso. Hay que buscar al asesino en el entorno de la víctima. Además, no sé si has oído que intentó envenenar a mi perro. No tengo pruebas, pero lo sé porque amenazó a Sixten. «Ata al perro o hago salchichas con él». Terrible. Sixten se puso tan enfermo y tan débil que tuve que llevarlo a la clínica veterinaria, y allí me dijeron que le había sentado mal algo que había comido. Tengo los papeles. La policía tiene una copia. Creo que no deberías ir a su casa tú sola. ¿Podrá acompañarte alguien cuando vayas a hablar con él? Bueno, yo ahora mismo no tengo nada que hacer. —La mirada de Bibbi cobró un brillo especial—. Puede que te invite a beber algo, te ponga un somnífero en el vaso y Juego dé rienda suelta a… ¡Te acompaño! Las mujeres tenemos que unirnos.