Permanecí abrazada a la porcelana del baño durante la siguiente media hora. Una vez que el poder cedió en su influjo, me quedé destrozada y con un dolor de cabeza tan fuerte que tenía hasta náuseas. Con mi suerte habitual, Mac decidió entrar a echar un vistazo justo en el momento en el que yo acababa de regresar de mi viaje, así que nada más llegar me encontró cetrina y temblorosa. Al verme así, se fue a por algo de comer, dando por sentado que mi problema no era más que un bajón de azúcar. Si sólo hubiera sido eso…
Billy se hizo a un lado para que pudiera estirarme en la camilla sin tener que atravesarle ninguna parte de su cuerpo.
—¿Has visto a Casanova? —inquirí con voz ronca.
Mientras, incauté una de las cervezas de Mac para aliviar la sequedad de garganta que tenía y casi consigo volver a marearme en cuanto mi estómago notó el alcohol. Así las cosas, volví a dejar la cerveza sin más dilación.
—Seh, pero Chávez ha desaparecido sin previo aviso. Quizá esté tratando de pasar desapercibido hasta que los magos se alejen del Dante, no lo sé. No obstante, Casanova dijo que guardaría las cosas bajo llave en cuanto llegase allí.
Asentí con la cabeza. Era lo máximo que se podía esperar de él. Si Chávez había sido lo suficientemente listo como para eludir la invasión que había tenido lugar en su puesto de trabajo, los objetos que llevaba consigo debían estar a salvo.
—¿Vas a hacerlo? —preguntó Billy arrastrando el mazo de cartas hacia arriba.
Nunca hace levitar nada a no ser que se vea obligado a ello o que tenga ganas de hacer una demostración de habilidad, pero me sentía demasiado mal como para que algo me impresionase demasiado.
—¿Hacer el qué?
Me encontraba tirada boca arriba sobre la camilla, intentando convencer a mi estómago de que no había nada que vomitar. No sabía qué me pasaba. Ya había hecho viajes en el tiempo con anterioridad y nunca me había sentido así al volver.
—Arreglar la protección.
Pestañeé y le miré con lágrimas en los ojos. Casi me había olvidado de eso. El pentáculo, que ya había demostrado ser capaz de viajar en el tiempo conmigo en otras ocasiones, me habría venido bastante bien con Dmitri. Por desgracia, no podía arriesgarme a arreglarlo.
—Sí, y deberle un favor al poder, de paso.
—Por lo que parece, él te debe a ti un par de ellos, si me permites que lo diga. Has sido tú la que has ido haciéndole los recados, y tampoco se puede decir que lo hayas hecho por interés propio.
—Lo que no sé es si él ve las cosas así.
Billy inhaló el humo de un cigarrillo insustancial, haciendo un círculo que empezó a flotar casi hasta el techo antes de desaparecer. En cierta ocasión le pregunté por qué podía fumar cigarrillos fantasmagóricos pero no podía beber copazos fantasmagóricos, lo cual me habría evitado algunos incidentes embarazosos, amén de muchos de sus lloriqueos. Según me explicó, cuando mueres, todo aquello que llevas encima, ya sea porque esté en contacto directo con tu cuerpo o porque se encuentra a escasos metros de él, puede materializarse contigo cuando te conviertes en fantasma. Todo forma parte de tu energía (por eso Billy básicamente fumaba como una chimenea), pero, según parecía, el fumar también le reportaba un cierto grado de satisfacción. La pena era que no hubiera llevado una petaca de güisqui encima en el momento de recibir su clase de natación envuelto en un saco.
—¿Por qué hablamos de este poder como si fuera una persona? —inquirió pensativamente—. Cuando hablas del tema parece que llevase una cuenta en la que fuese anotando cada favor que te hace para poder exigirte el pago cualquier día de estos. ¿Y si no es así? Tal vez sea una fuerza de la naturaleza, como la gravedad. Lo único que, en lugar de aferrar las cosas al suelo, da respuesta a los problemas que surgen en la línea temporal mandando a alguien para que lo arregle.
Meneé la cabeza. Su teoría era sorprendentemente lógica, pero una parte de mí sabía que fuese lo que fuese lo que tenía entre manos era consciente, no una fuerza que actuase de manera mecánica. Sabía que no me gustaba estar entre su plantel de reparaciones, pero le daba igual.
—No lo creo.
—Vale, permíteme que me asegure de que lo estoy entendiendo.
Billy sacó una mano de cartas compuesta por dos ases negros, una pareja de ochos negros y el rey de picas. En el póquer, a esta jugada se la conoce como «la mano del hombre muerto» porque, según cuenta la leyenda, era la que llevaba Bill Salvaje Hickok cuando le dispararon por la espalda. Hickok murió en 1876, casi dos décadas después que quien me acababa de repartir las cartas, pero Billy se sabía al dedillo las leyendas relacionadas con el mundo del póquer y bien pesadito que se ponía con ellas.
—¿Te vas a negar a arreglar la protección aun sabiendo que tienes más gente pisándote los talones de los que podría contar, y que te vas a meter en el Reino de la Fantasía, en el que se elimina a cualquier intruso en cuanto se le ve aparecer? ¿Y todo ello solo para no deber a un poder que nadie puede ver un favor que, quizá, ni siquiera se moleste en reclamar?
Estaba demasiado cansada como para ponerle mala cara.
—No lo sé.
—Oh, estupendo, me alegro de que al menos te lo hayas pensado.
—¿Por qué me das la brasa con esto ahora?
—Porque, pichoncito, por si te has olvidado, tenemos un trato. Yo cumpliré mi parte y espero que tú cumplas la tuya, pero si estás muerta no lo podrás hacer. Vale, que sí, que no te gusta que te sermoneen con lo que tienes o no tienes que hacer. ¿Acaso a alguien le gusta eso? Pero, ¡última hora!, estar muerto es mucho peor. Deja que Mac te remiende la puta protección. Si no te hace falta, genial, no le deberás nada a nadie. Pero si te hace falta, ahí la tendrás, y cuando amaine la tormenta, ahí seguirás tú, vivita y coleando.
—Ajá —musité impaciente, dando por imposible la idea de echar un sueñecito con Billy rondando por ahí—. ¿Y si le da por encenderse en una situación que no sea de vida o muerte? Yo no tengo control alguno sobre lo que el poder percibe como amenaza. Si es él el que enciende la protección, es él el que tiene el control y ya ha intentado jugármela alguna vez… No seguí por ahí porque Billy no estuvo presente cuando me abalancé sobre Pritkin y no quería que me puteara con el tema. Por suerte, o no se enteró del detalle, o lo dejó correr.
—Venga, va, es cierto que asumes un riesgo apostándote unos cuartos a que esta cosa no va a ser capaz de jugártela. Pero eso es mucho mejor que jugarte la vida a que no necesitas la protección y después darte cuenta de que estabas equivocada. Acepta el consejo de alguien que lo sabe por experiencia propia.
Cass: nunca aceptes una apuesta si no te puedes permitir perder.
Mac nos interrumpió con las manos cargadas de los cuatro grupos de alimentos fundamentales (sales, grasas, azúcares y cafeína) en forma de patatas fritas, hamburguesas y vasos extra grandes de café azucarado. Me obligué a comer, porque era la manera más rápida de recuperar algo de energía, a pesar de que me sentía mareada. A media comida le dije a Mac que había decidido que quería que me reactivara la protección. Billy me hizo un gesto señalando con los pulgares hacia arriba y yo le respondí con otra mueca. Lo único que resulta más molesto que escuchar a Billy cuando se equivoca es escuchar a Billy cuando tiene algo de razón. Y de esta me iba a estar acordando un buen tiempo.
Cuando Pritkin regresó yo ya había acabado de vestirme, después de que Mac me hiciera los ajustes pertinentes. La protección seguía estando torcida porque los arreglos estéticos podían esperar. Mac dijo que pensaba que la transferencia de poder había ido bien, pero yo tenía un cierto escepticismo.
No sentía nada, ni un chisporroteo o una punzada. Por supuesto, lo normal es que no lo sintiera a no ser que hubiera alguna amenaza, pero me habría gustado tener alguna señal de que estaba de nuevo activa. Por desgracia, no parecía que fuera a obtener ninguna. Supuse que tendría que esperar hasta que alguien intentara matarme para descubrir si Mac era todo lo mañoso que decía ser. Con la dinámica que llevaba mi vida, no parecía que aquello fuese a tardar mucho.
—Tenemos que irnos —farfulló Pritkin sin preámbulo. Me tiró algo sobre la cabeza y lo cogí cuando estaba a la altura de la oreja. Al quitármelo me di cuenta de que lo que tenía entre manos era una especie de amuleto, varios amuletos para ser exacta, unidos por un grueso cordel rojo. La bolsita de tela contenía o bien verbena o bien un calcetín de gimnasio recién usado (el olor era más o menos el mismo), pero del significado de los demás no estaba segura.
—Cruz de madera de serbal —pronosticó Billy—, dispuesta con ámbar y coral. Se dice que los tres sirven para proteger de los ataques de los duendes.
El pentáculo es probablemente de hierro —añadió, entornando los ojos a pesar del hecho de que aquello probablemente no iba a ayudarle a ver mejor—. Parece que va en serio con lo de su expedición de pirados. Empiezo a pensar que está tan de la olla como tú.
Pritkin había cogido otro colgante a juego de la prominente cartera que llevaba a la espalda. Aquello podría haberle hecho parecerse a Santa Claus, si no fuera porque dudo que aquel viejo elfo alegre hubiera tenido nunca un aspecto tan terrible. Se lo tiró a Mac y frunció el ceño.
—El Círculo está estrechando el cerco sobre nosotros.
—Tal y como esperábamos —apuntó Mac tibiamente.
Mac se quedó de pie y se sacudió unas cuantas migas de encima. Habíamos estado hablando sobre protecciones antes de que Pritkin apareciese por allí, sobre todo porque Mac quería tenerme distraída para que no estuviese pendiente de lo que le estaba haciendo a mi estrella. En ese momento me sonrió y me mostró su pierna derecha.
—Éste es uno del que no he tenido tiempo de hablarte —me indicó, señalando un pequeño trozo cuadrado de piel sin tatura que tenía debajo de la rodilla.
—No lo pillo.
Mac se limitó a mostrar una sonrisa más amplia y sacó un trozo de papel doblado de su bolsillo. Lo extendió sobre la camilla y pude ver que era un mapa de Las Vegas y sus alrededores. Era viejo y estaba amarillento, excepción hecha de algunas zonas marcadas con un rojo intenso. Me recordaba a un mapa de metro, si no fuera porque, claro, Las Vegas no tiene metro.
—Ahí —irrumpió Pritkin, señalando una zona cercana al cañón de MAGIA.
Mac asintió con la cabeza.
—No te preocupes —musitó, levantando una ceja mientras me miraba—. ¿Has visto alguna vez El mago de Oz?
—Pues claro. ¿Por?
—Es posible que tengas que agarrarte a algo.
Fue la única respuesta que obtuve antes de notar cómo algo parecido a un terremoto gigantesco azotaba la tienda. Me agarré a la camilla, que se había puesto patas arriba, mientras Pritkin calzó un pie alrededor de la mesa y se sujetó con ambas manos. Mac era el único que parecía impertérrito, ignorando que la habitación no dejaba de dar vueltas y de inclinarse, y limitándose a trazar con un dedo una línea en el mapa que unía la ciudad con el desierto. Unos segundos después de que terminase, el edificio dio una última sacudida, acompañada de un ruido sordo, y se quedó quieto. Unos cuantos papeles se cayeron de los distintos sitios a los que habían ido a parar, todos cercanos al techo; pero, aparte de eso, era como si nada hubiera pasado.
—¿Qué ha sido eso?
—Compruébalo tú misma —me invitó Mac agitando una mano en dirección a la parte delantera de la tienda.
Después de incorporarme sobre mis piernas, que ahora parecían de goma, caminé hacia la entrada. Si antes desde la ventana principal solo se veía el asfalto de la calle y el restaurante de hamburguesas lleno hasta los topes, ahora no había más que desierto desnudo, con poco más que un cactus para romper la monotonía asfixiante del lugar.
—Creo que necesita algún refuerzo —comentaba Mac mientras se abría paso entre las cortinas.
—Tiene esos putos cuchillos.
—No son de fiar, proceden de un mago oscuro y su lealtad es cuestionable. Ahora están a su servicio porque se ajusta a sus propósitos, pero ¿y después? —Mac meneó la cabeza—. No me gusta. Por no mencionar que ni tan siquiera sabemos si van a funcionar allí.
—Le has reactivado la protección, eso debería ser suficiente —replicó Pritkin, arrastrando su petate desde la trastienda y empezando a vaciarlo sobre el mostrador—. Ahora mismo su fuerza es más que suficiente.
Mac no dijo nada, pero sigilosamente se cogió el hombro izquierdo y agarró algo que había permanecido oculto bajo las hojas, que se meneaban con dulzura. Se llevó un dedo a los labios y miró a Pritkin, que estaba poniendo en fila una colección de armas sobre el mostrador. Si tenía pensado que fuésemos a cargar con todo eso, ya podía haber traído un carro.
Mac me cogió por el brazo y, al mirar hacia abajo, vi cómo me ponía en el codo un amuleto de oro brillante con la forma de un gato. En cuanto me tocó la piel desnuda, se metamorfoseó en una elegante pantera negra de delgados ojos naranjas. Me di cuenta de que eran los mismos que anteriormente me habían estado escrutando maliciosamente, y lo cierto es que ahora no parecían estar de mucho mejor humor. Al gatito no parecía haberle sentado bien perder el poblado camuflaje de Mac, y después de echar un breve vistazo alrededor, se me subió por el brazo y desapareció detrás de mi camiseta.
Casi podía sentirlo como un felino de verdad, con su piel cálida y sus pequeñas garras clavándoseme en la piel. Era una sensación extraña y me dejaba un cosquilleo que no me gustaba ni un pelo.
—¿Qué co…?
—Vamos, Cassie, tienes que acabar de comer —me interrumpió Mac, empujándome delante de él por la cortina.
—¿Qué cojones está pasando aquí? —protesté cuando llegamos a la trastienda. Mac me chistó e hizo un gesto extraño en el aire.
—Escudo de silencio —fue su explicación—. Sin ayudas, John tiene un oído mejor que la mayoría de seres con ellas.
—Mac, si no me explicas qué…
—Sólo te he dado la otra protección que querías. Sheba cuidará bien de ti. Es cosa fina, te lo digo yo.
La Señora Cosa Fina se movía alrededor de mi vientre deteniéndose ocasionalmente para darme lametones, lo que me resultaba bastante desagradable.
—¡Mac! ¡Quítame esta cosa de encima!
Mac sonrió alegremente.
—No puedo. Las de su especie sólo pueden transferirse una vez al día. Lo siento.
No parecía sentirlo demasiado y lo cierto es que yo no tenía forma de saber si estaba diciendo la verdad. Sinceramente, tenía mis dudas.
—¡Mac!
—Es posible que la necesites —añadió más en serio—. Me dejaste que te reactivara la protección, pero es lo que dijo John: tu poder puede no funcionar en el Reino de la Fantasía y, si lo hace, puede que sea de forma esporádica. Si la energía no fluye como para darle alas, tu protección no estará operativa. Sheba te acompañará y así nos aseguraremos de que cuentas con algo que te resguardará incluso en el caso de que falle tu protección principal. Considérala como un refuerzo ligeramente temperamental. No son tantas las protecciones que funcionan en el Reino de la Fantasía, pero esta seguro que lo hace. Se la compré a los duendes que la hechizaron. Y tampoco sería muy caballeroso por mi parte dejarte marchar indefensa en estos momentos, ¿no?
—Pero no voy a irme sola.
Sheba se me había subido por la espalda y estaba haciendo algo con sus zarpas que me resultaba menos que agradable. Me di la vuelta para decirle que parase y noté que una pequeña pata me aplastaba por los problemas que le estaba ocasionando. Afortunadamente, al minuto siguiente se enroscó adoptando la forma de una pelota cálida en la base de mi columna y se echó a dormir. Si me concentraba lo suficiente, podía escucharla ronronear de satisfacción.
—Estás dando por sentado que vamos a franquear la barrera de los guardias. Sin embargo, no va a ser tan sencillo como entrar dando un paseo por la noche.
—Dijiste que los conocías.
—Y los conozco, pero ellos también me conocen a mí. Antes de jubilarme, yo solía ser el compañero de John. Ahora le andan buscando, después de la exhibición que disteis esta mañana los dos, así que si aparezco por allí y me pongo a darles conversación va a quedar un poco raro. La idea es que yo les despiste y que vosotros dos os metáis en el portal mientras los guardias están ocupados conmigo. Pero tampoco es seguro que funcione. Incluso si sale bien, tú y John tendréis que apañároslas solos cuando los guardias me apresen.
Me entró un escalofrío de incomodidad, tanto porque Sheba me hacía cosquillas con el vaivén de su cola como por la ligereza con la que Mac hablaba de desafiar al Círculo.
—¿Qué ocurrirá cuando te cojan?
Mac se encogió de hombros.
—Lo normal es que no sea nada. No será un tirón de orejas y santas pascuas, volver a la acción es lo que tiene. Pero me sé un par de trucos. Con un poco de suerte, debería ser capaz de convencerles de que John me lanzó un hechizo de obligación y me forzó a ayudarle.
—¿Y si no tienes suerte?
Mac sonrió abiertamente y me dio una palmadita en el hombro.
—Por eso vamos esta noche. Puede que mis viejos colegas no se alegren de verme, pero tampoco es probable que me quieran matar. Les he salvado el culo más de una vez… me lo deben.
—Pero el Círculo…
—Deja que sea yo quien se preocupe por ellos —replicó mientras Pritkin nos lanzaba una mirada de suspicacia desde el otro lado de la cortina.
—¿Qué hace?
Había visto a Pritkin mover la boca ostensiblemente antes de que Mac disolviese el escudo que nos envolvía con un leve movimiento de muñeca.
—Terminar de atascar las arterias —respondió Mac con jolgorio—. Te habría invitado a unirte a nosotros, pero ya sé que te has saltado la dieta una vez en lo que va de día. —Me guiñó un ojo—. Nunca dejes que John se encargue de la comida, Cassie. Te envenenará con su zumo de trigo y ciruela pasa. —
—Eso es mejor que la clase de cosas que tú llamas comida —irrumpió Pritkin, pero desapareció de pronto como si aquella breve intromisión ya le hubiese dejado satisfecho.
Me comí un poco más de hamburguesa, pero la grasa ya había empezado a quedarse fría y, en cualquier caso, no tenía más hambre. Estaba cansada de que el resto de la gente acabase resultando herida por mi culpa y caer en las manos del Círculo definitivamente entraba dentro de esa categoría. Podía ser que aquella gente le debiese a Mac algún que otro favor, pero ¿sería suficiente con eso? ¿Y si le torturaban para descubrir qué sabía acerca de mí? Personalmente no apostaría mi dinero a que le fueran a dejar pasar sin más, independientemente de que fuese un soldado veterano. Con tanta cavilación, me volvieron a entrar mareos, una mezcla del tipo de comida que me había metido para el cuerpo, los nervios y la preocupación. Mac no parecía tener tal problema y se acabó terminando mi hamburguesa.
Cuando volví a salir a la entrada de la tienda, me encontré con que Pritkin ya estaba preparado para ir a la guerra. El arsenal de armas había desaparecido, pero Pritkin no parecía más sobrecargado de lo habitual. Me di cuenta del porqué, al ver que pendían del brazalete de su muñeca unos colgantes nada habituales.
—Hierro —me explicó según se apretaba el brazalete de eslabones alrededor de la muñeca—. Mina la energía de los duendes, destroza sus defensas, como la plata lo hace con los hombres lobo.
—No te hacía yo muy de joyitas —le dije, a pesar de que más o menos ya me había hecho una idea de lo que había estado haciendo.
Ni siquiera un mago homicida lleva un brazalete con colgantes en forma de minúsculas pistolas, rifles y algo que se parece sospechosamente a un lanzagranadas. El último era especialmente revelador, teniendo en cuenta que antes se había sacado del saco un lanzagranadas a tamaño natural.
—Los he encogido —repuso impacientemente—. Es la única manera de llevar tanto peso encima para recorrer una distancia mínimamente considerable.
—¿No habías dicho que nuestro material no iba a funcionar allí?
—Dije que nuestra magia podía no funcionar correctamente, si acaso. Esto —Pritkin golpeó levemente la Colt de su cinturón— no es magia. Y está cargada con balas de hierro. Y ahora que me acuerdo, toma. —Me dio un abrigo largo que casi iba a juego con el suyo—. Póntelo.
Al cogerlo con la mano casi me caigo al suelo. Parecía que estuviese forrado de plomo. Un minuto después me di cuenta de que era más o menos así. El peso extra se debía a las cajas y cajas de balas de todos los calibres imaginables con los que había rellenado los múltiples bolsillos del abrigo.
—Tienes que estar de coña —musité, dejando caer aquella cosa al suelo. Al aterrizar, emitió un ruido sordo—. ¡Con eso encima no voy a poder correr! ¡Dudo que pueda andar siquiera!
—No tendrás que correr. —Pritkin lo recogió del suelo y me lo volvió a poner en los brazos—. Corriendo no podemos ganar a los duendes en su propio terreno, así que ni siquiera vamos a intentarlo. Si nos cruzamos con alguno y es hostil…
—Que lo será —agregó Mac saliendo de detrás de la cortina. Llevaba una pequeña mochila en la que había metido el contenido de mi petate y, con un guiño, un par de cervezas.
—Nos quedarnos en nuestro sitio y peleamos —concluyó Pritkin—. Ponernos a correr sería perder el tiempo y podría jugar a su favor si con eso consiguen separarnos. No importa la mala pinta que tenga la batalla, no hay que dejarse llevar por el pánico.
—Claro que no. Me quedaré en mi sitio mientras me acribillan —farfullé irritada haciendo esfuerzos para soportar el calor que me producía el cuero.
Pritkin revisó su pistola y, por primera vez desde nuestro incidente, sus ojos se encontraron con los míos.
—Si estás conmigo, no vas a morir —espetó. Parecía tan seguro que, durante medio segundo, le creí.
Tragué saliva y aparté la vista.
—¿Por qué no puedes encoger mis cosas también?
—Porque no estoy completamente seguro de que el hechizo de inversión funcione en el Reino de la Fantasía, así que llevo armas tanto encogidas como de tamaño normal. La munición que llevas es para las de tamaño normal.
Estaba tan ocupada tratando de desenmarañar mi maremágnum de emociones, que abarcaban desde el enfado absoluto hasta el pánico, que hasta que llegamos fuera, no me vino a la mente nuestro arrebato de pasión. Con todo lo extraño que había sido, la verdad es que estaba bastante al final de la lista de cosas raras que me habían pasado últimamente.
—¿Cómo hemos llegado hasta aquí? —le pregunté a Mac.
—Cogí un atajo —respondió, colocándose un sombrero de ala ancha sobre la calva. Se dio la vuelta y dio unos golpecitos al cuadrado en blanco de su rodilla. Me quedé mirando lo raro que resultaba ver un salón de tatuajes allí perdido en medio de la nada hasta que, de pronto, otra visión aún más rara se sucedió: el salón se dobló sobre sí mismo y desapareció de mi vista por completo. Mac gruñó algo y examinó su pierna, en la que había aparecido una versión en miniatura del frontal de la tienda, completada con un letrero de neón brillante que rezaba «MAG INK»[2]. Se ajustaba perfectamente al hueco vacío que había visto anteriormente. El pequeño letrero del tatuaje se encendía y se apagaba igual que el de verdad. Un segundo después me di cuenta de que era el de verdad.
—¿Nos hemos pasado toda la tarde dentro de una de tus protecciones? —pregunté incrédula.
—Justamente —respondió Mac—. Mi tienda siempre viene a donde voy yo.
—¿Cómo lo haces? Coges una parcela vacía y ¡pumba! ¿Nuevo punto de venta?
Mac me lanzó una sonrisa amplia.
—Algo así.
—¿Y qué me dices de la ubicación? ¿Qué pasa con los peatones que pasan por allí y de repente ven aparecer un edificio? ¿Y los polis?
—¿Qué pasa con ellos? Los normales no pueden verlo, Cassie, lo mismo que no pueden ver estos tatuajes. —Me cogió por el brazo amigablemente—. Tienes que darte cuenta de que la magia que dices haber visto a lo largo de tu vida no es más que la punta del iceberg. Esos tristes idiotas que los vampiros usan para crear protecciones y cosas de ese estilo son lo peor. Si tuvieran algún talento de verdad, se habría pasado por alto lo que quiera que les hubiese hecho ser repudiados o se les habría impuesto un castigo para que pagaran por sus acciones y después se les habría reincorporado al trabajo. O, en caso de que hubiese sido algo realmente inmundo, se habrían escapado para unirse a los oscuros, lo único que ni siquiera ellos se querrían hacer cargo de ningún metepatas. El tipo de mago que acaba trabajando para los vampiros es aquel que tan solo tiene poderes mágicos suficientes como para ser considerado una amenaza, tanto para ellos mismos como para el resto. No podrían lanzar un hechizo complicado ni aunque su vida dependiera de ello. Quédate con nosotros y verás lo que es magia de verdad.
Pritkin se quedó quieto y se sacó algo del bolsillo.
—Buena idea —comentó, y un segundo después ya sabía qué iba a pasar.
No era una visión, tan solo un episodio normal más acorde a la suerte que me solía acompañar. El muy idiota iba a lanzar la runa misterio.
Me tiré al suelo e intenté arrastrar a Mac en mi caída, pero los pies se me engancharon con el dobladillo del abrigo y tuve que acabar soltándolo. Las palmas de las manos se me llenaron de arañazos al golpearse contra las duras piedras, y el dolor y los subsiguientes esfuerzos para liberarme del cuero me distrajeron durante unos segundos. Entonces hubo un fogonazo de luz y un sonido crepitante, como si hubieran descorchado una gran botella de champán. Cuando volví a mirar hacia arriba, Pritkin y Mac habían desaparecido.
Aunque podía ver con nitidez a una cierta distancia en todas direcciones, no había ni un resto de ropa ni una huella que indicase que habían pasado por allí. Traté de percibir algo con mis sentidos, pero no me daban ninguna vibración fuera de lo habitual. Aquello resultaba casi tan extraño como la desaparición en sí misma: acababan de accionar un dispositivo mágico de primer orden y, aun así, no había ni una vibración metafísica en varios kilómetros a la redonda. Lo único que me llegaba eran los ligeros zumbidos de las protecciones de la MAGIA, procedentes del noroeste.
No lo entendía. Si la runa había matado a Pritkin y a Mac, incluso si había hecho que sus cuerpos se evaporaran, tendría que ser capaz de ver sus espíritus. Y, hasta ese momento, no había podido. Después de caminar alrededor del gran círculo en cuyo interior habían estado ambos magos antes de desvanecerse para no regresar, volví a centrar mi atención en el sitio en el que me encontraba yo. Nada bueno.
Estaba a kilómetros de Las Vegas sin comida, agua ni medio de transporte. Lo peor era que la única fuente de todas esas cosas que estaba cerca de allí era la MAGIA, el lugar donde habitaba la mitad de las personas que intentaban darme caza. Meterme allí por mi propio pie daba miedo, incluso aunque Billy hubiese podido estar allí para echarme una mano. Sin embargo él, al igual que los magos, se había apuntado a la moda de la incomparecencia. Al pensar aquello me empecé a preocupar porque tal vez la runa pudiera destruir fantasmas también, lo cual podría explicar que no fuera capaz de ver el espíritu de Pritkin ni el de Mac. Como empecé a temblar ante tal idea, decidí borrarla de mi mente. Billy era pesado de cojones, pero siempre había estado a mi lado en momentos bien difíciles. Resultaba duro pensar que estaba sola de verdad, sin ninguna persona cerca a la que pudiera considerar aliada, ni aunque estuviese muerta.
La única buena noticia era que llevaba, encima suficiente munición como para montar una pequeña guerra. Por desgracia, tendría que ahuyentar a mis enemigos lanzándosela a la cabeza, porque no tenía ni un arma con la que dispararla. Pritkin no me había ofrecido la posibilidad de compartirlas y la Smith & Wesson estaba en mi bolso, que a su vez estaba junto a las cosas que Mac había empaquetado en la mochila, mochila que él llevaba encima.
Me quedé observando la imponente puesta de sol del desierto mientras el pánico se apoderaba cada vez más de mí, cuando me di cuenta de que había algo pequeño y oscuro en el cielo. Era una minúscula mota resaltada por los rayos del sol poniente, pero se agrandaba a pasos agigantados. Apenas me dio tiempo a pensar que Mac tenía razón, que me acordase de Oz, antes de que aquella cosa se volviese tan enorme que lograse borrar lo que quedaba de sol. Me eché al suelo y me acurruqué bajo el pesado abrigo mientras por mi cerebro me pasaba rauda una imagen de mí tendida bajo la hacienda de Dorothy, con tan solo mis piernas muertas sobresaliendo de allí. Una pena que hubiese perdido los zapatos del Dante, me habrían venido perfectos.
Mi monólogo interior comenzó a derivar en un parloteo ininteligible cuando algo enorme golpeó el suelo cerca de mí con un ruido sordo, como si se hubiesen desplomado un montón de huesos sobre aquel lugar. Entonces me cayó encima una lluvia de rocas y polvo, y la cabeza se me fue por completo.
Me repetía histérica a mí misma una y otra vez que no era justo morir sepultada bajo aquel aluvión; al fin y al cabo, tan solo era una clarividente con algo de malicia, no una bruja perversa. Justo en ese momento, la tormenta de polvo llegó a su fin.
Eché un vistazo desde el interior del abrigo, pero por allí no había ni munchkins ni caminos de baldosas amarillas. Eso sí, casa sí que había. Mis ojos, cegados por el polvo, tardaron unos segundos en darse cuenta de que la estructura erigida de un modo tan incongruente en medio de la arena del desierto no era la hacienda de una chiquilla de Kansas, sino un salón de tatuajes de la urbe, con su letrero de neón encendiéndose y apagándose tan alegremente como la sonrisa de Mac.
Estaba tendida en el suelo, temblando, cuando la puerta se abrió de par en par y Pritkin y Mac la franquearon a la carrera. Su gesto era bastante amenazador, pero entonces Mac se percató de mi presencia, dio un grito de alegría y se apresuró a cogerme en volandas. Empezó a darme vueltas alrededor de él, con abrigo forrado en plomo y todo.
—¡Cassie! ¿Estás bien? Nos tenías tan…
—¿Dónde cojones os habíais metido vosotros dos?
Estaba ahogada entre sollozos y medio histérica, y a la vez tan aliviada que me sentía débil y al mismo tiempo con un enfado de tres pares. Le golpeé en el pecho y, aunque tenía dudas de que aquello pudiera hacerle daño, su águila soltó un alarido y me empezó a dar repetidos picotazos en la mano. Pegué un chillido y lo solté, lo que me hizo acabar de nuevo con mis huesos en el barro. Era la primera vez que me atacaba un pájaro tatuado que ni ahora ni nunca había sido real. A pesar del curso acelerado de protecciones avanzadas que había recibido esa misma tarde, no me parecía que aquello fuese posible; pero resultaba difícil rebatirlo, pues era evidente que dolía, y mucho. En ese momento Sheba se despertó y las cosas fueron de mal en peor.
Noté que la molesta bola de pelo se colaba por la parte baja de mi espalda y, cuando Mac se inclinó para ayudarme, la pantera se deslizó por mi torso primero y por mi brazo después. En ese momento vi con sorpresa que una hilera de color rojo brillante había florecido de repente en el antebrazo de Mac. A pesar del tamaño que tenía la zarpa de la pantera, el corte que le había provocado tenía unos ocho centímetros de largo y era lo suficientemente profundo como para necesitar puntos de sutura. Peor todavía, no tenía ni idea de cómo hacer que Sheba se detuviese.
Pritkin me apartó bruscamente de su amigo, lo que me dejó dando tumbos, para acabar soltándome justo antes de que Sheba le clavase las zarpas. Los labios se le estrecharon de furia.
—¡Quietos los dos! ¡Si seguís así vais a encender las protecciones de verdad y acabaréis haciéndoos daño!
Me miré la mano, adornada ahora con un profundo y doloroso corte de cinco centímetros, y tragué saliva para poder retomar la palabra.
—¿Cómo que de verdad?
¿Es que acaso podía ser mucho peor que aquello? No sé qué más podría haber dicho, pero al vislumbrar a Billy por encima del hombro de Pritkin me olvidé momentáneamente de todo lo demás. Le señalé con un dedo tembloroso.
—¿Dónde estabas? ¡Es casi de noche y la MAGIA está justo ahí enfrente!
—Cálmate, Cass… no pasa nada. Todo va bien, lo único que te hace falta es volver a hacerte con las riendas de la situación o tu nueva mascota te va a causar daños graves.
—Mi protección no se encendió.
Me quedé mirando a Mac, que estaba ocupado curándose la herida. ¡Qué suerte la suya! Yo me iba a quedar con mi herida un buen tiempo. Con todo, y pese a que era Mac el que estaba sangrando, fue Pritkin el que lanzó una mirada iracunda hacia mí. Aquello era tan injusto que hacía que me resultase difícil respirar siquiera, sobre todo teniendo en cuenta que todo aquello había pasado por su puta culpa.
—Eso no tiene que significar nada necesariamente —apuntó Mac—. Es un poco más avanzada que esas otras. La diseñaron para percibir intencionalidad y yo no quería causarte ningún daño.
Mac había conseguido detener la hemorragia, pero eso no evitó que le quedase la marca de una herida abierta sobre la piel que dejó un espacio en blanco en medio de las hojas que habían recibido el golpe, pero que no se habían llegado a abrir de par en par.
—Lo lamento, Cassie… Te tenía que haber sujetado. Pero cuando desapareciste… en fin, no sabíamos qué había ocurrido.
Así que ellos también pensaban que yo estaba muerta. Que Mac confesase que al menos él se había preocupado sirvió para que me calmase un tanto. Eso y el hecho de saber que ya no iba a tener que meterme en una emboscada yo sola.
—Estaba aquí mismo —balbuceé—. Fuisteis vosotros dos los que desaparecisteis. ¿Dónde os habíais metido?
—¿Sabías que nos habíamos ido? —preguntó Pritkin con el ceño fruncido. Acto seguido volvió la vista hacia Mac—. Entonces estábamos equivocados.
—No necesariamente. —Mac me lanzó una mirada penetrante—. Tal vez los desplazamientos en el tiempo no la afecten como al resto de nosotros. Eso quizá explique por qué no se vino con nosotros aunque estaba tan cerca de ti como yo.
—¿Habéis hecho un viaje en el tiempo?
¿Cómo? ¿Había más gente que podía hacerlo?
—Creemos que esa cosa es —respondió Mac señalando a la runa que seguía sujeta a la mano de Pritkin— un retrocesor.
—¿Un qué?
—Sirve para que quien lo utiliza pueda retroceder en el tiempo unos veinte minutos. Por eso, si te ves en un aprieto, lo utilizas y tienes la oportunidad de enmendar el error.
En cuanto Pritkin acabó su explicación le lancé una mirada menos que amigable.
—Algo que podría habernos sido muy útil en el sitio al que vamos.
—Seguro que lo será —apuntó, apartándolo de mi vista para metérselo en el abrigo.
Le habría recordado que la runa era mía, salvo porque a buen seguro me habría replicado que si eso era así era solo porque yo la había robado antes. Miré de reojo a Billy y, sin apartar la vista del mago, asentí con la cabeza. Billy se quedó flotando por allí mientras yo empezaba a montar un pollo para distraer a Pritkin.
—Sí, pero ahora se ha quedado inservible, al menos durante un mes.
—No podemos arriesgarnos a emplearlo sin saber primero qué es lo que hace —insistió Pritkin, mientras el ceño se le fruncía, adquiriendo su expresión habitual—. Si no lo han usado en tanto tiempo como imaginamos, debería ser posible utilizarlo de nuevo pronto.
—Eso no lo puedes saber —apunté enfadada—. Puedes dejar enchufadas un par de pilas recargables todo el tiempo que quieras, pero no tienen más que una carga. Tal vez la runa funcione de la misma manera.
—Permíteme tomarme la licencia de pensar que sé algo más sobre artefactos de magia que tú —replicó Pritkin con desdén mientras Billy deslizaba una mano aparentemente insustancial dentro del bolsillo del mago. Unos segundos más tarde, mi runa apareció flotando como si levitase. Acto seguido la runa me llegó hasta mí y me la metí sigilosamente en el bolsillo.
—Estoy razonablemente seguro de que funcionará —añadió el mago—. Ahora, si has terminado de ponerte histérica, deberíamos marcharnos.
En lugar de decir nada, me limité a coger la mochila de Mac para recuperar mi pistola. Tenía el cargador lleno, pero lo revisé de todos modos. Los labios de Pritkin se estrecharon aún más mientras me observaba; a este paso no tardaría mucho en quedarse sin ellos. Era obvio que no le gustaba la idea de que llevase mi arma, quizá tenía miedo de que le disparase por la espalda, pero se abstuvo de realizar comentarios.
Pritkin emprendió la marcha por el desierto y yo me fui detrás de él. Mac y Billy Joe siguieron nuestros pasos en cuanto el mago volvió a absorber su negocio ambulante. Durante media hora nadie dijo ni una palabra, hasta que la tenue silueta de la MAGIA se abrió paso ante nuestros ojos.
El complejo fue diseñado para tener el aspecto de una hacienda habitada, por si acaso algún normal con una pizca de talento daba con sus huesos por allí y se las apañaba para poder ver a través de las protecciones perimetrales. Con todo, el complejo está ubicado en el centro de un cañón de altas laderas, muy lejos de cualquier atracción turística, así que no era muy probable que ocurriese algo así. Por no mencionar que cuando uno llega a un radio de kilómetro y medio de distancia ya se puede percibir por todas partes un abanico tan grande de señales metafísicas de «No pasar» que no habría normal que pudiera sentirse cómodo al acercarse.
La luz de las estrellas había convertido el paisaje en algo parecido a la superficie lunar, todo lleno de misteriosos cráteres oscuros e infinita arena plateada. En sí misma, la MAGIA era oscura y silenciosa, todas las luces exteriores estaban apagadas y no había movimiento entre los edificios. Parecía que lo que quiera que estuviese pasando esta noche estaba teniendo lugar bajo tierra.
Me derrumbé sobre una porción de arena con relativamente pocas piedras mientras Mac y Pritkin discutían sobre los métodos de acercamiento. La caminata había sido infernal. Cada cuatro pasos me tropezaba en medio de la oscuridad y, en dos ocasiones, acabé besando el suelo. El abrigo se me seguía arrebujando entre las piernas y me hacía tener la sensación de estar cargando con otra persona a las espaldas. Últimamente había tenido demasiadas ocupaciones como para acudir con regularidad al gimnasio y eso se notaba. Era obvio que mis continuas carreras para salvar la vida no habían sido suficiente ejercicio.
—¿Está ahí dentro? —preguntó Billy, flotando a escasos metros de la arena.
Me abracé al abrigo que me rodeaba, dando gracias por su espesor ahora que había empezado a refrescar en el desierto.
—No lo sé.
—¿Quieres que vaya a ver?
—No.
Si Mircea estaba allí dentro, no quería saberlo. Si teníamos suerte, nos escaparíamos al Reino de la Fantasía antes de que se hiciera a la idea de que estaba tan loca como para irme hasta allí.
—¿Está aquí tu fantasma? —interrumpió Pritkin.
Me sorprendió que mostrase tal cautela por una vez. Quizá la idea de irrumpir en la MAGIA le estaba asustando hasta a él. Pritkin accedió a que Mac le describiese a Billy cómo eran sus amigos guardianes y este aceptó ir a ver si alguien había cambiado el turno de guardias inesperadamente. Acto seguido Billy se deslizó por la arena, y rápidamente su silueta se fundió con la oscuridad en medio de la noche. Nosotros, mientras tanto, nos quedamos esperando.
Hubo un tiempo, cuando era pequeña y leía cuentos de hadas, en el que tenía unas ganas locas de vivir mis propias aventuras. No es que quisiera ser una heroína sosainas que languideciera en una torre mientras esperaba a ser rescatada. No, lo que yo quería era ser el caballero que sale victorioso de la batalla contra todo pronóstico, o la valiente campesina que conseguía convertirse en la aprendiza de un gran mago. Cuando me hice mayor, descubrí sin paños calientes que las aventuras rara vez se parecen a lo que cuentan los libros. La mitad del tiempo el miedo te paraliza el cerebro y el resto te aburres y te duelen los pies. Empezaba a pensar que quizá las aventuras no iban demasiado conmigo.
Billy regresó media hora después con noticias. Los guardias encajaban con las descripciones que Mac le había dado y, por suerte para nosotros, había un alboroto monumental en la zona de los vampiros.
—Es como un circo, Cass, todo el mundo está allí. ¡El resto de zonas está prácticamente desierto!
—¿Y bien? —Pritkin parecía impaciente—. ¿Qué dice?
—Que no hay problema, que está de guardia la gente que teníamos previsto.
En ese momento me di cuenta de que Billy parecía estar muy contento por algo. Tal vez fuera sólo el alivio que le producía saber que el trabajo que nos quedaba por delante podría ser más fácil de lo que habíamos pensado, pero tenía mis dudas de que fuera solo eso. Me conocía sus gestos casi tan bien como los míos propios y, en ese momento, estaba prácticamente estático.
—Está bien, suéltalo ya.
Billy soltó una sonrisa de oreja a oreja e hizo girar su sombrero alrededor del dedo índice. Por alguna razón el dedo era menos corpóreo en ese momento que el sombrero, así que daba la impresión de que aquel contoneo vertiginoso lo hacía sin ayuda alguna.
—Es todo tan perfecto —canturreó, con la sonrisa amenazando con partirle la cara en dos—. ¡Esto tiene que ser una buena señal!
—¿A qué te refieres?
—¿Pasa algo? —preguntó Pritkin. Billy y yo le ignoramos.
—Ya sé que tu cumpleaños no empieza hasta dentro de dos horas, Cass, pero parece que te llega el regalo por anticipado.
—¡Billy! Dímelo ya.
Billy se rio para sus adentros pero llegó a un punto en el que casi no se pudo contener.
—Es ese cabrón de Tomas. Lo capturaron ayer por la mañana temprano. Creo que están intentando decidir qué forma de ejecutarle le dolerá más. Es por eso por lo que está todo el mundo arremolinado en la sección de los vampiros, no quieren perderse el espectáculo —explicó Billy lanzando el sombrero hacia arriba con júbilo—. Que conste que a mí tampoco me importaría echar un vistazo si tuviéramos tiempo.
Lo único que impidió que me cayese fue que ya estaba sentada. ¿Tomas estaba a punto de ser ejecutado y, tal vez, torturado previamente? Me quedé sentada pestañeando sin dejar de mirar a Billy mientras mi cerebro trataba de asimilar aquello. Fuese cual fuese la expresión que se dibujó en mi rostro, a Billy no le gustó nada. Su sonrisa se desvaneció y empezó a menear la cabeza violentamente.
—No. ¡Ni de coña vas a hacer eso! Se lo merece, Cass, sabes que es así. Te traicionó, joder, ¡si casi hace que te maten! Por una vez, el destino se está encargando de quitarnos gratis un problema de encima. ¡Propongo que sonriamos, demos las gracias y nos mantengamos al puto margen!
Sentí la cara como entumecida. Me preguntaba vagamente si aquello se debía a la brisa nocturna o al terror que me producía aquello. Mis apuestas se inclinaban más por lo segundo.
—No puedo.
—Sí, sí que puedes. —Billy revoloteaba como la llama de una vela en plena efervescencia—. Es fácil. Nos metemos dentro de las agradables y tranquilitas salas de la MAGIA, llegamos al portal y lo atravesamos. Tan simple como eso. No hay más vueltas.
—Sí que las hay. —Me puse de pie, un tanto temblorosa, y Pritkin me cogió por el brazo. Como de costumbre, no era nada delicado, pero en esta ocasión tenía un plus. Apenas pude mantener el equilibro con su mano de hierro—. Y tanto que las hay.
—¿De qué hablas? ¿Qué está pasando?
Pritkin hablaba, pero yo apenas le escuchaba. Mis oídos no escuchaban otra cosa que la voz de Tomas agonizando, mis ojos no veían más que a Tomas colgado como un animal esperando a que llegase Jack.
Si cerraba los ojos, el escenario que se dibujaba en mi cabeza cambiaba. Allí estaba Tomas, en la cocina de nuestro apartamento de Atlanta, frunciendo el ceño de perplejidad delante de los fogones. No le habían salido los brownies que tenía pensado servirme en el desayuno, posiblemente porque no había sabido cómo encender el fogón. Llevaba puesto uno de mis delantales, el que decía «Dame de comer aparte», encima del pantalón de pijama con caras sonrientes que le había comprado para que no volviese a dormir en pelotas. Teníamos dormitorios separados, pero sólo pensar que Tomas estaba en cueros al otro lado me había tenido en vela varias noches. Le expliqué cómo funcionaban los fogones y nos comimos la sartén entera de brownies antes de irme a trabajar, lo que me provocó tal empacho de azúcar que estuve renqueante casi todo el resto del día.
Aquella fue la primera vez que me permití alumbrar la esperanza de que Tomas pudiera convertirse en alguien fijo en mi vida. Ya llevaba siendo mi mejor amigo durante seis de los meses más felices de mi vida. Contra todo pronóstico, había conseguido empezar a crear una existencia más o menos normal. Me gustaba mi apartamento soleado, mi trabajo maravillosamente previsible en una agencia de viajes y mi espectacular compañero de piso. Tomas era un sueño hecho realidad: guapo, considerado, fuerte y a la par lo suficientemente vulnerable como para que me entrasen ganas de cuidarle.
Debí acordarme de aquello que dicen de que cuando algo es demasiado bonito como para ser verdad…, pero el caso es que estuve muy ocupada disfrutando del regalo que el destino había colocado en mi regazo. Lo que vino después demostró que el regalo era más bien una maldición y que la vida normal no era más que un espejismo. Todos esos sueños prometedores se estamparon contra mi cara, dejándome heridas que no habían perdido aún la costra, o cuanto menos cicatrizado por completo. Me entró un escalofrío al darme cuenta de que el incidente del brownie, había ocurrido tan solo hace unas semanas. Parecía imposible, tenían que haber pasado por lo menos diez años.
Pritkin me agitaba, pero apenas me daba cuenta. Abrí los ojos, pero lo que apareció ante mí fue el rostro pálido de Jack, con su habitual gesto de perturbado. Al torturador favorito de la Cónsul le encantaba su trabajo, y la verdad es que era muy, muy bueno haciéndolo. Probablemente sus excelentes conocimientos los había alcanzado tras padecerlos de primera mano a través de la instrucción que recibió por parte de Augusta. Lo había visto en acción en una ocasión que no olvidaría, y no podía dejar que Tomas cayera en sus manos. Daba igual lo que hubiese hecho, daba igual lo furiosa que estuviera con él. No podía dejar que cayese en sus putas manos.
Parecía que, después de todo, iba a tener que convertirme en el caballero que llegaba al rescate a lomos de su caballo blanco. Lo único que ni en el peor de mis sueños había pensado embarcarme en una aventura así en medio de una situación tan desfavorable. Por un lado estaban los desafíos heroicos y, por el otro, los suicidios; y no me cabía duda de en qué categoría había que incluir este momento. Si la muerte de Tomas se había convertido en un espectáculo público, la mayor parte de la MAGIA iba a estar allí: vampiros, magos, híbridos, igual hasta algún que otro duende. Y no solo tendríamos que encontrar la manera de cruzar esa barrera y arrebatarles a Tomas delante de las narices de la Cónsul, sino que después de eso también tendríamos que pelear para abrirnos paso hasta llegar al portal. Era peor que una pesadilla. Era de locos.
—Tenemos un problema —le dije a Pritkin, conteniéndome una urgente y absurda necesidad de soltar una carcajada ante aquella definición, a todas luces insuficiente, de la situación.
Sus ojos se estrecharon hasta convertirse en meras hendiduras pálidas.
—¿Qué problema?
Como las palabras le salieron a duras penas entre los dientes, parecía que ya se había hecho a la idea de que no le iba a gustar nada lo que le iba a decir. Eso estaba bien, nos ahorraba tiempo.
—Billy dice que las salas están casi vacías porque todo el mundo está en la zona de los vampiros. Van a ejecutar a alguien esta noche y se ha formado un cierto jaleo.
—¿A quién van a ejecutar?
Pritkin me clavó sus ojos de un color verde gélido en los míos y yo sonreí tenuemente, recordando la última vez que él y Tomas se encontraron. Decir que no eran colegas era quedarse un poco corto. Por lo general, la gente no intenta decapitar a sus amigos.
—Esto, bueno, en realidad… —Suspiré—. Es Tomas.
No pude evitar hacer una leve mueca, pero Pritkin apenas reaccionó, tan solo pareció ligeramente aliviado.
—Estupendo. Entonces esto debería ser más sencillo de lo que había previsto. —Al ver mi expresión, volvió a fruncir el ceño—. ¿Por qué habría de ser esto un problema?
Tragué saliva. Habría preferido tener algo más de tiempo para ponerle en antecedentes, pongamos un año o dos, pero no podía permitirme seguir perdiendo más minutos. Cada segundo que pasaba era un peligro añadido para Tomas. A Jack le gustaba jugar con sus víctimas antes de rematarlas y nadie saldría contento si el espectáculo duraba poco. Pero la oscuridad había sido la tónica dominante durante más de una hora, así que Jack podía haberle infligido ya un montón de dolor durante ese tiempo.
Miré a Pritkin y esgrimí una sonrisa forzada. No pareció que aquello ayudase mucho, así que me di por vencida.
—Porque, ejem, digamos que tenemos que rescatarle.