6

Pensé que los dos magos iban a romper algo en su intento por llegar cuanto antes a la bolsa. Mac golpeó a su colega, pero sólo porque estaba más cerca y los pantalones sin abrochar de Pritkin amenazaban con caérsele por el camino. Observé cómo se los abrochaba con cierta decepción, para después darme una bofetada mental por aquello. Tal y como iban las cosas, iba a necesitar ir a terapia.

Mac empezó a colocar cosas en la parte alta de la nevera, una tras otra. Sus movimientos eran reverenciales, como los de alguien que estuviera manejando nitroglicerina. Las dos bombas de vacíos mostraban un leve brillo plateado bajo las luces que pendían sobre nuestras cabezas. Debajo de ellas estaba el estuche aparentemente insignificante que había tenido recluidas a las Grayas durante no se sabe cuántos siglos. Finalmente, Mac agarró la bolsita de terciopelo y con cuidado, de una en una, colocó las piedras de las runas delante del resto de objetos.

Tuvo que hacer varios intentos hasta que consiguió pronunciar sus primeras palabras después del descubrimiento.

—Menuda colección —murmuró sin respiración. El tótem del lobo que tenía tatuado en su espalda dejó su aullido a medias y se asomó por encima de su hombro para ver qué era todo aquel jaleo.

—¿Esto era todo? —preguntó Pritkin—. ¿Cogiste todo lo que tenía el Senado?

—¡Claro que no! Sé que estamos en medio de una guerra, estaba allí cuando estalló, ¿recuerdas?

—¿Qué más cosas tienen? —preguntó Pritkin, mientras Mac estaba allí de pie babeando ante los objetos, colocados sobre su nevera.

—Ninguna que te importe —le corté.

Llegué a la conclusión de que era mejor dejar que pensara que había tenido el valor suficiente para llevar a cabo un peligroso asalto al Senado. Sonaba mejor que la verdad. De hecho, acababa de volver de un viaje al pasado con Mircea y me encontré con que la Cónsul nos estaba esperando. La Cónsul intentó tocarme, pero instintivamente yo me eché para atrás y, gracias a lo impredecible de mi nuevo poder, acabé retrocediendo en el tiempo tres días. El retroceso se produjo en el tiempo, pero no en el espacio, así que me vi todavía en el sanctasanctórum vampiro de la MAGIA. Como su alijo de bienes mágicos estaba literalmente delante de mis narices, decidí hacer acopio de unos cuantos antes de emprender mi huida.

Tenía prisa porque casi seguro que sus protecciones les habían informado de que estaba allí. Me detuve sólo lo suficiente para agarrar el material que había en un estante y no reparé en lo demás. No obstante, teniendo en cuenta que la unidad que alojaba el tesoro oculto de los vampiros era más elevada que yo, estaba casi segura de que no les había dejado indefensos.

—Vamos a necesitar ayuda en el Reino de la Fantasía —señaló Pritkin, haciendo un esfuerzo palpable por contener su genio—. Si robaste estas cosas, podrías conseguir más.

—¡No voy a ir a robarles el resto de sus armas! ¡Están en guerra!

Podía ser que estuviera enfadada con Mircea, pero dejarle a merced de Rasputín y sus aliados no entraba en mis planes. Por no mencionar que mi viejo amigo Rafe estaba con él. Había un montón de vampiros malos por ahí, pero no a todos los habían cortado por el mismo patrón, independientemente de lo que Pritkin quisiera creer.

—En cualquier caso, no podría regresar allí sin usar mi poder, y estoy intentando evitar eso.

—¿Por qué? —Pritkin parecía perplejo de verdad—. Es la mejor arma que tienes.

—También es la que da más miedo. Como bien señalaste, no sé lo que estoy haciendo. Y si se me escapa de las manos, puedo acabar matando a mucha gente.

—¿Es por eso por lo que no nos sacaste del Dante? —preguntó. Cuando yo asentí con la cabeza, su rostro se vio empañado por una expresión que conjugaba extrañeza y enfado—. Eso no tiene sentido. ¡Fuiste tú la que nos llevó al siglo XIX antes, cuando intentabas escapar de mí!

—¡No es verdad!

—Estaba allí, ¿recuerdas? —replicó furiosamente—. Tu amante casi acaba conmigo.

A no ser que contáramos una experiencia extracorporal, Mircea y yo no éramos amantes. Y gracias al geis, no podía arriesgarme a que lo fuéramos nunca. Sin embargo, a Pritkin no intenté explicárselo. No era asunto suyo y estaba harta de tener la sensación de que estaba siendo constantemente sometida a un interrogatorio en el que él era el juez, el jurado y, posiblemente, el ejecutor.

—Me da igual si te lo crees o no —repuse lo más calmadamente que pude—, pero no tuve nada que ver con que acabáramos en aquel teatro. Simplemente, el poder se activó, no sé por qué. Lo único que hice fue sacarnos de allí tan rápido como pude.

—La pitia controla el poder, no a la inversa —insistió Pritkin, tachándome de mentirosa.

—Cree lo que quieras —zanjé, de repente me sentía harta. Discutir con él era algo que cansaba enseguida, porque nunca parecía que fuera a arreglar nada—. Si lo que dijiste antes sobre que necesitábamos cualquier ayuda que pudiéramos encontrar es verdad, tengo un trabajo para Mac.

Mac miró hacia arriba, con el gesto aún confuso.

—¿Cómo?

—Mi protección —le aclaré, bajándome la parte de atrás de mi camiseta de tirantes para enseñarle la parte de arriba del pentáculo—. Pritkin dijo que el Círculo lo había desactivado. ¿Puedes arreglarlo?

—Yo no dije «desactivar». Eso sería imposible —me corrigió Pritkin mientras Mac se movía para echar un vistazo—. A distancia, el Círculo solo puede bloquearlo y es casi seguro que lo han hecho porque tendrían miedo de que lo usases contra ellos. Si no, no se entiende que hayan cerrado la conexión, porque en cuanto se encendiese tu protección, ellos sabrían aproximadamente dónde te encontrabas y sabemos que te quieren encontrar a toda costa. —De repente, Pritkin se acercó tanto que llegaba a invadir mi espacio íntimo—. Tu explicación de lo que hace el poder no tiene sentido. —Su voz se hizo áspera—. No si eres realmente la pitia.

Supongo que me estaba intentando intimidar, pero lo cierto es que no le salió muy bien. Se detuvo como a un par de centímetros de mí, con su pecho desnudo justo delante de mi línea de visión. Tenía algo de pelo sobre los músculos, que estaban duros, brillantes y bien definidos. Además, la deficiente ventilación del lugar había provocado que regueros de sudor comenzaran a resbalar de forma fascinante a través de todo ese pelo. Los únicos hombres a los que había tocado en mi vida eran lampiños, o casi, así que tenía el deseo imperioso de deslizar mis manos entre aquellos rizos rubios y húmedos para comprobar qué figuras podía dibujar con ellos entre mis dedos.

No tenía ni idea de porqué el mago, que no me gustaba para nada, estaba provocándome una reacción así, pero me sentía como alguien que lleva semanas muriéndose de hambre y de repente avista un helado con sirope de chocolate. Las manos me sudaban y la respiración se me aceleraba hasta el punto de que en el momento menos pensado iba a empezar a jadear. Decidí apartar la vista de su torso no fuera a ser que acabase perdiendo el control, pero aquello no fue de gran ayuda pues, al bajar la mirada, mis ojos se toparon con otra musculatura, igualmente sobresaliente por el enfado, que quedaba oculta bajo los pantalones ajustados de Pritkin. Tragué saliva e hice esfuerzos por controlar la situación, para no acabar entregándome al deseo ardiente de arrancarle los pantalones.

Casi había conseguido echarme un poco hacia atrás, lo cual era todo un triunfo aunque aquello implicase que él pudiera pensar que había conseguido intimidarme. Después de todo, aquello era mejor que contarle la verdad. Sin embargo, justo en ese momento cometí el error de mirarle a los ojos. Al final descubrí por qué Pritkin siempre me había parecido un poco extraño: sus pestañas y cejas tenían un color rubio rojizo tan parecido al de su piel que, a la distancia, no permitía distinguirlas de la tez. Pero ahora me encontraba tan cerca de él como para comprobar que, en realidad, sus pestañas eran largas y densas. No solo eso, sino que además flanqueaban unos ojos de ese color verde claro tan infrecuente que no muestra matices de ninguna otra gama.

A pesar de que tenían órdenes estrictas de hacer lo contrario, mis manos se posaron sobre él, dibujando los músculos de su pecho. Las pupilas se le expandieron hasta tal punto que los ojos se le volvieron casi negros y el rostro se vio inundado por una mirada de extrañeza, quizá más intensa que la que habría tenido si le hubiera abofeteado. Con todo, no se apartó. Sentí un extraño castañeteo en las manos cuando le oprimí los pectorales y le noté la piel más caliente incluso de lo que debía estar por la nefanda ventilación de la tienda. Tal vez yo tenía algo que ver en aquello. Me daba igual: por la cabeza no me pasaba otra cosa que encontrar la manera de descubrir cómo bajar aquella puta cremallera.

Antes de que pudiera continuar con aquel plan, Pritkin me agarró por las muñecas. No estoy segura de si con aquel gesto quería alejarme o acercarme más y, a juzgar por su mirada, él tampoco lo debía tener muy claro. No obstante, ninguno de los dos tuvimos la oportunidad de descubrirlo.

De repente, me sentí como si alguien me hubiera rociado con gasolina y hubiera tirado una cerilla encima. No era dolor lo que ardía en mi interior; era agonía, y parecía encender todas y cada una de las células de mi cuerpo simultáneamente. Pegué un grito y di un bote hacia atrás, lo que provocó que acabara golpeando a Mac y que los dos termináramos en el suelo. Pritkin siguió nuestros pasos inmediatamente después porque todavía estaba agarrándome por las muñecas. Entonces escuché vagamente que Mac le gritaba algo a Pritkin, pero no me pude concentrar lo suficiente como para comprender lo que le decía. La espalda se me arqueó y empecé a tener convulsiones como un pez recién sacado del agua, con la única diferencia de que lo que yo quería no era aire, sino algo que me aliviase aquel dolor insoportable.

En ese momento comprendí de verdad lo que debía sentir uno si le quemaban vivo, pues el fuego me desgarraba por toda la columna de arriba abajo y todos mis nervios acababan explotando en una agonía incandescente. Me olvidé de dónde estaba, me olvidé de mis problemas, que de repente parecían triviales hasta el absurdo, al lado de la tortura a la que estaba siendo sometida. Creo que me habría olvidado de mi nombre a los pocos segundos, pero entonces, tan abruptamente como vino, el dolor se marchó.

Me encontré tendida en el suelo de linóleo de la sala de trabajo de Mac, tratando de volver a aprender a respirar. Miré hacia arriba y le vi sujetando a Pritkin por las muñecas. Obviamente lo estaba apartando de mí y le habría besado incluso por aquello, de no ser porque seguía temblando tanto que no me podía ni sentar. En cuanto resolvió el problema más inmediato, Mac le soltó las manos a Pritkin y se giró hacia mí.

—¿Estás bien? Cassie, ¿me oyes? —Mi cabeza asintió, en ese momento no podía hacer nada más—. Está bien.

Mac parecía desbordado por los acontecimientos, había perdido por completo esa relajada pose tan suya de «Qué pasa, tío».

—Quédate donde estás. Volveré enseguida. Y hagas lo que hagas, ¡no toques nada! —insistió.

Mac desapareció por una puerta que conducía a otra sala anexa y, acto seguido, empecé a escuchar que corría el agua por alguna parte. El dolor había remitido, pero su recuerdo había quedado grabado a fuego en mi cuerpo del mismo modo que lo habría hecho una quemadura solar en la retina. Las terminaciones nerviosas de mi cuerpo palpitaban ante un recuerdo vívido y, a pesar de que ya no sentía convulsiones, parecía que un ligero temblor se había asentado en mi interior para no marcharse. Tenía un pavor absoluto a moverme, temerosa como estaba de disparar todo aquello accidentalmente de nuevo.

Me di cuenta a duras penas de que las respiraciones entrecortadas que estaba escuchando no eran mías y volví la vista hacia un lado sin mover la cabeza. Pude ver a Pritkin tumbado sobre su espalda y mirando al techo con unos ojos totalmente blancos. Tenía el rostro intensamente enrojecido, sus músculos estaban completamente tensos y respiraba tan poco hondo como yo. Me dio por pensar que quizá no había sido yo la única afectada.

Mac volvió con una toalla húmeda y me la puso en la frente. Estuve a punto de decirle que me hacía falta algo más que eso, digamos un lingotazo de codeína o una botella de güisqui, pero mi leve gesto no pareció ser de gran ayuda. Observé a una polilla que daba vueltas en torno a la luz halógena que pendía sobre mi cabeza y traté de recuperar mi coordinación motora. La mera idea de sentarme se me antojaba una locura, así que mientras Mac atendía a Pritkin, yo me quedé allí tumbada pensando. Aquel podía calificarse, incluso después de ciertas experiencias memorables en el pasado, como un día de locos. Sólo por eso podría resultar comprensible que me estuviese costando tanto tiempo aclararme las ideas sobre ciertas cosas.

Mis reacciones hacia los hombres a lo largo de todo el día habían sido extrañas. En condiciones normales, los hombres me llamaban la atención lo mismo que a todas las mujeres, pero había tenido un montón de años para aprender a observar de manera discreta antes de actuar. Vivir en una huida constante significaba que cualquier tío con el que me relacionara acababa llevándose como extra una amenaza de muerte para él también. Como no quería que nadie acabase muerto por mi culpa, me aseguraba de mantener las distancias y, ya se sabe, la experiencia es la madre de la ciencia.

Me resultó difícil concentrarme con Casanova y Chávez delante, pero ¡venga ya! Los dos estaban buenos hasta decir basta, por no mencionar el atractivo adicional de ser poseída por un íncubo. Había dado por sentado que estaba mostrando la reacción que cabía esperar de cualquier mujer heterosexual que estuviese cerca de ellos y simplemente daba gracias por no haber arrastrado a uno de los dos, o a ambos, al armario más cercano. Pero Pritkin era otra historia.

No sólo es que me pareciese completamente insufrible, y siempre había sido así desde que nos conocimos; es que, además, nunca le había considerado especialmente atractivo hasta hoy. De acuerdo, tengo que admitir que su cuerpo está bastante bien y que su cara no es tan fea, sobre todo cuando no pone su habitual gesto de desprecio. El pelo es algo más desafortunado, parece como si se lo hubieran repasado con un cortacésped pero, va, nadie es perfecto. Aun así, Pritkin seguía sin ser mi tipo para nada. Nunca me había sentido atraída por los rubios, sobre todo si tenían impulsos homicidas y tenían casi a ciencia cierta mi nombre en su lista de objetivos. Con todo, de repente, me sentía completamente loca por él.

Me incorporé abruptamente, aún mareada, y agarré con serias dificultades la toallita antes de que se me cayera en el regazo. ¿Y si Mircea estaba tratando de amañar las cosas ejerciendo su influencia sobre mi geis e intentando obligarme a terminar el ritual? Sabía que podía hacerlo, porque ya lo modificó una vez antes de dar luz verde para que Tomas ocupara su lugar. Quizá podía alterarlo para hacer sitio incluso a más acompañantes, muchos más, a juzgar por lo visto hoy. Me tapé los ojos con las palmas de mis manos mientras notaba como un dolor de naturaleza muy distinta punzaba mi interior. La idea de que a Mircea pudiera no importarle quién completase el ritual, siempre y cuando yo acabase siendo pitia de una vez por todas, me sentaba como un jarro de agua fría.

Después de unos minutos, me levanté del suelo, usando la mesa de tatuajes para mantener el equilibrio. Para mi sorpresa, el cuerpo no protestó.

—¿Podría ser que Mircea hubiese alterado el geis? —pregunté.

Me sentía orgullosa de habérmelas apañado para mantener la voz tan firme.

Pritkin también había conseguido incorporarse y, a modo de recompensa adicional, se volvió a poner la camisa encima. Me miró y después apartó la vista rápidamente.

—No es muy probable.

—¿Puede alguien contarme qué cojones acaba de pasar aquí? —preguntó Mac.

—¿Entonces por qué, de repente, pierdo el culo por cualquier tío que se cruza en mi camino?

Pritkin miraba atentamente a la pared que había detrás de la nevera y, después de ver que yo empezaba a enfocar la vista en la parte delantera de sus pantalones, decidí adoptar la misma estrategia.

—El dolor que has experimentado era el geis defendiéndote contra un acompañante no autorizado —me explicó—. No será él quien te arrastre hacia otro.

Sentí una repentina oleada de alivio, lo suficientemente fuerte como para hacer que me temblaran las rodillas de debilidad. Me agarré a la mesa con ambas manos e hice esfuerzos por no sonreír como una idiota. Después de unos segundos, conseguí frenar aquel impulso. Quizá Mircea no me la había jugado (esta vez), pero estaba claro que seguía teniendo un problema.

—¿Entonces qué es lo que pasa?

—Pues… no estoy seguro. —Pritkin inspiró entrecortadamente y cerró los ojos. Un momento después el rubor de sus mejillas se había evaporado levemente—. ¿Hubo algo que fuera mal durante el ritual?

—¿Qué ritual? —Mac estaba intentando pillar el hilo, pero sin mucha fortuna. Era más o menos como me sentía yo durante todo el día.

—El ritual de transferencia —le aclaré—, el que hace falta para convertirse en pitia. No sé cómo lo llaman. Agnes lo comenzó, pero dijo que yo tenía que, ejem… —Que me detuviera fue una deferencia hacia la anticuada sensibilidad de Mac.

—Pero Mircea se ocupó de eso —insistió Pritkin.

—No exactamente.

Podía entender que se sintiera confuso. Aparte de aquella vez durante el descanso de la obra, la última vez que nos había visto a Mircea y a mí juntos estábamos desnudos y sudorosos. Bueno, técnicamente estaba envuelta en una manta, pero ya sabéis a qué me refiero.

—Nos interrumpieron. Rasputín lanzó un ataque, ¿recuerdas?

—Con total nitidez. —Pritkin frunció el ceño como si estuviese intentando descifrar un enigma complicado—. ¿Me estás diciendo que todavía eres virgen? —inquirió con brusquedad.

Su voz demostraba el mismo nivel de incredulidad que el de cualquiera al que le hubiesen dicho que una nave espacial acababa de aterrizar en el césped de la Casa Blanca. Como si fuera algo remotamente posible, pero altamente improbable.

Dejé de mirar la pared y volví la vista hacia él.

—¡No es que sea asunto tuyo, pero sí!

Pritkin meneó la cabeza con incredulidad.

—Nunca me habría planteado esa opción.

Estaba a punto de enfadarme seriamente con él, pero entonces reparé en la forma en la que ese vello húmedo que tenía en la base del cuello se le rizaba hacia arriba. ¡Joder, joder, joder!

—¿Tienes alguna teoría o no?

—La explicación más probable es que los ritos de la pitia están tratando de completarse por sí mismos.

Me quedé observándole con la mirada perdida durante un momento. No se dio cuenta, estaba demasiado ocupado contando ladrillos en la pared.

—A ver si me entero —dije finalmente, con la voz un poco ahogada a pesar de mis esfuerzos—. Como Mircea no está aquí, el ritual inacabado está empezando a lanzarme a los brazos de otros hombres para completarse de una vez. Pero al geis eso no le gusta y está haciéndolo notar torturándome a mí y a cualquiera que se me acerque. ¿Es así? Y lo más importante, ¿va a seguir pasando?

—¿Qué geis? ¿Estás bajo el influjo de un geis?

—Su maestro vampiro le echó un dúthracht y está entrando en conflicto con los ritos de la pitia, que todavía tienen que completarse —explicó Pritkin secamente.

—¡Su puta madre! —Mac se sentó en el taburete, como aturdido por lo que acababa de escuchar.

—¡Contéstame! —insistí yo. Si me hubiera atrevido a tocar a Pritkin, me habría hinchado a darle golpes hasta en el carné de identidad.

—No tengo los suficientes conocimientos sobre los ritos como para saber a ciencia cierta si, llegados a este punto, hay alguna escapatoria —comentó, aunque sus explicaciones no me servían para nada—. Las ceremonias tienen lugar dentro de la corte de la pitia, pero hay pocos documentos que expliquen mucho más acerca del puesto.

—¿Y no hay testigos? —esperaba no dar la impresión de estar tan acelerada como me sentía—. El ritual se hizo una vez para Agnes, ¿no?

—Aquello fue hace más de ochenta años. Ni siquiera aunque quedaran testigos vivos serían de mucha ayuda. La mayor parte del ritual se lleva a cabo en privado. Los únicos que conocen todo el procedimiento son la pitia y su heredera designada.

—Myra. —Estupendo, volvía a estar en el mismo sitio que al principio—. ¿Y entonces qué pasa con el geis?

—Ya estás haciendo lo que puedes permaneciendo alejada de Mircea. Eso debería al menos ralentizar el proceso. El único remedio que hay es eliminarlo.

—¿Y como hago eso?

—No puedes.

—¡No me vengas con esas! Tiene que haber una forma.

—Si la hay, no la conozco —replicó hastiado—. Si supiera cuál es, te lo diría. A menos que el ritual quede completado, te seguirá empujando hacia los brazos de los hombres, pero el geis se opondrá a cualquiera excepto a Mircea. Y es probable que vaya a peor con el tiempo. El dúthracht se vuelve rencoroso cuando encuentra oposición.

—Pero… pero ¿y que me dices de Chávez? —pregunté desesperada—. Él sí que me tocó y no pasó nada. ¡No me retorcí de dolor en la pista de hielo!

—¿Estuviste en la pista de hielo? ¿Por qué? —Pritkin volvía a parecer enojado. No me podía importar menos.

—Para conseguir eso —apunté al petate—. No quería llevarlo al Dante.

—¿Y lo dejaste desatendido en un recinto público, donde cualquiera podía habérselo llevado?

—Estaba en una taquilla —repliqué hoscamente—. ¿Podemos volver a lo que de verdad importa? Me dio la impresión de que empezaba a pasar algo cuando Casanova me tocó. No fue como lo que acaba de ocurrir, pero me sentí como… no sé. Como si pudiera ir rápidamente a peor. Lo que pasó fue que me soltó la mano antes de que estallara todo. Pero Chávez no me afectó en absoluto y a él me lo encontré más tarde. Entonces, si tu teoría es cierta y la reacción va fortaleciéndose, ¿no tendría que haber sido peor?

Pritkin parecía incómodo.

—No lo sé.

—La única razón que se me ocurre —intervino Mac meditabundo— es que el geis determina lo grande que es la amenaza en función del nivel de interés de los posibles amantes y actúa en consecuencia. Casanova pudo sentirse atraído por ti de alguna forma y Chávez no. Por tanto, el geis identificó a Casanova como la pareja equivocada y como un problema potencial, por lo que le dio un aviso para que dejara estar las cosas. Sin embargo Chávez, aunque también era la persona incorrecta para completar el vínculo, no estaba interesado en ti y, por tanto, no se le percibió como un peligro.

Mac parecía satisfecho consigo mismo, mientras que Pritkin y yo nos miramos el uno al otro invadidos por una creciente sensación de pánico. Como si lo hubiéramos decidido de mutuo acuerdo, ninguno de los dos desveló lo que se derivaba evidentemente del planteamiento de Mac. No quería llegar a esa conclusión. Jamás.

—Por supuesto —continuó Mac sin enterarse de todo aquello—, cuando la atracción es mutua, la reacción es más fuerte porque el aviso va en ambas direcciones… —Concluyó su exhibición de torpeza.

—Está bien. —Me llevé una mano a la cabeza, que había empezado a palpitar al mismo compás que mi pulso. A este ritmo, iba a convertirme en la persona más joven en morir de un ataque de estrés—. ¿Cómo me ocupo de esto entonces? —le pregunté a Mac, porque Pritkin estaba ocupado intentando no parecer aterrado.

Mac se rascó el mentón, adornado con una barba de varios días.

—Normalmente estas cosas tienen construida una salida en su interior, sobre todo el dúthracht. Tiene la costumbre de provocar el caos y no creo que haya nadie que use uno de estos y no sé de la opción de tener una forma de salir de él. Pero las únicas personas que probablemente sepan cuál es la red de seguridad…

—Mircea y quienquiera que lanzase el hechizo.

Mac asintió con la cabeza.

—Y sin duda alguna el mago sería un repudiado que se encontraba bajo la protección del vampiro. No se va a arriesgar a perder eso para ayudarte, y eso si llegamos a imaginarnos quién es de entre los cientos de magos ilegítimos (y sólo hablo de los de este país) que Mircea ha utilizado. Por supuesto, no hay muchos con ese tipo de talento, aparte de los del Círculo Negro. Pero eso no es de mucha ayuda. Pon que podamos acotar la lista de candidatos a una docena escasa. Aun así, tendríamos que dar con él o con ella y, si fuera fácil, se habría hecho hace tiempo.

—¿Hay algo que pueda atenuar esto, algo que haga que la reacción sea menos… extrema? —La pregunta iba para Mac, pero fue Pritkin el que respondió.

—Una vez que nos metamos en el Reino de la Fantasía, quizá no sea un problema. Como el resto de nuestra magia, el geis no debería funcionar bien allí. —Aparentemente, Pritkin seguía admirando la pared desnuda—. Yo, eh, creo que esto sería más fácil si esperas fuera. Mac puede echarle un vistazo a tu protección cuando acabe conmigo.

No discutí con él. Cogí otra Coca-Cola, eché un vistazo a las armas que tenía en mi petate y me marché, llevándomelo conmigo. Prueba de lo aturdido que estaba Pritkin fue el hecho de que no puso ninguna objeción.

Me senté en un taburete desvencijado que había junto al mostrador y me zambullí en mis pensamientos. Poca cosa podía hacer, excepto evitar a los tíos atractivos que se cruzaran en mi camino hasta que llegase al Reino de la Fantasía. Ojalá Pritkin tuviera razón y los efectos quedaran atenuados allí, quizá tanto como para que me diese tiempo a encontrar a Myra. No es que fuese un gran plan, pero era lo mejor que podía hacer. Me bebí el refresco y miré a mi alrededor tratando de encontrar algo, lo que fuera, que consiguiera quitarme de la cabeza la imagen de Pritkin casi desnudo mientras le tatuaban aquella espada en su piel tensa y dorada.

Me quedé sentada allí fuera más de una hora, hojeando un par de enormes archivadores negros repletos de dibujos de tatuajes. Había de todo, desde vevés de vudú hasta dibujos tribales de Indonesia, pero la mayoría eran símbolos mágicos tradicionales y tótems de los nativos americanos. Me di cuenta bastante rápido, a partir de las descripciones que había bajo las fotografías, de que todos los dibujos de Mac comportaban algún poder sobrenatural. No vi entre ellos la espada que le estaba haciendo a Pritkin, pero quizá era un encargo especial.

Los dos volúmenes estaban divididos en categorías y niveles. Primero, uno tenía que seleccionar qué quería que hiciera el tatuaje. Algunos eran de protección, con especialidades diversas contra cortes y abrasiones, pérdidas de sangre, quemaduras, traumatismos craneales, envenenamiento y congelación, entre otras. La lista era tan larga que me preguntaba por qué nadie querría ser mago de la guerra. También me despertó la curiosidad el por qué, hasta hoy, Pritkin no se había hecho ningún tatuaje. Había algunos tatuajes que permitían al portador acelerar su proceso de curación. No obstante, lo cierto es que, aunque había visto que Pritkin sanaba sus heridas casi tan rápido como un vampiro, no llevaba ninguno de esos tatuajes. A no ser que estuvieran en alguna parte que yo no hubiera visto. Aparté de mi cabeza aquel pensamiento y rápidamente me puse a pasar unas cuántas páginas más.

Había también un montón de conjuros de ataque, divididos entre aquellos que te permitían mejorar tu visión o potenciar el oído y una lista llena de cosas malas destinadas a hacérselas pasar canutas a tus enemigos. No me detuve demasiado en esa sección, porque no quería saber qué tendrían preparado para mí los magos de la guerra del Círculo. También me enteré de que no todo el mundo podía conseguir cualquier tatuaje. El tipo y la manera de conseguirlos dependían del nivel de aptitudes mágicas que tuviera el portador. Las imágenes conseguían parte de su poder del mundo natural, así que hasta cierto punto funcionaban como talismanes, pero también se alimentaban de la magia innata del portador. Sonaba como si fuera una especie de coche híbrido que empleaba electricidad para aumentar el número de kilómetros que se podían hacer sólo con gasolina. Había una tabla larga y compleja en la contraportada de los libros para saber dentro de qué grupo estaba cada uno y qué tatuajes podía escoger. No pude entenderlo del todo porque nunca me habían hecho pasar por ninguna prueba para determinar ese tipo de cosas. A los niños con aptitudes mágicas normalmente se les clasifica en función de sus aptitudes a una edad muy temprana para que se les pueda proporcionar un aprendizaje adecuado a su talento; pero, por supuesto, Tony ya sabía de antemano qué planes tenía para mí.

Me di cuenta de que había límites incluso para los magos más poderosos. Si alguien tenía tatuado un leopardo de las nieves para moverse sigilosamente y una araña que le ayudase a escapar de ilusiones recreadas, por ejemplo, tenía que saber que esas dos mejoras de su potencial le iban a quitar un cierto número de puntos de su energía total. Quien disfrutara de esas dos habilidades especiales tendría que ser de una fortaleza especial porque, si no, no tendría la energía suficiente para añadir más mejoras a su cupo. Era todo muy complicado, incluso con la lista delante, así que al final perdí el interés por el tema. Ninguno de los que había allí me ayudaba a encontrar una forma de traspasar lo que quiera que el Círculo me hubiese puesto para bloquear mi protección.

Al final, Pritkin salió de la sala, pálido y como algo enfermo, así que decidí ocupar el lugar que había dejado libre ahí dentro. No me importaba que Mac inspeccionara mi problemática protección. Tanto él como Pritkin me necesitaban con vida hasta que echaran el guante a Myra; así que, si estaba en su mano, le interesaba arreglármela. Me preocupaba un poco que al geis le diese por entrar en acción, pero según parecía yo no era el tipo de Mac. No sentí ni que un pinchazo de aquella cosa infernal, ni siquiera cuando me quité la camiseta de tirantes. No llevaba sujetador, pero me tapé la parte de adelante con la camiseta y las manos de Mac eran tan impersonales como las de un médico.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Mac me pinchaba la espalda con algo que parecía un limpiador de pipas no excesivamente punzante. No dolía, pero sí que daba una sensación de picor.

Me aguanté las ganas de rascarme.

—Claro.

—¿Por qué estás haciendo esto? Pareces… quiero decir, no te tendría por alguien especialmente vengativo.

Le miré por encima del hombro.

—¿Y sobre qué se supone que tengo que ser vengativa?

Mac se encogió de hombros.

—John dijo que entre tus planes está matar al vampiro ese, Antonio. Doy por sentado que se lo merece, pero… Yo no te tenía por un loco homicida.

Mac soltó una carcajada.

—Es cierto. Si no te importa que te lo pregunte, ¿qué te hizo?

Me quedé pensándolo mientras cambiaba de instrumento. La respuesta fácil era «todo», pero no quería dar pie a una larga conversación sobre el tema que, ni siquiera aunque me pillase en un buen día, acabaría por deprimirme. No obstante, no contestar nada no era quizá demasiado inteligente tampoco. No me hacía falta que Pritkin tuviese más pistas de que en esos momentos Myra me interesaba mucho más que Tony. Opté por contar una verdad a medias. Tampoco era como si no tuviera un buen puñado de quejas bien justificadas que echarle en cara al gordo.

—La venganza no es mi principal objetivo. Supongo que se podría decir que quiero recuperar algunas cosas de mi propiedad.

Pegué un brinco al sentir de repente cómo un chispazo me arqueaba la piel. El nuevo instrumento de Mac provocaba que mi protección crepitase, como si estuviese cargada con energía estática. Me quedé lo más inmóvil que pude para intentar evitar nuevos sobresaltos.

—¿Te robó algo?

Me contuve las ganas de suspirar. Por lo que parecía, a Mac no le iba a bastar con la versión corta.

—Hace veinte años, Tony decidió que quería una vidente competente en su corte, alguien en quien pudiese confiar. Pero no hay muchas videntes realmente buenas y las decentes que hay no suelen trabajar para miembros de la mafia vampiro. Al final llegó a la conclusión de que lo que necesitaba era encontrar a una a la que poder educar desde niña para asegurarse su fidelidad. Y, cosas de la vida, resultó que uno de sus empleados humanos tenía una hija pequeña que parecía ideal para el puesto. Sin embargo, a pesar de que mi padre había estado en nómina de Tony durante años, hizo caso omiso a la orden que le obligaba a llevarme a la corte.

—¿Tu padre era un maleante? —preguntó Mac. Parecía sorprendido.

—No sé lo que era. Me dijeron que podía comunicarse con fantasmas, así que supongo que tenía algún talento para la clarividencia. Si era mago o no… —Me encogí de hombros. Uno de estos días, esperaba poder preguntárselo… eso y un montón de cosas más—. Lo único que sé es que era uno de los humanos favoritos de Tony. Hasta que le dijo que no, quiero decir.

—Tendría que haber sabido cuál iba a ser la reacción más probable de un vampiro en una situación así.

—Supongo que su plan era fugarse conmigo y con mi madre, porque negarle algo a Tony no es muy recomendable, pero nunca tuvo la oportunidad. Y Tony tenía la impresión de que la traición, que era como él veía el asunto, se merecía algo más que un simple asesinato. Por eso, contrató a un mago para que construyese un artilugio mágico con el que capturó al fantasma de mi padre justo después de hacer saltar por los aires el coche en el que estaban él y mi madre. Desde entonces, el artefacto en el que está encerrado mi padre le ha servido a Tony de pisapapeles.

Las manos de Mac se habían quedado cada vez más quietas sobre mi espalda.

Me giré para verle, y tenía los ojos abiertos como platos y clavados en mí.

—No lo dices en serio… ¿verdad?

Me volví a dar la vuelta.

Seh. Hasta donde yo sé, tiene el tamaño de una pelota de golf, así que podría estar en cualquier parte. Tony tiene tres casas y más de una docena de negocios, y hablo solo de los que conozco. No me veo con fuerzas para ponerme a buscar en medio de todo eso, así que se me ocurrió que sería mejor que fuera él quien me dijese dónde está.

De hecho, daba por supuesto que lo llevaba encima. Sería algo muy de Tony llevar sus trofeos encima incluso cuando estaba huyendo para salvar la vida.

Mac se quedó allí quieto, con las manos sobre mis hombros. Por alguna razón, parecía aturdido.

—¿Nunca te ha entrado la tentación? —preguntó finalmente.

—¿La tentación de qué?

—Eres pitia. Puedes volver atrás en el tiempo, cambiarlo que ocurrió. —Se movió para verme los ojos—. Podrías salvar a tu familia, Cassie.

Suspiré. Claro que podía.

—Tú no conoces a Tony. Además, creí que la idea era que ayudase a proteger el curso temporal, no que interfiriese en él por mi cuenta. Podría acabar cambiando algo vital y es posible que hiciese que algunas cosas fueran a peor. Teniendo en cuenta mi suerte habitual, cambiemos ese «posible» por «muy probable».

Su mirada se afiló.

—Pero, técnicamente, podrías hacerlo.

Seh, podría evitar que mis padres se montaran en el coche que Tony había manipulado para que acabase explotando; pero, si lo hiciera, mi vida habría sido completamente diferente, igual que la de no se sabe cuánta gente. Y, conociendo a Tony, se las habría apañado para matarlos de cualquier otra forma. —Sonreí abiertamente—. Es muy perseverante.

Mac me lanzó una mirada penetrante, tanto que me llegué a sentir incómoda.

—La mayor parte de la gente vería el poder como una gran oportunidad para conseguir beneficios personales —acabó por decir—. Podría darte, en fin, casi cualquier cosa que pudieras desear. Riqueza, influencia…

Le miré exasperada.

—Lo único que quiero es una vida normal y sin complicaciones. Que nadie me intente matar, manipular o traicionar. —Y de paso, una vida en la que no me cargase a nadie si montaba alguna en el trabajo—. ¡En cierto modo, no creo que todo este rollo de la pitia me vaya a ayudar en esto!

Me sentía cansada de tanta pregunta y quería vestirme.

—¿Has acabado? —le pregunté.

—Sí, sí. —Mac volvió a colocar su instrumental en un pequeño estuche y, amablemente, miró hacia otro lado para que me pudiera vestir—. ¿Qué quieres oír antes, la buena noticia o la mala?

—La buena. —¿Por qué no probar algo nuevo, para variar?

—Creo que puedo arreglarlo.

Le miré sorprendida. Me esperaba escuchar que no había nada que pudiera hacer y que tendría que ir al Reino de la Fantasía sin protección.

—¿De verdad? ¡Eso es genial!

—¿Tienes idea de cómo funciona tu protección?

Meneé la cabeza.

—No mucha. Mi madre me la traspasó de alguna manera, pero no lo recuerdo. Sólo tenía cuatro años cuando murió. Durante mucho tiempo, pensé que era una protección corriente que Tony me había puesto como salvaguarda adicional.

Mac me miró casi como ofendido.

—¡Una protección corriente! No, te aseguro que nunca verás una parecida. Tiene cientos de años y su valor es incalculable. Se trata de uno de los tesoros más preciados del Círculo.

—Es un tatuaje, Mac, no una obra de arte.

—En realidad, es ambas cosas —explicó, estirando su brazo derecho y señalando un pequeño halcón marrón y naranja que tenía cerca de la doblez del codo—. Observa.

Mac murmuró algo, después agarró la piel suelta en el pliegue del brazo y tiró de ella. Un segundo después un pájaro pequeño y metálico centelleó sobre la palma de su mano con las alas extendidas en posición de vuelo como el que tenía en el brazo. Tardé un rato en darme cuenta de que era el que tenía en el brazo, o más bien, el que había estado antes allí. Ahora sólo quedaba un trozo de piel desnuda con la silueta de un pájaro. Cogí aquel objeto pequeño y metálico. Las plumas y los detalles habían desaparecido. Su aspecto y su tacto eran como el de oro sólido. Por un momento tuve mis sospechas de que fuese un juego de manos o algo así, pero después de que me dejara examinarlo, lo volvió a poner en su sitio y pude ver cómo se imprimía de nuevo sobre su piel.

—¿Qué es eso?

—Un halcón de cola roja. Incrementa el poder de observación. No mejora la vista, pero si quieres percatarte de más cosas acerca de lo que te rodea y retenerlo en tu mente, no hay nada mejor que esto.

Había algo en todo aquello que me mosqueaba.

—Los libros decían que hay un límite al número de tatuajes que una persona puede permitirse llevar, incluso si se trata del mago más poderoso, porque cada uno de ellos requiere que se le destine parte de la fuerza mágica propia para mantenerlo, y aún más si está en uso. —Le miré de arriba abajo y casi daba vértigo comprobar la cantidad ingente de imágenes apretujadas por todo su cuerpo—. ¿Cómo puedes tener tantos?

Mac sonrió abiertamente.

—No soy un supermago, Cassie, si es lo que preguntas. Hay dos tipos de tatuajes. Los que grabo directamente sobre el aura de alguien se alimentan parcialmente de su magia, así que por supuesto que el número de ellos que cada cual puede permitirse es limitado. Pero los que son como mi halcón o tu pentáculo obtienen su poder de fuentes externas, así que para esos no hay límite alguno. No hay más límite, claro, que el del talento que tenga cada cual para conseguirlos. El proceso de encantamiento incluso para uno pequeño puede tardar meses… me entran escalofríos solo de pensar lo que hizo falta para terminar tu protección.

—¿Así que tú eres un catálogo que anuncia lo que tenéis disponible? Personalmente, yo habría hecho que la gente se informase a través de los libros de afuera en lugar de convertirme yo misma en una pizarra andante.

—En mi caso, no tuve elección. Hay otra gente para la que estas cosas son refuerzos, mejoras que compensan esa parte de su magia que no es tan fuerte como les gustaría o que incrementa la fuerza de algo que usan a menudo. Sin embargo, para mi son imprescindibles, a no ser que quiera retirarme definitivamente de nuestro mundo. —Al ver mi confusión, sonrió levemente—. Hace unos años tuve que enfrentarme a un hechizo que se metió dentro de mis escudos y me atacó el aura. Las heridas físicas que me provocó aquella pelea se curaron, pero las de mi piel metafísica son permanentes. Por eso no me di cuenta de que estabas bajo el influjo de un geis hasta que me lo contaste. Con mi aura tan dañada, tengo que concentrarme para leer la de otra gente.

Me quedé mirándole, aterrorizada ante lo que me había revelado tan a la ligera. No era sólo lo que le había pasado a Mac lo que me había dejado flipada, sino también saber que había hechizos que pudieran hacer algo así. Cuanto más sabía sobre los magos, más me asustaban.

—Pero con las protecciones estás bien, ¿no?

Centré la atención en su cara para no pensar en mi propia aura y caer en la tentación de comprobar que estaba intacta y sin daños. Dadas las circunstancias, aquello habría sido un poco descortés.

De todos modos, Mac pareció comprender hacia dónde se me habían ido los pensamientos. Agitó una mano en el aire y mis llamas rojas y naranjas, de pronto, chisporrotearon entre nosotros como un fuego reconfortante en una noche fría.

—Mis protecciones sirven de compensación hasta cierto punto, Cassie, pero nunca volverán a ser como ésta, una manta protectora perfecta e inmaculada. La mayoría de la gente no podría atravesar mis defensas, pero los magos de la guerra no son la mayoría de la gente. Antes o después, uno de los oscuros encontrará las grietas que hay en esta armadura hecha a mano, esos sitios en los que las protecciones no están unidas en perfecta comunión. Me retiraron del servicio activo en cuanto alguien se dio cuenta de lo que había pasado e hizo correr la voz de que no podía volver a pisar un campo de batalla. —Al ver mi expresión, volvió a sonreír—. Tampoco es tan terrible. ¡Hoy en día estoy expuesto a muchos menos peligros!

Parecía como si no le importase, pero había algo en sus ojos que me decía que no estaba siendo completamente sincero. No sabía que es lo que solía pasar con los magos de la guerra jubilados, pero era obvio que a Mac, al menos, no le hacía mucha gracia desaparecer sin más. Tenía mono del subidón de adrenalina que le daba la batalla, quizá incluso echaba de menos el peligro.

Decidí cambiar de tema.

—Así que mi protección obtenía su poder del Círculo, hasta que cortaron el grifo.

Mac asintió con la cabeza.

—Exacto, y eso le daba su fuerza, pero también creaba un conducto entre vosotros dos. Sospecho que John está en lo cierto y que el consejo empezó a tener miedo de que encontraras alguna forma de revertir su propia magia contra ellos, y por eso cerraron la conexión.

—O quizá creyeron que sería más fácil matarme así.

Mac parecía incómodo.

—Quizá. Con todo, lo que quiere decir es que no hay ningún problema con tu protección, solo es que tu madre no se la había transferido a nadie antes, así que a ti te llegó algo defectuosa. Puedo arreglarlo, pero el problema no es su aspecto. La razón por la que no funciona es la misma que la que hace que un reloj se detenga. Necesita una nueva fuente de energía.

—¿Qué nueva fuente? —Empezaba a hacerme una idea de cuál sería la mala noticia.

—La única lo suficientemente grande como para poder con algo como esto, aparte del propio Círculo. —Mac sonrió con ternura, como si comprendiese la diatriba ante la que me encontraba—. El poder de tu puesto… la energía que te convierte en pitia.

—No, no. De ninguna manera. —Hice un gesto señalando a la cortina—. Dame uno de los libros de ahí.

Había algunos que daban bastante miedo en esa lista, seguro que podíamos encontrar alguno que funcionara.

Mac meneó la cabeza.

—No hay forma de que pueda saber hasta dónde llega tu magia innata. Tu aura se confunde con la energía de la pitia y no puedo diferenciarlas. No hay forma de saber si podrías aguantar una de las protecciones grandes por ti misma. Si no es así, cualquier tatuaje que te haga echaría mano del poder que hay en la reserva que heredaste como pitia, que es precisamente lo que quieres evitar a toda costa.

—¡Entonces dame uno más pequeño, uno sencillo!

Mac me miró con gesto sombrío.

—Te vas a meter en el Reino de la Fantasía, un sitio que la mayor parte de los magos no se atreverían a pisar. No hay ninguno de los pequeños que te pudiera hacer ningún bien allí. Y ninguna de las protecciones que tengo te ayudaría tanto como la que tienes. En los tiempos que corren no abundan las obras de arte como esa.

—Tal vez sea más fuerte de lo que te imaginas.

Era clarividente, seguro que podía aguantar una mísera protección.

Mac se limitó a encogerse de hombros, lo que hizo que el tatuaje de su lagarto se volviese a escabullir en busca de un lugar donde esconderse, esta vez bajo las escamas de la serpiente. A la serpiente no le gustó aquello, así que aplastó a la otra protección con el extremo de su cola. El lagarto salió de allí dando brincos y después atravesó la mejilla de Mac hasta llegar a la parte de arriba de su cabeza. Allí se quedó, observando tímidamente desde detrás de una ceja peluda y lanzándole con sus ojos negros una mirada nada amistosa a la serpiente.

Volví a centrar mi atención en lo que me estaba diciendo Mac.

—La magia es como un músculo, Cassie, un músculo metafísico, pero músculo al fin y al cabo. Cuanto más lo trabajas y lo entrenas, más fuerte se hace. Sea cual sea la magia que tú tienes, es un talento en bruto. Y con eso sólo no llegarás muy lejos.

—Tony no habría permitido que me prepararan.

—Te ha perjudicado más todavía de lo que crees. Un usuario de magia poderoso pero desentrenado es un objetivo, nada más. El poder puede desaparecer de un plumazo si no sabes cómo protegerte. El Círculo Oscuro no tiene reparos de ningún tipo en robarle la magia a nadie. Ahora mismo, si te enfrentas a un mago oscuro sería como si un bebé intentara hacer lucha libre con un culturista, a no ser que sepas cómo usar el poder que da tu puesto. Necesitas una preparación, al menos para defenderte —aseveró, con tono serio—, y cuanto antes, mejor.

Seh, lo añadiré a mi lista —repuse agriamente. Todo el mundo me daba cosas nuevas que añadir a mi agenda, cuando lo que necesitaba era ayuda para ir borrando alguna de las viejas—. Ahora mismo, tengo otros problemas. —Me di la vuelta, porque sentí la presencia de Pritkin en el quicio de la puerta antes incluso de verle—. Como saber cómo vamos a llegar al Reino de las hadas.

—Entrar, entraremos —zanjó adustamente. Me di cuenta de que se había atado a la cintura todo su arsenal. Tenía sobre el brazo el abrigo largo de cuero que le servía de disfraz—. El problema va a ser salir de allí.

—¿Nos vamos ya?

—No. —Traté de no parecer aliviada por su respuesta—. Esta noche.

—¿Esta noche? —Le seguí hasta la habitación exterior—. Pero los vampiros estarán despiertos entonces.

No sabía si, en ese momento, Mircea estaba en su refugio personal. Los vampiros de primer nivel no se tienen que regir por los ciclos solares, así que pueden estar activos a cualquier hora del día. Pero la mayoría todavía duermen de día, porque la noche les es mucho más favorable para mantener sus niveles de energía. Si Mircea estaba despierto, estaría algo falto de fuerzas. Pero esta noche seguro que sí tendría fuerzas.

—No estamos intentando penetrar en el territorio de los vampiros —me recordó Pritkin—. Y el portal está protegido por magos.

—No veo cómo nos puede ayudar eso —protesté, porque la idea de meterme en un avispero de magos de la guerra no me gustaba mucho más que verme las caras con los vampiros. De hecho, quizá era hasta menos inteligente, al menos el Senado no me quería ver muerta. Muy probablemente…

—Tengo algunos amigos que hacen turno esta noche —me explicó Mac—. Creo que podréis atravesar su control.

—Tengo que conseguir algunas provisiones —añadió Pritkin, poniéndose el abrigo a toda prisa.

No me daba ninguna envidia, teniendo en cuenta que fuera hacía más de treinta grados, pero supongo que no le quedaba mucha más opción. A la policía probablemente no le haría mucha gracia su pinta de extra de Platoon y andar por ahí desarmado en estos momentos sería incluso menos saludable que un golpe de calor.

—Te sugiero que te quedes aquí, a salvo de cualquier mirada —me dijo, evitándome la mirada—. Descansa si puedes. Quizá no tengas ocasión de volver a hacerlo en un tiempo. Y deja que Mac reconstruya tu protección —añadió, según se dirigía hacia la puerta—. Te va a hacer falta.

Dicho lo cual, se abalanzó sobre la puerta como si le persiguiese una jauría de perros. Mac se me quedó mirando y se encogió de hombros.

—Tú decides, pero te aconsejo que lo tengas en cuenta, cielo. El Reino de la Fantasía es un sitio que da mucho miedo, incluso cuando no hay una guerra en ciernes. Ahora mismo, no se me ocurre nadie que pueda desear siquiera acercarse a ese lugar.

—Me lo pensaré —prometí.

Podría haberle interrogado algo más, pero mi atención se dispersó hacia Billy, que apareció flotando, después de atravesar la pared. Me estaba poniendo caras, así que supuse que traía novedades.

—Estoy cansada —le dije a Mac.

No le estaba mintiendo, compartir una habitación con las Grayas no es lo que se dice reparador, pero sobre todo me hacía falta algo de intimidad.

—Tengo una camilla ahí detrás —repuso Mac—. Anulé todas mis citas para hoy después de que se presentase John, así que no voy a necesitar entrar ahí. Duerme un poco, Cassie.

Lo decía de corazón, así que me las apañé para no ponerle cara de incredulidad. Sí, claro. Si solamente habría unas cien razones para que no pudiese conciliar el sueño…

Billy me siguió hacia la trastienda y me tumbé en la camilla después de retirar cuadernos llenos de bocetos, pilas de grimorios y viejas bolsas de patatas.

—¿Qué pasa?

Billy se quitó su sombrero casi transparente y se abanicó con él.

—Necesito un chute —disparó sin preámbulos.

—Bueno, bueno, hola lo primero, ¿no?

—Oye, que no te imaginas el día que llevo, ¿eh?

—¿Y yo? ¿Qué pasó en el Dante? ¿Va todo bien?

—Claro, si por bien entiendes que el Círculo ha cerrado el garito mientras se lanzaba a la búsqueda de una cierta brujilla y los alienígenas ilegales que la ayudaron a escaparse de sus manos.

—¿Están buscando? ¡Pero si ese sitio es propiedad de los vampiros! De hecho, la razón por la que le había dejado a Casanova el contenido restante del petate era el tratado ancestral entre magos y vampiros. En él se especificaban estrictas prohibiciones que impedían que ninguno de los dos grupos penetrase en las propiedades del otro sin permiso.

—¿Están locos? —insistí.

—Ni idea. Lo que está claro es que algunos de ellos actúan como si lo estuvieran. En cualquier caso, Casanova tenía un cabreo monumental cuando me fui y había mandado a un par de representantes a la MAGIA para presentar una queja. Pero corren tiempos extraños, Cass. El lugar es propiedad de Tony y es un conocido aliado de Rasputín, el tipo al que el Círculo y el Senado le han declarado la guerra hace una semana. No sé cuáles son las normas en tiempos de guerra y no creo que Casanova lo sepa tampoco. Ahora mismo, está jugando a lo seguro. Para evitar que parezca que te ha ayudado, ha dicho que te presentaste en su local y que empezaste a destrozarlo todo porque estabas furiosa con Tony. Los magos aprovecharon la excusa para decir que querían asegurarse de que no estabas todavía en el casino y empezaron a buscar.

—Estupendo. Así que ahora soy una especie de lunática que va por ahí buscando pelea.

—No, ahora eres una especie de lunática que va por ahí matando gente.

—¿Cómo?

Sip. Un par de magos que pasaban por allí dijeron que eras una asesina. No me enteré de los detalles, pero supongo que se referían a los dos magos que acabaron muertos.

Empezaba a sentirme mal.

—Dime que las Grayas no…

—No lo hicieron. Destrozaron el lugar, pero parece que fue el grupo de Miranda el que se cargó a los magos. Algunas de las gárgolas más poderosas se quedaron atrás para que las otras tuvieran tiempo de escapar y los magos empezaron a masacrarlas. Entonces las otras perdieron los estribos y voilà. Dos magos muertos.

—¡Pero las gárgolas actuaron en defensa propia!

—Podrían escurrir el bulto esgrimiendo eso, pero se supone que no tenían que estar allí. Casanova se llevó al resto de la gente de Miranda y los escondió en algún lao y ahora le echa las culpas a Tony por traer trabajadores sin papeles a sus espaldas. La verdad es que s’está cubriendo las espaldas mu’bien, pero a ti te está dejando con el culo al aire.

Me recosté en la camilla, me sentía paralizada por el miedo. Nada de esto estaba pasando. Tenía que ser alguna clase de pesadilla en la que me había metido por error y en cualquier momento me iba a despertar.

—Si el Círculo sabe que fueron las gárgolas las que mataron a sus hombres, ¿por qué me culpan a mí?

—No lo sé. —Billy parecía perplejo—. Vi los cuerpos y tenían marcas de garras y dientes por todas partes. Supongo que eso les da la excusa a los del Círculo para etiquetarte como una peligrosa lunática.

—Mierda.

Seh, más o menos ese es el resumen. Como te dije, estoy agotado. No me gusta ser pesado…

—¿Desde cuándo?

—Muy gracioso, Cass. Me paso la mitad del día consiguiéndote información de primera calidad y…

Estaba demasiado cansada como para seguir nuestra rutina habitual.

—Vale. Puedes cargarte las pilas conmigo, pero después te vuelves al Dante. Necesito que le lleves un mensaje a Casanova.

—Es posible que no me pueda oír —protestó Billy—. Hay demonios que no pueden, al menos no si están metidos en un cuerpo humano.

—Entonces tendrás que darle a la imaginación.

Teniendo en cuenta la reacción que había tenido Casanova ante la presencia de Billy anteriormente, estaba segura de que podría oírle sin problemas. Pero incluso si no era así, no iba a dejar que Billy se escapase de esto cual comadreja. Casanova tenía que poner a salvo las cosas que le había mandado. De no ser así, con todos los magos que había merodeando por aquel lugar, seguro que iban a encontrarlas y tenía dudas de que pudiera salir de esa con más mentiras. Y si lo hacía, sería únicamente echándome la culpa a mí, y por ende dándole al Círculo una razón más para empujarme a la tumba. Y la cosa podría ser peor en función de lo que hubiera dentro de esas cajas. Solté un suspiro. Según parecía, tendría que habérmelas quedado yo, después de todo.

Billy se marchó después de servirse lo que, a mi juicio, fue una ración de energía desorbitada, así que me volví a colocar en la camilla para echar una cabezada que, a todas luces, me hacía falta. En lugar de eso, lo que sentí fue la desorientación que precede a un salto temporal. Traté de pegar un grito para avisar a Mac de que estaba a punto de irme de viaje, pero la oscuridad me alcanzó y acabó envolviéndome.