Mi cerebro pegó un sonoro frenazo.
—Repite eso.
—Me dijeron que se te había puesto un geis para proteger tu castidad del mismo modo que tu protección velaba por tu vida. Sin embargo, como precaución por si algo salía mal, se dispuso una cláusula adicional. Si te acostabas con Mircea o con alguien de su elección, el hechizo se rompería.
La cabeza me daba vueltas. ¿Así que eso era todo? ¿Ese era el gran secreto? Parecía ridículamente sencillo, por no mencionar que desprestigiaba todo el asunto.
—Pero, ¿por qué habría hecho eso? ¡Si lo que él quiere es tenerme controlada!
Tomas sonrió amargamente.
—Sin duda. ¿Pero a través de un mecanismo tan chapucero como un hechizo? —Tomas meneó la cabeza—. Eso heriría su orgullo, Cassie. Por no mencionar que controlar a alguien tan poderoso como la pitia con una estratagema tan tosca sería extremadamente peligroso. ¿Por qué crees que los magos cogen a las iniciadas tan jóvenes y les lavan el cerebro durante su infancia? Estoy seguro de que preferirían usar un hechizo para mantenerlas a raya, si es que algo así fuera posible. Sin embargo, el poder de la pitia podría pasar por encima del hechizo y el controlador pasaría a ser el controlado. ¡No me puedo imaginar a Mircea arriesgándose a eso!
—Pero, ¿entonces por qué me puso el geis a mí si no tenía intención de usarlo nunca?
—Para proteger tus opciones de convertirte en pitia. Un rollo sin importancia podría haberlo arruinado todo, para ti y para él. El geis parecía la manera más simple de asegurarse que algo así no iba a suceder. Además, te granjeaba una protección adicional mientras estuvieras con Antonio. ¿No sabías nada de esto?
—¡Hasta ayer ni siquiera sabía lo del geis!
Me incorporé abruptamente hasta quedarme sentada, con la cabeza bullendo por todo lo que aquello implicaba. Podía romper el geis con sólo acostarme con Tomas. Era tan sencillo que resultaba absurdo, si es que me estaba diciendo la verdad. No obstante, lo cierto es que a Tomas no le hacía falta recurrir a las mentiras para meter a una mujer en su cama y su explicación tenía sentido. Todo este tiempo me había parecido extraño que Mircea creyese que necesitaba echar mano de la magia para manipular a alguien tan joven e inexperta como yo, sobre todo teniendo en cuenta que ya estaba locamente enamorada de él. Había maneras mucho más sutiles de ejercer control sobre mí y él las dominaba todas con maestría.
Por supuesto, aunque Tomas tuviera razón, no había forma de saber si la carta de sal-de-la-cárcel-sin-más que Mircea se había guardado en la manga funcionaría con un hechizo duplicado. E incluso si salía bien, había un inconveniente. Si rompía el geis, completaría los requisitos del ritual y estaría atada al puesto de pitia de manera permanente. Y eso desbarataría cualquier esperanza de pasarle el poder a alguien o de llegar a algún tipo de acuerdo con el Círculo. Las herederas podían ser apartadas de su puesto, como había podido comprobar Myra, pero la pitia se tenía que quedar con el trabajo de por vida. Si yo completaba el ritual, los magos no tendrían más opción que matarme si querían que su candidata subiese al trono. Y lo mismo ocurría con Pritkin, si realmente estaba del lado de Myra.
Por desgracia, las cosas no pintaban mucho mejor si me quedaba con el geis. Casi con total seguridad, el Senado me encontraría tarde o temprano. Tenían demasiados recursos, incluyendo la red de inteligencia de Marlowe, como para que me pudiera hacer ilusiones al respecto. E incluso si Tomas tenía razón y Mircea no podía usar el hechizo para controlarme (un «si» muy grande, en mi opinión), tampoco podría romperlo. El dúthracht había estado a la altura de su reputación y se había salido de madre, así que no había forma de saber qué ocurriría si el vínculo se completaba por sí mismo. Se suponía que debería estar bajo el control de uno de los participantes; pero, ¿qué ocurriría si, como parecía ser el caso, ninguno de los dos estaba al volante? No sabía qué sería capaz de hacer un geis que tuviese el control sobre sí mismo, pero tampoco lo quería descubrir.
Una cosa estaba clara: si nos volvíamos a encontrar, Mircea y yo seguramente completaríamos el vínculo. Resultaba embarazoso tener que admitirlo, pero la única razón por la que no lo habíamos hecho ya, enfrente incluso de un millar de espectadores, era su capacidad de autocontrol, no la mía. Y eso completaría el ritual, lo cual me obligaría a volver a empezar desde el principio.
—¡Joder!
Ambas opciones resultaban inaceptables, pero no había una tercera. No había forma de deshacerse del geis y evitar completar el ritual. O, si la había, no tenía manera de descubrirla, metida como estaba en una celda del Reino de la Fantasía.
Dondequiera que mirase había una pared de ladrillo. Odiaba la idea de no tener más alternativas, de no tener a alguien o algo que decidiese por mí qué hacer con mi vida. Así había sido desde hacía tanto que no me acuerdo. O Tony o el Senado o los putos duendes me habían convertido en víctima, despojándome de mi derecho a decidir. Nunca había tenido el poder suficiente como para rebelarme, forjar mi propio futuro o simplemente para mantenerme a mí y a la gente que me preocupaba a salvo. ¡Si ni siquiera podía apañármelas con una iniciada al margen de la ley! Y me estaba dando cuenta de que, si las cosas continuaban por ese camino, nunca podría hacerlo.
—¿Qué ocurre?
La mano de Tomas me acariciaba delicadamente la parte más estrecha de mi espalda, tratando de tranquilizarme, de reconfortarme. Y era reconfortante, lo admito, pero no me tranquilizaba. Ni al ritual ni al geis les importaba lo más mínimo que Tomas pudiese resultar herido, o que yo tuviese mis dudas ante la idea de practicar sexo en una mazmorra fría y húmeda con Billy probablemente escuchándome desde el otro lado. El deseo de darme la vuelta y aceptar el ofrecimiento que Tomas me había estado haciendo desde que nos conocimos era tan fuerte que tenía que sujetarme a la manta áspera que tenía debajo para evitar la tentación de abalanzarme sobre él.
Obligué a mi cerebro a que volviese al problema que nos ocupaba. Me había estado diciendo a mí misma que podría pasarle el poder a alguien más, ¿pero a quién exactamente? No parecía que hubiese más candidatos para el puesto lo suficientemente fiables como para saber que no acabarían cayendo bajo el control del Círculo o de la facción de Pritkin, opciones ambas que no me ofrecían ninguna confianza. Había una guerra en curso y solo pensar que el poder podía caer en las manos de alguien como Myra hacía que me entrasen escalofríos.
Tomas me envolvió entre sus brazos, protegiéndome con el sensual caparazón de su cuerpo. Mi mano se movió por su cuenta para acariciar la piel cálida y dorada de su rodilla, justo donde comenzaba la doblez de aquel músculo largo y fuerte. Sería tan fácil caer en la tentación, saciar el hambre que había sentido durante tanto tiempo. ¿Y realmente sería mucha la diferencia? El Círculo ya estaba intentando matarme. ¿Podía fiarme de ellos si me ofrecían un trato? ¿No sería mejor desde su punto de vista acabar con cualquiera que amenazase con hacerles la competencia a sus iniciadas en lugar de dejar a alguien como yo con vida? Si iban a ir a por mí de cualquier manera, prefería ampliamente estar en una posición lo más fuerte posible. Y aquello era el doble de cierto si lo aplicábamos a mi relación con Myra.
—¿Seguro que te has pensado esto bien? —le pregunté a Tomas seriamente—. Ayudarme a completar el ritual podría traer repercusiones. Los magos…
Tomas saboreó el interior de mi muñeca con la punta de la lengua.
—Seguro.
—¿Pero y los…?
Tomas sonrió irónicamente.
—Cassie, tú ya sabes quién anda detrás de mí. ¿De verdad crees que me preocupa el Círculo?
Ahí tenía razón. Y, por más que no quisiera admitirlo, todavía sentía algo por él; o, para ser más precisa, por la persona que creí que era. La verdad es que dudaba que alguien tan anciano como para recordar la caída del Imperio inca tuviera mucho que ver con el dulce chico callejero que yo había conocido. No conocía al Tomas de verdad, quién era de verdad cuando el Senado no estaba tirando de sus hilos. Pero ahora no estaban allí. Por una vez, los dos nos habíamos librado de ellos, aunque fuera porque estábamos prisioneros en otra parte. Y a pesar de eso, parecía que seguía queriendo estar conmigo.
—Tú eliges, Cassie. Ya sabes lo que siento.
Le lancé una mirada penetrante.
—¿Lo sé? Louis-César te ordenó que vinieras hacia mí. Todos esos meses estabas haciendo un trabajo.
Las manos de Tomas se detuvieron.
—¿Y todavía sigo haciendo ese trabajo, Cassie? ¿Crees que todo esto es un complicado engaño para persuadirte de que aceptes un puesto que no quieres?
—No.
Tal vez los vampiros no tengan la misma reacción al dolor que los humanos, pero ninguno dejaría que le destrozaran así, no al menos si no hubiera una razón.
Me empujó contra él, con los ojos encendidos.
—¿Crees que estoy intentando recuperar el favor de la cónsul completando mi misión original? ¿Es eso?
No respondí inmediatamente. Tomas ya me había traicionado antes y, a pesar de que me había convencido a mí misma de que se había equivocado por una buena razón, ¿qué pasaba si no era así? Sabía por experiencia propia que era un buen actor, como la mayoría de los vampiros antiguos. Si no nacían de ese modo, adquirían la habilidad a través de años de práctica. Pero no tenía sentido que estuviese jugando conmigo. Incluso aunque el Senado estuviese con ganas de hacer borrón y cuenta nueva y permitiera que volviese, no era lo que Tomas quería. Su principal objetivo era librarse del control de su maestro para poder matar a Alejandro. Daba igual lo mucho que quisieran verme de vuelta, el Senado no iba a empezar una guerra contra otro organismo vampiro soberano; sobre todo ahora que tenían otra entre manos. No podían darle a Tomas lo que realmente quería y tampoco me creía que me fuese a vender por menos de eso.
—No —admití finalmente—. No creo que sea así.
—Pero no te fías de mí.
No era una pregunta, así que no la contesté. ¿Qué podía decir? Tenía razón.
Tomas se rió jubilosamente.
—¿Y cómo te voy a culpar por ello? —continuó—. Depositaste tu confianza en mí en una ocasión y te mentí. Cualquier cosa que te diga ahora no serán más que palabras.
—Aún así me gustaría escucharlas —repliqué tentadoramente.
Tomas me había dado una explicación por la traición, pero no había dicho nada de nosotros. Necesitaba escuchar que no todo el tiempo que habíamos pasado juntos había sido una mentira.
Me besó ligeramente, justo debajo de la protuberancia de mi cuello.
—Durante toda mi vida sólo he conocido a gente que quería algo de mí. Cuando era joven, buscaban protección y oportunidades de vengarse. Después de que Alejandro me convirtiera, lo que quería era adquirir habilidades de batalla y un conocimiento del terreno que no poseía. Para Louis-César yo era un trofeo andante, una prueba de su poder. —Me acarició el pelo de una forma leve y reverencial—. Sólo tú te has preocupado de mí como persona, sin querer nada a cambio. Te amo, Cassie. Te querré para siempre*.
Hubo un tiempo en el que habría dado mucho por escuchar esas palabras, en cualquier idioma, pero ahora mis sentimientos estaban tan confundidos como para siquiera empezar a aflorar. No sabía cómo me sentía, ni mucho menos qué decir.
—Tomas, yo…
—No digas nada. Quiero recordar esto tal y como es. Pronto tendré que volver y no quiero llevarme mentiras, por muy dulces que suenen. El Senado nada en un mar de mentiras. Esto —murmuró, apoyando la mejilla contra mi pecho—, esto sí es real.
—¡No tienes que volver, Tomas! Ya te lo he dicho, encontraremos la manera de esconderte.
Tomas se rió y esta vez me pareció más auténtico.
—La pequeña Cassie, siempre preocupándose por todos. Soy yo quien se supone que te está rescatando, ¿no lo sabías? ¿No es así como son los cuentos de hadas? —Su expresión se oscureció de repente—. ¿Pero por qué deberías pensar así? ¡Hasta ahora te he sido de muy poca ayuda!
—Me salvaste de los matones de Tony, ¿o es que eso no cuenta?
Tony me había mandado a sus chicos al bar nocturno en el que trabajaba para sacarme de allí. Si no lo consiguieron fue en parte porque el Senado había asignado a Tomas la tarea de protegerme. Después de todo, aun no me había olvidado de que me había salvado la vida; Sin embargo, parecía que él sí lo había hecho, porque se quitó mérito con una mueca.
—Te las habrías apañado. Siempre lo haces. —Su expresión adquirió tintes más fieros—. Cassie, si tienes dudas sobre lo que siento, ¡déjame que te lo muestre! ¡Déjame que haga esto por ti!
Dejé que mi mano mesase su mata sedosa de cabello. El puesto de pitia podría ser una jaula, pero al menos tendría algo de voz. Me tendría que quedar con el trabajo, pero también tendría el control sobre el resto de mi vida, algo que el geis me iba a negar siempre.
—Te vas a hacer daño —protesté, mientras la respiración de Tomas comenzaba a acelerarse. Un maestro de primer nivel podía curarse de casi todo, pero no había forma de que Tomas se hubiese restablecido ya de sus heridas.
Entonces una carcajada me retumbó en los oídos.
—Lo que sí me hacía daño de verdad era verte todos los días, sentirme envuelto en tu fragancia durante meses y no tener permiso para tocarte. Viví contigo medio año y aun así nunca vi tu cuerpo. Así que esto sí que quedará en mi memoria —explicó maravillado, deslizando su mano por mi costado.
—No me voy a arriesgar a hacerte daño —insistí, tratando de parecer más fuerte de lo que me sentía.
Tomas volvió a reírse y me recostó sobre el camastro. Entonces se inclinó sobre mí, mientras su pelo formaba una especie de tienda de campaña alrededor de nuestros rostros que resultaba más íntima que asfixiante. Tan solo sus ojos se podían ver con nitidez y estaban rebosantes de felicidad.
—Creo que podremos hacerlo —susurró— si prometes tener cuidado.
No pude evitarlo, me reí y un momento después me estaba besando con una intensidad que me dejó sin respiración. Deslicé los brazos bajo la espesa melena de cabellos y me sujeté a ellos tras rodearle primero el cuello. Me sujetaba con fuerza pero al mismo tiempo con cariño y, a pesar de que podía notar su peso contra mi pierna, caliente, duro y a punto, se mantuvo a la expectativa, esperando a que fuera yo quien hiciera el primer movimiento. De pronto ya no hubo más dudas. No es que el geis me estuviese empujando. Es que quería encontrar alguna salida en medio de todo aquel lío. Lo deseaba.
—Hazlo —ordené—, rápido, ahora que tenemos tiempo.
—Rápido no es lo que tenía en la cabeza —replicó Tomas frunciendo el ceño—. Sobre todo la primera vez.
—No tenemos tiempo para más —insistí impaciente. Por una vez el geis, el poder y yo nos poníamos de acuerdo en algo, y era Tomas el que ponía pegas.
Mi mano se envolvió a su alrededor y obtuvo como premio un intenso escalofrío y la maravillosa sensación de notar la carne dulce y ardiente contra la palma de mi mano.
Tenía unas ganas locas de ver cómo aquel mástil grueso desaparecía en mi interior. Sabía que me iba a ensanchar hasta el límite, que iba a entrar muy justo, con una fricción exasperante, y la verdad es que la idea sonaba fabulosa. Quería sentir cómo se abría paso en mi interior, quería sentir cómo me oprimía, ansiaba el ardor.
—Te va a hacer daño —protestó, con la voz ajada.
Mi respuesta fue deslizar la lengua por su cuello fornido.
—Vamos —alenté.
Tomas estaba temblando, pero se resistía tercamente a ceder. Entonces decidí pasar de la cháchara y comenzar a persuadirle de otra manera. Lo besé, hambrienta como estaba mi boca de él, y después me escurrí hacia abajo para apresar con más firmeza entre mis dientes la coyuntura de su cuello y su hombro. Era ahí exactamente donde mordería un vampiro, pero en lugar de eso lo que hice fue succionar parte de aquella piel tensa, dejándole una marca visible. Dejé que mis manos vagasen por donde quisieran, memorizando el contorno de músculos y tendones que yacían bajo aquella piel cálida y satinada. Entonces, sin previo aviso, le mordí.
La respiración de Tomas había empezado a estar salpicada de graves gruñidos; pero en cuanto sintió mis dientes hundiéndose en su carne, no pudo evitar soltar un gemido. A juzgar por la manera en la que su virilidad, oprimida contra mis caderas, experimentó un salto repentino, podía afirmar que el gemido no era de protesta. Sus ojos entreabiertos soltaron un destello cuando, finalmente, le solté el cuello.
—No juegas limpio —se quejó, con la voz oscura y grave. Entonces respiró hondo, exhaló y deslizó un dedo dentro de mí. Se me escapó un jadeo por aquella invasión inesperada y me arqueé, estrechándome compulsivamente a su alrededor—. Nada limpio —añadió con tono áspero.
Mis manos se enredaron entre su pelo al quedar sustituido su dedo por una lengua habilidosa. Mi carne entró en su boca con una succión que arrastró también a mis caderas, obligándome a caer en un ritmo que ni siquiera yo pude pensar que fuese capaz de resistir. Me abrió más las piernas para poder acceder mejor, hasta que una de ellas quedó colgando de manera muy poco elegante fuera del camastro. No me importaba: simplemente verle devorando mi cuerpo me hacía recobrar el aliento casi tanto como la propia sensación en sí.
Todo mi mundo quedó reducido a aquella exquisita boca, aquel serpenteo lento y húmedo, aquellas manos grandes y fuertes. Las palmas de sus manos me acariciaban una y otra vez, cálidas y toscas, los músculos de mi abdomen como si no pudieran parar, hasta que al final se deslizaron hasta mi cadera, amasando lentamente el músculo tembloroso que allí se encontraron. Dios, una chica podía llegar a enamorarse de esas manos.
Su boca parecía un cúmulo de llamas líquidas explorándome, encontrando en mí sitios desde los que me llegaban dosis de éxtasis en oleadas que se repartían por todo mi cuerpo. Jadeé suavemente, sorprendida por la ternura de aquel examen íntimo, por aquel roce tan profundo y a la vez delicado. Me caí de espaldas sobre el colchón, dejando que aquellos roces húmedos me arrastraran hacia abajo. Mi espalda se vio envuelta en oleadas de placer al notar cómo Tomas me acariciaba desde el interior y, de repente, noté que el ángulo y la presión eran perfectos. Daba la impresión de que su boca estaba en todas partes, paladeando, succionando, tocando, colmando. Cada vez lo hacía mejor, pues era capaz de percibir rápidamente qué es lo que me hacía gritar y, una vez descubierto, lo repetía hasta que el fondo de mis ojos se iluminaba con la eclosión de multitud de llamaradas de placer. Cada movimiento de sus labios prendía una llama en mis terminaciones nerviosas, hasta tal punto que llegué a pensar que tanto placer iba a conseguir que me estallara la cabeza.
—¡Tomas! ¡Por favor!
Antes de que hubiese acabado de hablar, Tomas ya había cambiado de postura y se encontraba justo encima de mí. En ese momento se detuvo, tratando de tomar el control de la situación y yo gemí. Finalmente, se movió hacia adelante, hundiéndose lentamente en mi interior. Y, Dios, era bueno; no, mejor que bueno, a juzgar por el centelleo que chisporroteaba detrás de mis pestañas. Ya me había abierto las puertas a un festival de sensaciones sólo usando la lengua y las manos, pero sentirle moviéndose dentro de mi cuerpo era todavía mejor, notar cómo me estrechaba, llenándome maravillosamente por completo, remodelando mi carne hasta conseguir que se adaptara a él como un guante.
Su amplitud era suficiente como para que encajase a duras penas, pero su carne era tan firme como suave y maleable, lo que conseguía que se amoldase a la mía sin más dolor que el que producía levemente con su movimiento al regresar a las zonas erosionadas. Tomas se mordía el labio para mantener todo aquel poder bajo el control de una fina correa, respirando con jadeos ajados derivados del extremado cuidado con el que estaba haciéndolo todo. No deslizaba más que un centímetro cada vez, lo cual solo servía para calentarme a plazos, cuando lo que de verdad quería yo era sentirle completamente dentro ya. Al final eso fue lo que obtuve, todo su ser acurrucado en mi interior, irradiando calor hasta lo más dentro de mí. Tomas tenía los ojos cerrados, con sus largas pestañas barriendo sus mejillas sonrojadas a medida que reducía su movimiento a cero y se quedaba quieto durante un largo rato. Me dejó sin respiración.
No me dolió mientras entraba dentro de mí, pero estar esperando a que se moviera, a que cambiase de postura, a que hiciese algo antes de que perdiese completamente la cabeza sí lo hacía. Cuando empezó a retirarse de nuevo, con la misma lentitud agonizante, perdí la paciencia. Me enredé a su alrededor según salía y, de repente, le di un empujón para volverme a encontrar con él, hundiéndole completamente en mi interior con un movimiento que nos dejó a ambos jadeando.
La mirada de Tomas era una mezcla de sorpresa y de gran alivio, y su respiración anunciaba un placer sibilante. Después de aquello, Tomas captó la idea y empezó a acelerar los movimientos. Mis caderas empezaron a describir un movimiento de rotación adaptado al lento vaivén circular de Tomas que me acariciaba, me daba placer y me estrechaba en mi interior.
Enseguida me di cuenta de que no podía controlar los sonidos que estaba emitiendo. Estaba totalmente en llamas y mis jadeos sollozantes se guiaban por la batuta de las sensaciones que estaba experimentando. Estaba a punto de írseme la cabeza, mi respiración era cada vez más rápida, las caderas se me corcovaban y la vista se me empezaba a nublar. En mi interior se estaba forjando una sensación atronadora y, antes de que me pudiera dar cuenta siquiera de lo que estaba pasando, todo mi ser se vio invadido por un orgasmo que me dejó el cuerpo nadando entre espasmos inevitables, mientras Tomas mantenía su cadencia constante. Entonces la habitación se inundó de un maravilloso resplandor amarillo, un color tan puro, tan exuberante que parecía como si la felicidad hubiera tomado forma. Por un momento, pensé que todo aquello era parte de las sensaciones que corrían por mi interior, pero el caso es que aquello siguió fraguándose y acabó por extinguir la luz del farol. Era como si una pequeña estrella hubiese nacido a nuestro alrededor. Por todas partes chisporroteaban unos filamentos flagelantes de energía blanca y dorada, con una intensidad que iba in crescendo hasta que, como un relámpago, me cegó por completo.
Sin previo aviso, el mundo entero se me vino encima. Me vi inmersa en una corriente de imágenes, sonidos y colores, enlazados todos ellos a tal velocidad que resultaba imposible seguirlos. No sentía a Tomas, ni lo veía ni notaba su roce. Lo que sí veía era una vorágine que se acercaba hacia mí a una velocidad aterradora y no podía hacer nada más que dejar que me atrapase.
Entonces, tan rápido como vino, se fue. Cuando el carrusel de imágenes se disipó lo suficiente como para que pudiera ver de nuevo, me encontré sola en una colina, con la vista arriba clavada en un templo. Detrás de él, un océano centelleaba bajo un cálido sol amarillo. Noté el roce de unos labios en mi cuello y escuché el estruendo de una potente carcajada masculina colándoseme por el oído.
—Le doy el visto bueno a mi avatar —dijo una voz. Sabía que procedía del hombre que tenía a mis espaldas, pero parecía reverberar en todas las direcciones al mismo tiempo, como si el templo, el cielo y el océano también estuvieran hablando en ese momento—. El hijo de otra de mis sacerdotisas, sin duda es de muy buen gusto.
Mis ojos pestañearon, entre confundidos e incrédulos, pero la escena permaneció inmutable.
—¿Tu qué? —logré decir finalmente.
—El hombre escogido para la ceremonia se convierte en mi avatar durante una temporada. Su unión con la heredera consuma nuestro matrimonio y la confirma a ella en el puesto.
Casi me atraganto.
—¡Yo no soy tu mujer!
De nuevo entró en escena aquella risa potente y contagiosa.
—No tengas miedo, Herófila. Se trata de una unión espiritual: si estuviera en mi forma física no te resistirías tanto.
—No tengo miedo —repliqué, y era verdad. En comparación con las visiones que tenía normalmente, esta era como dar un paseo por el parque. Hasta ahora—. Y me llamo Cassandra.
—Ya no.
Traté de darme la vuelta, pero unos brazos fuertes me sujetaron con firmeza. Tenía el color del polen primaveral, un amarillo brillante que centelleaba como si estuviese entremezclado con oro. La luz danzaba sobre su piel del mismo modo que lo hace sobre el agua, deslumbrándome con un reflejo tan intenso que me hacía daño en los ojos. Debería haberme parecido extremadamente raro en un cuerpo humano, pero por alguna razón no lo hacía.
—No te falta ni un cliché, ¿verdad?
—Es tu mente la que elige cómo desea percibirme —me reprendió—. Si hay algún cliché, es tuyo.
—¿Quién eres? —pregunté.
—Alguien que ha esperado largo tiempo para encontrar a alguien como tú. Al fin, las cosas comenzarán a ocurrir.
—¿Qué cosas?
—Ya lo verás. Tengo una gran fe en ti.
—Entonces estás de la olla —le dije sin ambages—. No tengo ni idea de cómo usar este poder que me acabas de plantar encima y Myra me va a liquidar en cualquier momento.
—Sinceramente espero que no sea así. Por lo que respecta a la otra, el poder va allí donde desea ir. En cierta ocasión lo puse en manos humanas y perdí el control.
—Pero Myra…
—Sí, por ahora, tendrás que apañártelas con tu rival. Cuando lo hayas hecho, volveremos a hablar.
—¡Pero ahí está el quid de la cuestión! Yo no sé cómo…
Nunca llegué a acabar la frase. En ese momento el lugar se vio invadido por un flujo de calor y un torrente de viento, y a mi alrededor brotó un poder antiguo y terrible que retumbó a través del suelo y que me llenó el cuerpo de corrientes chisporroteantes. Acto seguido estaba de vuelta en la celda, pestañeando bajo la luz que súbitamente volvía a ser tenue, sin estar muy segura de lo que había pasado.
Tomas se había dejado ir y las sensaciones que me estaba provocando me hicieron retomar el aliento y olvidar las preguntas que me rondaban la cabeza. Me colocó más cerca de su pecho y no pude evitar jadear al notar que se movía en toda su extensión dentro de mí. Su cabello empapado en sudor caía alrededor de mí y sus dientes se cerraron sobre mi cuello. El cuerpo entero se me encogió un poco y pude escuchar el rugido complacido de Tomas mientras mis músculos más íntimos se estrechaban a su alrededor. Unas manos grandes me sujetaron las caderas, guiándole hasta tan adentro como pudo llegar. Al cabo, me soltó el cuello sin haber succionado nada de sangre y me dio un lametón con la lengua por encima de la zona erosionada. Entonces sus caderas empezaron a bombear más rápido, el rostro descompuesto por la necesidad, y en ese momento perdí toda capacidad de pensar durante unos buenos minutos.
Terminó dentro de mí con un delicioso torrente que dejaba una sensación abrasadora al entrar en contacto con las esquirlas de hielo que se clavaban tenazmente en lo más profundo de mi interior. Aquello se comió el frío, lo consumió, acabó a llamaradas con los últimos vestigios que de él quedaban y me colmó de una cálida languidez que se me extendió por todo el cuerpo. Mi propio placer era ahora menos abrumador, si bien había adquirido un carácter más profundo, más persistente y dulce. Me sentía ingrávida con Tomas rodeándome como la mejor manta térmica imaginable.
Tras un momento que se hizo bien largo, Tomas se echó hacia atrás para escrutar mis ojos entreabiertos. Trataba de descifrar mi expresión, pero fuese lo que fuese lo que estaba buscando, no pareció encontrarlo. De cualquier forma, me besó y yo me arqueé ante el calor sensual de su boca, sintiéndome en cierto modo huérfana cuando decidió dar por terminado el contacto de manera súbita.
—Lo siento —musitó con dulzura, mientras con el pulgar seguía el contorno de mi labio inferior.
Le acaricié una de sus finas y oscuras cejas.
—¿Qué pasa?
Me cogió la cara entre las manos y me besó gentilmente la frente.
—Todo va bien, Cassie. Todo irá bien.
—¿Qué irá bien? —Mis resquicios de placer desaparecían a marchas forzadas.
Tomas dudó, pero finalmente acabó exhalando un suspiro.
—Todavía siento el geis a tu alrededor, como si fuera un nubarrón. —La mandíbula se le tensó—. Parece que Mircea no desea renunciar a su influjo sobre ti.
Meneé la cabeza.
—Hubo una complicación con el hechizo. Mircea tampoco puede quitarlo.
Ya sabía que aquella era una posibilidad, pero así y todo seguía siendo una gran decepción.
Tomas empezó a decir algo más, pero la puerta se abrió de repente hacia dentro y allí apareció Françoise, con los brazos en jarra y aspecto impaciente. Acto seguido, me arrojó un fardo de ropa.
—¡Ya es casi la hora! Se supone que era un ritual, no una maratón.
Me puse de cuclillas, temblando al notar aquel aire frío que chocaba contra mi piel enardecida.
—¿Cómo?
—¡Pues eso, vamos! ¡Vestíos! El rey desea una audiencia y no se le da bien esperar. Hacedle enfadar y ninguno de nosotros podrá salir de aquí.
—¿Françoise? —Aquello me estaba dando muy mal rollo. El acento había desaparecido de repente y la mirada que tenía no me recordaba mucho a los nervios habituales de la chiquilla francesa.
Ante mi pregunta, sonrió forzadamente.
—Françoise no está en casa en estos momentos. ¿Quiere dejarle algún mensaje?
Antes de que se me pudiera ocurrir ninguna respuesta, hizo una mueca y se abalanzó sobre la pared, con los dedos clavados y blancos por el esfuerzo, como si estuvieran intentando horadar la piedra.
—¡Mierda! ¡Ahora no, chica! ¿Acaso quieres quedarte aquí para siempre?
Tomas nos miraba a la una y a la otra, pero el único mensaje que pude mandarle fue menear la cabeza. No tenía ni idea de qué pasaba con ella.
—Esto, Françoise —acerté a decir finalmente, mientras ella empezaba a vibrar como si tuviera el dedo atrapado en un calcetín—. ¿Podemos… hacer algo por ti?
Se paró de repente, quedándose completamente inmóvil, y mirándome mientras la impaciencia le inundaba el rostro.
—¡Sí! ¡Podéis vestiros! ¿Cuántas veces tengo que decirlo?
Me sentía fría sin el calor del cuerpo de Tomas, así que decidí seguirle la corriente. El vestido era demasiado grande y tenía tantos bordados que estaba tieso, pero la lana de color rojo oscuro era cálida. Llegué a la conclusión de que lo mejor que podía hacer era concentrarme en los problemas de uno en uno y los desvaríos mentales de Françoise no estaban ni por asomo en los primeros puestos de la lista.
—Françoise, ¿tienes amigos aquí? ¿Gente que te pueda ayudar?
Sus ojos se estrecharon.
—¿Por qué?
—Por Tomas… Si se va del Reino de la Fantasía, lo matarán. No puede regresar, pero tampoco se puede quedar en este sitio esperando a que lo ejecuten. ¿Sabes de alguien que pueda esconderlo?
—Cassie. —Tomas me tocó el codo—. ¿Qué estás haciendo?
—Tengo que saber que estás a salvo. ¿Y si el rey ordena que nos deporten de vuelta a la MAGIA? ¡Si vuelves allí, te matarán!
La cónsul me había ofrecido su vida, pero sólo a cambio de una información que no tenía. No le había puesto el geis a Mircea a propósito, así que huelga decir que no sabía cómo quitárselo.
—Y si te presentas ante el rey sin mí, te podría culpar de mi huida. No voy a ponerte en peligro más veces —repuso Tomas lisa y llanamente. Me habría puesto a discutir con él, pero por la forma en la que apretaba los dientes me di cuenta de que sería una pérdida de tiempo. Además, a Françoise parecía que le iba a dar un ataque de furia.
—¿Te preocupas por un vampiro… ahora precisamente? —inquirió Françoise meneando la cabeza—. Cassie, Tomas no es más que un medio para conseguir un fin, eso es todo. Ha servido a su propósito, deja que cuide de sí mismo. Eso se les da bastante bien, ya sabes.
Vale, aquello ya era la gota que colmaba el vaso. Lo que estaba pasando allí no era sólo que a Françoise le estuviese dando el telele.
—Ahora me vas a decir quién eres tú de verdad. Porque a Françoise nunca le dije mi nombre. Por no mencionar que solía hablar solo en francés.
—¡No tenemos tiempo para esto!
Me senté en el camastro y la miré con gesto terco.
—No me voy a ninguna parte hasta que sepa quién eres y qué está pasando aquí. —Ya estaba bien de improvisar. La semana pasada había descubierto de la peor forma posible lo mal que se me daban esas cosas.
La mujer se llevó las manos a la cabeza reproduciendo un gesto que me resultaba extrañamente familiar. En alguna parte había visto a alguien hacer ese movimiento de la misma manera, pero no acababa de caer.
—En cierta ocasión te dije que ibas a ser la mejor de todas nosotras ola peor sin discusión. ¿Adivinas por qué opción me estoy decantando?
Tardé unos segundos en caer, y todavía cuando lo hice, no me lo podía creer.
—¿Agnes? ¿Qué… qué coño haces tú ahí dentro?
—Existir —repuso amargamente—. Algo de vida después de la muerte.
—Pero… pero… ¡Si ni siquiera sabía que pudieras hacer posesiones! Los magos decían que…
—Exacto. ¡Ni que les contásemos todo! —Volvió a poner los brazos en jarra, un gesto que me volvía a resultar inquietantemente familiar—. ¡Cuánto menos sepa el círculo de nuestras capacidades, mejor! ¿De verdad pensabas que tú podías hacerlo y yo no?
—Pero tú no tienes a Billy Joe —protesté. Aquello era algo que me había tenido con la mosca detrás de la oreja, tanto con ella como con Myra—. ¿Cómo puedes moverte en el tiempo sin un espíritu que cuide de tu cuerpo mientras estás ausente?
Agnes se me quedó mirando sin más y después meneó la cabeza.
—Bueno, admito que tu manera de verlo es original —farfulló—. El caso es que regresamos a nuestro cuerpo casi en el mismo momento que lo dejamos, Cassie. Nuestros cuerpos no mueren, porque en lo que a ellos les concierne, nunca llegamos a dejarlos.
—Pero… tu cuerpo… —Me quedé mirándola, preguntándome cómo poner aquello en palabras. No parecía que hubiera muchas opciones—. Agnes, siento decirlo así, pero… está muerto.
Agnes me miró como si se me hubiera ido la pinza.
—¡Pues claro que sí! ¿Qué te crees que estoy haciendo aquí?
—No tengo ni idea —le confesé sin reparos.
—¡Bueno, está claro que no fue mi primera opción! —parecía enfadada—. Se supone que esta es mi vida extra, el momento de que sea yo quien me divierta, para variar. Te dejé con la intención de regresar a mi cuerpo para reunir fuerzas suficientes como para emigrar hacia el de una buena chica alemana. Iba a morir aplastada por un corrimiento de tierra durante una excursión, así que me dispuse a ocuparla…
—¿A ocuparla? —No sé qué cara se me quedó, pero a Agnes se le escapó una carcajada.
—¡Se iba a morir, Cassie! ¡En resumidas cuentas, creo que habría preferido compartir una vida conmigo antes que eso!
Me sentía confusa.
—No lo pillo.
Tomas intervino súbitamente, lo que me dejó anonadada.
—Una que sirve, una que vive —murmuró.
Agnes le lanzó una mirada menos que amistosa.
—No sé dónde has escuchado eso, pero limítate a olvidarlo.
—Entonces es cierto —repuso Tomas, aparentemente sorprendido—. Había rumores que circulaban por ahí, pero nadie creía que…
—Y así va a seguir siendo —le interrumpió Agnes enfáticamente.
Ahora era a mí a quien le tocaba mirar al uno y a la otra alternativamente.
—¿Puede alguien contarme por favor qué está pasando aquí?
—Había un viejo rumor —explicó Tomas, ignorando a Agnes, que fruncía el ceño—, según el cual a la pitia se la recompensa al final de sus servicios con otra vida, una especie de compensación por la que ha cedido aceptando la llamada.
Cerré la boca, aunque lo cierto es que lo que ella quería era quedarse abierta por la sorpresa. Por un momento, me quedé únicamente mirando a Agnes.
—¿Es eso verdad? —acerté a preguntar finalmente.
—¿Quieres salir de aquí o no? —preguntó.
—¡Limítate a responder!
Suspiró y volvió a llevarse las manos a la cabeza de nuevo. No sabía si se trataba de una costumbre habitual en ella o si solo le pasaba cuando estaba conmigo.
—Vale, versión abreviada: sí, es verdad. Encontramos a alguien destinado a morir joven y llegamos a un trato con él. Lo poseemos y nos alimentamos de su energía y, a cambio, le ayudamos a evitar cualquier catástrofe que esté a punto de sucederle.
—¡Eso es horrible!
—No, es práctico. Y una vida compartida es mejor que no tener ninguna.
—Pero, si puedes hacerlo una vez —compuso Tomas lentamente—, ¿por qué no puedes seguir haciéndolo vida tras vida, siglo tras siglo?
—Es por estas cosas por las que odio a los vampiros —replicó Agnes, dirigiéndose a la sala en general—. ¡Son tan suspicaces, joder!
—¿Pero puedes hacerlo o no?
—¡Por supuesto que no! —zanjó Agnes—. ¡Piénsalo bien! Una vez que dejamos de prestar nuestros servicios, el poder emigra a otra persona. Sin él, no tenemos manera de saber quién va a morir y, por tanto, no tenemos manera de escoger otro cuerpo. Es una oportunidad que solo podemos disfrutar una vez.
Tomas se rió brevemente.
—¿Esperas que nos creamos que nadie ha intentado engañar a la muerte? ¿Que nadie ha intentado vivir tantas vidas como fuera posible poseyendo a quien quisiera, estuvieran malditos o no?
Agnes se encogió de hombros.
—Esa es una de las múltiples obligaciones de la pitia en ejercicio: asegurarse de que eso no ocurre.
Meneé la cabeza. Todo aquello estaba pasando muy rápido. Mi mente no daba para tanto.
—Pero, ¿por qué Françoise?
—Ya te lo dije, ¡no tuve elección! Empecé a regresar a mi cuerpo pero me di cuenta de que había perdido demasiada energía ayudándote. No entraba en mis planes tener que congelar el tiempo, no es un truco fácil, ¡sobre todo después de un salto de más de trescientos años! Me di cuenta de que no tenía tiempo suficiente como para hacer un último salto de siglos.
—¡Pero yo te podía haber llevado conmigo! —Agnes me había ayudado a derrotar a Myra. Si no hubiese sido por su ayuda, probablemente ya estaría muerta. Sin duda alguna, no le habría negado algo así.
—Por si no lo recuerdas, Cassie, estabas en medio de una sala llena de fantasmas hambrientos. ¡Estaban empeñados en devorar a cualquier espíritu que se cruzase en su camino! No podía arriesgarme. Cuando el tiempo dejó de estar detenido, tenía que salir de allí lo antes posible. Por eso me metí dentro de la única persona de aquella época que sabía que estaba cerca de la muerte y que podía estar deseando aceptar un trato.
—¿Y lo aceptó?
Françoise no era una normal cualquiera; era bruja y, a juzgar por un truco bastante memorable que le había visto hacer, debía de ser poderosa. Y me parecía que se estaba resistiendo.
Como si hubiese escuchado mis pensamientos, Agnes hizo otra mueca y acto seguido ató bien en corto a Françoise.
—Más o menos.
—¿Cómo acabaste aquí? —preguntó Tomas antes de que yo pudiera preguntar algo menos ambiguo.
—Tenía planeado volver a ver a Cassie antes de que se fuera de este siglo, una vez que estuviese en posesión de un cuerpo que mantuviese a los espíritus a raya. Pero entonces se presentaron los putos magos.
—¿Te raptaron para venderte a los duendes —siguió Tomas— y desde entonces has estado aquí? ¡Pero si eso fue hace siglos!
—En realidad años —le corrigió Agnes.
—El tiempo discurre de forma diferente aquí —le recordé. Marlowe lo había dicho, pero no me había dado cuenta de lo grande que podía llegar a ser la diferencia—. ¿Estás diciendo que has estado aquí de continuo, desde que nos fuimos de Francia?
Agnes asintió con la cabeza y levantó la mano para detenerme cuando intenté decir otra cosa más.
—Si nos has visto desde entonces, no me lo cuentes. Françoise puede oírnos y no puede recibir injerencias externas que le permitan saber qué pasará con ella en el futuro.
Su futuro, pensé confundida, pero al mismo tiempo mi pasado. Había matado a un mago oscuro en el Dante hace una semana, lo cual me ayudó a escapar. O, más bien, iba a matarlo… Me empezaba a doler la cabeza.
—¿Quieres salir de aquí o no? —preguntó Agnes.
—Sí, pero hablaremos más tarde —repuse yo. Quizá entonces ya me habría repuesto de alguna de estas cosas y fuera capaz de pensar con claridad.
—Si es que hay un más tarde —añadió inquietantemente—. No te olvides de las protecciones… en menudo lío me metí para conseguírtelas.
Agarró el farol y, meneando las faldas, se desvaneció por el vestíbulo. Tomas y yo nos quedamos mirando el uno al otro y después nos apresuramos a seguir sus pasos, Tomas todavía poniéndose la ropa que le había traído y yo guardándome las protecciones en todos los bolsillos que iba encontrándome en mi nuevo atuendo.
Giramos al final del vestíbulo para subir por una larga escalinata que tan solo estaba iluminada puntualmente por antorchas de baja intensidad. Al final de la escalera había otra puerta de roble macizo, pero se abrió fácilmente en cuanto Françoise le puso la mano encima. Pritkin, Billy y Marlowe estaban allí de pie alrededor de un agujero grande y redondo abierto en una pared de piedra, tras la cual había una masa de color envuelta en un caleidoscopio de luz.
—¿Están todos? —preguntó el duendecillo, sin preocuparse apenas de mirarnos—. El ciclo está casi en su punto.
Billy parecía nervioso.
—¿Cass, tú crees que seguiré en este cuerpo cuando volvamos?
—¿Vamos a volver?
—En cuanto esta cosa se vuelva azul. Pero entonces sólo tendremos unos treinta segundos para ir directos al destino adecuado. Vamos a aterrizar en el Dante, pero el Senado está a continuación en la rotación, así que tendremos que saltar rápido antes de que se vuelva rojo.
Me resultaba difícil seguir la corriente.
—¿Por qué nos vamos a ir?
—Porque vas a conseguirme algo —reverberó una voz profunda de barítono contra las paredes.
Poco a poco me di cuenta de que lo que había creído que era una columna envuelta en telas era en realidad la pierna más grande que había visto jamás. Miré hacia arriba y así me quedé durante tanto tiempo que empezó a resultar ridículo. Una cara tan grande como un reflector me lanzó un rayo de luz desde la sombría inmensidad de la sala. El techo debía de tener unos diez metros de altura y, así y todo, estaba agachado como si se fuera a dar con la cabeza de no hacerlo. Miré por segunda vez y después me quedé estupefacta sin más.
La enorme cabeza descendió para poder verme mejor. Los cabellos castaños y encrespados la ocultaban en gran medida y dejaban a la vista únicamente una nariz bulbosa y unos ojos azules del tamaño de una pelota de sófbol.
—Así que esta es la nueva pitia.
—Tenemos que llegar a un acuerdo con el rey —explicó Billy en voz baja—. Nuestras runas se han quedado gastadas hasta dentro de un mes. Pritkin intentó lanzar la Hagalaz y no funcionó: lo único que consiguió fue que la temperatura bajase unos grados y que todos acabásemos metidos en un charco de nieve derretida. Las bombas de vacíos son geniales, pero sólo contra la magia, y aquí nos sobrepasan en número con mucho. A los duendes no les hace falta gran cosa para darnos sopas con honda. Necesitamos más armas y algún que otro aliado; si no, lo único que vamos a hacer aquí es morir. Marlowe ha dado su visto bueno para que cojamos las armas del alijo del Senado cuando regresemos.
—Qué generoso por su parte. ¿Cuál es la contrapartida?
Marlowe, por una vez, no tiró de palabrería para responder. En lugar de eso, se limitó a quedarse de pie mirándome, con gesto atónito. Entonces, lentamente, se empezó a vencer sobre una rodilla.
—El Senado siempre está encantado de ayudar a la pitia —acertó a decir finalmente, después de varios intentos.
—Ella no es pitia —remarcó Pritkin, que por fin reconocía al menos mi presencia. Entonces se quedó quieto como un muerto, con la boca moviéndose, pero sin que de ella saliese sonido alguno. Una mano seguía levantada, o a medio camino de ello más bien, como si simplemente se le hubiese olvidado bajarla.
—Bella dama, ¿cómo deberíamos llamarla? —preguntó Marlowe reverencialmente.
—¡No! —Pritkin salió de su trance y se quedó mirándome a mí y al vampiro arrodillado—. ¡Es un truco… Tiene que serlo!
Miré a Tomas, perpleja.
—¿Qué pasa?
Tomas sonrió levemente.
—Tu aura ha cambiado.
Traté de verlo por mí misma, pero no me podía concentrar lo suficiente, así que solo conseguí acabar bizca.
—¿Qué aspecto tiene ahora?
Marlowe contestó por él.
—De poder —susurró, con aire deslumbrado.
—Tienes que proclamar un título para tu reinado, Cassie —aclaró Tomas—. Tu mandato no empezará oficialmente hasta entonces. Lady Femonoe adoptó tal nombre a partir de la primera del linaje. Puedes quedarte con el mismo título si lo deseas o escoger otro.
Pritkin había vuelto a la vida y caminaba a zancadas por la habitación, lleno de furia.
—Herófila —espeté rápidamente según me salía automáticamente el nombre de mi visión. Miré a Tomas nerviosamente—. ¿Ese está bien?
La mano de Pritkin, que se había estado dirigiendo hacia mí, se paró de golpe y volvió a ponerse junto a él.
—¿Dónde está el golem? —le pregunté a Billy, sin quitarle un ojo de encima al mago. Tenía el aspecto de un ateo que acaba de recibir la visita de Dios: aturdido, incrédulo y ligeramente mareado.
—No quieras saberlo —replicó Billy, mirando fijamente al portal, con la garganta moviéndosele nerviosamente.
—¿Qué quieres decir?
El rey respondió por él. Resultaba difícil creer que, por un momento, me hubiese podido olvidar de alguien así de grande.
—Se le dio a mi mayordomo como regalo. Y él, muy generosamente, me lo prestó.
—Lo soltaron hace un par de horas —añadió Billy—. Le van a dar una hora más, después irán a por él. Tiene algo que ver con entrenar a sus perros de caza.
—¿Cómo? —estaba horrorizada—. ¡Pero podrían matarle!
—Técnicamente no está vivo —apuntó Billy—, así que no puede morir.
—¡Puede que no haya estado vivo antes, pero ahora sí lo está! —Miré alrededor en busca de alguien que refrendase mi teoría, pero no encontré a nadie. Marlowe se había colocado junto a Pritkin, con gesto de preocupación. Billy estaba mirando el remolino de color que había dentro del portal y se mordía el labio, así que tenía mis dudas de que el destino del golem ocupase un lugar preferente en su cabeza.
—¡No podemos abandonarlo! —insistí.
—Por supuesto —murmuró el rey, emitiendo un sonido tan bajo como el bramido de cualquier otra persona—, puedes salvarlo, si lo deseas.
Aquello me daba muy mala espina.
—¿Y cómo podría hacer eso?
El rey sonrió, mostrando unos dientes del tamaño de pelotas de golf.
—Haciendo un intercambio.
—Cuidado, Cass —musitó Billy—. Quiere algo de ti, pero no nos ha querido decir el qué.
—¡Silencio, despojo! —irrumpió atronador el rey—. ¡Mantén la lengua detrás de los dientes o quizá alguien te la corte!
Entonces su actitud cambió radicalmente en un santiamén y de las amenazas pasó a blandir una sonrisa angelical.
—No es más qu’un libro, señorita, algo insignificante —incidió el rey.
—Su destino depende de ello —advirtió el duendecillo.
De repente, Pritkin volvió a la vida.
—¿Dónde está Mac?
Me quedé mirándolo con los ojos en blanco y me di cuenta. Oh, Dios mío. Nadie se lo había contado.
El duendecillo respondió antes de que pudiera empezar a pensar en una respuesta.
—El bosque exigió un sacrificio antes de dejarnos pasar. Fue a por la chica, pero el mago se ofreció en su lugar.
Mi mirada pasó de Pritkin al duendecillo. Debía haber visto a Mac haciendo algo a propósito para atraer la atención sobre sí mismo. Mac había comprendido que el bosque no iba a dejarme marchar, que no iba a dejar de atacarnos hasta que pudiese cobrarse un sacrificio.
Por eso le dio uno.
Tomas me estrechó el hombro transmitiéndome unas condolencias silenciosas, pero apenas lo noté. Cuando nos marchamos no había sangre en el suelo. La tierra la había absorbido, había absorbido a Mac. De repente, las protecciones que tenía amontonadas en el bolsillo me empezaron a pesar como si fuesen ladrillos.
Parecía que a Pritkin la acotación del duendecillo le había dejado confundido, pero fuese lo que fuese lo que vio en mi rostro le sirvió de explicación suficiente. Sus ojos se iluminaron al comprender lo que había pasado.
—Esto lo tenías planeado —musitó con una voz extrañamente muerta—. Nos engañaste para que rescatáramos a esa… cosa y que así pudieras completar el ritual. El geis hacía imposible que fuese ningún otro candidato.
—Yo no planeé nada —repuse. Quería decirle lo mucho que lo sentía, deseaba decir alguna loa que estuviese a la altura de Mac, pero mi cerebro no parecía estar operativo.
—Volviendo al libro —retumbó la voz del rey.
Miré hacia arriba buscando el rostro del monarca, confundida.
—¿Qué libro? —pregunté.
Su rostro se retorció ligeramente y me di cuenta de que estaba intentando aparentar inocencia. No parecía ser una expresión que emplease muy a menudo, a juzgar por el resultado.
—El Códice Merlini.
—¿Cómo?
El nombre no me decía nada, pero Pritkin se revolvió violentamente.
Marlowe parecía intrigado.
—Pero si puedes encontrar un ejemplar en cualquier librería mágica.
El rey hizo un sonido similar al de dos piedras rozándose una contra otra. Al final me di cuenta de que se estaba riendo.
—Ese no. El volumen perdido. —Me buscó mirando hacia abajo con ojos hambrientos—. Tráeme el segundo volumen del Códice y tendrás a la criatura. Tienes mi palabra.
—¡No! —me gritó Pritkin con todas sus fuerzas, mostrando un semblante atronador. Un segundo después, estaba derrapando por el suelo a resultas del brutal empujón que le había dado Tomas. Se golpeó contra la pared, pero hizo un salto acrobático hacia atrás y en cuanto recuperó la verticalidad volvió a abalanzarse sobre nosotros. Sus ojos proyectaban un frío polar y prometían repartir dolor por doquier.
—Vuelve a interrumpirme, mago, y haré que me sirvan tu hígado en la cena —advirtió el rey. Su voz no dejaba lugar a dudas de que el aviso no iba de broma. Pritkin frenó en seco.
Mi mirada pasó del rostro furioso de Pritkin al interesado de Marlowe.
—¿Qué me estoy perdiendo? —pregunté.
—El Códice es la… la fuente primaria, si quieres llamarlo así, el texto en el que se fundamenta toda la magia moderna —me informó Marlowe—. Fue elaborado por Merlín, en parte a partir de su propio trabajo, y en parte a partir de sus investigaciones de los textos mágicos disponibles en su época, muchos de los cuales no han llegado a nuestros días. Merlín tenía miedo de que el conocimiento se perdiera si no había nadie que lo dejase catalogado para las generaciones futuras. Pero cuenta la leyenda que sólo tenemos la mitad de su trabajo, que originariamente había un segundo volumen —prosiguió, lanzando una mirada al rey—. Incluso aunque todavía existiese, ¿qué bien te reportaría? La magia humana no funciona aquí.
—Alguna sí —replicó evasivamente el rey. Parecía que intentaba hacer ver que la conversación no le interesaba, pero no le salía muy bien, la verdad. Sus enormes ojos estaban casi danzando por la excitación que aquello le producía y las mejillas que se atisbaban sobre la barba rizada estaban sonrosadas.
—Merlín dividió sus hechizos en dos partes por razones de seguridad. Los hechizos en sí estaban en el primer volumen y los contrahechizos en el segundo. La mayoría de los contrahechizos fueron descubiertos por ensayo y error a través de los años, a excepción de un número irregular de ellos, como ese geis que tú tienes. Lo que quiero es…
Mi cerebro frenó de repente al escuchar la palabra mágica.
—Espera un momento. ¿Me estás diciendo que el Códice contiene un hechizo para eliminar el geis?
—Se dice que contiene los antídotos para todos los hechizos de Merlín. Fue él quien inventó el dúthracht, así que debería estar allí dentro —explicó, escrutándome con la mirada—. ¿Constituye eso un incentivo adicional, vidente?
Puse mi cara de póquer y crucé los dedos para que fuera mejor que la suya.
—En parte. Pero no sé cómo puedo ayudarte. Si el libro se perdió…
—¿Eres la pitia o no? —bramó, haciendo temblar las vigas—. ¡Retrocede en el tiempo y encuéntralo antes de que desaparezca!
Me di cuenta de la impaciencia que estaba escrita en su enorme rostro y tomé una rápida decisión.
—Puedo intentarlo —admití—. Pero el precio que me ofreces es demasiado bajo. ¿Qué más me darías?
Pritkin soltó un improperio y saltó hacia mí. Su cara había adquirido un color rojo remolacha y parecía que le estaba a punto de explotar una vena. Tomas dio un paso hacia adelante, pero fue Marlowe, moviéndose como una centella, el que le cogió por el cuello hasta casi asfixiarlo. Sus ojos verdes, furiosos e impotentes, se cruzaron con los míos. Ya hablaría más tarde con Pritkin, le intentaría explicar todo, pero ahora no era el momento.
El rey parecía estar pensándose si hacer que Pritkin pasase a formar parte del menú vespertino, pero en ese momento le interrumpí.
—Estábamos negociando, su majestad, y no nos queda mucho tiempo —indiqué, señalando al portal, en el que refulgía un intenso azul brillante que, al rotar, dejaba entrever fases de azul pavo real, verde azulado y azul marino sobre su superficie borrosa.
—¿Qué quieres? —preguntó rápidamente.
Después de años de observar a Tony y sus tira y afloja en las negociaciones, esto se me antojaba demasiado fácil.
—Tengo que encontrar a un vampiro —le respondí—. Se llama Antonio, aunque puede que esté usando otro nombre. Se dice que está en alguna parte del Reino de la Fantasía. Además del golem, quiero saber dónde está Antonio y que me ofrezcas una ayuda suficiente como para poder llegar hasta él. —Hasta él y hasta cualquiera que estuviese con él, añadí mentalmente—. Amén de un refugio para Tomas, aquí en tu corte, durante todo el tiempo que necesite.
—La vida del golem y el refugio son cosas fáciles —explicó el rey—, pero lo otro… —Se detuvo, meditabundo—. Sé de qué vampiro me hablas —admitió finalmente—. Pero llegar hasta él será difícil… y peligroso.
—Tanto como encontrar tu libro —señalé.
El rey se mostró dubitativo, pero el color del borde de la espiral estaba empezando a convertirse en púrpura. Estábamos fuera de tiempo y yo era la única que podía conseguirle el libro que tanto deseaba.
—Trato hecho. Tráeme el libro y tendrás a tu vampiro.
Asentí con la cabeza y empecé a caminar hacia adelante, pero me topé con Billy, que estaba dando marcha atrás.
—Te… tengo que pensarme esto mejor —balbuceó—. Me monto en el próximo bus.
—¿Qué pasa contigo? —pregunté.
La cara se le había puesto blanca y las manos estaban dibujando formas nerviosas en el aire.
—¿Y si pierdo mi cuerpo cuando vuelva? ¡Es que acabo de recuperarlo, Cass!
—¡Hace sólo un poco tu preocupación era qué pasaría si te quedabas!
—Y ahora me preocupa lo que me pueda pasar si me voy. —Parecía realmente aterrorizado—. ¡No tienes ni idea de lo que puede haber a través de eso!
—¡Billy! ¡No tenemos tiempo para esto! Ya has atravesado el portal para venir.
—¡Exacto, y mira lo que trajo consigo! ¡Piénsalo, Cass!
No tenía ni idea de qué estaba hablando y no tuve ocasión de enterarme.
—Métete en el portal, despojo —ordenó el duendecillo—. Aquí no necesitamos a gente de tu calaña.
—No te metas en esto, muñeca de juguete —advirtió Billy, apartándosela con el sombrero.
De repente, una nube borrosa salió disparada delante de nosotros, dirigiéndose a toda prisa hacia el portal. Apenas me dio tiempo a darme cuenta de que era Françoise antes de que una luz cegadora centellease y la mujer desapareciese. El rey soltó un bramido encolerizado.
—¡Traédmela aquí inmediatamente! —ordenó.
El duendecillo desenvainó su minúscula espada. Yo ya había visto lo que podía hacer con ella, pero Billy no y ni siquiera se molestó en esquivarla. Uno de los lados de la espada le dio en el estómago, hasta el punto que llegó a levantarle del suelo y le acabó apartando hacia atrás. Tuve la ocasión de ver sus ojos abiertos como platos por la impresión que aquello le produjo y después desapareció. El duendecillo salió volando detrás de él y se metió en el portal, y sus fogonazos se sucedieron tan rápidamente que parecieron casi uno solo.
Me di la vuelta y vi que Pritkin había caído de rodillas, mientras Marlowe seguía a su espalda. Cuando ya me estaba dirigiendo hacia allí para intervenir, de repente Pritkin le asestó un golpe al vampiro en la sien y, al mismo tiempo, le clavaba salvajemente el otro codo en las costillas. Marlowe le soltó y salió dando tumbos hacia atrás, justo en dirección hacia la vorágine. Pritkin se quedó en el suelo un segundo, con una mano sujetándose su maltrecha garganta, tratando de recobrar la respiración. A juzgar por sus resuellos jadeantes, parecía que la llave de Marlowe había estado a punto de estrangularlo.
—Cassie, tienes que irte —urgió Tomas. Se detuvo, con una expresión extraña, mezcla de ternura y dolor—. Procura que no te maten.
—Seh. Lo mismo digo.
Habría preferido tener tiempo para despedirme, pero no quedaba ya. Lo besé rápidamente, empecé a correr y me arrojé hacia el remolino de color. En el último segundo, Pritkin se zambulló detrás de mí. Hubo un fogonazo de luz, luego otro, y finalmente solo oscuridad.