44

(NATALIE MARVIN)

Lizie y yo penetramos en el oscuro Miller’s Court que llevaba al número 26 de Dorset Street y a nuestra habitación, la 13. La luz de una solitaria vela iluminaba el interior de la estancia. Tanteando la cerradura entre la oscuridad, logré abrir la puerta al fin.

Lo que vimos en la habitación nos dejó heladas. Eran Kate y Mary, que se besaban apasionadamente. Al vernos, Mary profirió un grito ahogado y se separó con consternación de Kate. Nos miró horrorizada.

—Esto no es lo que parece, chicas… Solo estábamos ha…

Kate la interrumpió con brusquedad, mirándola a continuación con desdén.

—Oh, sí que lo es, Mary. ¡Reconócelo! —exclamó, alzando el mentón—. No tenemos porque ocultarlo… ¿Qué hay de lo que hemos hablado antes? ¡Los hombres son unos cerdos! —bramó colérica—. Las mujeres estamos mejor solas, amándonos mutuamente y gozando de veras… Y no hay nada malo en ello…, ¿verdad? —preguntó mirándome con fijeza.

No sabía qué decir. Observé a Lizie, que se había quedado boquiabierta.

—Mary, tú me quieres… —intentó decir Kate.

La aludida abrió los ojos de un modo desmesurado y retrocedió espantada.

—¡Apártate de mí, cerda! ¡No quiero nada contigo! —espetó llorando.

Kate bufó.

—¡Sí, soy una cerda! ¡Sí, soy una borracha! —bramó alteradísima—. ¡Pero acepto lo que soy! ¡No como tú, Mary Kelly! —recriminó agriamente a su compañera. Salió de la habitación dando un sonoro portazo que hizo temblar el marco.

—Si se pone a beber, no parará en toda la noche —auguró Lizie.

Nos quedamos las tres en la casa, en medio de un descorazonador silencio. El peso de la escena que acabábamos de presenciar se cernía implacable sobre nosotras.

Al cabo de un rato, Lizie se levantó de la silla que había ocupado desde la partida de Kate y dijo con gravedad:

—Mejor será que salgamos fuera a trabajar un poco.

Así lo hicimos, cada una por un lado, como teníamos por costumbre.