(NATALIE MARVIN)
Dorset Street ofrecía un aspecto amenazador a aquella hora de la noche. Las sombras y la niebla lo cubrían prácticamente todo y como siempre, yo iba pensando en que una mano que empuñaba un cuchillo emergería de entre la oscuridad y me asestaría varios golpes mortales de necesidad, hasta matarme en un charco de sangre.
Me envolví bien en mi viejo chal de lana, para intentar combatir aquel maldito frío que me calaba hasta los huesos. Hacía rato que las chicas y yo nos habíamos separado en el Ten Bells, para cubrir más terreno y pillar clientes. Nos iba la vida en ello…
Ahora, ya pasadas las dos de la madrugada y tiritando como una enferma, caminaba entre los incontables borrachos que aparecían tumbados en las aceras y los pedigüeños, temiendo siempre por mi seguridad.
Había dejado ya a mi último cliente desfogado con su carga de semen descansando en un siniestro portal de Aldgate, después de obtener de él tres miserables peniques por mis servicios. Me aproximé hacia Miller’s Court y atravesé con miedo el oscuro pasadizo que llevaba al patio. Nuestra casa estaba a oscuras. Supuse que las chicas no habían llegado aún.
Una mano me tapó la boca, mientras que otra me empujaba contra la pared del pasadizo que comunicaba con Miller’s Court. Intenté gritar, pero la mano me apretaba la boca con férrea fuerza. Impotente, me debatí contra el desconocido.
—Natalie, por favor… Soy Nathan —me susurró el viejo Grey al oído derecho.
Dejé de resistirme y miré la cara del anciano. Lloré desconsoladamente por el susto y me abracé al que había sido mi segundo padre desde que mis progenitores murieron. Emocionado, el viejo Grey me estrechó entre sus brazos.
—¿Dónde has estado, Nathan? —sollocé, aunque inmensamente feliz de ver que aún vivía—. ¡Dios, Annie ha muerto! —exclamé desconsolada por su pérdida—. Y temo por la vida de las demás, Nathan…
El viejo soldado me tapó la boca con sus manos y me miró con sus ojos glaucos.
—Escucha con atención… Quiero que sepas que os vigilo y me preocupo por vosotras. No os puedo dar dinero todavía, pues no tengo nada, pero lo conseguiré… —su voz era muy firme—. Vosotras concentraos en pagar a los McGinty, nada más. Yo me ocuparé de ellos. Si necesitáis ayuda, acudid al inspector Abberline. Él sabrá qué hacer. Te puedes fiar de él… Cuida de las demás y cuídate tú.
Nathan me estrechó con fuerza y volvió a mirarme.
—Nos veremos pronto, Natalie. Lo prometo por mis muertos.
Mientras decía esto y ante mi impotencia por detenerle, Nathan se internó en la inquietante oscuridad de Dorset Street.
Lloré durante bastante tiempo, apoyada en la sucia pared del lúgubre pasadizo. Unos pasos que sonaron a mi espalda me sobresaltaron aún más.
—¿Natalie? ¿Qué te pasa, cariño? —me preguntó otra voz amiga. Era Mary.
Suspiré aliviada, antes de contestar a mi compañera de profesión:
—He visto a Nathan, Mary… Sí, lo he visto aquí mismo, ahora —insistí vehemente. Después volví a sollozar—. ¿Por qué cojones tiene que irse? ¡Nos van a matar a todas, joder! —escupí con rabia al suelo.
—El viejo Grey tiene siempre sus razones, Natalie. Ya deberías saberlo… —me dijo Mary convencida—. Anda, vamos adentro que aquí hace mucho frío.
Ella me cogió del brazo con suavidad y luego me trasladó hasta nuestra casa. Poco después llegaron las demás chicas.
—No podemos localizar a las demás prostitutas, capitán —informó el agente.
—Seguid buscando… ¡Joder! No pueden haber desaparecido de Whitechapel —gruñó Crow.
—¿Y el asesino?
—Debe ser eliminado cuanto antes —sentenció el oficial de Seguridad Interior.