(NATALIE MARVIN)
El propio McCarthy nos enseñó la casa a Mary y a mí. Era una pequeña habitación dividida en dos por un tabique tan estrecho que parecía de cartón. Se suponía que únicamente nos la alquilaba a las dos, pero pensábamos meter también a Lizie y a Kate. La casa entera era el número 26 y nuestra habitación, la 13. Como es de suponer, ya nos habían echado de la pensión, y las cuatro nos habíamos dirigido directamente hacia la antigua casa de Mary en Miller’s Court, un patio de Dorset Street.
No era muy grande y el austero mobiliario estaba formado por unas sillas y una mesa, una gran cama empotrada en la pared y una mesilla al lado; por lo menos tenía chimenea. Había dos grandes ventanas en la habitación que daban al patio de Miller’s Court, el cual comunicaba con Dorset Street a través de un estrecho pasadizo. Quedamos satisfechas y nos instalamos con nuestras escasas pertenencias.
Extendimos unas mantas en el suelo. Mary y yo ocuparíamos la cama, y Lizie y Kate dormirían sobre la vieja tarima que tanto crujía.
Durante aquellos días trabajábamos como esclavas. Apenas dormíamos y comíamos, pero eso no importaba. Debíamos conseguir el dinero a cualquier precio para aplacar la cólera de los McGinty.