30

(NATALIE MARVIN)

La charla con el inspector había aliviado un poco mis pesares. Después de todo, ya no le veía tan mal tipo y… no sé, como hombre, no estaba precisamente mal… Llegué más alegre al Ringer, donde Kate, Mary y Lizie me esperaban. Después de pedir media pinta[4] de cerveza, que la señora Ringer me sirvió, me senté a la mesa con mis amigas.

—¿Y…? —interrogó Mary.

—El inspector me ha dicho que buscará a los McGinty e intentará detenerlos —les dije a mis compañeras—. Es un buen hombre… Creo que podemos confiar en él.

Contrariada, Kate torció el gesto.

—Yo no confío en polis —dijo con acidez—. Son unos capullos. Además, crean más entuertos que los que resuelven. No te fíes, Natalie.

—Creo que Kate tiene razón, chicas —convino Lizie—. Deberíamos conseguir el dinero, buscar nosotras a los McGinty y pagarles.

—Es una buena idea —aprobó Kate—. Nosotras daremos con ellos antes que ese entrometido inspector… Además, es mejor que reunamos el dinero. Si los detienen, entonces sí que estaremos muertas.

Mary planteó nuestra situación con toda crudeza.

—Hablemos claro, chicas… Sin el viejo Grey, somos blanco fácil para todas las bandas de East End. En cuanto se percaten de que él ya no está con nosotras, nos comenzarán a chantajear… —razonó amargamente. La señora Ringer se acercó con otro licor amargo para Kate. Nos callamos al instante y esperamos hasta que se fuera—. Hay que tener cuidado.

—¿Votos a favor de reunir dinero para que los McGinty nos dejen en paz? —propuso Kate.

Mary levantó la mano y Lizie hizo lo mismo con timidez.

—Yo voto por esperar al inspector o a Nathan —propuse con voz queda.

—Natalie, estamos solas en esto —me recordó Mary.

Se produjo entonces un silencio incómodo. El nudo en el estómago que había desaparecido al terminar la conversación con Abberline remitió al instante.

—Hay otro problema… —intervino Lizie—. O pagamos el alquiler de la pensión o nos echan. Hay que ir pensando en otro sitio.

—Conozco uno ideal… Pero hay que tener mucho cuidado —propuso Mary en tono misterioso.

La apremiamos para que nos lo contara.

—Es una de las habitaciones de McCarthy en Miller’s Court, las de Dorset Street —nos informó, casi en un susurro—. ¿Os acordáis de Joe Barnett?

—¿Tu novio hasta hace poco? —afirmó Lizie más que preguntó.

—Sí. La alquiló para nosotros, así que en realidad es tan suya como mía. Podemos ir allí —indicó Mary.

—Es una buena idea —aprobé sin más comentarios.

Pasamos la tarde en el Ringer hasta que se hizo de noche y las cuatro nos fuimos a trabajar. Me topé con siete babosos en toda la noche y saqué una libra en total. Fue una actividad muy productiva.