La habitación hubiera parecido elegante si no hubiera sido por toda la sangre. El interior de buen gusto, crema y dorado, del apartamento discordaba con el panorama de las Vegas Strip en la parte de afuera, pero la vista no era tanto un problema de decoración, sino los arroyos marrones que habían descendido por el papel de la pared grabado en relieve y se coagulaban en la bonita moqueta beis. No había ningún cuerpo a la vista, pero no hacía falta que lo hubiera. Nadie podría haber perdido tanta sangre y seguir vivo. Ni siquiera algo que no fuera completamente humano.
Mi vestido había cambiado a un crepúsculo escalofriante, con ramas negras retorcidas agarrándose a una luna de cosecha como dedos huesudos. Era completamente espeluznante y encajaba perfectamente con mi humor. Miré hacia atrás con ansia al vestíbulo, pero no podía cortar y correr cuando todo esto había sido idea mía. Lo único bueno es que había logrado que la duendecilla no viniera. Me preguntaba si ya se le había ocurrido alguna manera de salir del archivador.
Seguí a Pritkin sin mucho entusiasmo por el siniestrado salón mientras Nick permanecía detrás de nosotros examinándolo todo. Nos dirigimos al pasillo, intentando esquivar los lugares donde había más sangre. No era fácil. Cuando por fin lo conseguí, decidí que la víctima se tuvo que haber llevado al menos a unos cuantos de sus agresores con ella. Ningún cuerpo solo podría derramar tanta sangre.
Como era de esperar, la puerta al final del pasillo estaba medio abierta debido al cadáver que había en medio. O, para ser más precisa, la parte de un cadáver. La parte de arriba estaba a un metro del resto y no era capaz de verle el brazo derecho. Claro que tampoco me estaba esforzando mucho en mirar.
Pasé con cuidado por encima de lo que quedaba de cuerpo e inmediatamente vi el brazo. Estaba pegado a la pared dentro de la habitación: cortesía de un hacha grande que lo había cortado por el hombro. El brazo colgaba por los restos de una manga que alguna vez pudo haber sido azul, pero que ahora era de color púrpura y estaba hecha pedazos tiesos.
Tragué saliva, miré fijamente a mi alrededor, el sudor ya se estaba formando sobre mi labio superior. El aire acondicionado no estaba encendido, y a pesar de una brisa esporádica que procedía de una ventana hecha pedazos, tenía que hacer cuarenta grados en el apartamento. Pero esa no era la razón por la que yo estaba sudando.
Los rayos de sol del mediodía parecían más fuertes de lo habitual, oscurecidos con polvo, y con lo que después de un momento me di cuenta que eran unas doscientas moscas. Estaban revoloteando sobre lo que al principio parecía ser una masa aleatoria de partes de cuerpo en lo alto de una cama de tamaño extra grande, pero que al final resultó ser el cadáver de un hombre. Para decirlo con delicadeza, digamos que llevaba un tiempo criando malvas. No soy una experta, pero dudaba mucho de que alguien que acababa de morir pareciera un globo blando a punto de explotar con gases fétidos y desintegración. La vista era horripilante y tardé un minuto en darme cuenta de que tenía la piel del color de un caramelo de menta, un verde azulado y calizo.
—El genio —dijo Pritkin de manera concisa, antes de que yo pudiera preguntar—. ¿Lo ves?
Lo miré de manera incrédula.
—Es un poco difícil no verlo.
—¡Al espíritu!
Sacudí la cabeza. Si había un fantasma en ese lugar, estaba realmente quieto. O a lo mejor se desmayó por el mal olor de lo que fuera que se estaba filtrando en una cuchillada en el lateral del genio. Al menos a las moscas parecía que les gustaba; se habían congregado allí alrededor de unas cien en un montículo negro y estaban trabajando. Sentí arcadas e intenté respirar por la boca. No me ayudó.
—Cuidado, Cass, pareces casi tan verde como él —comentó Billy—. Dile al mago que el único fantasma que hay aquí soy yo y que nos vamos de aquí. Este sitio me está dando escalofríos.
Tragué saliva.
—¿Sientes algo? —Si alguien podía encontrar a un fantasma fuera de control, ese era Billy.
—No, pero voy a mirar por aquí para asegurarme. Algunas veces los nuevos se esconden. —Él no suele ser así de generoso, así que seguramente yo no tenía muy buen aspecto.
—Gracias. —Comencé a avanzar ligeramente hacia la puerta, con la intención de respirar un poco de aire contaminado, mucho más agradable, suponiendo que pudiera haber alguna ventana abierta en la sala. Pero Nick estaba en medio.
No lo había visto entrar y me asustó. Di un grito y me eché atrás tan deprisa que me hubiera caído si no hubiera sido porque Pritkin me cogió.
—Dudo que esté aquí —dijo a secas, poniéndome de nuevo en pie—, incluso aunque una parte de él hubiera sobrevivido. Estaría después del asesinato.
—¿Qué le puede hacer un fantasma a alguien? —se burló Nick.
Pritkin y yo nos intercambiamos una mirada. Él había visto en persona el daño que podían hacer un par de fantasmas enfadados. Pero no lo mencionó.
En lugar de eso, dijo:
—Voy a echar un vistazo por el resto del apartamento. —Y se marchó.
—Podría ser el mejor cazador de demonios del Cuerpo —dijo Nick, frunciendo el ceño detrás de su amigo—, pero te apuesto a que tú sabes más de fantasmas. Saleh podía haber dejado uno, ¿a que sí?
Apartó la vista y miró al cuerpo, pero no le contestó. No es que fuera muy sorprendente, ya que no tenía cabeza.
—No lo sé. —Nunca había conocido a un genio antes, pero suponía que las mismas leyes los gobernaban mientras controlaban a otras criaturas mágicas que no eran humanas, ninguna de las cuales dejaba fantasmas. Claro que tampoco los dejan la mayoría de las personas. La verdad es que todo alrededor era bastante extraño, así que era muy probable que cualquiera que fuera la información que este se hubiera llevado al más allá estuviera allí. Pero no me apetecía dar una larga explicación en ese momento.
—Billy se ha ido a echar un vistazo. Si queda algo de él, lo encontrará.
—¿Si queda algo? ¡O es un fantasma o no lo es! —Nick parecía un poco estresado; una vena le latía insistentemente debajo del ojo derecho. Me parecía el tipo de oficina; a lo mejor el trabajo de campo tampoco le sentaba bien.
—No es tan sencillo —le expliqué—. No todos los fantasmas son permanentes. Algunos espíritus persisten alrededor de sus cuerpos durante un tiempo antes de aceptar las cosas y seguir adelante.
—¿Cuánto tiempo?
—Unas horas, quizá unos días. No más de una semana, a menos que estén planeando rondar por el futuro.
—Basándonos en el estado del cuerpo, no puede llevar muerto más de cuatro días. Según tu cálculo, el espíritu podría seguir aquí.
—Quizá, pero yo no siento nada.
—Inténtalo con más fuerza —insistió Nick—. Ya no está en condiciones de exigir. Si puedes ponerte en contacto con él, quizá esté dispuesto a contarnos algo.
—Si está aquí, Billy lo encontrará. Si no está… —Me encogí de hombros—. No hago nada para atraer a los fantasmas, así que no puedo intentarlo con más fuerza. Ellos tienden a aparecer cuando yo estoy cerca.
—No nos podemos permitir quedarnos mucho más tiempo —dijo Nick tranquilamente, pero había una nota de aviso en su voz que no me gustó. De repente se me ocurrió preguntarme por qué el sitio no estaba lleno de magos de la guerra. Su trabajo era investigar los asesinatos en la comunidad sobrenatural, y allí parecía que había bastantes cuerpos para mantenerlos ocupados durante un rato. En ese momento descubrí un pie de un marrón dorado mucho más humano sobresaliendo por detrás de la cama. No quise mirar si aún estaba pegado a algo.
—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que alguien más aparezca? —pregunté inquietamente. Pritkin y sus amigos los magos no se llevaban lo que se dice exactamente bien, y yo prefería perderme la reunión.
—No hay manera de saberlo, pero Saleh estaba suspendido por el Consejo. —Nick vio mi expresión—. Es como la libertad provisional —le explicó—. Y si no aparece para su reunión semanal, se envía a alguien para que le eche un ojo.
—Mierda. —Me dirigí hacia la puerta, pero Nick me agarró.
—¿Y si fueras a tocar el cadáver? ¿Haría que hubiera una conexión más fuerte?
—Lo miré fijamente aterrorizada.
—¡No voy a tocar esa cosa! —Solo la idea hizo que se me pusieran los pelos de punta.
—¿Y qué me dices entonces de algo que le perteneciera? —Antes de que pudiera detenerle, Nick cruzó la habitación para tirar de la camiseta del hombre muerto. Creo que intentaba arrancar un trozo de tela para mí, pero la carne muerta se cayó junto con el trapo, desprendiéndose del hueso como un pescado muy hecho. La camiseta se abrió donde él la había agarrado, dándome una visión momentánea de un vientre que se movía solo. Cuando me di cuenta, estaba viendo gusanos pululando por debajo de la piel, tuve una arcada.
—Ya está. Estoy lista. —Me tambaleé por la puerta y tropecé con Pritkin saliendo del pasillo—. ¿Hay baño aquí?
—La segunda puerta a la izquierda. No hay nadie dentro.
Durante un segundo, no supe lo que quería decir. Solo estábamos nosotros tres en este loco encargo para interrogar a un hombre muerto, a no ser que contáramos a Billy, y el no había necesitado usar el baño durante un rato bastante largo. Luego me di cuenta de que me estaba dando a entender que en el baño no había cadáveres. Me vino a la cabeza la imagen del cuerpo hinchado que había detrás de mí, me atraganté y salí corriendo.
Parecía que al vestido le gustaba más el baño que el dormitorio convertido en depósito de cadáveres. El espejo reflejaba un rosa pálido indeciso, como el cielo justo después del amanecer. Pero aunque me quedé de pie encima del lavabo durante un minuto, intentando no arrojar el almuerzo, el sol no salía. No lo culpaba.
Había acabado de lavarme las manos y la cara, intentando quitarme lo que era como una capa grasienta, cuando una niebla fina flotó desde el desagüe hasta ser un resplandor plateado y frío. Se convirtió en una cara, ondeando enfrente del espejo como un espejismo hecho de vapor. Era borroso e indistinto, no tan sólido como yo solía ver a los fantasmas. Parpadeé, pero no se fue.
—¿Es seguro? —dijo una voz temblorosa.
—¡Uf! —dije estúpidamente. La verdad es que no había ninguna respuesta buena. En el pasado, en unas pocas ocasiones memorables, me había encontrado con espíritus que aún no eran conscientes de que estaban muertos. Y nunca habían apreciado que los pusieran al corriente.
Los ojos nebulosos comenzaron a moverse alrededor de la habitación. Se separaron del resto de la cabeza y flotaron, mirando todas las cosas. Uno se deslizó por debajo de la puerta y yo me sobresalté, solo porque era demasiado consciente de lo que iba a pasar. Unos pocos segundos después, la boca se abrió por el impacto, pero no salió ninguna palabra.
—Sé que está mal —balbuceé—, pero te vas a ir a un sitio mejor.
La cabeza ciega se giró hacia mí.
—Soy un demonio —gruñó—. No lo creo.
Vale, tenía razón. El otro ojo volvió de mirar por fuera de la ventana y se puso en medio de su frente. Le dio una extraña energía de cíclope, pero bajo estas circunstancias, no creí que mereciera la pena mencionarlo.
—¿Quién hizo esto?
—¿No lo sabes? —le pregunté sorprendida.
—¡Estaba dormido! —dijo, y sonaba indignado—. Escuché que alguien entró a la fuerza, se quedó a medio camino de la cama y luego se fue la luz. —Permanentemente, pensé pero no lo dije. El ojo se centró en mi cara, mirándome realmente por primera vez—. ¿Y quién demonios eres tú?
—Sólo estoy de visita —dije, dirigiéndome hacia la puerta.
—No tan deprisa. —La cara reapareció en mi camino. El ojo errante alcanzó al otro y hubo algunos empujones mientras luchaban el uno contra el otro por conseguir espacio en la frente. Cuando al final se colocaron, me miró con reproche.
—¡Puedes verme!
—Soy clarividente.
—Bien. Entonces dime quién hizo esto. ¡Alguien va a pagar por ello!
De repente tuve una idea.
—A lo mejor podemos llegar a algún acuerdo —le ofrecí.
—¿Qué quieres decir?
—Necesito saber algo acerca del Códice —le dije de modo tenue.
—¿Cuál? —me dijo, sonando con ganas de negociar.
—¿Hay más de uno?
—Un códice es una recopilación de conocimiento, nena. ¿De cuál estamos hablando?
Tragué saliva.
—Del Códice Merlini. El volumen perdido.
Agudizó su mirada.
—¿Cómo dijiste que te llamabas?
—No te lo dije. ¿Sabes algo?
—Posiblemente.
Suspiré.
—Me llamo Cassie Palmer —admití, y los ojos fantasmales brillaron visiblemente.
—Vale entonces. —La voz de Saleh se volvió dinámica—. El Códice se perdió hace unos siglos, pero ese no es el problema. Incluso si lo encuentras, no serás capaz de leerlo.
—¿Está cifrado?
—Mejor que eso. Más tarde o más temprano los códigos se pueden descifrar, el tiempo no importa. El fue un poco más creativo.
—¿Eh? ¿Quieres decir que realmente hubo un Merlín?
—No, lo llamaron el Códice Merlini porque un hombre que se llamaba Ralph lo escribió —dijo Saleh impacientemente.
»¿Conoces esa historia de Merlín en la que rejuvenecía cada año en lugar de envejecer? —Asentí con la cabeza—. Bueno, los narradores la mezclaron.
—¿Y que querían decir?
—Querían decir que no era el mago el que rejuvenecía. Hechizó el Códice para que, si alguna vez desaparecía de su posesión, éste comenzara a rejuvenecer.
—¿Y por qué haría eso?
Saleh me echó una mirada que decía que estaba comenzando a sospechar que mi cociente de inteligencia era igual al tamaño de mis pechos.
—¡Para que se empezará a borrar él solo! En nuestra época es sólo un manojo de pergaminos en blanco.
—Pero si alguien va al pasado…
Saleh desprendió una sonrisa malévola.
—Entonces ese alguien posiblemente pueda recuperarlo.
El estómago me dio un vuelco. Mi nuevo cargo denotaba que, entre otras cosas, tenía el divertido trabajo de controlar la línea del tiempo. Pero sin alguna de esas lecciones que no estaba recibiendo, cada vez que volviera, me arriesgaba a estropear cosas que no sabría cómo arreglar.
—¿Dónde está? —pregunté, sabiendo que no me iba a gustar la respuesta.
—Pregunta equivocada —murmuró—. Deberías preguntar dónde estaba. Porque necesitas retroceder a una época en la cual el texto estaba casi todo intacto, justo después de abandonar las manos de Merlín.
Alguien llamó a la puerta astutamente y yo salté.
—Tenemos que irnos. —La voz de Pritkin se escuchó a través de la fina madera.
—Entonces, ¿dónde estaba? —siseé tranquilamente. La única persona que odiaba más que yo mis excursiones al pasado era Pritkin. Quería cerrar el trato antes de que él interfiriera y posiblemente lo complicara.
De repente Billy pasó a través de la pared como un petardo veloz.
—El mago está bien, Cass. Tenemos que irnos, ahora. —Se detuvo cuando vio la cara de espectro del genio—. ¿Quién es?
—Saleh. Lo encontré.
—Genial. Entonces, vámonos. Hay un grupo de magos de la guerra que están subiendo por el ascensor.
—Dame un minuto.
—No tienes un minuto.
—¡Billy! ¡Podría haber averiguado algo!
Pritkin comenzó a dar golpes a la puerta.
—¿Qué pasa? ¿Te ha pasado algo? —Demasiado tarde recordé, ya que una vez me había dicho que su oído era muy fino. Miré a Saleh.
—¿Qué quieres?
Me miró rotando un ojo.
—¿Tú que crees? Eres clarividente. Quiero saber quién hizo esto.
—No controlo mi don —le conté desesperadamente, mientras Pritkin comenzaba a lanzarse contra la puerta del baño.
—Entonces supongo que me quedaré contigo hasta que decida manifestarse —dijo Saleh amablemente.
—No, no lo creo —dijo Billy, fulminándolo con la mirada.
Miré fijamente a Saleh, que me devolvió la mirada con sosiego. Suspiré y me di por vencida.
—¿Cuándo te moriste exactamente?
—El lunes por la mañana, alrededor de las diez.
Miré a Billy. De ninguna manera iba a volver a un apartamento lleno de asesinos de un cuerpo humano vulnerable.
—Necesito un poco de ayuda —dije urgentemente.
Mi cuerpo necesita un espíritu en casa para mantener la vida, pero nunca nadie me había dicho que tuviera que ser el mío. Alguien me había dicho que debía saber que no necesitaba a Billy para que cuidara mi cuerpo físico cuando mi espíritu hiciera una pequeña excursión. «Tan solo retrocede en el tiempo a la misma época que dejaste», me había dicho, indiferente, como si medir el tiempo fuera tan fácil. Ni que decir tiene que yo prefería mi solución.
—No me lo creo —murmuró Billy, mientras una de las bisagras se abría con un crujido. Le eché una mirada desesperada y él dijo una palabrota antes de meterse en mi piel.
—No te quedes mucho tiempo. Se imaginará que soy yo cuando no pueda hacer que salgamos de aquí.
—¿Qué es lo que está pasando? —preguntó Saleh.
—No puedo decirte lo que quieres saber, pero puedo mostrártelo. —Agité la mano por lo que quedaba de él y me transporté.
El baño se transformó a nuestro alrededor, a cuatro días antes. No había ningún sonido que procediera de detrás de la puerta, así que con cuidado metí mi cabeza insustancial a través de la madera y miré alrededor. La ausencia de sangre en las paredes bastó para saber que había llegado antes que los asesinos.
Saleh fluyó a través de la pared, con aspecto decidido. Lo seguí, buscando algo inusual. Como a alguien con un hacha enorme.
Saleh pasó por la pared de su habitación fácilmente, como si lo hiciera cada día. El genio estaba durmiendo en la cama. En vida hubiera tenido un aspecto bastante normal excepto por el color de su piel. No llevaba turbante, ni pendientes de oro y tampoco tenía el atuendo del Oriente Medio. En lugar de eso, tenía una mata de pelo castaño rizado, una perilla bien recortada y un chándal de los Lakers. También tenía una cabeza.
El reloj despertador que había en la mesa al lado de la cama marcaba las 9.34. Saleh y yo nos miramos el uno al otro, luego nos sentamos para observar. No tuvimos que esperar mucho.
A las 9.52, escuché el sonido de pies corriendo y el ruido de armas, cuando, presumiblemente, los guardaespaldas de Saleh se enfrentaron con los asesinos. Un momento más tarde, uno de ellos anduvo a tropezones hasta la puerta, antes de que un hacha que mágicamente se mantenía suspendida le cortara el brazo. Una espada empuñada por manos humanas le seccionó un momento más tarde, mientras la figura que estaba en la cama se despertó, pestañeó legañoso y comenzó a mirar a su alrededor. Antes de que pudiera ver algo con claridad, el segundo guardaespaldas estaba muerto y la cabeza de Saleh estaba jugando al baloncesto con la cesta de la ropa al otro lado de la habitación.
Apenas noté el horripilante desenlace final porque mis ojos se habían fijado con incredulidad en la figura que estaba de pie en la escena y que empuñaba la espada. Hubiera jadeado, pero parecía que no me funcionaban los pulmones, mi cuerpo se quedó repentinamente vacío de algo que se parecía al aire. Una desorientación repulsiva me golpeó y durante un momento, no pude moverme, no pude pensar. Parecía que el tiempo se había detenido mientras miraba fijamente, conmocionada, su cara, salpicada por la sangre de sus víctimas.
Alguna parte de mi cerebro notó que él parecía distinto. En lugar de una camiseta andrajosa y un abrigo marrón que parecía que había pasado por demasiadas batallas, su figura delgada estaba metida en unos vaqueros negros ajustados, una camisa a juego con botones hasta arriba y una lujosa chaqueta negra de piel. Era su aspecto común pero modernizado, como si de repente hubiera desarrollado el sentido del estilo. También parecía que se había peinado hacía poco y la barba de tres días en su mentón parecía más algo que estuviera de moda a que se hubiera olvidado de afeitarse.
Aunque su expresión era la alteración más radical. Lo había visto enfadado muchas más veces de las que pudiera contar, pero esa sucesión particular de características, como un pájaro cazador a punto de morder el cuello de su presa, era nueva. Miré dentro de unos ojos verdes familiares negándome completamente. Todo lo que podía pensar era: No me extraña que no quisiera traerme a ver a Saleh.
—¡No me lo puedo creer! —se quejó Saleh—. ¡Ni siquiera lo conozco!
Vimos como Pritkin limpiaba la espada llena de sangre en la esquina de las sábanas de Saleh antes de enfundarla en una vaina larga amarrada a su espalda. Salió aterrorizador y airoso, dando zancadas sin prisa. No miró atrás.
—Un tipo viene paseando hasta aquí, me corta en pedazos y yo, ¿ni siquiera lo conozco?
—Cálmate —le dije, sintiéndome mareada y débil—. Mantén la calma y la cabeza clara.
—¡No tengo cabeza! —protestó y se dirigió a la puerta.
—Tenemos un trato —le recordé.
—Tu libro está en París. —Saleh alzó lo que hubiera sido su hombro si es que lo hubiera tenido—. Inténtalo en el año 1793.
Lo miré fijamente.
—¿Qué? —Maldita sea. Debería haber sabido que no había sido ninguna coincidencia.
—Sí, un par de capullos magos oscuros se lo robaron a Merlín ese año y…
—Espera. —Miré al genio, preguntándome si lo había entendido—. Merlín vivió en… bueno, no lo sé exactamente, pero ¡no podía estar vivo en el siglo dieciocho!
—Él era parte íncubo, todo el mundo lo sabe —me informó malhumoradamente—. Y los demonios son inmortales. Ahora cállate si quieres que te lo cuente, porque si no, me voy.
Me callé.
—Así que, sí, estaba vivo en 1793 cuando los magos le robaron el Códice, quienes lo sacaron a subasta en una pequeña reunión el tres de octubre. Justo antes salieron volando de la ciudad para librarse de las ejecuciones y las hogueras y las multitudes y el medio demonio enfadado que iba tras ellos. Bueno, de todas maneras, vístete para impresionar y quizá puedas echarle un ojo antes de que lo vendan.
—Pero si planean venderlo, ¡estará vigilado! Tiene que haber un momento mejor…
—Merlín estaba vigilando el Códice hasta que los magos pusieron sobre él sus zarpas avariciosas y, créeme, pitia o no, seguro que no quieres experimentar lo mismo que él.
—Entonces, ¿qué me dices de más tarde? ¿Quién lo compró?
—Incluso si tuviera todo el día, no podría cubrir todos los rumores de adónde fue después de esa noche. De todas formas, a ti eso no te interesa, ya que si lo quieres antes de que los hechizos desaparecieran, tienes que llegar antes hasta él. Y ese momento es París, 1793 —dijo tajantemente—. Intenta que no te decapiten. Créeme, es una mierda.
Se volvió a dirigir al pasillo.
—Espera un minuto. ¿A dónde vas?
—¿A dónde crees? Tengo un trabajo que hacer.
—¡Saleh!
Se detuvo al lado de la puerta.
—Esto no tiene que ver contigo, nena. Gracias a ese hombre misterioso, vuelvo a ser incorpóreo. Se han echado a perder diez años de poder acumulado, así, sin más. —Intentó chasquear los dedos, pero la falta de manos le frustró. Hizo una mueca—. Cualquier venganza que se me pueda ocurrir está dentro de las normas, y créeme, puedo ser realmente inventivo.
Se marchó fluyendo y me dejó allí viendo tontamente cómo se iba. Bueno, al menos eso explicaba cómo había logrado dejar de ser un fantasma: no lo había hecho. El espíritu era el estado natural de Saleh. Tan solo había ahorrado el poder suficiente para formarse un cuerpo, lo mejor para girar y tratar con mortales, supuse. La pregunta es, ¿vine en su busca?
Dudaba si en su condición actual podría hacerle realmente algún daño a Pritkin. Los fantasmas, incluso los nuevos, tienen una fuente de poder limitada, una que se elimina muy deprisa con ataques a lo vivo. Saleh no era un fantasma, pero ya que había perdido la mayoría de su poder con su cabeza, dudaba que le fuera posible hacer mucho más. Aparte de las formidables protecciones de Pritkin y que probablemente estuviera bastante a salvo. Lástima que no se pudiera decir lo mismo de mí.
Si Saleh encontraba la manera de comunicarse con el mago, de acusarle o de recriminarle el crimen, se le podría escapar cómo había adquirido esa información, y eso sería fatal. Si Saleh ni siquiera lo conocía, parecía poco probable que Pritkin tuviera ninguna queja personal contra el genio, lo que significaba que la razón de matarlo era probablemente para evitar que me contara algo del Códice. Y si Pritkin no había vacilado en matar a Saleh para mantener el secreto a salvo, ¿por qué iba a ser yo distinta?
Al final, decidí que todo el asunto de Saleh era estúpido, ya que yo no sabía cómo acorralar a un genio que no quería irse. Finalmente me transporte de vuelta sola, y me encontré con Billy chillando dentro de mi cabeza:
—¡Métete en la bañera!
Cuando me quedé allí, intentando ponerme al día, salió de mi piel y me dio un empujón, justo en el centro del pecho. Normalmente Billy tenía problemas para mover incluso cosas pequeñas, pero había encontrado energía extra en algún sitio porque casi salgo disparada. Me fui tambaleando hacia atrás contra la bañera antigua con patas, perdí el equilibrio y me caí dentro. En ese mismo momento, la pared del pasillo voló hacia dentro en una explosión de yeso, madera y papel de pared caro.
Estaba echada entre los escombros, la cabeza me daba vueltas, mi visión se oscureció durante bastantes segundos confusos. La bañera había sido una antigüedad restaurada, con el cuerpo original de sólido hierro fundido. Me había salvado la vida, pero con la cabeza machacada y los pulmones cubiertos de polvo, tenía problemas para sentirme agradecida.
—¡Señorita Palmer! —La voz de Pritkin procedía del agujero donde solía estar la puerta—. ¿Estás bien?
No lo miré. No podía mirarlo.
—Sí. —Escupí sangre (me había mordido la lengua) y polvo del yeso—. Nunca he estado mejor.
Escalé por los escombros y me dirigí al lavabo, solo que parecía que ya no estaba allí. Aún había un agujero en la ventana del tamaño de un lavabo, así que cogí un camino peligroso a lo largo del baño destrozado y miré hacia afuera. La brisa fresca me distrajo tanto que tardé unos segundos en ver los restos de las tuberías ocho plantas más abajo, en medio de la Flamingo Road. Un conductor de taxi estaba de pie fuera del coche, observando la tremenda abolladura en su capó y mirando desconcertado. Miró hacia arriba y se encontró con mis ojos. Me agaché rápidamente y volví dentro. Este lugar estaba a punto de hacerse más popular de lo que yo quería.
Miré en el pasillo y vi a tres desconocidos magos de la guerra sentados con la espalda apoyada en la pared. Parecían molestos, a lo mejor porque los habían atado con cuerdas como a los pollos que están a punto de poner en un pincho. Puesto que sólo había tres, supuse que no habían contado con nosotros. Aunque parecía que me reconocían o, quizá, miraban así a todo el mundo en un principio.
—Podemos intentar un hechizo para la memoria —dijo Nick, refiriéndose a ellos de manera dudosa.
—No durará —discutió Pritkin—, no con su formación.
Miró a Nick, sus ojos se oscurecieron con preocupación.
—Parece que te acabas de unir abiertamente a la resistencia.
Parpadeé, pero no ayudó. La máscara era absolutamente perfecta. Había crecido alrededor de criaturas cuyas emociones a menudo se mostraban en el parpadeo más mínimo de una pestaña, en una fracción infinitesimal de pausa en la conversación. Había pensado que sabía cómo interpretar a las personas, pero incluso concentrándome en todo lo que tenía, no pude encontrar un fallo.
El impecable depredador letal que acababa de ver simplemente ya no estaba. En su lugar, había un hombre pálido, con aspecto cansado; el yeso cubría su piel y su ropa. Pritkin se pasó las manos por el pelo, húmedo de sudor debido al calor infernal que hacía en el apartamento y acartonado en mechones al más puro estilo punki. Por Io menos ahora tendrá que lavárselo, pensé con la mirada en blanco.
Pritkin se dio cuenta de que estaba allí y el roce de sus ojos fue suficiente para hacer que la piel me picara.
—¿Lo encontraste?
Tropecé y me caí fuertemente contra la pared. El corazón latía contra mis costillas, tan rápido y fuerte que podía sentir el pulso en el cuello.
—No. —Cerré los ojos como si estuviera agotada, porque Pritkin había demostrado en el pasado que podía leerlos demasiado fácil. Pero me sentí orgullosa de mi voz. Era la que había mejorado en la Corte, la que estaba diseñada incluso para no decirles nada en absoluto a los vampiros. Obligué a mi ritmo cardiaco a que fuera más despacio, incluso que mi respiración se estabilizara—. Parece que los genios son como los vampiros: no dejan fantasmas.
—Dijiste que habías encontrado algo. —Abrí los ojos y vi a Pritkin dirigiéndose hacia mí. Vale, quizá hubo un fallo, decidí. El modo de caminar era el mismo. Tenía la mortífera fluidez de un luchador, todo unido y predispuesto. Se detuvo demasiado cerca de mí, algo que me incomodaba, aquellos ojos verdes listos estaban buscando mi cara.
Es Tony de mal humor, me dije duramente, buscando a alguien a quien desangrar porque ha tenido un mal día. Tú no sientes nada, no tienes miedo, porque eso atrae su atención más que nada. Estás tranquila, distraída, serena. No sientes nada.
—Había una pista de fantasma en el baño, pero no era del genio —le dije de manera despreocupada—. Otra persona murió aquí ya hace tiempo.
—¿Estás segura de que estás bien? —Nick vino y se puso a mi lado. Sus ojos se posaron en mi vestido, que había pasado de un amanecer esperanzador a una noche nebulosa, con pequeños tentáculos blancos reptando por un escenario tenebroso.
—Sí, estoy bien —le dije firmemente—. El lavabo pasó de largo en su camino para destrozar un taxi.
Pritkin miró por encima de mi hombro el baño destruido y frunció el ceño.
—Tenemos que irnos. Aquí no hay nada para nosotros y las autoridades humanas llegarán pronto.
Me negué a tocarle la mano, así que enrosqué un puño en su abrigo que era de nuevo el antiguo marrón destrozado. Me pregunté dónde guardaba su ropa buena. Alargué la mano que me quedaba libre hacia Nick y me preparé para transportarnos de vuelta al Dante.
—Sí —coincidí. Mis ojos se centraron en Pritkin—. Aquí ya estamos todos listos.