Encontrar a Pritkin no fue difícil. Él y uno de sus amigos estaban donde se habían pasado la mayor parte de la semana: escondiéndose en uno de los almacenes en los niveles más bajos del Dante, memorizando tomos gigantes. Cuando abrí la puerta, levantó la vista de un volumen inmenso con la expresión atrapada de un animal cazado. Su pelo, que siempre desafiaba las leyes de la física, estaba colgando en desanimadas matas y una mancha roja decoraba su frente y una mejilla: cortesía de la encuadernación de piel desintegrada del libro. Me había dado la impresión de que investigar no era una de sus cosas preferidas. Quizá porque no podía vencer a los libros.
—¿Qué estas haciendo aquí? —preguntó.
—El espectáculo se canceló.
Nick miró hacia arriba desde la mitad de un círculo de libros, rollos de pergamino e, incongruentemente, un ordenador portátil. Parecía inofensivo, un pelirrojo con gafas con tantas pecas que casi parecía que estaba moreno, sus manos y sus pies eran demasiado grandes en comparación con el resto de su cuerpo, como un dogo alemán. Pero el desgarbado joven era realmente un mago y, ya que era amigo de Pritkin, probablemente era más peligroso de lo que parecía.
Se fijó en mi vestido, que se había decidido por una tarde gris lluviosa. Unas pocas flores de naranja aleatorias se esparcían por la seda intermitentemente, como si una ráfaga de viento se las hubiera llevado. Parecía un poco cansado.
—¿Algún motivo en particular?
—Está lloviendo.
Las cejas de Nick se juntaron.
—Creía que estabas desfilando en la sala de baile.
—Ranas —aclaré.
La pequeña criatura como una muñeca posada en una pila de libros en el codo de Nick finalmente se preocupó por reconocer mi presencia.
—¿Has dicho ranas?
—Sí, algo así como que aguaron la fiesta.
Nick miró a Pritkin, que suspiró.
—Vete. —Nick no necesitó que se lo dijera dos veces. Quizá también estaba cansado de investigar.
Su compañía diminuta puso los ojos en blanco y volvió a ignorarme con ostentación. La duendecilla, que se llamaba Radella era una coordinadora del rey de los duendes oscuros. Con «duendecilla», me refiero a una criatura enana con mal genio que incluso hacía que Pritkin pareciera diplomático y con «coordinadora» me refiero a una espía. Estaba aquí para hacer dos cosas: arrastrar de vuelta a Françoise a la esclavitud y asegurarse de que yo no iba a romper el trato que había hecho con su rey. Él también quería el Códice y se imaginaba que yo era la chica que se lo iba a conseguir. La duendecilla parecía que estaba empezando a tener sus dudas.
Ella no era la única. Acepté la propuesta del rey por muchas razones. Había estado en su territorio y bajo su control, así que decirle que no podría haber sido muy perjudicial. Había necesitado una pensión completa para un amigo, un vampiro llamado Tomas en el único sitio en donde incluso los largos brazos del Senado no pudieran llegar. Y el rey había prometido ayudarme a resolver el acertijo más grande de mi vida.
Tony siempre había intentado evitar decirme cualquier cosa sobre mis padres. Mi opinión era que había supuesto que me podría enfadar un poco cuando me enterara de la bomba que él había puesto en el coche para matarlos, y, de este modo, le permitiría mantener todos mis talentos para él. O a lo mejor él se había sentido un cabrón. A él siempre le había gustado mezclar el placer con los negocios.
Fue el mismo carácter vengativo el que le había llevado a decidir que simplemente matar a mi padre no era bastante. Había sido un empleado de Tony, uno de los humanos que mantenía por allí para arreglar las cosas a la luz del día, pero él se había negado a entregarme cuando se lo había ordenado. Y nunca nadie le había dicho que no al jefe, pero no lo castigó. Así que Tony pagó a un mago para que construyera una trampa mágica para el espíritu de mi padre, haciendo que continuara con su tormento en el más allá.
Algún día, esperaba atacar el trofeo de Tony en sus dedos fríos como la muerte, pero eso requería encontrarlo primero. Y mi último viaje al Reino de la Fantasía había probado que no estaba a la altura de los duendes. Sin la ayuda del rey oscuro, nunca llegaría a ningún sitio cerca del refugio que Tony había encontrado para esconderse. Y por alguna razón, el rey quería el Códice tanto como yo. Un hecho que me preocupaba bastante siempre que me ponía a pensar en eso.
—¿Qué le ha pasado a tu cuello? —preguntó Pritkin.
Mi mano se fue directamente a la bufanda que había atado sobre las marcas de los agujeros. Un borde de la venda que me había puesto sobre la herida sobresalía por encima de la gasa. Confiando en que Pritkin, típico de él, lo notara y comentara, le dije:
—Me corté afeitándome.
—Muy graciosa. ¿Qué pasó?
Dudé, intentando que se me ocurriera una buena mentira y Pritkin dijo resoplando:
—Mircea es lo que ha pasado.
Suspiré.
—¿Dónde está? —Pritkin ya se estaba poniendo de pie antes de que yo moviera la cabeza.
—Tranquilo. Yo fui hacia él, no al revés.
—¿Fuiste hacia él? ¿Por qué?
Mis dedos daban forma al polvo de una tapa de un libro que había al lado. La piel de abajo era vieja y se estaba pelando, y se parecía ligeramente a la piel de un reptil. Quité la mano y resistí el impuso de limpiármela en la falda.
—Me transporté accidentalmente.
—¿Cómo que accidentalmente?
—¡Porque está empeorando! —Intenté leer sus notas garabateadas, pero estaban en un idioma que no conocía—. ¿Has conseguido algo?
—No. —Vio mi expresión—. Te dije que esto podría llevar algún tiempo.
—¿Y qué se supone que tengo que hacer yo mientras tanto? Estoy harta de servir mesas y de hacer el trabajo de sustitución para Casanova. ¡Algunos días me siento como si me estuviera volviendo loca!
—¿Loca? —murmuró la duendecilla.
Pritkin estaba mirando fijamente las pilas de libros como si acabaran de insultar a su madre. Finalmente sacó uno enorme azul de la parte de abajo del montón.
—No corres ningún peligro inmediato siempre y cuando no tengas más accidentes en los que Mircea esté involucrado.
—¿Y qué pasa con él? —le pregunté—. Está empeorando.
—Es un vampiro maestro. Puede con ello.
En lugar de responder, alargué la mano por la mesa para quitar la tapa del pequeño tarro blanco al lado del codo de Pritkin y miré dentro intencionadamente. La pulgada de líquido que contenía era débilmente verde, con un aroma floral agradable. Crisantemo, supuse. Levanté la vista y lo vi fulminándome con la mirada.
—No te creas que no sé que fuiste tú.
Había hecho que Miranda sustituyera el sirope negro que él llamaba café por algo más orgánico desde hacía dos días, después de la última vez que se colocó de cafeína y me echó una bronca. Estaba bastante segura de que él estaba engañándome, pero no se lo pregunté. La verdad es que no pensaba que pudiera sobrevivir sin su dosis diaria, o, para ser más exacta, que nadie lo podría reanimar sin ella.
—Eres el mejor argumento para el descafeinado que he visto nunca —le dije—. Y, siendo honesta, ¿no te parece extraño comer brotes de soja y tofu, y beber doce tazas de café al día?
—Mi récord está en seis.
—Y yo que pensaba que a vosotros, los de Brist, os gustaba el té. Pero quizá el agua sería…
Apartó el jarro a un lado.
—¡Lo necesito!
Lo miré mejor y decidí que podría tener razón. Podría haber tenido una charla con la ducha hacía poco, pero no debió de ser muy larga. Tenía los ojos rojos y cuando movía la cabeza justo ala derecha, la luz mostraba una capa fina de barba rubia y pelirroja en sus pómulos y barbilla, sumado a una camiseta y unos vaqueros con los que parecía que había dormido, y tenía un aspecto tosco.
—Necesitas dormir algo —me escuché decir—. Estás hecho un asco.
—¿Y quién se encargará de esto entonces?
—Nick y yo. —Pritkin me lanzó una mirada que se me pusieron los pelos de punta—. No soy una investigadora formada, pero tiene que haber algo que pueda hacer.
—Sí, ¡puedes traerme un maldito café!
Me dije a mí misma que tirarle algo a la cabeza, aunque bien se lo merecía, no mejoraría las cosas. De todas formas, seguramente lo hubiera esquivado,
—Los vampiros han escuchado un rumor de que los magos oscuros podrían tener el Códice.
—¡Oh! ¡Me ayuda mucho! ¿Te lo dijo Mircea antes o después de que casi te desangrara?
—Me lo dijo Rafe.
—Está bien saber que estás al día con la familia.
—¿Cuál es tu problema?
Pritkin me ignoró.
—Me imagino que Rafe no tiene la dirección, ¿no?
—No, pero puede tener alguna idea.
—Los magos oscuros nunca se quedan en un sitio mucho tiempo. Si encontrarlos fuera fácil, ¡ya los hubiéramos destruido!
—Tiene que haber rumores.
—Siempre los hay. Y para cuando el Cuerpo los escucha y envía un equipo, los oscuros ya hace tiempo que se han ido, y a menudo nos dejan una sorpresa horrible.
El Cuerpo era el término oficial de los magos de la guerra, el brazo de ejecución del Círculo Plateado, que tendía a ser mucho más fanático con sus trabajos que la policía humana. Realmente tenían licencia para matar y ellos la ponían en práctica. No quería tratar con ningún grupo que normalmente hiciera hacer quedar mal al Cuerpo. Pero si ellos tenían el Códice, no tenía otra alternativa.
—No vas a encontrarlos en libros antiguos llenos de polvo —le señalé—. ¿Qué es lo que estás haciendo aquí abajo?
La duendecilla hojeó una página en uno de los grandes volúmenes. Tuvo que poner sus pies y utilizar las dos manos para poder hacerlo.
—Te lo explicaríamos —jadeó—, pero requiere palabras de más de una sílaba.
—Estamos intentando encontrar una solución a ese geis tuyo —contestó Pritkin.
—¿Haciendo el qué?
—Intentando crear un hechizo que pueda romperlo. —Ni siquiera me estaba mirando cuando lo dijo, pero ya se había dado la vuelta para examinar otro pasaje arcano.
Me recordé a mí misma duramente que Pritkin era un amigo. Era más fácil pensar en él de esa manera que estar continuamente frustrada por el hecho de que no se me permitía matarlo.
—Ya sabemos dónde está el contrahechizo. ¡Está en el Códice!
—Por si no te acuerdas, el geis se duplicó —dijo Pritkin bruscamente.
—Entonces, ¡podemos lanzarlo dos veces!
—La magia no funciona de esa manera. ¿Te acuerdas de lo que te pasó cuando retrocediste en el tiempo y te encontraste con Mircea cuando aún no tenía el geis?
—Saltó desde mí hasta él —dije impacientemente. Pritkin no tenía ninguna necesidad de preguntarle, teniendo en cuenta que él había estado allí en ese momento.
—Duplicando el hechizo y estableciendo el ciclo de retroalimentación que tú tienes ahora.
—Sí, pero con el contrahechizo…
—Actúas como si aún hubiera dos hechizos distintos, ¡cuando eso no es para nada cierto! —dijo con voz seca.
—No entiendo. —Mantuve la compostura porque era extraño que pudiera hablar con él de todo esto y yo quería respuestas.
—El geis se diseñó para que fuera adaptable. Esa era su principal fuerza, pero la adaptabilidad también lo hizo demasiado inestable para la mayoría de los usos. A menudo se cambió del hechizo original a algo nuevo con el tiempo, adaptándose para cubrir las necesidades, o lo que percibía como necesidades del ángulo de avance.
—Por lo que dices parece que puede pensar.
—No más de lo que puede un programa de ordenador. Pero como un programa sofisticado, se adapta a la nueva entrada de datos.
—¿Cómo cuál?
Los ojos de Pritkin se fijaron serenamente en los míos.
—El hechizo en sí mismo es lógico. Lo que su diseñador no tuvo en cuenta es que la mayoría de las personas no lo son. A menudo están confundidas por lo que quieren en realidad, y el hechizo no diferencia entre pensamientos ocultos, deseos subconscientes o deseos reconocidos.
—¿Qué estás diciendo? ¿Qué estoy atrapada en esto porque quiero estarlo?
—Quizá no ahora, pero…
—¡No quiero que Mircea se muera!
—Sí, pero ese no era el propósito del hechizo, ¿no? Se diseñó para unir a dos personas.
Me quedé mirándolo fijamente, horrorizada. ¿Fue eso por lo que el hechizo había saltado de mí hacia Mircea en el pasado, porque yo lo deseaba secretamente? Si no me sintiera tan atraída hacía él, o si tuviera más con trol sobre mi; ¿se podría haber evitado todo esto?
—Y ha estado sin supervisar durante más de un siglo, indudablemente creciendo y cambiando todo el rato. —Pritkin siguió de forma despiadada—. Es muy probable que estés buscando el contrahechizo para un hechizo que ya no existe.
Lo miré fijamente, sintiendo cómo el pánico me llegaba hasta la garganta, oscuro y amargo. Estar bajo el dedo pulgar de Tony la mayoría de mi vida me había enseñado a no intentar controlar mi entorno; en lugar de eso, había controlado la única cosa que podía: a mí misma. La idea de que me quitaran esa última pequeña libertad me asustaba en más niveles de los que yo pensaba que tenía.
—Dices que el contrahechizo no funcionará.
—Tú cambiaste los parámetros del geis cuando lo duplicaste —repitió Pritkin—. A lo mejor se ha convertido en algo y el contrahechizo no está diseñado para tratar con ese algo. Y si es así, encontrar el Códice no te hará ningún bien.
No contesté durante un buen momento, tan solo miré fijamente los ojos verdes claros fijados en los míos con osadía. Lo que él estaba diciendo sonaba alarmantemente convincente, pero ¿cómo sabía que estaba diciendo la verdad? ¿Cómo podía estar segura de que esto no era un intento para persuadirme de que dejara de buscar algo que, para empezar, él no quería que encontrara? Era difícil creerle cuando tenía a otra autoridad diciéndome exactamente lo contrario, asegurándome que el Códice lo arreglaría todo y haría que encontrara mi primer cargo oficial.
—¿No te vale eso? —La duendecilla se movía rápidamente enfrente de mí, su pequeña cara se había puesto furiosa—. ¡No dejaré que mi rey te mate!
Una imagen del lirón de Alicia en el país de las maravillas de repente pasó rápidamente por mi mente. Miré la tetera con ansia, preguntándome si cabría dentro. A lo mejor, si empujaba…
—¡No he olvidado nuestro trato! —le dije de modo cortante—. ¡Y no respondo bien a las amenazas!
—¡Y yo no las hago! Tú hiciste un trato con él, humana. ¡Es mejor que no sepas lo que te hará silo rompes!
Miré a Pritkin, que estaba extrañamente callado, y vi que había vuelto a su investigación. Aparentemente, los pensamientos de mi posible muerte en manos del rey de los duendes no eran suficientes como para llamar su atención. Di un golpe fuerte con la mano en lo alto de la mesa y vi cómo saltó.
—La Cónsul ya tiene a todas las autoridades mágicas en el libro, ¡trabajando para intentar encontrar una solución a todo esto! ¿Por qué piensas que tú tendrás más suerte?
—Porque tengo que tenerla.
—¡Esa no es una respuesta! —Tan solo me miró—. Maldita sea Pritkin, ¡ahora soy pitia! ¡No puedo hacer mi trabajo si tú sigues decidiendo lo que necesito y no necesito saber!
—Si eres pitia, entonces actúa como tal.
—Lo estoy intentando, y no creo que eso implique esperar al destino ¡para que me vuelva a dar otra patada en el culo! ¡Quiero hacer algo!
El enorme volumen en el que él había estado trabajando de repente dio un salto hacia arriba y se arrojó contra la puerta, dejando una mancha azul polvorienta donde había golpeado. Antes de que pudiera comentar exactamente lo inútil que resultaban esos gestos infantiles, la puerta se abrió y se asomó una cabeza rojiza. Parecía que Nick pensaba que estaría más seguro en el barullo de las escaleras.
Entró con cuidado, empujando un carro de servicio de habitaciones y bordeando el libro que estaba puesto al revés.
—Se ha parado. Pero tiene que haber unos dos mil. —Su voz era casi de admiración.
—¿Qué lo causó? —preguntó Pritkin.
—La mejor suposición de Augustine es que uno de sus competidores está intentando que llueva en su desfile.
Me estremecí con el juego de palabras, pero Pritkin sólo parecía más serio.
—Va a haber más cosas de este tipo con el Cuerpo preocupado por la guerra.
—¿Qué tipo de cosas? —pregunté.
—Magos con sed de venganza decidiendo tomar cartas en el asunto —explicó Nick.
—El Cuerpo no puede enfrentarse a la guerra y vigilar al mismo tiempo a cada uno de los magos agraviados —acabó Pritkin con gravedad—. ¿Y qué es todo esto?
—El almuerzo. Cuando volvía, me encontré con un camarero por el camino con el carrito. —Nick comenzó a elegir entre los sándwiches, fruta y las galletas—. ¿Quieres algo Cassie? Hay mucho aquí.
—La verdad es que no tengo hambre.
—Comerá —dijo Pritkin de manera concisa.
—Dije que…
—Si te mueres de hambre, eso dañaría mi reputación profesional.
—Como bastante.
—No obstante, lo mismo no tendría validez, si yo te estrangulara comprensiblemente irritado.
—Comeré un sándwich —le dije a Nick—. Sin carne.
Venía con una ensalada de huevo que parecía buena y me la dio junto con un zumo de manzana. Lo miré pensativamente. A diferencia de su amigo, él aún era un miembro con buena reputación en el Círculo. Él podría ser capaz de averiguar algo sobre Tami, suponiendo que era el Plateado el que la tenía. Por otra parte, no conocía su opinión acerca de todo el debate mágico. Podría verlos con la misma falta de interés que todo el mundo parecía tener y pensar que ella no merecía la pena para hacerle unas preguntas. Pero no se puso nada sobre la mesa…
—Ya que ella te cobijó hace siete años, me imagino que no es una adolescente, ¿no? —preguntó después de que hubiera esbozado el problema.
—Tenía veintitantos cuando la conocí, lo que hace que ahora esté en mitad de los treinta. ¿Por qué?
—Entonces es demasiado mayor para los más hambrientos —dijo Nick, dando un mordisco a algo que yo esperaba que fuera pollo—. Ellos no desperdiciarían su tiempo, especialmente si ella es débil.
Pritkin pudo ver mi expresión.
—Está hablando de personas que hacen bombas neutralizadoras.
Nick asintió con la cabeza.
—Eso es cuando…
—Sé lo que son —dije aturdida. Las bombas estaban altamente valoradas, ya que concentraban el efecto usual de una neutralizadora, deteniendo toda la magia en un área por un periodo de tiempo, incluyendo la mía. Me había enterado de eso hacía poco, ya que Tami nunca había tocado ese tema. No era demasiado sorprendente, teniendo en cuenta que el proceso que se requería para hacer una bomba acaba de manera drástica con la fuerza de la vida de los neutralizadores y, por lo tanto, los mata.
—No te preocupes —dijo Nick, untando mostaza o lo que fuera—. Como la mayoría de los magos, los neutralizadores obtienen su poder completo cuando llegan a la pubertad, haciéndose más fuertes que nunca. A los buscadores de información les gusta obtenerlos tan pronto como sea posible a partir de entonces, para maximizar la cantidad de fuerza de vida que ellos tienen que dar. Tu amiga no les interesaría.
—Entonces, ¿por qué la quiere el Círculo?
Se encogió de hombros.
—Ni idea; al menos que ella tenga conocimiento de información importante de algún tipo.
Sacudí la cabeza.
—Tami no sabe nada de eso.
—Pero conoce a alguien —señaló Pritkin. Suspiró cuando vio mi mirada desconcertada—. El Círculo no sabe dónde estás; el hecho de que estén ansiosos y que ofrezcan una recompensa por tu cabeza ya dice bastante. A lo mejor están intentando engañarte con un señuelo para que vayas hacia ellos.
—¿Crees que la cogieron por mí? —El sándwich que al principio no había estado muy rico, de repente no me supo a nada.
—Es posible —coincidió Nick, apoyando la sugerencia de su amigo—. La mitad del Consejo estaba presente cuando tú apareciste, regañaste a la Cónsul, sedujiste a Mircea y te llevaste a Tomas justo delante de sus narices.
—¡No fue así como pasó! —dije, horrorizada. Y no había sido así. La Cónsul estaba torturando a un amigo mío para que muriera y yo hice un intento desesperado de rescatarlo. Había funcionado, un hecho que aún me asombraba, pero por un momento, había estado en grave peligro, sin mencionar que también había estado aterrorizada.
Nick se encogió de hombros.
—Bueno, esa es la historia que se cuenta por ahí.
—Si están intentando persuadirte para que intentes otro rescate temerario, necesitarían encontrar a alguien por quien tú pensaras que merece la pena el esfuerzo —señaló Pritkin—. Pero Tomas sigue en el Reino de la Fantasía y por lo tanto es inalcanzable. Tus padres, como ya se sabe, han fallecido y tus amigos de la infancia son vampiros protegidos por el Senado. —Se quedó pensando un momento—. O fantasmas. Pero incluso el Círculo no puede hacer daño a los muertos.
Me quedé de pie allí durante un minuto, pestañeando de manera estúpida. ¿Que decía eso de mi vida, cuando incluso mis enemigos tenían problemas para encontrar a alguien cercano a mí? No había visto a Tami en siete años. ¿De verdad había pasado tanto tiempo desde que había tenido una amiga lo bastante vulnerable para actuar de rehén en el destino? Supongo que era así, excepto por Tomas, y eso era cualquier cosa menos un pensamiento reconfortante. Recordaba claramente el giro repulsivo en mi estómago cuando me había dado cuenta de por qué él había sido programado para esa muerte tan horrible y humillante, quizá porque yo estaba volviendo a experimentar todo eso de nuevo.
El Senado tenía muchas razones para querer a Tomas muerto, pero la ejecución se había convertido en un espectáculo público principalmente con la esperanza de que yo fuera tras él. Y lo había hecho, justo en el medio de la sala, la mitad eran aliados del Círculo Plateado, quienes habían estado prestando atención aparentemente a la lección. ¿Habían empezado inmediatamente a buscar un sustituto para Tomas? ¿Había sentenciado a Tami el momento en que lo liberé?
—¿Podrías averiguar si el Círculo la tiene? —le pregunté a Nick.
—Puedo intentarlo —dijo lentamente; aparentemente se estaba dando cuenta de que esto podría ser un asunto delicado—. Pero si quieren que tú vayas a por ella, seguramente publicarán el hecho de que la tienen.
—No necesariamente.
—Pero…
—No obtuve ningún memorando sobre Tomas, si es que lo mandaron. Sólo me tropecé con él por casualidad, después de que la ejecución ya hubiera comenzado. —Él había seguido estando vivo porque era un vampiro y no era fácil de matar. Tami no tenía esa ventaja.
—Sea lo que sea —dijo Nick seriamente—, se le dio al Consejo una lista directa del tipo de poder que ejerce la pitia. Probablemente no van a olvidarlo. Si te están tendiendo una trampa, tomarán precauciones, lo que haría cualquier intento de rescate extremadamente…
—Tú no vas a ir a rescatarla. —Ese, por supuesto, era Pritkin.
—No sin tener ninguna idea de dónde está —coincidí. Cuando había ido tras Tomas, el Senado había explotado una bomba neutralizadora, así que no solo no pude transportarme, lo cogí y nos fuimos. Era una buena suposición que el Círculo tuviera su propio escondite de cosas perversas, esperando a asegurar que cualquier intento de rescate que hiciera acabara conmigo siendo la que necesitara el rescate. Si iba a hacer esto, necesitaba un plan. Y para hacer uno, necesitaba saber dónde estaba.
—Haré lo que pueda —prometió Nick—. Pero acerca del Códice, aún digo que debemos comprobarlo con Saleh.
—¿Quién es Saleh? —pregunté, intentando que mi voz no sonase desesperada.
—¡Es demasiado arriesgado! —La mirada que Pritkin le envió a Nick hubiera derretido el vidrio.
—Soy pitia —le recordé—. Respirar es arriesgado.
—Saleh trafica con información. Información esotérica, difícil de obtener, muy valiosa —me informó Nick, a pesar de la cara inmóvil y firme de Pritkin—. El problema es el precio.
—Yo puedo traer el dinero —dije, pensando en Billy, en las rueda de la fortuna y en los grandes sobornos.
—Él no trafica con dinero —dijo Pritkin con voz seca, sin dejar acabar a Nick de hablar—. Sólo con favores, ¡y tú no querrás arriesgarte a deberle uno!
—¡Eso lo decidiré yo!
—Al menos podríamos hablar con él —se ofreció Nick dócilmente. Continué esperando a que su actitud modesta se le pegara a su amigo, pero hasta ahora no había habido suerte.
—Si él sabe algo, yo lo sabré —dijo la duendecilla, manoseando su pequeña espada. Hubiera sonado cómico, si no fuera porque yo ya había visto lo que podía hacer con ella.
Nick sacudió la cabeza.
—Si lo hacemos enfadar, nunca más podremos obtener nada de él.
—Cuantos menos vayamos, mejor —añadí—. A la mayoría de la gente no le gusta hablar delante de una multitud. —Especialmente si uno de ellos le pone una espada en la cara.
Pritkin parecía que estaba a punto de explotar.
—¿No habéis escuchado nada de lo que os he dicho? Probablemente el Códice es inútil para tus propósitos ¡y no te voy a llevar cerca de ese pedazo de escoria!
—No me tienes que llevar a ningún sitio —le dije impaciente—. Iré yo misma.
—Tú no vas a ir —sonaba definitivo.
—Ya sé cómo se llama —señalé—. ¿Crees que será muy difícil que Billy lo localice?
—¿Te haces una idea de lo que te puede pedir? Intentará engañarte.
—Entonces estaría bien que estemos todos para asegurarnos de que no lo hace —dijo Nick sin ninguna pega. Levantó una ceja color arena hacia mí—. Si permites la escolta.
Vi que la cara de Pritkin se estaba poniendo púrpura y que suspiró. Hasta que no tuviera formación en defensa, era necesario que tuviera un guardaespaldas o dos. Además, no sabía cómo deshacerme de él. Vale, incluso sabiendo que seguramente me arrepentiría.
Por supuesto, yo tenía razón.