Me desperté en una cama desconocida en una habitación lujosa pintada de un azul claro pero apagado. Las cortinas estaban fuertemente cerradas, así que me imaginé que fuera era de día, porque había un vampiro sentado a mi lado.
—Te diste contra la pared —dijo Sal, levantando la vista mientras se limaba las uñas—. Fue realmente vergonzoso.
Me puse derecha e inmediatamente me arrepentí. Me dolía todo.
—No fue así.
—Sí, sí que lo fue. ¡Plaf! Y te desmayaste, y no es que precisamente la tuvieras muy cerca.
Me toqué la cabeza y, sin duda, había una herida grande y gruesa.
—Me siento como una mierda.
—Tienes un aspecto aún peor. El lado bueno es que ganamos la batalla. Y lo que hiciste con esos dos magos estuvo muy bien.
—¿Qué es lo que estás diciendo? ¿Que gané?
—Sí, más o menos. —Puso algo duro y frío sobre mi pecho—. Una niña pequeña dejó esto aquí para ti. Me dijo que te dijera que tu collar está hechizado.
Cerré el puño con ese peso familiar dentro y sentí la corta chispa de energía que me decía que Billy estaba por allí, absorbiendo energía.
—Lo sé —le dije llena de lágrimas—. ¿Entonces, todos los niños están bien?
—Supongo. —Sal hizo una mueca—. Parece que hay un montón de niños por aquí
—¿Y Françoise, Radella y…?
—Oye, ¿qué te crees que soy? ¿Las noticias de las tres? Pregúntale al mago si quieres saber algo.
—¡Pritkin! ¿Cómo está…?
—Está bien. Después de que tú te cayeras en picado, la Cónsul envió a Marlowe para que fueras a buscarlo. Resulta que no le hizo falta ayuda. Ya había matado a aquel tipo.
Tragué saliva y me eché hacia atrás. Nick. Se refería a Nick. Y Pritkin había tenido que matarlo porque yo había sido lo bastante estúpida como para darle a Nick las respuestas a todos sus sueños. O, al menos, seguramente él pensaba que era así. Recordé su cara cuando me había dicho que el Códice era la clave para el máximo poder. Una pena que no hubiera entendido que el poder no venía hacia nosotros.
—Necesito verlo —le dije a Sal.
—Bien. —Se levantó y se estiró. Y su mono me dijo que era una maldita pesada en letras grandes púrpuras—. Porque la verdad es que me está empezando a poner de muy mala leche.
—¿Está aquí?
Sal puso los ojos en blanco.
—¡Claro! Y no sé cómo puedes aguantarlo.
—Al final te acaba gustando.
—Oh, oh. —No parecía convencida—. ¡Ah! Y otra cosa. —Le dio un golpecito con una uña muy larga a una caja negra que había al lado de la cama—. La Cónsul dejó esto para ti. Y está empezando a irritarse.
Casi le pregunté lo que era antes de que me acordara: Mircea. Sal tenía razón. Aún no estaba lista. Probablemente hubiéramos ganado la batalla, pero aún tenía que luchar mi guerra personal.
Asentí con la cabeza y Sal se fue, o intentó irse. Apenas había abierto la puerta, se encontró a Pritkin irrumpiendo en la habitación. No parecía que se hubiera bañado ni cambiado, pero, de nuevo, su pelo era una entidad independiente.
—¡Me dijeron que lo destruiste!
—Estoy bien —dije, comprobando debajo de la manta que llevaba algo puesto. Y sí, era así, pero era una camiseta y los pantalones de un chándal, no el vestido de noche destrozado. Volví a ponerme derecha—. Gracias por preguntar.
Pritkin hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
—Hablé con el médico que te atendió antes. Sabía que estabas bien. ¿Lo destruiste?
—Sí.
—¿Completamente?
Suspiré.
—No, dejé los pedacitos más importantes. Sí, ¡completamente! No quedaba mucho más que ceniza después de que Jesse le prendiera fuego. Relájate. Ya se acabó.
—Nunca se acabará. Podría volver otra pitia, encontrarlo de nuevo…
Me eché a reír, pero paré porque me dolía.
—Claro, ¡ha sido tan fácil…!
—Podría pasar —dijo con tozudez.
—Y todo lo que puedo decir es que le deseo mucha suerte a la pitia. La necesitará. —Lo miré de una manera más seria—. Me gustaría hacerte una pregunta y me gustaría que fueras sincero para variar.
—Quieres saber por qué oculté la verdad.
—Esa sería una de ellas. ¿Por qué no me dijiste simplemente lo que estaba pasando?
Me miró incrédulo.
—¿Qué razones tenía para suponer que elegirías ponerte del lado del Círculo en lugar del de Apolo? Él podría haberte dado todo: seguridad, el conocimiento que tú necesitas acerca de tu poder, salud… mientras que el Círculo…
—Ha estado intentando matarme con todas sus fuerzas. —Me llevó un momento procesar esa información. No me gustaba admitirlo, pero podía entender sus argumentos. Con tanto en juego, incluso si él hubiera querido matarme, no se podría haber arriesgado. No estaba segura si él correría ese riesgo.
—Temían lo que una pitia inexperta podía hacer —continuó—, teniendo en cuenta lo que Myra ya había hecho. Fue educada sabiendo lo peligrosa que era esa criatura, la advirtieron de eso, aunque ella obedecía sus órdenes. Como muchos otros hubieran hecho.
—Eso explica todo —coincidí—. He estado preguntándome por qué Tony, que define bastante bien la paranoia, se uniría a una rebelión peligrosa. Pero supongo que no pensó que sería demasiado arriesgado con un dios de su parte.
—Eso fue lo que el Círculo supuso que tú pensarías. Y cuando sus intentos para eliminarte fallaron, estuvieron incluso más seguros de que tú te pondrías contra ellos tan pronto como te dieras cuenta de que tenías un aliado así. —Me miró con curiosidad—. Para serte sincero, no estoy del todo seguro de por qué no lo hiciste.
Le lancé una mirada.
—He leído las antiguas leyendas, bueno, al menos parte de ellas. Es bastante para suponer cómo serían las cosas con su grupo otra vez aquí.
—¿Eso es todo? —Pritkin parecía escéptico—. Porque tú hubieras sido su preferida, su consentida, una…
—Esclava —acabé a secas—. Hubiera sido su esclava. —Ya había tenido un maestro y eso había sido más que suficiente—. Dije que nadie volvería a controlarme nunca más como Tony lo hizo. Y lo dije en serio.
Pritkin apretó la mandíbula.
—Ese tipo de poder sería muy atractivo para muchos otros, independientemente del precio que tuvieran que pagar por él.
—Siento lo de Nick, le dije, sabiendo lo que tenía que estar pensando.
No hizo nada, pero sus ojos se oscurecieron.
—Fue necesario —dijo con sequedad—. Él había visto el hechizo; se lo podría haber dicho a los demás.
—Él se lo hubiera dicho a los demás. Se pasó media hora contándome lo que no estaba bien en el Círculo, diciéndome que era un gran desastre burocrático que simplemente necesitaba una mano firme que lo enderezara. Me imagino que se refería a su mano.
—Estaba sacándote información, intentando descubrir si tú apoyarías su puesto.
—Sí, pero no pareció alegrarse mucho cuando me reí de él.
Pritkin me observó durante un largo momento.
—Eres una persona muy poco corriente… Lady Cassandra.
Parpadeé, segura durante un momento de que no había escuchado bien.
—¿Qué me has llamado?
—Creo que has escogido un nuevo título en el reinado.
—Sí, ¿pero desde cuándo lo utilizas?
—Desde que te lo has ganado.
—Junto con un montón de enemigos. —Ahora mi lista de problemas incluía a un señor de los demonios enfadado, al rey de los duendes oscuros que seguía esperando impacientemente el Códice y a un dios enojado. Para evitar que el último de estos volviera a convertir la raza humana en su juguete, tenía que proteger el Círculo Plateado de la aniquilación, aunque se estuvieran enfrentando a una guerra con sus aliados y aun ellos mismos me quisieran muerta. Y, ¡ah, sí! Estaba en el último sitio donde quería estar, aliada con el Senado en medio de la lucha.
—Un riesgo del oficio. —Pritkin se encogió de hombros—. Hubo muchos que no se preocuparon de Lady Phemonoe.
Sí, como los que la habían asesinado.
—Una vez me dijo que o bien sería la mejor de nosotras o bien la peor —admití—. No supe lo que quiso decir durante mucho tiempo, pero creo que ahora lo sé: mi reinado verá el puesto finalmente bajo el control de la pitia en lugar de bajo el control del Círculo o algún otro ser antiguo, o me verá a mí y a todos los demás, convirtiéndonos en esclavos de esa criatura.
—Eso no ocurrirá.
Casi le señalo que había estado muy cerca de ocurrir, pero no me apetecía que empezáramos a pelearnos.
—Lo que en cierta forma nos lleva a otra cosa que quería preguntarte —le dije en lugar de eso—. El Círculo ahora mantiene el hechizo del uróburo, ¿verdad?
—Sí. El poder se extrae del Círculo de manera colectiva, ya que no hay ninguna posibilidad de que ningún mago solo pueda obtener una cosa así.
Eso era lo que me había estado temiendo.
—Vale, así que ¿cuántos golpes le quedan exactamente al Círculo antes de que ya no puedan seguir manteniendo el hechizo?
—No lo sé.
—Una estimación.
—No puedo. Todo lo que puedo decirte es que cuando se hizo el hechizo, el Círculo era considerablemente más pequeño de lo que es ahora. Es de suponer que tenemos algo de margen antes de que se alcance un punto de crisis. Pero cuando la guerra se caliente, habrá víctimas. Y cada pérdida se hará de manera progresiva más peligrosa.
—Porque podría ser la que haga volver a los antiguos dioses.
—¡No son dioses! Son fuertes, pero sobre todo porque su magia es tan distinta a la nuestra que es difícil de contraatacar. ¡Y sin duda alguna, no hay nada de divino en su comportamiento! Seres mezquinos, arrogantes y crueles sin un ápice de…
—Lo que yo digo —dije, levantando la voz— es que si el Círculo se debilita demasiado, el hechizo se rompe. Entonces, ¿cómo podemos evitar que eso ocurra? Es un poco difícil salvar las vidas de un grupo de gente ¡que aún están intentando matarme!
Pritkin se pasó una mano por el pelo agitadamente.
—¡Soy muy consciente de eso! Tenemos que lograr algún tipo de acercamiento. Si seguimos luchando contra nosotros mismos, nuestros enemigos tendrán una ventaja definitiva.
—E incluso si ganamos la guerra, si el Círculo se debilita lo basta como para que el hechizo se rompa…
—Entonces habremos perdido de todas formas. —Pritkin acabó la frase por mí con gravedad.
—¿Cómo sugerirías que comenzáramos? El Círculo me odia.
—No lo sé. Con su líder actual… No lo sé —repitió—. No será fácil. Pero sobre todo, tienes que demostrarles que no eres una marioneta de los vampiros. Ya sé que ese no es el caso —dijo, anticipándose a mi protesta—, pero es lo que parece. Vives aquí, rodeada de vampiros, llevas la marca de Mircea, estás unida a él por el geis…
—Acerca de esto último; me imagino que me vas a ayudar a romperlo, ¿no?
Hubo un alboroto en la parte de afuera, luego la puerta se abrió de un portazo y Casanova entró corriendo. Intentó quitarse las manos de Sal de encima.
—¡Suéltame, mujer!
—¿Qué más he hecho? —preguntó Pritkin incrédulo—. ¿Qué más quieres que haga?
Casanova me miró.
—¿Ya te encuentras mejor, eh? —No parecía preocupado. Sonaba más bien enfadado.
—No, la verdad es que no. —Miré a Pritkin—. Pues que lances el hechizo.
—Bien —castañeteó Casanova—, porque gracias a ti, ¡yo tampoco estoy mejor!
—¿Qué hechizo? —preguntó Pritkin confuso.
—¡El que elimina el geis! —le dije impacientemente—. Tenía que destruir el Códice, ¿no te acuerdas? Yo no lo tengo, pero tú sí, así que no importa.
—¿Estás prestando atención? —preguntó Casanova.
—Quizá cuando dejes de insultarme, pensaré en ello —le dije.
—Porque Françoise no hará nada con esas mujeres y la duendecilla no hará nada por nadie hasta que no consiga una runa de la que no para de hablar con entusiasmo y ¡alguien tiene que hacer algo!
—¿Qué mujeres?
—Eso ya lo hemos intentado —dijo Pritkin, comenzando a parecer muy preocupado.
—¡Las Grayas! —dijo Casanova, alzando las manos—. Ayudaron a Françoise a sacar a los niños de aquí; yo personalmente creo que simplemente les gusta matar a los demonios o a cualquier cosa que se quede quieta el tiempo suficiente, y ahora ella ni siquiera intenta atraparlas. ¡Ahora mismo están las tres en la parte de abajo! ¡Juntas! Si te das prisa…
—¿Intentado el qué? —le pregunté a Pritkin.
—El contrahechizo. Te lo lancé en Francia. Dos veces.
Lo miré fijamente, me olvidé por un momento de Casanova.
—Eso fue una farsa. No funcionó.
—No funcionó —coincidió—, pero no fue ninguna farsa.
—¿Qué estás diciendo?
—¡Te estoy diciendo que ahora mismo están las tres juntas! —dijo Casanova iracundo—. ¿Quién sabe cuándo vamos a volver a tener esta oportunidad? ¡Levántate y baja y haz que esa bruja entre en razón!
Miré fijamente a Pritkin.
—Tiene que funcionar. ¡Ya hemos probado con todo lo demás!
Él simplemente sacudió la cabeza.
—Te lo lancé no sólo en Francia, sino también aquí, en nuestra época. No funcionó. Por eso es por lo que he estado buscando una alternativa.
—¿Y bien? —preguntó Casanova.
—¿Y? —le pregunté a Pritkin frenéticamente.
—Nada. No entiendo por qué el geis se está comportando de esta manera. No debería seguir aquí, pero está.
—¿Al menos me estáis escuchando? —gritó Casanova.
—¡Sí! —reventé—. Las Grayas están en la parte de abajo, las tres juntas y quieres que las atrape antes de que… —Me detuve, mirándolo fijamente.
—Sí, así que vamos. —Me levantó bruscamente.
—Exactamente lo que estaba pensando —dije, cogiendo la trampa de Mircea y la mano de Pritkin.
—¿A dónde vamos? —preguntó Pritkin, confuso.
—¡A terminar con esto!
Reaparecimos en la habitación de Mircea en la MAGIA, dos semanas antes, justo después de que lo dejara tras nuestra estancia en París. Me había concentrado en él en lugar de en un sitio cuando me transporté, porque no habría estado segura de dónde estaría. Pero no había contado con cogerle saliendo de la ducha.
—Dulceaţă. Umm, siempre es un placer verte —dijo, quitándose la toalla inconscientemente. Miró a Pritkin—. ¿Por qué? —preguntó, obviamente dolido.
—No está aquí para luchar. Necesitamos lanzarte un hechizo —le dije rápidamente y luego me di cuenta que a lo mejor debería haberlo explicado un poco más.
Bajo un montón de mechones castaños húmedos, una ceja se levantó formando un arco sardónico.
—Tú no sabes de magia, Cassie. Por lo tanto supongo que lo que quieres decir es que él necesita lanzarme un hechizo.
Uau. Menos de treinta segundos y ya estábamos en la fase de Cassie. Me pregunté cuánto pasaría antes de que llegáramos ala de Cassandra. Antes de que pudiera decir nada, cuatro vampiros grandes irrumpieron en la habitación, con pistolas en las manos y con cara de pocos amigos. Se detuvieron dentro del baño y se quedaron allí, mirándonos inexpresivos a Mircea, luego a Pritkin y después a mí.
Pritkin sacó una pistola, pero Mircea no reaccionó; lo único que hizo fue ponerse una toalla alrededor de la cintura.
—¿Sí? —preguntó amablemente.
—Los guardias —dijo uno de los vampiros, con un poco de torpeza. Era más alto y tenía más musculatura que los otros, pero a juzgar por la energía que despedía, seguramente era el más joven—. Nos indicaron que había intrusos. —Frunció el ceño y fijó sus ojos en el arma de Pritkin.
—Se han equivocado —dijo Mircea suavemente, como si nosotros nos estuviéramos allí.
Tres de los vampiros inmediatamente hicieron una reverencia.
—Nuestras disculpas, milord —murmuró uno de ellos de manera formal—. Haré que los guardias comprueben antes de que se vuelvan a presentar informes erróneos. Aunque eso podría llevar una hora más o menos.
—Compruebe que puede hacerlo.
—Sí, señor.
Tres de los vampiros se dirigieron ala puerta, Pero el más grande dudó.
—Milord, con todo respeto, la Cónsul dijo que cualquier persona no registrada debería ser detenida y se le debería comunicar inmediatamente…
—Pero aquí no hay ninguna persona —repitió Mircea.
—¡Milord! —Pasó rápidamente su arma para señalar al mago de la guerra con el ceño fruncido y la clarividente a la que habían pegado una paliza que en ese momento estaban apiñados en el baño de Mircea—. Están justo ahí…
—¿Tú ves a alguien? —le preguntó Mircea a uno de los guardias.
—¡No señor! —contestó, mirándome fijamente.
—¡Deben haber hecho algo para confundiros! Sí, claro, hay dos magos…
Mircea hizo un pequeño gesto y el vampiro dejó de hablar de repente. Su mirada pasó rápidamente en mi dirección, pero parecía que ya no podía encontrarme.
—Pero… ¡había gente aquí! —Mircea arqueó una ceja y los compañeros del vampiro lo arrastraron fuera de la habitación.
Miré fijamente a la puerta, preocupada.
—¿Volverán?
—No, pero tendrán que informar de esto, en una hora más o menos. Supongo que lo que tenéis que hacer no llevará más de una hora, ¿no? Porque si no es así, entonces tendré que hacer más preparativos.
—No estoy del todo segura de cuánto tiempo nos va a llevar —le dije torpemente. Eso simplemente dependía de lo difícil que fuera, entre otras cosas—. Es… uff… un poco complicado.
De repente se echó a reír y me hizo una seña para que le precediera hasta la habitación.
—Contigo, ¿cuándo es alguna vez de otra forma?
Como el baño, las zonas exteriores de la habitación estaban alumbradas con velas, no con electricidad. Recordaba por qué: esa fue la noche que la guerra había comenzado, al menos oficialmente, la noche en que atacaron a la MAGIA. Los guardias grandes estaban despiertos y ellos no juegan con la electricidad. No obstante, la tenue luz no me impidió verla mirada curiosa de Mircea.
Suspiré y miré a Pritkin, que se había sentado en la silla que Tami había ocupado después. Se encogió de hombros de forma poco servicial. Ya habíamos pasado por esto antes, y no habría manera de que Mircea fuera a aceptar sin ningún tipo de explicación, pero no tenía que gustarme.
—Es una larga historia —dije rápidamente, antes de que perdiera los nervios—, pero básicamente hubo un accidente con la línea del tiempo y el geis se duplicó. Y luego comenzó a crecer o a transformarse o lo que sea, y yo me estaba volviendo loca hasta que heredé el poder de la pitia. Me indultó, pero tú acabaste medio loco y, bueno, aquí metido. —Extendí la caja negra—. La Cónsul ordenó que la cerraran para que tú no te volvieras loco ni nada parecido.
—¿Básicamente? —repitió Mircea a secas.
—Bueno, sí, más o menos, pero creo que sé por qué no funcionó el contrahechizo. Porque lanzaron el geis a dos Mircea distintos: uno en la línea del tiempo actual y el otro en el pasado. Pero, dado que solo uno de ellos está presente siempre que intentamos lanzar el hechizo, este no cree que estés aquí. Por decirlo de algún modo.
—¿Disculpa?
—Es como con las Grayas —le expliqué impacientemente—. Por accidente las liberé y hemos intentado atraparlas desde entonces. Sólo que parece que se registran como una sola persona en lo que concierne a cualquier magia que se utilice sobre ellas. Así que simplemente se aseguran de no estar siempre juntas, y así podemos estar lanzando el hechizo todo el día, pero no pasa nada.
—A ver si lo entiendo —dijo Mircea, poniéndose otro de los pequeños regalos de Ming-de—. Crees que el geis ve mis dos yo como una sola persona.
—Porque es así.
—Pero, dado que yo tenía el hechizo en dos líneas de tiempo separadas, si sólo se encuentra con un yo, no me ve como una persona completa, y por lo tanto no funciona, ¿es así?
—Eso es. Tenemos que estar todos presentes a la vez: Tus dos yo y yo misma, porque yo solo lo tuve una vez, pero tú dos. Una vez por el mago que inició el hechizo y otra por mí. Al menos, espero estar en lo cierto, porque si necesitamos otra yo, entonces esto se va a complicar de verdad,
—¿Se va a qué? —murmuró Pritkin.
—Entonces por eso fue por lo que en París tu vestido no me hizo ningún daño —meditó Mircea, ignorando a Pritkin—. Porque unidos como estábamos por el geis, nos veía como a uno solo. Y por supuesto, no dañaría a su dueño.
—Bueno, a dos terceras partes de su dueño, pero sí, así es.
—¿Estoy ahí dentro, verdad? —Mircea se puso los gemelos de ónice en los puños de la camisa francesa y miró la caja escéptico.
—Podemos sacarte —le dije indecisa—, pero no creo… es que… no estoy segura de cómo vas a reaccionar. Marlowe dijo que no podría controlarte al final…
—¿Podemos empezar con esto? —preguntó Pritkin.
Mircea lo ignoró, pero me miró con el ceño fruncido.
—¿No te ha engañado nunca el mago? A lo mejor es un intento de entrar en esta habitación, pasar la seguridad y asesinarme en una posición vulnerable, ¿no?
—¿Los magos hacen eso a menudo? —pregunté, sorprendida.
—Unos cuantos de la oscuridad lo han intentado. Después de lo que le pasó al último, me indultaron durante unos años. —Observó a Pritkin—. Pero a lo mejor ha olvidado la lección y se le tiene que volver a enseñar.
Pritkin saltó de la silla.
—Si tuviera alguna intención de hacerte daño, ¡ya hubiera tenido tiempo suficiente para haberlo hecho!
Mircea dejó al descubierto sus dientes, y no había forma de que eso se pareciera a una sonrisa.
—Tienes la libertad de hacerlo.
Me contuve para no lanzar algo, pero estuve a punto. Ya sabía que el haber traído a Pritkin no había sido una buena idea, pero después del desastre con Nick, no me atrevía a confiar en nadie más. Sin mencionar que él era el único que sabía el hechizo. Tenía que ser él y tenía que ser ahora.
—Para serte sincera, no sé cuánto tiempo te queda —le dije a Mircea tranquilamente—. Si no hacemos nada, el hechizo seguirá su curso y morirás de todas formas.
—El hechizo nunca se diseñó para matar —reprobó—. No en su permutación más salvaje.
—No, ¡pero puede volver a uno loco! Y luego la Cónsul ya se encargaría de matarte.
Mircea se detuvo, sus ojos se deslizaron a la trampa. La miró durante un momento, sin ninguna expresión en su cara. Supongo que tenía que ser un poco raro, bueno, muy raro, imaginarte a ti mismo atrapado allí dentro y estar sentado justo al lado.
—El Senado tiene muchos expertos a su disposición. Seguramente puedan encontrar una solución.
—Eso ya lo hemos intentado. ¿Crees que la Cónsul te tendría aprisionado ahí dentro si hubiera otra alternativa?
—Pero, ¿este contrahechizo no eliminaría el geis en mí, así como el de tu Mircea? ¿Y por lo tanto cambiaría el tiempo?
—No, creemos que no es así. —Era una de las cosas que le había preguntado a Pritkin antes de irnos—. Se nos va a lanzar a los tres, para romper la unión que todos compartimos. Pero no puede afectar a nadie que no esté aquí, lo que incluye a la Cassie de esta época. Así que tu unión con ella permanecerá, y seguirá su curso.
—Y conducirá a un montón de problemas.
—Eso me temo. Pero no tenemos otra opción, no si quieres que la línea del tiempo presente continúe.
—La línea del tiempo en la que tú eres pitia. —No contesté, pero no tuve que hacerlo. Mircea había sabido desde la batalla en el Dante que su loca apuesta había saldado una deuda. Me miró pensativo durante un momento, pero luego sus ojos se movieron hasta Pritkin y su expresión se volvió indiferente—. Sé que crees que estás actuando para conseguir lo mejor, dulceaţă, pero no sabes quiénes son tus enemigos…
Pritkin maldijo y antes de que pudiera detenerlo, dijo algo en un lenguaje bajo y gutural que me sonaba horriblemente familiar. Antes de que pudiera parpadear, antes incluso de que pudiera acabar de hablar, Mircea lo había puesto contra la pared, con un puño en su camiseta y una mirada asesina.
—¡Mircea! ¡No! —Le cogí el brazo que tenía libre—. ¡Pensaba que íbamos a esperar hasta que él estuviera de acuerdo! —le dije a Pritkin furiosa.
—Él nunca hubiera estado de acuerdo —me soltó—, y de todas formas, tampoco importa.
—¿Qué no importa? ¡Pudo matarte! —Lanzar un hechizo a un vampiro sin su permiso se consideraba tan estúpido que ni siquiera había una ley contra eso. No había necesidad para eso; la mayoría de los que lo habían intentado no habían vivido lo bastante para llegar a un juicio.
—No lo entiendes. El geis…
—¿Qué le pasa?
Parecía que Pritkin se había tragado un puñado de clavos.
—¿No lo sientes? El hechizo no funcionó. ¡El geis sigue aquí!