Y luego se apagaron las luces. Me quedé allí sentada en la oscuridad y pensé seriamente en bajar la cabeza y quedarme dormida. Allí abajo se estaba muy bien y muy tranquilo, y a lo mejor nadie me encontraría hasta por la mañana.
Si es que había una mañana.
Gruñí y me levanté. Como siempre había sospechado, estar al cargo era una putada, sobre todo cuando ni siquiera nadie se daba cuenta de que lo estabas.
Palpé alrededor hasta que estuve segura de que tenía el Códice completo, lo enrollé, incluyendo la traducción del hechizo que no necesitaba, en un tubo y le puse una banda elástica alrededor. Después, lo metí dentro de mi corpiño. Mircea no lo había atado tan fuerte como Sal, pero aún seguía ceñido y con el tubo allí ocupando el poco espacio que había, respirar una vez más se convertiría en un problema. Pero al menos nadie estaba moviendo el corpiño. Ahora, si no me desmayaba por la falta de aire, todo iría bien.
Salí con cuidado al pasillo e intenté recordar lo lejos que estaba de las escaleras. Pero no es el tipo de cosas que notas cuando las luces están encendidas. Había cubierto lo que creía que era la distancia justa cuando alguien me agarró.
Chillé, y alguien pegó un grito y luego me lanzó contra la pared. Me dolió y ya me puse de mal humor. No me contuve en absoluto cuando le di con la rodilla en la entrepierna a quien fuera que estaba allí.
—Espero por tu bien que esto no deje marca —siseó Casanova.
—Eres un vampiro. Te curarás. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Es mi casino —dijo, con un tono un poco agudo—. Tengo todo el derecho de estar aquí. Eres tú y tus amigos matones los que tenéis que iros, ¡antes de que sigáis causando más problemas!
—Evitar los problemas no es que me motive mucho estos días. El no morir sí que me motiva; el no ver a Mircea volverse loco me motiva mucho. Hablando de eso…
—El Senado no está aquí, pero me acaban de decir que están de camino. Y aún no me han dado el visto bueno en este trabajo, ¡ya lo sabes! ¿Qué crees que va a pensar cuando la Cónsul aparezca y vea que todo este maldito lugar está oscuro?
—¿Por qué viene hasta aquí? —Era lo que me faltaba.
—¿Cómo demonios voy a saberlo? ¿Tengo la pinta de que se me consulten asuntos del Senado? Intento mantenerme lo más lejos posible de esos cabrones locos. —Se detuvo—. Por supuesto exceptuando a lord Mircea.
—Claro. ¿Por qué está todo oscuro?
—Porque uno de esos gorrones que soltaste aquí ha causado un apagón.
—¡No puedes estar seguro de que hayan sido los niños! —le dije, sintiéndome culpable.
—¿Ah, no? Bueno la compañía de electricidad dice que tenemos electricidad. ¡Lo único que les faltó fue llamarme idiota cuando los llamé! Y aún no hay luces. Y si me permites señalarlo, no hay máquina tragaperras, ni mesas de juego, ni nada. ¡Estoy perdiendo una fortuna!
—Han sido sólo diez minutos. Relájate. Me ocuparé de ello.
—Seguro que lo harás, ¡ahora!
—Deja de gritar. Tengo un problema más grande. ¿Has visto a Nick?
—Sí, ¿cómo crees que te he encontrado? Me dijo que…
Cogí a Casanova de lo que parecía que eran las solapas y lo sacudí.
—¿Dónde está?
Me separó las manos con una palabrota.
—Y otra vez. ¿Cómo demonios voy a saberlo? ¿Y esto es seda italiana importada, vale?
—¿Dónde lo viste?
—En el vestíbulo. Corrí hacia él cuando todas las luces se apagaron. Estaba intentando encontrar la manera de salir de aquí y yo estaba intentando encontrarte. Intercambiamos información.
—¿Le ayudaste a irse? —Volví a agarrar a Casanova a pesar de su palabrota.
—Le indiqué la dirección adecuada; personalmente no le acompañé hasta afuera. ¿Y qué marca la diferencia?
—¡Tienes que detenerlo!
—Te hago un trato. Haz que esos pilluelos tuyos deshagan lo que sea que hayan hecho mal esta vez y yo detendré al mago. ¡Tengo a todo el mundo con un ataque de pánico en el vestíbulo!
—De acuerdo. —Dudaba que los vampiros de nivel bajo que Casanova había contratado tuvieran demasiada suerte deteniendo a un mago de la guerra, pero quizá podían hacer que fuera más despacio, lo suficiente para que Pritkin lo encontrara.
Casanova llamó a seguridad por el teléfono móvil mientras andaba con cuidado por las escaleras oscuras. Resulta que no había exagerado para nada la situación que había en el vestíbulo. Unas cuantas personas de seguridad tenían linternas y las movían alrededor como luz estroboscópica sobre la multitud aterrada, mientras otros gritaban instrucciones contradictorias por los megáfonos. Un grupo de jugadores estaban tocando la guitarra y cantando en una esquina, en la débil luz de los mecheros que sostenían sobre sus cabezas. Creí reconocer la canción, pero parecía que hablaba sobre los Jinetes Negros. Y los pterodáctilos estaban mirándolo todo con ojos brillantes y hambrientos.
Eché un vistazo a la sala en busca de Nick, pero era realmente difícil distinguir las caras. Casanova se dirigió hacia el equipo de seguridad, la mayoría de cuyos miembros terminaron en el foso defensivo. Los carontes conducían las barcas con una pértiga, llevaban túnicas negras y máscaras de muerte, normalmente llevaban a la gente adelante y atrás, entre la entrada y el vestíbulo, pero las barcas estaban varadas debido a la falta de luz, y el puente levadizo que servía de entrada alternativa parecía estar estancado en la posición abierta.
Un par de tipos impacientes habían decidido intentar cruzar el foso defensivo y se dieron cuenta de que era más profundo de lo que se esperaban. El dispositivo de seguridad estaba sacándolos mientras que prevenía a cualquiera de hacer lo mismo. Y otro guardia estaba reteniendo a la fuerza a alguien que ya tenía un pie en el agua.
Me pareció ver a alguien que se asemejaba a Nick.
—¡Allí! —señalé, pero Casanova estaba delante de mí. Un gesto hizo que dos de sus guardias vampiros ayudaran al humano asediado, pero de alguna forma Nick los esquivó, dirigiéndose a la parte del backstage, y era de suponer que a la puerta de salida del personal.
—Dile a seguridad que cierren las salidas —le dije a Casanova.
—¿Cuáles?
—¡Todas! —No iba a darle la oportunidad a Nick de que retrocediera, algo que sería demasiado fácil en esta multitud.
Casanova se puso a hablar por teléfono mientras yo intentaba seguirle la pista a Nick a través de aquella masa de humanidad contorsionada y parpadeante. Durante cinco largos minutos le perdí de vista; entonces, uno de los pterodáctilos chilló y miré hacia el cielo. Cogí del brazo a Casanova y señalé:
—¡Mira!
Muchas linternas de los hombres de seguridad siguieron mi gesto. Las dobles luces de las linternas iluminaron la figura de un hombre que parecía que, de algún modo, caminaba sobre el fino aire. Casanova parpadeó.
—¿Qué cree que está haciendo ese puto loco?
—¿Sobre qué está apoyado? —Nunca había creído que los magos tuvieran la levitación en su repertorio.
—Las pasarelas. Están pintadas del mismo color que el techo; de esta forma nadie nota que están ahí. Las utilizamos para hacer reparaciones.
Casanova cogió una linterna del guardia que estaba más cerca y dirigió su luz a un laberinto de formaciones rocosas brillantes. Aún no podía ver de lo que estaba hablando, pero era obvio que Nick se estaba apoyando en algo.
—¿Por qué está ahí arriba?
—Seguramente quiere dirigirse al techo, suponiendo que no se rompe el cuello primero —maldijo Casanova.
—Mis primas del seguro van a dispararse si se cae.
—¿Y por qué iba a caerse?
—Porque las pasarelas también sirven de apoyo para las estalactitas grandes ¡y las rocas sobresalen a través de ellas!
Nick se había detenido enfrente de una roca que parecía demasiado grande para poder rodearla y estaba segura de que no lo conseguiría, pero debí haberlo supuesto. Nick podría parecer inofensivo, pero era un mago de la guerra. Por suerte, Pritkin también lo era y él también lo había visto. Las linternas iluminaban una cabeza rubia brillante que escalaba para alcanzarlo, pero Nick le llevaba bastante ventaja. Empujó una daga a un lado de la roca de mentira, consiguiendo un punto de apoyo extra y lo utilizó para saltar alrededor del obstáculo.
—¿Es verdad que puede llegar hasta el tejado? —pregunté, apretando el brazo de Casanova tan fuerte como para hacer que la luz se meneara. Sabía que no podía alcanzar el nivel de los torreones, donde yo había estado hacía un par de semanas, pero el más bajo sobre la entrada sería incluso mejor desde su perspectiva. Estaba tentadoramente cerca del suelo.
—Si puede recorrer todo el camino, sí. Hay una escotilla de acceso en el tejado para reparar el letrero principal. —Casanova me miró—. ¿Es muy importante para ti que baje de ahí?
—Mucho. ¿Por qué?
—Porque alguno de mis guardias está armado.
—¡No puedes empezar a disparar en una habitación llena de gente!
—¡Podemos hacerlo pasar como parte del espectáculo! —dijo, haciendo gestos a su alrededor. La mayoría de los turistas atrapados había decidido que esto tenía que ser un entretenimiento que no estaba planeado y habían dejado de quejarse lo suficiente como para estirar sus cuellos hacia arriba, estirándolos para ver a través de la oscuridad.
—¿Harás que parezca una parte del espectáculo cuando alguien muera? ¿Por el rebote de una bala?
—Mis chicos son buenos tiradores.
—Y él es un mago. No atravesarán sus protecciones. ¿Puedes hacer que alguno salga para cortarle el paso?
Antes de que Casanova pudiera contestar, Nick divisó a su perseguidor y lanzó un hechizo, justo mientras Pritkin estaba bordeando la estalactita grande. Golpeó directamente la masa de roca falsa, haciendo que se agrietara en el medio y enviara una lluvia de escayola a la multitud que estaba mirando. A esto le siguió una ducha de chispas cuando Pritkin y Nick se lanzaban simultáneamente hechizos el uno al otro. El público aplaudió, pero fue la gota que colmó el vaso para los pterodáctilos que se lanzaron al aire y fueron chillando hacia donde estaba la lucha.
—¡Casanova!
—No puedo llamarlos, así que ni siquiera preguntes.
—¿Qué quieres decir? ¿Estás al cargo aquí o no?
Una de las criaturas apuntó a Pritkin, arañando y picoteando su protección. La otra criatura se fue tras de Nick, pero él hizo que un hechizo lanzara fuego y chamuscó una de sus alas como las de un murciélago y que se fuera dando vueltas hacia la multitud. Pronto volvió a por más, pero mientras tanto ya había conseguido llegar hasta la siguiente estalactita.
—No cuando tiene que ver con la seguridad —dijo Casanova rápidamente—. Los guardias están preparados para actuar de manera independiente. ¡No puedo hacer nada mientras esos dos sigan lanzando magia a su alrededor!
Me mordí el labio y observé cómo la criatura que estaba atacando a Pritkin le daba un golpe seco y malicioso con el pico. Empezó a penetrar en sus protecciones y luego se detuvo cuando su cabeza se quedó estancada. Comenzó a darle una paliza, obligándole a que él se pusiera de rodillas y se sujetara con fuerza la luz para evitar caerse en su intento de liberarse. Entretanto, Nick se estaba acercando mucho más a la salida.
Pritkin logró concentrarse a pesar de la paliza que estaba recibiendo de las alas gigantes y le lanzó un hechizo a Nick, derrumbando la parte de la pasarela sobre la que él se encontraba. Se cayó en el foso defensivo con un sonido chirriante y acuático, lanzando una nube de vapor en su oleada que casi le da a un caronte que había llegado un poco tarde a atracar su barca. Miré justo a tiempo y vi que Nick se había enredado de alguna forma en el tramo siguiente. Se subió en la barca mientras se defendía de la criatura con unos cuantos hechizos más, haciendo caso omiso de la multitud que le estaba observando fascinada en la parte de abajo.
Pritkin estaba en desventaja porque intentaba no darle a la multitud, pero Nick no tenía ese remordimiento. Tarde o temprano, iba a fallar y enviaría un hechizo mortal a la masa de turistas. No podía hacer nada por Pritkin: yo no era un mago, pero seguramente podía volver a encender las luces y ayudar a los de seguridad para que despejaran la zona.
—Vamos allá. —Tiré de Casanova—. Seguramente los niños estén en la cocina.
Me cogió por el brazo y nos dirigimos a las escaleras, ya que los ascensores no funcionaban. En la parte de abajo nos detuvimos al lado de una cristalera en donde entraba una luz débil del exterior. No es que ayudara mucho con la visibilidad; yo sobre todo estaba mirando a un túnel negro y largo donde debería ser capaz de ver estandartes medievales resplandecientes en lo alto, una línea de armaduras a cada lado y la cocina del servicio de habitaciones a la izquierda.
Aunque no veía nada, me dirigí hacia la puerta de la cocina cuando, desde la oscuridad, escuché un siseo lento y bajo, como escamas arrastrándose por el suelo. Me quedé helada. No sabía lo que era, pero ese tipo de sonidos nunca era bueno. Me crispó los nervios, e hizo que se me pusieran los pelos de punta.
—Ya he visto esta película —dijo Casanova fuertemente—. Al final, todos mueren.
—¡Cállate!
—No lo entiendes, ¡conozco ese deslizamiento!
Una niebla negra comenzó a enviar dedos oscuros que corrían por la piedra del suelo. Y todo lo que tocaban, por pequeña que fuera la luz, se apagaba.
—¿Qué es?
Pude escuchar cómo tragaba saliva.
—La oscuridad no está causada por la ausencia de luz, sino por la presencia de algo más. Algo que, créeme, no querrás ver.
De acuerdo, excepto que morir en la oscuridad tampoco sonaba muy atractivo. Le cogí antes de que pudiera escaparse, aplastándole esa manga cara sin misericordia.
—¿Qué es?
—Ya te lo dije…
—¡Casanova! Existe una posibilidad muy alta de que aquí haya niños. ¿Qué coño es lo que está ahí fuera?
No respondió, sólo alumbró al techo con la linterna. Las paredes en este tramo eran de madera oscura, pero el techo estaba pintado de blanco, con relieves de espirales doradas en los bordes. Era difícil verlo ya que también era blanco pálido. Estaba pegado al techo boca abajo, con la cabeza levantada hacia un lado, observando.
Era como una parodia de un niño, pequeño y a medio formar; brillaba de manera húmeda por todas sus superficies. Parecía ciego, sin el menor rastro de ojos bajo la piel estirada que le cubría las órbitas, pero su cabeza se volvió infaliblemente hacia mí.
—Cassie —me dijo con la voz de Pritkin. Sonaba compasivo—. Si no corres, te mataré rápidamente y dejaré a los niños solos.
Me tragué el sonido que quería salir de mi garganta e hice una rápida valoración de mis armas. Las mías consistían solamente en un par de cuchillos que se portaban mal, ya que había perdido mi bolso en algún sitio a lo largo de la línea. Eso no era bueno. Pero había una línea de armas en las manos de las armaduras que recubrían el pasillo. Parecían tan inanimados y vacíos como las piezas de un museo, pero en realidad eran parte del sistema de seguridad.
—Casanova —le dije cuidadosamente—. Ordena a los guardias que lo ataquen.
—No puedo. —Sacudió la cabeza con franqueza; nunca lo había visto tan aterrado.
—¿Qué quieres decir con que no puedes? Si dejas que yo me muera, Mircea te matará.
—Y si tú la ayudas, yo lo haré —dijo la cosa que había en el techo, como si fuera parte de la conversación—. Es difícil servir a dos maestros, ¿verdad? Te advertí de que esto se complicaría algún día.
—¿Dos? —Al final lo había pillado—. ¿Es Rosier, verdad? —Casanova asintió con la cabeza sin decir nada—. Se supone que aún no debías estar de vuelta —le dije al demonio en tono acusatorio. ¿No había dicho Pritkin que tardaría un par de días en recuperarse? ¿Ya había pasado tanto tiempo? Con tanto salto en el tiempo no estaba segura, pero creía que no.
La cosa movió la cabeza en la otra dirección, el por qué, no lo sé. No tenía ojos, así que no podía haber sido para ver mejor.
—Bueno, no estoy en mi mejor forma —dijo finalmente.
Examiné a Casanova, que estaba haciendo muecas de disgusto y que iba a desmayarse en cualquier momento.
—Vete —le dije—. Ayuda a Pritkin. No dejes que Nick se escape y no le dejes que hable con nadie. Yo me ocuparé de esto.
—¿Tú te ocuparás de esto? —Casanova me miró fijamente sin ninguna expresión en la cara, como si no pudiera encontrar ninguna que encajara con la situación.
—Sí. —Volví a levantar la vista. Era horripilante pero pequeño. Decidí que podía ocuparme de él—. Ya te maté una vez.
—Ah, sí. Es verdad que lo hiciste. Por eso es por lo que me he traído a algunos amigos —dijo suavemente. Casanova salió corriendo.
—¿Amigos?
—Sirvientes de un colega que me debe un favor. Mis chicos son buenos para muchas cosas, pero matar no es realmente su fuerte. Bien, normalmente, yo haría esto de una manera relativamente rápida —continuó—. Pero después del otro día, me temo que voy a tener que romper mi costumbre. Un pequeño asunto de prestigio. Ya sabes cómo va esto.
—Claro. —Por el rabillo del ojo vi aparecer algo pequeño y resplandeciente por las escaleras.
—Ahora, quédate quieta, esto te va a doler muchísimo.
—A ti también —dijo la duendecilla, y lanzó su pequeña espada como una flecha. Le dio a la cosa cuadrada donde no tenía ojos, provocando un chillido de dolor y rabia mezclados.
Giré el cuello y vi a Françoise bajando las escaleras y dirigiéndose hacia mí, parecía más que un poco agotada. Su vestido estaba rajado en tres sitios distintos, uno de los cuales rezumaba una mancha que se estaba extendiendo, y sus ojos eran enormes. No obstante, Radella, que estaba volando delante de mí parecía que se encontraba bien. Probablemente las armas humanas no eran capaces de herir a un demonio, pero parecía que la duendecilla tenía más suerte.
Me giré y vi a Rosier, parecía un poco más calmado. Sólo se veían fragmentos de oscuridad desvaneciéndose por el suelo, de las esquinas, de la pared y a lo largo del pasillo. Aún no podía centrarme en ninguno de ellos, pero tenía el presentimiento de que Casanova podía haber estado en lo cierto: yo no quería que fuera así.
—¡Oh, oh! —dijo la duendecilla inútilmente.
—¿Qué está pasando? —pregunté, y Françoise comenzó una retahíla rápida en francés que no tuve tiempo o capacidad para traducir—. ¡Radella!
—Hemos intentado llegar adonde están los niños. —Señaló al final del pasillo—. ¡Esa cosa tiene a la mitad de ellos atrapados en la cocina!
—¿Están todos bien?
—Por ahora sí, el personal los está protegiendo, pero no aguantarán. No si esas cosas los atacan.
—¡Pero la magia de los duendes funciona con los demonios!
Radella pasó zumbando enfrente de mi cara, su cara estaba furiosa.
—Sí, si tuviéramos guerreros con los que trabajar en vez de utensilios de cocina, ¡con eso valdría! Pero con eso…
—¿Qué estás diciendo? ¿Qué no podéis entrar?
—Entramos por la puerta de atrás. Me las apañé para pasar a través de sus fuerzas, pero la bruja casi se mata. Y yo no puedo hacer mucho sola.
Billy Joe vino flotando por el techo.
—Tenemos otro problema —dijo rápidamente, sin ni siquiera detenerse para recriminarme que le hubiera dejado con este lío—. Nuestro amigo ha enviado a alguno de sus hombres a la parte de arriba. Ahora están allí, con los niños. Y no tengo ningún poder contra los demonios, Cass.
Él, Françoise y Radella me estaban mirando y después de una décima de segundo, me di cuenta de que estaban esperando instrucciones. Como si yo debiera saber cómo salir de todo esto. Y Agnes lo hubiera sabido, pensé sombríamente. Incluso a Mira también se le habrían ocurrido algunas ideas. Pero yo no tenía ninguna.
—Tengo una propuesta para ti, duendecilla —soltó Rosier. Levanté la vista y vi que se había quitado la espada de Radella. Lo que quedaba de ella se había caído al suelo haciendo un ruido. No quedaba nada más que la empuñadura, el resto parecía que se había corroído, como con ácido—. Vete ahora y yo te perdonaré el castigo merecido por tus acciones equivocadas.
—Yo podría tener una oferta mejor —dije rápidamente.
Radella apartó la vista de lo que quedaba de su espada y me miró.
—Espero que sea una mejor, ¡humana!
—¿Te gustaría tener la runa? ¿No solo para lanzarla, sino para quedártela para siempre? Sólo tarda un mes en recargarse después de cada uso, así que podrías tener todos los niños que quisieras; e incluso tus amigos podrían…
Me callé, porque ella se había quedado parada, como si todos sus huesos de repente se hubieran derretido dentro de su piel. Durante un momento pareció como si la hubieran dejado sin aire de un golpe, pero luego se chupó los labios, lentamente y con precisión, y me miró con una expresión ahogada en aquellos ojos enormes lavanda.
—¿Qué quieres? —Salió como si fuera un susurro.
—Encuentra la forma de sacar a los niños y es tuya.
—¿Estás sorda? ¡Ya te he dicho que es imposible!
—¿Los demonios te pueden seguir hasta el Reino de la Fantasía?
—¿Qué? ¡No! O si lo hicieran, no durarían mucho —dijo con una sonrisa maliciosa—. ¿Pero cómo…?
—Vuelve a la cocina e invoca el portal. Llévate a los niños al Reino de la Fantasía, luego vuelve con ellos una vez que sea seguro.
—¿Y cómo hago eso? Incluso suponiendo que puedo volver a atravesar las líneas, necesitaría una muerte para accionar el portal. Tu fantasma me dijo…
—La tendrás.
—¿Qué?
—De ninguna forma, Cass. Cállate. —Por una vez Billy sonaba mortalmente serio. Lo que significó que cogió las cosas al vuelo más rápido que Radella.
—Habrá una muerte —le dije a Radella. De una forma u otra. ¿Importa cuál de nosotros muera: esa cosa o yo?
La duendecilla se quedó en silencio un minuto.
—No, para el hechizo eso no tiene importancia.
Françoise había estado mirando de un lado a otro entre nosotras dos, intentando seguir nuestra conversación.
—¿Qué? ¿Qué es esto? ¿Qué está pasando?
—En un minuto. Radella, ¿viste a una niña pequeña en la cocina con el pelo rubio y ojos marrones, de unos cinco años?
—Había muchos niños. Yo no…
—¿Apretando fuerte a un osito de peluche? Nunca va a ningún sitio sin él.
—No.
Asentí con la cabeza. Eran las primeras noticias buenas que escuchaba.
—Billy, necesito que encuentres un camino para que los niños puedan salir por la parte de arriba del casino. Una de ellas, una niña pequeña, es clarividente. Debería ser capaz de escucharte. Saca a los niños de aquí, llévalos directamente a la luz del sol. —Pritkin había dicho que eso funcionaba con la mayoría de los demonios. Solo esperaba que estos estuvieran entre ese número de demonios.
—De acuerdo, me iré a jugar con los niños mientras tú te sacrificas; eso no va a ocurrir.
—¡No tengo tiempo para discutir! —le dije; le quité el collar de un tirón y se lo puse en las manos de Françoise—. Dale esto a la pequeña clarividente. Creo que se llama Jeannie —le dije. Ella lo cogió, pero parecía muy confundida; no estaba segura de cuánto de lo que había dicho había entendido.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó Billy.
—Si no lo hago, ella irá tras de ti.
—¡No se trata de eso! —me dijo, más enfadado de lo que lo había visto nunca.
—Billy encontrará una salida para ti —le dije a Françoise—. Busca a las tres brujas viejas, seguramente estarán en el vestíbulo.
Casanova había dicho que las Grayas estaban interesadas en el poder. Sólo esperaba que no hubieran decidido tomarse el día libre.
—¡Te ayudarán a llegar a los niños!
—Un fantasma, tres viejas y una bruja que ya han luchado contra nosotros y han perdido —meditó Rosier—. Personalmente yo lo reconsideraría, duendecilla.
Ni siquiera me molesté en mirar a Radella. Sabía lo que iba a elegir; la expresión de su cara había sido elocuente. Además, Françoise me abrazó tan fuerte que amenazaba con ahogarme.
—¡No! ¡No volveré a dejarte sola!
—¡Soy pitia! —le dije, separándole los brazos con un forcejeo algo indecoroso—. Y harás lo que te digo.
—Sí, haz lo que te dice, bruja. No te puedes comparar con nosotros —añadió Rosier amablemente.
Françoise lo miró con los ojos furiosos y pronunció una sola palabra áspera. No eran las sílabas líquidas del francés ni de ningún otro idioma que yo conociera. Era bajo y gutural, y el poder que había detrás de esa palabra hizo que la piel se me pusiera de gallina. Algo voló directamente hacia Rosier, Algo que no pude ver muy bien en aquella luz tenue, pero él lo devolvió con un gesto pequeño e indiferente. El hechizo golpeó la cristalera lo que había sobre mi cabeza, que hizo que una gran cantidad de pedazos de vidrio roto de colores resplandecientes llovieran a mi alrededor.
Cogí a Françoise por los brazos antes de que pudiera volver a intentarlo, sacudiéndola lo más fuerte que pude.
—¡Tiene razón! No puedes ayudarme, pero ¡puedes ayudar a los niños! Ahora sal de aquí. ¡Vete! —Le di un empujón hacia las escaleras.
Miró al demonio y luego me miró a mí y otra vez al demonio; su cara estaba cubierta de confusión y de dolor. No sé lo que ella habría decidido si Rosier no hubiera dado un golpecito con el dedo, haciendo que varias figuras oscuras se despegaran de la masa principal. No se preocuparon de las escaleras, pero se lanzaron hacia arriba por el techo. Justo hacia el resto de los niños.
Iba a señalar que Rosier debería preocuparse más por el poder que ella tenía de lo que él suponía, para que enviara refuerzos. Pero no tuve esa opción. Françoise se dio la vuelta y corrió.
Billy no se movió.
—¡Billy!
—Yo… esto… De verdad que no puedes esperar que yo…
—Puedes volver a traer la caballería aquí una vez que los niños estén a salvo.
—¡Ya estarás muerta para entonces!
Rosier se rió. Aparentemente los demonios también podían escuchar a los fantasmas.
—¿Y cómo pretendes evitarlo si te quedas? —le pregunté—. ¡Vete donde puedes echar una mano!
—No me pidas que haga eso.
—Billy, por favor… —Me callé, sin saber cómo convencerle. Si se negaba a ayudar, reduciría drásticamente las posibilidades de Françoise. Cuanto más tiempo estuvieran los niños en la oscuridad, más tiempo tendrían los sirvientes de Rosier de encontrar la manera de destruirlos. E inadaptados o no, sólo eran niños.
—El espectáculo de Cassie y de Billy, ¿te acuerdas? —dijo, repentinamente condicional—. Donde tú vas, yo voy.
—Excepto que eso ya no es así. —Y Dios, echaba de menos los días cuando era así—. Por favor, Billy. Haz esto por mí.
Sus hombros se hundieron y su cara se arrugó.
—Espero que no sea lo último que hago por ti, es todo —dijo, bastante furioso—. Porque si acabas muerta, ¡voy a hacer que tu vida después de la muerte sea un infierno!
Radella revoloteó enfrente de mi cara en el segundo en el que Billy desapareció.
—Si te mueres, ¿cómo conseguiré la runa? —preguntó.
—Pritkin. Él te la dará, suponiendo que puedes traer a los niños a salvo. ¿Puedes hacerlo, verdad?
—Sí.
—Y tráete también al personal de la cocina contigo. —Miranda había dicho que defenderían a un crèche con sus vidas. Realmente no tenía mucho interés en que me lo demostrara.
—Pero… son duendes. Duendes oscuros —dijo Radella como si yo no me hubiera dado cuenta.
—¿Y cuál es la diferencia? ¡Simplemente tráelos contigo! —No sabía que los demonios los atacarían una vez que los niños se hubieran ido, pero tampoco sabía que no lo harían. Desde luego Rosier parecía tener fríamente inculcado el concepto de venganza.
Radella se quedó en silencio durante un momento. Luego escuché una frase suavemente hablada, lírica, casi como si las campanas tocaran.
—¿Qué ha sido eso?
—Nada. —Sonaba avergonzada—. Simplemente… buena suerte Cassie.
Sentí la corriente de aire cuando pasó volando por delante de mí y Rosier se rió con su espantosa sonrisa.
—Un duende bendiciendo. Es tan extraño. Y tan inútil fuera del Reino de la Fantasía. —La nube negra había acabado de juntarse hacía unos minutos y estaba suspendida en el aire detrás de Rosier, esperando su deleite—. Te dije que te cambiaba la vida de los niños por tu sacrificio. Deberías haber aceptado el trato. Ahora tú morirás, y ellos también.
Iba a decirle que prefería confiar en mis aliados antes que en su palabra, pero no tuve la oportunidad. La horrible masa contorsionada de repente se quedó inmóvil, como los soldados que se ponen en sus puestos. Luego, se lanzó directamente hacia mí.