25

El Dante estaba más tranquilo de lo que nunca había estado cuando volví a mi época después de dejar a Mircea en la suya, así que nadie me había visto chocar contra una pared. ¡Mierda! La verdad es que necesitaba dejar de transportarme un tiempo. Parecía que mi cabeza estaba a punto de estallar. Los latidos afectaban incluso a mi visión: durante unos momentos, todo el pasillo parecía el interior de un corazón: rojo y palpitante.

Pero había acabado donde necesitaba estar, en el pasillo que conducía a la sala de investigación. Y Nick estaba allí, con su nariz metida en un libro como de costumbre, pareciendo tan erudito como esperaba que realmente fuera.

—¡Cassie! —Se levantó bruscamente, como alarmado, y se me ocurrió que a lo mejor me tenía que haber dado una pequeña ducha antes. Pero eso podía esperar, el Códice no.

El polvo de caliza que tenía en mi cabeza se esparció por la mesa cuando extendía las hojas del pergamino, apartando los libros a todos lados mientras lo hacía.

—¿Puedes leer esto? —le pregunté, ignorando el susto de Nick—. ¡Es importante!

Se calmó después de un momento, la curiosidad intelectual se apoderó de él y rápidamente examinó algunas líneas.

—Galés —meditó—, una variedad especialmente antigua, por no decir peculiar.

—¿Pero puedes leerlo?

—Sí, claro, eso creo. Con tiempo. No es uno de mis idiomas principales, ya lo sabes, pero he tenido algo…

—Lo necesito ahora, Nick. —Gesticulé acerca de las hojas esparcidas—. Aquí, por algún sitio, está el hechizo para levantar el geis y sería estupendo obtenerlo antes de que Mircea se vuelva completamente loco. —O antes de que empezara a borrarse.

De repente, Nick se quedó callado, sin moverse, ni siquiera respiraba y durante un segundo fue algo repugnante, como lo que un vampiro podía hacer.

—Esto… —se detuvo y tragó saliva—, ¿esto es el Códice, verdad? Lo encontraste.

—Sí, sólo que no sirve para nada ya que no puedo leerlo. —Simplemente se quedó allí sentado, así que le di un golpecito con el pie—. Ahora, Nick.

—Vale, vale. —Volvió en sí con más vigor aún, rebuscando en las páginas rápidamente, buscando el hechizo adecuado—. Esto podría llevar un rato —murmuró—. Aquí hay cientos de hechizos y no veo un índice… ¡Oh! ¡Espera!

—¿Has encontrado uno?

—Mejor. —Su flequillo se tambaleaba sobre los ojos y él se lo echó impacientemente hada atrás—. Puede que haya encontrado el hechizo.

—¿Lo dices en serio? —Lo miré fijamente, apenas atreviéndome a tener esperanzas. El maldito geis me había frustrado en todo momento durante semanas; era casi imposible creer que podría liberarme de él en unos pocos minutos.

—Esto puede tardar un poco, Cassie. Puedes, no sé, ir a cambiarte si quieres.

Sí, definitivamente necesitaba refrescarme. Mis manos estaban llenas de heridas pequeñas, mis uñas estaban rotas y tenía suciedad incrustada en las líneas de mis manos. Mi pelo era un desastre irritante y estaba cubierta de polvo del corto viaje espeleológico. Pero Nick iba a tener que tratar conmigo con toda mi gloria mágica, porque de ninguna de las maneras iba a tener el Códice fuera del alcance de mi vista.

Miró bien mi expresión, desistió, y volvió a la tarea de traducción. Me senté enfrente de él y miré dentro de la omnipresente taza de porcelana, pero solo quedaba un vago olor a flores. Miré en la cocina para ver si había café, imaginándome que los dos podríamos necesitarlo y me concentré en no quedarme dormida hasta que lo tuviera.

—¿Cuánto sabes del Círculo, Cassie? —preguntó Nick de repente.

Bostecé.

—¿Aparte de que quieren matarme? No mucho.

—Sí, soy consciente de que habéis tenido vuestras diferencias en el pasado.

—Y en el presente. ¿Lo preguntas por algo, Nick? —Quería traducción, no conversación.

—Bueno, la verdad es que sí. Es sólo que pensé que deberías saber que no estás sola. Hay muchos de nosotros que han crecido decepcionados con el Círculo durante algún tiempo. Solo que no estamos de acuerdo con el remedio. Algunos de nosotros vemos todo el sistema como el problema, no simplemente el grupo en el poder en este momento. Vemos la guerra como una oportunidad de cambiar las ideas antiguas, de rehacerlas, de hecho, que sean algo que se acerque más al tipo de gobierno que tienen los vampiros. Entonces, no habría grupos pequeños de megalómanos cometiendo errores que son cruciales para todo el mundo.

La verdad es que yo pensaba que todo eso resumía al Senado.

—¿Quieres decir con una persona al cargo?

—No necesariamente. Sólo una autoridad más centralizada, con una visión general mejor de las actividades de todos, y más revisiones y balances de su comportamiento.

—No hay muchas más revisiones y balances en el Senado —señalé—; de hecho, no hay ninguna.

—¡Pero funciona! En lugar de que las elecciones se conviertan en concursos de popularidad, tienes a la mejor gente nombrada para cada posición por un líder preocupado y capaz.

—No creo que describiera a la Cónsul de ese modo —le dije a secas—. Obtuvo su cargo por ser la más fuerte y la más astuta; punto.

—Pero ella gobierna bien. La gente la respeta.

—¡La gente la teme!

—Todos los líderes fuertes son temidos por los ignorantes —comentó Nick, pacientemente sin escuchar ninguna de las cosas que le había dicho—. Podemos aprender mucho de los vampiros, si el prejuicio no estuviera de por medio.

Me reí, simplemente no pude evitarlo. Los magos parecían tener una visión seriamente deformada de los vampiros. Pritkin los veía como una maldición en persona, mientras Nick estaba decidido a ponerlos en un pedestal. No obstante, no pareció que sentara demasiado bien que lo encontrara divertido, así que intenté explicárselo mientras él buscaba una palabra especialmente confusa.

—El sistema de los vampiros funciona por los lazos que obligan a los vampiros subordinados a realizar la voluntad de sus maestros y precisa de maestros para responder de las infracciones de sus seguidores. Los magos no tienen ese tipo de estructura. Y no puedes esperar que las personas…

—Quizá si lo hiciéramos, podríamos coordinar nuestros esfuerzos y ¡eliminar lo oscuro de una vez por todas y para siempre! —interrumpió—. Tal y como está, están un paso delante de nosotros, simplemente por cruzar otro territorio de asamblea de brujas, y para cuando nosotros pasamos por todos los debates, favores y sobornos, y por fin conseguimos el permiso para ir tras de ellos, ¡ya han vuelto a desaparecer!

Parecía bastante molesto; tenía las mejillas encendidas debajo de todas aquellas pecas. Yo había cambiado el tema, pero algo me estaba incomodando.

—Creía que el Círculo era la autoridad central. ¿No está al cargo de toda la comunidad mágica?

—No —soltó—. Ese es el problema. Lo que tenemos ahora es como una organización paraguas. No todas las asambleas de brujas en el mundo entero les pertenecen, somos especialmente desiguales en Asia, e incluso aquellos que son miembros se unieron en momentos distintos y con distintos acuerdos.

—No sabía eso. —Los vampiros siempre hablaban del Círculo como un sinónimo de los magos en general. Claro que podría ser así en este país. Nunca había pensado en que pudiera ser distinto en algún otro sitio.

—¡Es un revoltijo total! —dijo Nick acaloradamente—. Algunas asambleas de brujas no permiten ninguna búsqueda de su territorio y otras solo lo hacen después de recibir la demostración definitiva de que hay actividad cuestionable. Y, por supuesto, algunas veces no tenemos pruebas, sólo una sensación instintiva o un consejo de alguien que no reconocen como fuente legítima. Y explicar que nuestras fuentes no conocerían lo oscuro tan bien para tener información si fueran legítimos no nos lleva a ningún sitio nueve de cada diez veces. Sería mucho más fácil si todos respondiéramos a una autoridad.

—Una dictadura, en otras palabras. —Pritkin había entrado en la habitación sin que lo hubiéramos escuchado. Salté, intentando levantarme y dar vueltas al mismo tiempo, y casi acabo en el suelo. Me cogió y me aparté tan pronto como encontré mis pies; jadeaba un poco y estaba muy resplandeciente.

—Ya veo que has vuelto sana y salva.

—No tiene que ser nada de ese tipo —argumentó Nick, aparentemente sin darse cuenta de que nadie le estaba escuchando.

Parecía que Pritkin acababa de salir de darse un baño. Su pelo, otra vez corto y rubio claro, estaba engominado en trenzas húmedas que, por alguna razón que no podía definir, me molestaban. Quizá porque resaltaban su cara, como había hecho la antigua versión más larga. Quizá porque me hacía recordar la última vez que lo había visto húmedo, resbaladizo por el sudor y resplandeciente.

Dios, ¡lo odiaba!

—Tú —ni siquiera podía hablar, tenía tantas cosas que quería decirle—. ¡Tú lo sabías! —Fue lo único que pude decir, las únicas palabras que no amenazaban con ahogarme.

—No, no lo sabía. En ese momento simplemente pensé que eras una bruja competente que estaba intentando robarme.

—¡No mientas! ¡Viste cómo me transportaba!

—Creí que me habías nublado la mente, tú o el vampiro. Tenía las defensas bajas, mis protecciones casi estaban agotadas. Parecía una conclusión razonable.

—¿Y cuando volvimos a encontrarnos? ¿No me reconociste?

—No, no después de tanto tiempo. No inmediatamente. Me lo había preguntado varias veces, pero no lo sabía. No hasta que vi tu vestido. —Examinó los restos desgarrados—. Era inolvidable.

—Más que yo, por lo que se ve —le dije, mordaz.

—Nick, si pudieras darnos un momento…

—Pero estoy justo en medio de… —Vio las miradas que le dirigimos y tragó saliva—. O… o podría ir a ver cómo va el café —profirió y se dirigió a la puerta. Intentó llevarse la página en la que estaba trabajando, pero alargué la mano y volvió a dejarla con desgana donde estaba.

—Entonces, lo encontraste. —La voz de Pritkin no mostraba ninguna emoción en absoluto. Había aprendido mucho en doscientos años.

—Y me lo voy a quedar.

—Me temo que no puedo permitirlo, Cassie.

Me reí, e incluso a mí me sonó agrio.

—¡Ah! Ahora es Cassie, ¿no? Deja que me asegure de que lo he pillado. Soy la señorita Palmer cuando pretendes ser fiel y Cassie cuando me estás dando una puñalada por la espalda. Está bien saberlo.

Pritkin se sobresaltó un poco, pero no dejaba de mirar.

—No entiendes lo que está en juego.

—Me estoy preguntando si esa es la razón por la que nadie nunca me cuenta nada. —Lo último que le dije fue casi un chillido, pero no me importó. Ya sabía que volver a verlo iba a ser difícil, lo único que no sabía era cómo de difícil. Había tenido razón antes. Ocultar las emociones era muchísimo mejor que vivirlas, especialmente cuando querían salir.

—Te diré lo que quieres saber si me prometes que escucharás todo antes de transportarte. Si creías que antes eras un objetivo, eso no es nada con lo que serás con esa cosa en tu posesión. ¡Tienes que destruirla!

No podría haberme transportado para salvarme; ya me estaba costando bastante incluso el levantarme. Pero Pritkin no lo sabía. Me daba ventaja, control para por fin sacarle algunas preguntas. Pero de ningún modo podía ponerle mucho entusiasmo.

—Me he pasado toda la vida jugando —le dije tranquilamente—. Es el pasatiempo preferido de los vampiros. Un susurro por aquí, un guiño por acá, una pista que puede o no llegar a algún sitio y puede que me la hubieran dado a propósito o no. Estoy cansada de juegos. Sólo quiero que alguien me diga la verdad. ¿O es que ya no me lo he ganado?

Pritkin cerró los ojos un instante y tragó saliva, con una ligera oscilación de la nuez. Busqué su cara aún joven, intentando ver detrás de la máscara. Para ver miles de años de experiencia. Pero no había nada.

Había crecido rodeada de criaturas que nunca mostraban su edad, al menos no físicamente; pero siempre podías adivinar cuáles eran los más mayores y no solo por el aura de poder que emitían. Había una gravedad en ellos, como si el aire pesara más cuando entraban en una habitación. Como si todo en ellos fuera de algún modo «más»: más profundos, más brillantes, más ricos.

Abrió los ojos, pero yo no aparté la vista. Lo examiné detenidamente, intentando mantener a la Cónsul en mi cabeza, la manera que ella sentía, la manera que entornaba los ojos sin que pareciera que estaba haciendo nada. Observé un sonrojo débil extendiéndose por sus mejillas mientras continuaba inspeccionándolo y mentalmente sacudí la cabeza. No. No era posible que él fuera tan mayor.

Lo que dejaba sólo su estancia en el infierno. Él había hablado de los años más jóvenes que había pasado allí, pero también había hablado de que él había vuelto en 1792, lo que era una locura. Si él había desaparecido de la historia porque, de hecho, había desaparecido de la tierra, entonces se había ido en la Edad Media. Y si él acababa de regresar… mil años en la tierra dejarían marcada a una persona; ¿qué haría un milenio en el reino de los demonios?

Me pregunté cómo sería ser arrebatado a un mundo del que no sabes nada, en dónde tu único uso era ser como un trofeo. ¿Algún tipo de experimento extravagante para que tu padre se mostrara orgulloso? ¿Y de todas formas, qué había hecho Pritkin para que lo expulsaran de allí? Exactamente, ¿cómo se hace para que te echen del infierno?

—Rosier intentó matarte para que tú no pudieras hacer lo que justamente acabas de hacer: recuperar el Códice y un hechizo que se conoce como las Cartas Efesias —dijo finalmente.

Quizá fue porque estaba cansada, o por la tensión de estar cerca de Pritkin y no ser capaz de tocarlo, de golpearlo, de pasar mis manos por su pelo y hacer que se levantara. ¡Maldita sea! Pero me estaba costando mucho seguirle:

—¿Qué?

—Eran palabras talladas en el antiguo templo de Artemisa en Éfeso…

—Nick me contó lo que eran las Cartas Efesias —le dije con impaciencia—. ¿Por qué todo el mundo está tan preocupado por un hechizo antiguo?

—Por lo que puede hacer. Por lo que, de hecho, ya hizo hace miles de años. —Pritkin se sentó en el borde de la mesa—. Lo que seguirá haciendo si nadie lanza el contrahechizo que yo escribí imprudentemente. Ya lo creo, Merlín el Sabio.

—Así que yo tenía razón. Tú eres Merlín. —Me pareció difícil asimilarlo, a pesar de todas las pruebas. Pritkin era sólo… Pritkin. No era ninguna leyenda de otra época.

—En realidad, Myrddin, no es que utilizara el nombre mucho tiempo. Un poeta francés creía que sonaba obsceno y lo cambió. Simplemente, él cambió todo lo demás.

—Entonces, ¿las historias no son ciertas? ¿No existió Camelot ni Lancelot ni Arturo…?

—Sí, hubo un Arturo, más o menos… ¡Y me imagino su cara si leyera todas las cosas que se escribieron sobre él! Ese rumor sobre su hermana sola; le hubiera cortado el corazón a alguien por ese rumor. —Pensó por un momento—. O ella lo hubiera hecho; era una mujer aterradora.

—Así que tú tienes, ¿qué? ¿Mil años? —Aún no podía creérmelo.

—No precisamente… Nací en el siglo VI, pero no logré vivir un intervalo de vida normal antes de que Rosier viniera a reclamarme. Y el tiempo en el reino de los demonios transcurre distinto al de aquí, es muy parecido al Reino de la Fantasía; sólo que mucho más rápido. Estuve allí, por lo que recuerdo, escasamente una década humana. Pero cuando volví… —Sacudió la cabeza y aún había asombro en su cara—… el mundo había cambiado.

—Cuando te conocí en París, me dijiste que acababas de regresar. ¿Fue entonces cuando volviste?

—Más o menos. Para entonces, ya había vuelto hacía unos años, los suficientes para aprender sobre mí hasta cierto punto, pero no lo bastante como para evitar verme asaltado por un hechizo que ni siquiera había sido inventado en mi época, pero era anticuado en el siglo XVIII.

—Por el abuelo de Manassier.

—Sí. Él y un colega estaban viviendo entre medias en ese mundo nebuloso. El Círculo los había rechazado por conducta impropia, y, sospecho que por su enorme incompetencia, pero no tenían ninguna habilidad que lo oscuro quisiera. Vivieron de manera precaria liberando a los pueblerinos ingenuos de sus posesiones mundanas y, siempre que era posible, despojándolos de su magia. No pudieron atravesar mis protecciones para conseguir esto último, pero lo que sí consiguieron fue lograr escaparse con el Códice.

—¿Y cuál es ese hechizo misterioso del que ibas a decirme algo?

Pritkin apoyó la cabeza en su mano, un gesto cansado que no recordaba haberlo visto antes.

—He cometido muchos errores en mi vida, pero el peor de todos fue el de haber escrito aquel maldito hechizo.

—Pero Nick me dijo que nunca se había escrito. Que se perdió después de que se quemara el templo y de que todos los sacerdotes se murieran.

—Uno sobrevivió y, a su avanzadísima edad, dejó una copia exacta. No sé si es que estaba senil o simplemente no estaba dispuesto a dejar que su más preciado secreto se muriera con él. Quizás había olvidado lo que el hechizo hacía; quizá nunca lo supo. Yo solo sé que encontré sus divagaciones garabateadas en un templo antiguo en Angelsey. ¿Cómo llegaron hasta allí? —Se encogió de hombros—. Seguramente un legionario romano las cogió por curiosidad en el Este antes de que le volvieran a reasignar. Nunca lo supe.

—¿Cómo lo encontraste?

—Porque lo estaba buscando. No ese hechizo en particular, sino algo antiguo que pudiera haber sobrevivido. No tenía muchas esperanzas, los romanos habían quemado el lugar durante sus juergas matando a los druidas, y lo que quedaba lo saquearon los sajones unos siglos más tarde. Pero nadie había pensado que un antiguo pergamino fuera muy útil, especialmente uno en un idioma que ninguno podía leer, y, de algún modo, sobrevivió. Los idiomas siempre han sido una de mis especialidades. Y yo me abalancé sobre él.

—¿Para qué?

—En parte, por curiosidad. Por el resto… Estaba muy orgulloso de mí mismo, creía que había encontrado el trabajo de mi vida antes de que entendiera lo larga que sería esa vida. Parecía un bien absoluto: catalogar y conservar el saber tradicional me pareció una buena idea en una época en la que el mundo parecía desmoronarse a nuestro alrededor. ¡Cómo iba a saber yo que aquello que escribí iba a provocar más caos y confusión que los propios sajones!

—Pero, ¿qué es lo que hace? —Pensaba que me iba a volver loca si no me lo contaba ya.

—Las Cartas Efesias son un hechizo y un contrahechizo en uno, dependiendo de la voz, la inflexión y la manera en la que se lee. Una manera cierra una puerta; la otra la abre.

—¿Qué puerta?

—La puerta entre los mundos. Rosier teme que si se encuentra el hechizo, alguien pueda invertirlo, abriendo una puerta de entrada a rivales de un tipo al que no han tenido que enfrentarse… —Había estado eligiendo entre la pila de páginas en su codo y había cogido una del grupo. Tenía que haber sido la traducción en la que Nick estaba trabajando, a menos que los sacerdotes efesios antiguos usaran papel de libreta con rayas. Se quedó sin respiración—. ¿Qué es esto?

Miré el papel.

—Nick estaba traduciendo el contrahechizo para mí, para el geis.

—Este no es el contrahechizo —dijo Pritkin; su cara se estaba quedando sin color mientras lo miraba. Bajé la vista y miré el papel, pero no tuvo mucho sentido.

ASKION: Los sin sombra. Donde los Dioses reinaron una vez.

KATASKION: Sombrío. Ahora lo hacen los humanos.

LIX: Tierra. La tierra está bloqueada.

TETRAX: Tiempo. Al guardián del tiempo.

DAMNAMENEUS: Sol abrumador. Con esto, el sol es abrumador.

AISION: Voz verdadera. Y el oráculo habla con una voz verdadera.

Pritkin me cogió por los brazos.

—¡Llévanos de vuelta, rápido!

—¿De vuelta a dónde?

—Al momento en el que Nick se levantó para irse. ¡Tengo que cogerlo!

—¿Por qué? ¿Qué ha hecho?

—No hay tiempo para explicaciones. ¡Tan solo hazlo!

Me aparté un mechón de pelo sudoroso de los ojos e intenté concentrarme. ¡Dios! Estaba tan cansada.

—No puedo transportarme ahora. Quizá mañana…

Pritkin maldijo.

—Si no lo encuentro, ¡no habrá un mañana! —Y se fue. Ni siquiera vi cómo se fue, sólo escuché un portazo de la puerta que se cerró detrás de mí.