18

¿Qué? ¿No puedo dejarte sola cinco minutos? —siseó Billy. No importa la cantidad de veces que me cambie de cuerpo (tampoco es que hubieran sido muchas) pero siempre tengo un zumbido extraño escuchando a mi voz diciéndome cosas que mi cerebro no quiere pensar. A lo mejor a la larga me acostumbraré a eso, pero lo dudo.

Miré la ventana oscura y vi lo que esperaba: un tipo moreno y taciturno en un traje demasiado chillón, con pelo negro liso y una ligera sobremordida. No era la cara más bonita de por allí, pero tampoco era alguien que atrajera la atención de los demás. Tenía que acordarme de darle las gracias a Alphonse por intimidar a este hombre para que se metiera en esto.

La posesión tiende a descolocar a los vampiros, principalmente porque se supone que es imposible. Incluso los vampiros del nivel bajo son capaces de desalojar a un huésped indeseado con un pequeño esfuerzo, y los más fuertes tienen protecciones lo bastante formidables para asegurarse de que, para empezar, nada establezca residencia. Pero Marcello había preferido permitir que un autoestopista lo hiciera para que sufriera el castigo de su maestro. Hasta ahora, se había comportado bien, había estado tranquilo y no había intentado volver a recuperar el control. Me preguntaba cuánto tiempo iba a durar esto.

Fuera de la limusina, las calles alumbradas por neones se derretían en manchas caóticas y resplandores tenues de luz, color y ruido. Billy y yo nos dirigíamos fuera de la ciudad a nuestro encuentro con el Senado. Me había escapado sin contárselo a Pritkin, principalmente porque él y la Cónsul no se habían llevado lo que se dice exactamente bien la primera vez que se conocieron y no necesitaba ninguna ayuda para crear una mala impresión. Pero también porque tan pronto como pusiera mis manos sobre Mircea, iba a conseguir el Códice e iba a acabar con este asunto; y aún no estaba convencida de que Pritkin estuviera tan interesado en salvar la vida de un vampiro, sobre todo ahora.

No obstante, aún se me hacía extraño no tenerlo ahí: como una cartuchera vacía donde debería haber una pistola. No me había dado cuenta de cuánto dependía de su locura particular. Dependía demasiado; lo que íbamos a intentar esta noche le hubiera venido como anillo al dedo.

Así que tenía un montón de cosas por las que preocuparme y menos ayuda de la que había planeado. No solo hacía que Billy no dejara de quejarse, sino que tampoco se tranquilizaba.

—Estuviste fuera casi un día —le señalé.

—¡Bueno, perdóname por agotarme para salvarte la vida! —me soltó—. ¡Sin mencionar que se suponía que tenías que estar durmiendo! ¡Y no por ahí correteando con gánsteres y planeando dar un golpe en el Senado!

—No vamos a dar ningún golpe en el Senado —le dije pacientemente por sexta vez—. Vamos a entrar, coger a Mircea y a salir. Tampoco es gran cosa.

—De todas formas, eso era lo que necesitaba creer.

—De acuerdo. Por eso es por lo que estás demasiado asustada para quedarte con tu propio cuerpo —se detuvo Billy, inquieto.

—¿Qué?

—Mis tetas no caben en ese vestido. Y no, no me puedo creer que haya dicho eso.

—No hagas eso. —Le aparté las manos de una parte de mi anatomía que no tenía por qué conocer mejor—. Se supone que tienes que parecer digno.

—¿En estos zapatos? Tendré suerte si no te rompo el cuello.

—Las mujeres hacen esto todo el tiempo. Tú tienes que hacerlo una noche. Deja ya de lloriquear.

—¿Lloriquear? ¿De verdad quieres ir allí, Cass? Porque podemos ir. Podemos ir así.

—Lo pondré atrás —me dijo Sal. Ella y el resto de los chicos de Alphonse habían estado observando el intercambio con expresiones de interés y, puesto que eran vampiros, significaba que estaban bastante fascinados. Su novio y Casanova estaban en la otra limusina, presumiblemente para demostrar la solidaridad familiar a cualquiera que pudiera haber oído acerca de la lucha—. Si esto es lo que tienes que aguantar cada día, te mereces lloriquear.

—No lloriqueo —le solté.

—¡Oh! Gracias por la información, Bonnie. No te cortes en meterte en una conversación privada cuando quieras —añadió Billy. Inmediatamente después de conocerlos, él había empezado a llamar a Sal y a Alphonse, Bonnie y Clyde, y nada parecía que le fuera a detener. Y como él estaba en mi cuerpo en ese momento, realmente deseé que se callara para que Sal no tuviera que apretar su automática.

Billy enredó un poco más con mi anatomía; lo único que había logrado era poner un trozo de pecho más alto que el otro. Los observaba con tristeza, con la cabeza inclinada ligeramente a un lado.

—Sabes, la muerte ha sido mucho más extraña de lo que pensaba.

Miré fuera de la ventana la puesta de sol, que estaba pintando el desierto en un color rojo sangre. Acabábamos de salir de las Vegas, así que no estábamos en ningún sitio cerca de la MAGIA. Pero podía sentir la presencia de Mircea creciendo con cada kilómetro, como un imán que me acercara a él.

—La vida puede ser bastante extraña, en verdad —le dije.

La parte de fuera de la MAGIA es un grupo de edificios estucados difícil de describir en el medio de un mar de cañones no demasiado interesantes. No hay nada que lo distinga de cualquier otro rancho excepto su aislamiento y el hecho de que no había ningún caballo ni excursionista a la vista. Pero su aspecto era lo menos importante de su protección. El área 51 tenía menos seguridad, claro que también tenía menos que ocultar.

Llegamos justo cuando el lugar estaba empezando a revivir. No es que fuera obvio desde el exterior, ya que la mayor parte alojaba a los miembros del personal humano, pero gracias a los sentidos de Marcello, pude sentir la actividad por debajo de la tierra. Sentí el zumbido de guardas mágicos, los pozos brillantes de energía que significaban vampiros, la sintonía mágica totalmente distinta que indicaba que había magos y otros, sensaciones menos familiares que podrían ser weres o el duende ocasional. La sensación se parecía a lo que un metro sísmico podría parecer justo antes de un terremoto: demasiada actividad en un sitio tan pequeño, esperando a explotar. Intenté no pensar en lo preciso que podía ser ese símil.

Seguí a todos los demás y entramos, intentando recordar no agacharme en las entradas. Los techos bajos se adaptaban a mi nueva altura, pero aún los sentía muy cerca, muy duros. Billy, que estaba llevando mi piel, estaba escoltado en una antecámara del pasillo principal del Senado junto con Sal y Alphonse para hacerles esperar hasta que la Cónsul gustara. Teniendo en cuenta el aprecio que me tenía, asumí que estarían allí un rato. Los otros miembros de la familia fueron conducidos directamente a las habitaciones de lord Mircea para pasar el rato, mientras los tipos importantes hacían sus negocios.

Los vampiros me habían alojado arriba con los otros humanos la primera y única vez que había aceptado su hospitalidad. Mirando a mi alrededor, podía ver por qué. La suite de Mircea era demasiado impresionante, como un palacio del Renacimiento bajo tierra con montones de suelos decorados con mármol, tapicerías ricas y candelabros de cristal reflejados en demasiados espejos. Tres vestíbulos distintos se separaban de la entrada y un auténtico mayordomo nos conducía a una biblioteca donde los refrescos se apiñaban. La sencilla habitación en la que me había alojado antes era más acogedora, y mucho más del estilo de Mircea que esta insipidez opulenta.

Después de un par de minutos de luchar contra lo que serían donantes de sangre, comencé a deslizarme a través de la multitud. Casi llegué al pasillo cuando me quedé de piedra. En medio de la puerta de la entrada había un vampiro con grandes ojos marrones, rizos castaños desarreglados y una cara barbuda y alegre. Encantador, si ignorabas el hecho que era un asesino a sangre fría.

Pude notar el creciente malestar de Marcello al ver al jefe de los espías de la Cónsul. La verdad es que no podía culparle, no me estaba contentando mucho. No sabía por qué Marlowe estaba fraternizando con los sirvientes, especialmente en una reunión importante que estaba a punto de comenzar, pero probablemente no era una buena señal. Tendía a mostrar dónde estaba la acción, pero no había manera de que él pudiera saber algo interesante de lo que iba a pasar aquí.

—¿No tienes hambre? —preguntó alegremente.

—Comí antes de irnos —le dije, en la voz baja de Marcello. Estaba contenta de no necesitar que mi corazón prestado latiera, porque, de repente, estaba en mi garganta—. Pensaba mostrar mi agradecimiento al maestro.

—Lord Mircea se encuentra indispuesto.

—Entonces estaré poco tiempo.

Casanova se unió a nosotros, una figura elegante en azul intenso y blanco, con una corbata estampada brillante. Parecía que se estaba dirigiendo a una fiesta de lujo en un yate privado y logró hacer que la vestimenta oscura de Marlowe de la era isabelina pareciera como salida de una mala obra de teatro.

—También me gustaría verlo —comentó—, para darle las gracias por mi nuevo cargo.

—Pensaba que simplemente había sido un acuerdo interino.

Casanova sonrió ligeramente.

—Por eso es por lo que me gustaría verlo.

Muchos otros vampiros hicieron movimientos vacilantes hacia nosotros, como si estuvieran pensando en unirse a la fiesta. La mayoría no tenía la oportunidad de ver a Mircea muy a menudo y con Tony debajo de una nube, probablemente planeaban comportarse servilmente. Y échale la culpa de todo al gordo antes de que al jefe grande se le ocurran algunas ideas, añadió Marcello en mi cabeza.

Calla, pensé.

—Qué valiente por tu parte —dijo Marlowe genialmente—. Estos días no está de muy buen humor. La mayoría de la gente se ha mantenido… a una distancia… de seguridad. Los recién llegados se esparcían por todos lados tan rápido que apenas me daba tiempo de ver cómo se iban.

—Entonces, ¿sólo vosotros dos? —Aún seguía siendo muy amable. Sentí el sudor frío corriendo por todo mi cuerpo prestado.

—Le transmitiremos los mejores deseos de parte de todos —dijo Casanova, aparentemente tranquilo. Marlowe me miró. Yo no dije nada, pero tampoco me fui.

Se encogió de hombros.

—Si insistes.

Le seguimos por un largo pasillo hasta una combinación de habitación y salón. Podía decir por el agujero del tamaño de un puño en la puerta que era la de Mircea. Parecía que las cosas no habían mejorado desde mi última visita.

A diferencia de los colores apagados que predominaban en las habitaciones públicas, estaba cubierto de color, algo que no noté en mi visita anterior porque las luces habían estado apagadas. Seguían estando apagadas, pero la vista de Marcello era mucho mejor que la mía y fácilmente diferenciaba los turquesas, rojos y verdes brillantes del arte tradicional rumano en nichos y pintados en un armario gigante tallado. Las piezas deberían haber parecido llamativas y baratas al lado de la decoración crema y marrón, rica pero sencilla, pero no lo parecían.

Aparte del arte colorido, la primera cosa que noté fue la cama. El poste roto aún estaba incluido en la cama y las mantas aún estaban arrugadas, pero no había nadie en ellas. Una mirada rápida confirmó que Mircea tampoco estaba escondido en ninguna de las esquinas oscuras de la habitación; pero sí que había alguien.

—¡Tami! —Me salió antes de que pudiera contenerme. Tami parecía confundida, Casanova me echó una mirada como diciendo «no se te puede llevar a ninguna parte» y Marlowe se rió.

—Gracias. Me estaba preguntando cómo saber cuál de ellos eras —me dijo de manera agradable.

Estaba demasiado ocupada mirando a Tami para prestarle demasiada atención. Parecía mayor de lo que recordaba, más de lo que tenía que aparentar después de solo siete años y estaba demasiado delgada. Aún más preocupante era su ropa, una camiseta de tirantes arrugada con medias rotas, lo que me habría dicho que algo iba mal incluso aunque su expresión no lo hubiera hecho ya: estaba en las últimas. Tami siempre se había enorgullecido de su apariencia, nunca estaba deslumbrante, pero siempre aseada y limpia. El hecho de que pareciera que aún estaba llevando la misma ropa en la que la habían atrapado realmente me preocupaba. Pero estaba viva.

Casanova avanzó furtivamente, probablemente quería estar en una posición en la que yo pudiera transportarnos a los tres. Ese había sido el plan, en el caso de que cualquier cosa fuera mal. Sería una pena que no funcionara ahora.

—No te preocupes —dije, para que dejara de darme codazos en las costillas—. Es una inadaptada.

—¿Qué? —Casanova frunció el ceño mirando a Tami y ella hizo lo mismo; el miedo comenzó a sustituir a la confusión en su cara.

—Está bien —le dije rápidamente, esperando que no estuviera mintiendo. Parecía que no la tranquilizaba mucho, probablemente porque no sabía quién demonios era yo.

—¿En qué definición del término esto está bien? —preguntó Casanova.

Le lancé una mirada, pero él tenía razón. Ya que mi poder seguía a mi espíritu y no a mi cuerpo, había sido demasiado sencillo colarme para ver a Mircea disfrazado y transportarnos. Incluso aunque el Senado hubiera puesto una bomba neutralizadora para impedirlo, no sería Marcello quien la llevara. Debería haber recordado: nada era sencillo siempre que el Senado tenía algo que ver.

—Era un buen plan —dijo Marlowe, casi como si él hubiera estado leyendo mi mente. Intentó parecer compasivo, pero no paraba de salirle esa sonrisa.

—¿Excepto por la parte de que es un fracaso total? —preguntó Casanova.

—¿Cómo cogiste a Tami? —le pregunté a Marlowe.

—Escuchamos que los magos tenían a una inadaptada en sus celdas y les pedimos que nos la prestaran un tiempo —me dijo voluntariamente.

¡Joder!, debería haber pensado en eso. Poner una inadaptada al lado de la cama de Mircea era la solución perfecta. A diferencia de una bomba, Tami estaba siempre encendida. Y el hecho de que un poder de una inadaptada viva fuera eficaz sólo en un área muy limitada no importaba si ella estaba sentada justo al lado de él. Estaba tan segura de esta manera como lo estaba en una de las celdas del Círculo y su presencia aseguraba que si yo volvía a aparecer, estaría atrapada hasta que los vampiros pudieran cogerme.

Como justo ahora, por ejemplo.

—Hasta que empezamos a charlar no sabía que vosotros dos estabais familiarizados —añadió Marlowe.

Dije una de las palabrotas de Pritkin. No me extrañaba que Marlowe pareciera tan jodidamente feliz. El Círculo le había entregado una palanca para usar sobre mí sin ni siquiera darse cuenta.

Decidí tan solo saltarme la parte donde hacía las amenazas y la negociación y la llegada a la conclusión obvia.

—Si es una prestataria, el Círculo la va a querer tener de vuelta —señalé.

Si era posible, Marlowe parecía aún más contento. Esa maldita sonrisa iba a rajar su cara bastante pronto.

—Pensaremos en algo —me aseguró—. ¿Verdad?

Suspiré. Estuvo bien que hubiera vestido a Billy para la ocasión, porque después de todo parecía que íbamos a ver a la Cónsul.

—Sí, vamos para allí.

Tami se quedó de piedra cuando entramos en el vestíbulo del Senado y tan solo miramos. Había muchas cosas que mirar, desde la enorme caverna de piedra arenisca roja, pasando por los candelabros afilados, hasta los estandartes con gran colorido que colgaban detrás de los asientos adornados reunidos alrededor de la enorme tabla caoba de una mesa de reunión. Pero no necesitaba preguntarme qué era lo que había hecho que se le quedara la boca abierta. Era difícil concentrarse en otra cosa cuando la Cónsul estaba en la sala.

Al principio pensé que, tan solo para cambiar, había decidido llevar puesto algo que no estuviera aún vivo. Pero luego, el estampado de piel de serpiente dorado y negro sobre su caftán se ondulaba, con una marea de escamas resplandecientes que se enrollaban por arriba y por debajo de su cuerpo. Y una enorme cabeza de serpiente salía detrás de su cara como una capucha con los ojos negros destellantes que me miraban malévolamente. Me di cuenta sobresaltada que ella había despellejado lo que parecía el abuelo de todas las cobras, pero de algún modo, lo mantenía vivo. Augustine, decidí vagamente, hubiera tenido un ataque de rabia.

Billy se movió para encontrarme y yo me quedé aliviada al ver que al menos había resuelto el problema del pecho. La creación de Augustine me quedaba como un guante en la cintura, donde se abría hacia afuera en una falda de campana con una pequeña cola. No estaba muy puesta en la moda antigua, pero había visto bastantes películas de la época para discutir con él sobre la autenticidad: a mí no me parecía algo que María Antonieta hubiera llevado. Él sólo se había sorbido la nariz y me informó que: a) los estilos habían cambiado rápidamente después de que la cabeza de la reina se había ido deambulando sin su cuerpo, b) aquí estábamos hablando de moda mágica, no humana, y c) yo era una idiota. Era bastante obvio por qué Augustine no era exactamente un nombre famoso. Realmente tienes que querer la ropa para aguantar al tipo.

Pero, ¡coño! Sabía coser. O conjurar o lo que fuera. Realmente no había apreciado su habilidad cuando estábamos en el Dante, cuando casi me asfixia, pero a pesar del hecho de que nunca iba a brillar más que la Cónsul, pensaba que estaba bastante guapa.

La base del vestido era de seda azul intenso de media noche, pero era difícil concentrarse en eso por lo que pasaba en la parte de arriba, o más bien, lo que parecía estar pasando dentro del vestido, porque cuanto más lo mirabas, más difícil era recordar que era de tela y no un cielo nocturno y que aquellas eran joyas y no una caída inimaginable de estrellas. De algún modo, Augustine había creado una banda de diamantes que giraba que se parecía horrores a la Vía Láctea.

Cuando Billy se acercó, Marlowe se sobresaltó y se echó para atrás. Tardé un momento en darme cuenta del porqué: las estrellas son esencialmente millones de pequeños soles. Eso probablemente explicaba el efecto apenas visible y el despliegue de luces que el vestido parecía arrojar sobre el suelo de la caverna, soltando un charco de pequeños prismas alrededor del dobladillo.

—¿Cassie? —Tami estaba mirando a Billy con incredulidad y yo decidí que, en este punto, volver a intercambiarnos tendría mucho más sentido que intentar darle una explicación. La posesión no era una habilidad que tenía cuando ella me había conocido.

Me puse de nuevo en mi propia piel y Marcello suspiró aliviado. Aparentemente, él no había disfrutado la cohabitación mucho más que yo.

—Ya iba siendo hora —susurró Billy mientras se dirigía directamente a mi gargantilla. El tono decía claramente que ya le escucharía después por esto.

—Está bien, Tami —le dije a ella, ignorando a los otros dos—. Sé que no has hecho nada malo. Esto es sólo un malentendido.

Marlowe se rió.

—¿Un malentendido? No lo creo. —Aparentemente se había recuperado del chamuscado, aunque noté que estaba un poco más lejos que antes. Tenía marcas pequeñas de quemaduras en sus pantalones, del tamaño de pinchazos, que podía jurar que no estaban allí antes—. Es más culpable que nadie.

Tami ya se había recuperado del golpe inicial y le envió una mirada bastante clara. Me parecía realmente familiar, quizá porque había experimentado hacía muy poco una reproducción fiel de ella.

—¡Jesse! Es tu hijo, ¿verdad? —Me tendría que haber dado cuenta antes, solo que cuando la conocí no tenía ningún hijo; o, al menos, no lo había mencionado.

La cabeza de Tami se movió hacia adelante y hacia atrás.

—¿Dónde está? ¿Está bien? ¿Y los otros, están…?

—Están bien. Aparecieron hace unos días. Los tengo a salvo en un sitio.

—¡Oh! —Flaqueó visiblemente y por un momento pensé que iba a acabar en el suelo. Pero se recuperó a tiempo para darme un abrazo que obligó salir el aire que el artilugio de Augustine me había dejado en los pulmones—. ¡Gracias, Cassie!

—No es nada —jadeé—. Recuerdo que una vez hiciste lo mismo por mí; aunque la próxima vez estaría bien recibir, ¡no sé!, ¿una llamada de teléfono? Sabías donde estaba.

—Pero no sabía lo que ibas a decir. Y es más fácil pedir perdón que permiso.

—¡Me conoces muy bien! —No me podía creer que ella pensara realmente que le hubiera dicho que no.

—Solía conocerte bien —corrigió—. Pero el tiempo cambia a la gente. Saliste de aquella vida. Comenzaste de nuevo. Y además, la paranoia es una «maldita cualidad útil». —Dijimos la última parte a la vez, nos reímos a pesar de todo, porque había sido el mantra de Inadaptados que Tami nos había metido en la cabeza casi a diario.

No obstante, Tami se puso seria rápidamente.

—Estaba tan preocupada Cassie… los magos de la guerra no me decían nada y yo no sabía… Jesse es listo, pero muchas cosas podrían haber salido mal y yo…

—No ha pasado nada malo —sonreí tristemente—, excepto que él tampoco me contó nada. No es que me sorprenda ahora. Él es el niño de su mamá; es solo que no sabía que tenías un hijo.

—No planeé quedarme embarazada. Cuando me enteré, lo oculté, y cuando Jesse nació… Tuve una charla con su padre y él acordó llevárselo. Su mujer no podía tener hijos y él, de algún modo, la persuadiría para jurar que el bebé era suyo. Creímos que, mientras Jesse siguiera su ejemplo y no mostrara ninguna señal de nada, algún día podría tener un aprendizaje de un oficio y tener una vida normal. Pero cuando tenía once años —tragó saliva—, empezaron todos esos fuegos.

Tardé un segundo en darme cuenta de lo que quería decir.

—¿Es piroquinético? Uau, eso es realmente… extraño. —Me mordí la lengua, pero no engañó a Tami.

—Y realmente malo —dijo; su boca se torció—. Lo puso directamente en la lista de mierda del Círculo y ellos lo aprisionaron. Su padre se pasó dos años suplicando que lo soltaran, contrató a buenos abogados, hizo todas las cosas bien. Pero al final tuvieron que decirle que no había esperanza. Alguna cosa más, algo menor, sí, quizá podría haber ayudado. Pero no a Jesse. —Sus cejas se juntaron—. ¡Y yo no iba a soportar esa mierda!

—Lo sacaste.

Su barbilla se movió hacia arriba.

—¡Claro! ¡Coño! Lo saqué de allí. A los Inadaptados siempre nos tratan como si fuéramos inútiles, pero cuando me acerco a un guardia, ¡va y se viene abajo! ¡Pero él ya había estado aquí dos años! Me contó todo tipo de cosas, cómo viven, cómo están en prisión, cómo no los toca nadie como si fueran contagiosos y los rumores.

—¿Qué rumores?

—¿No los has escuchado? El Círculo está hablando de comenzar con operaciones obligatorias tan pronto como los niños sean lo bastante adultos.

Fruncí el ceno.

—¿Para qué?

—Para asegurarse de que no puedan reproducirse, de que no puedan contaminar el precioso banco de genes, ¡aun cuando se liberen de algún modo!

—Es un cargo que el Círculo niega —dijo suavemente Marlowe.

Tami se giró hacia él furiosa.

—¡El maldito Círculo no sabría la verdad aunque le mordiera en el culo!

Sólo Tami no se pensaría dos veces echar una bronca a un vampiro maestro enfrente de medio Senado, pensé, cuando Marlowe se echó un paso atrás. Levantó las manos, la boca hizo una mueca como una sonrisa que casi siempre lograba esconder.

—¡Nunca he dicho que les creyera!

—¿Pero por qué estás tú aquí? —le pregunté—. Quiero decir, sé que infringiste la ley, pero no fue nada demasiado grave. —Encerrar a una matriarca en la prisión más segura que poseían parecía una solución excesivamente innecesaria, incluso para el Círculo.

Marlowe levantó una ceja mientras me miraba.

—¿Hacer volar media docena de instalaciones educacionales del Círculo no es muy grave? ¡Oh!, pero olvidé con quién estaba hablando.

Le miré, enojada, y entonces caí en la cuenta del resto de lo que había dicho antes. Me volvía hacia Tami, inquisitiva.

—¡Espera un minuto! Tú eres la Bruja Justiciera, ¿verdad?

Frunció el ceño, pasándose la mano por su falda arrugada.

—¿Te parezco una bruja?

Teniendo en cuenta por lo que había pasado, pensaba que estaba bastante bien, pero eso no significaba que estuviera de acuerdo con lo que estaba haciendo.

—¿En qué demonios estabas pensando?

—Estaba pensando en que necesitaba sacar a mi hijo de aquí, ¡lejos de estos hijos de puta! Pero después de que hubiera sacado a Jesse, él me suplicó que volviera a por algunos amigos suyos. Y luego, ellos tenían amigos y luego los amigos tenían amigos… Y algunas veces los guardias no eran los únicos obstáculos, sobre todo una vez que entendieron que podía pasar sin que me vieran. Comenzaron a equipar trampas explosivas y… aumentaron rápidamente.

—¡Oh! —Parpadeé, encontrando difícil unificar a la justiciera loca con la mujer que había conocido. Claro que probablemente ella estaba teniendo un problema parecido conmigo.

—Pero el Círculo puso una trampa y caí en ella y ahora quieren que les dé los nombres de todos los que me han estado ayudando a encontrar casas para esos niños. Y no lo haré. —Miró un instante a Marlowe—. No me importa lo que me hagas. Vosotros, malditos vampiros, podéis dejarme seca y ¡no os diré una mierda!

—No es por eso por lo que estás aquí —le dije, interrumpiendo. Una farsa de espíritu era una cosa, pero insultar al Senado era algo más. Yo ya había lo hecho por las dos—. Quiero ver a Mircea —le dije a Marlowe, poniendo a Tami detrás de mí.

—Está indispuesto.

—Ya me lo has dicho. Aun así quiero verlo.

La expresión de Marlowe se quedó blanca con esa velocidad escalofriante que los vampiros muestran a veces.

—No —me dijo seriamente—. No creo que puedas.

—¿Dónde está? —preguntó Alphonse. Él y Sal se habían mantenido prudentemente en la parte de atrás, pero ahora se habían acercado. Uno de los guardias del Senado se movió para cortar el paso, pero Marlowe hizo un gesto y él los dejó pasar.

—Se le tuvo que trasladar a una zona más segura. —Marlowe me lanzó una mirada—. Tengo necesidad de cada operativo justo ahora; no tengo a los hombres para mantener a Lord Mircea recluido a salvo.

—¿Recluido? —La palabra no tenía sentido en el contexto de Mircea. Él era un maestro de primer nivel. Ellos iban adonde les diera la puta gana—. ¿De qué estás hablando?

—Intentó irse, supongo que para buscarte. Pero no estaba en completo control de sus facultades. No sabíamos lo que podría hacer si se escapaba y se iba con la población humana en ese estado… —Marlowe hizo una mueca—. Estaba… disgustado… porque le habían negado sus deseos. Tengo a seis hombres en condiciones críticas que te pueden confirmar este hecho.

Tragué saliva e intenté mantener una expresión neutral. Dudo que la consiguiera. Cuando Mircea estaba pensando con claridad, me había ordenado que me fuera. Si ahora estaba intentando seguirme, significaba que las cosas habían empeorado, incluso más rápido de lo que yo me había esperado.

—¿Dónde está? —repitió Alphonse, aunque sonaba más a «no hagas que me coma tu cara».

Sal le cogió el brazo mientras Marlowe tan solo parecía molesto. Claramente, no tenía en mucho la inteligencia de Alphonse. Era un punto de vista que yo compartía. Retar a cualquier miembro del Senado no era muy brillante, pero llevarle la contraria al infiltrado jefe era suicida, especialmente para alguien que apenas era del tercer nivel.

Cuando Marlowe lo ignoró, Alphonse soltó lo que sólo se le puede llamar un gruñido.

—Controla a tu sirviente —dijo Marlowe—, o lo haré yo.

Tardé un momento en darme cuenta de que se estaba dirigiendo a mí. No tenía sentido. Alphonse no era mi sirviente. Alphonse era… ¡mierda!

—Me estás tratando como la segunda de Mircea, ¿no es así? —Salió bien, aunque mis labios se habían entumecido.

—Él te nombró así mientras aún estaba… capacitado —admitió Marlowe.

Vale, eso era malo. Muy, muy malo. Explicaba un montón de cosas, incluyendo por qué la Cónsul había ordenado que me arrastraran a una celda en algún sitio, pero eso era solo el aspecto positivo.

Técnicamente, Mircea podía designar a cualquiera que él eligiera como su segundo, la persona que hablaba por la familia en el caso de que el maestro no fuera capaz de hacerlo durante un tiempo. Era el cargo que Alphonse había tenido bajo Tony. Pero, ¿por qué demonios Mircea me había elegido a mí? Tenía un personal completo en su casa en el estado de Washington, sin mencionar a una amplia familia de partidarios, cualquiera hubiera tenido más sentido como guardia temporal. Yo no podía defender a la familia que era un trabajo primario del segundo. ¡Ya había tenido demasiados problemas para mantenerme yo sola viva! ¿En qué demonios había estado pensando?

Me chupé los labios. Fue un gesto revelador que hubiera ganado que me dieran una bofetada por encima de la cabeza de Eugenie, pero de repente estaban tan secos que no podía hablar de otra manera. De todas formas, parecía que no salía nada de mi boca.

—Bueno, está claro que lo hizo —dijo Sal. Sentí una opresión de hierro descendiendo por mi hombro. Decía, «no te atrevas a desmayarte y avergonzarnos a todos». Puse derecha mi columna vertebral suavemente y la presión se alivió lo bastante para que pudiera irme con solo una ligera brisa—. El maestro y la pitia han formado una alianza.

La expresión de Marlowe aclaró lo que él pensaba acerca de eso, pero entonces la Cónsul habló y ya no importaba la opinión de nadie.

—Entonces, tú puedes hablar por él —me dijo.

Me acerqué un poco, pero me detuve antes de que el reflejo hechizado por mi vestido le diera a la mesa. Dudaba que los pequeños puntos de luz que estaba emitiendo fueran más que un mordisco de una pulga para ella, pero no necesitaba ninguna ayuda para sacarla de quicio. Probablemente ya lo iba a conseguir yo sola.

Levanté la vista y miré esa cara de bronce bonita.

—¿Por qué lord Mircea ha sido aprisionado?

—Como se te ha dicho, por su protección. Se estaba haciendo muy difícil controlarlo sin que causara daño. La trampa también hace obvia la necesidad de supervisión constante.

—¿La trampa? Quieres decir que los has puesto en…

—No tuvimos otra opción —dijo Marlowe rápidamente—. No había nada más que pudiera sujetarlo.

Alphonse maldijo y yo me mordí el labio antes de decir algo que probablemente no viviría el tiempo suficiente como para arrepentirme de ello. Pero a pesar de mis mejores esfuerzos, sentí mi presión sanguínea elevarse a gran velocidad. Ella estaba hablando del tipo de caja mágica que Françoise había intentado utilizar con las Grayas. Estaba hecha para criminales peligrosos, lo que significaba que el diseñador no se había preocupado en proporcionar mucha comodidad ni tampoco se había preocupado de asegurar la pérdida del conocimiento. El comentario informal de la Cónsul significaba que Mircea estaba completamente solo en un mundo vacío volviéndose loco poco a poco, sin ningún tipo de comodidad, sin voz para hablar, sin mano para tocar. Nada. No me podía imaginar un destino peor.

—¿Vas a aceptar esta mierda? —siseó Alphonse en mi oído. Su puño estaba apretado y parecía un hombre que de verdad quería perder el control—. Porque yo…

Le di un pisotón en el pie, fuerte, e increíblemente se calló.

—No. —Volví a mirar a la Cónsul—. Mircea tiene que ser puesto en libertad. Inmediatamente.

Inclinó la cabeza ligeramente.

—¿Estás de acuerdo en completar el geis?

—No he dicho eso.

—Entonces se quedará donde está —dijo secamente—. No podemos curarlo. En cautiverio no se puede hacer daño ni puede hacer daño a los demás.

—¡Se está haciendo daño! ¡El geis lo está volviendo loco!

—Un hecho que puedes evitar, si tú quieres. —Un destello de ira se onduló en aquella cara normalmente impasible—. Si él no te hubiera nombrado como cabecilla, ordenaría que te encerraran en una habitación con él y ¡así hubiéramos puesto fin a esto!

—Si Mircea quería eso, él no me hubiera nombrado su segunda —señalé, pensando frenéticamente. Y así me di cuenta de por qué me había dicho que me fuera, por qué había dado el único paso posible para asegurarse de que la Cónsul no pudiera obligarnos a estar juntos—. ¿Está asustado, verdad?

—¿Qué? —Era obvio que Alphonse estaba perdido, pero Sal parecía pensativa. Estaba empezando a preguntarme quién era realmente el que llevaba los pantalones en la relación.

—Tú ahora eres pitia —dijo lentamente, resolviéndolo—. Y el geis responde al poder. —De repente se le abrieron los ojos de par en par—. ¡Mierda!

No hay más que decir. Nunca iba a volver a suponer que Sal era lenta. Lo había cogido mucho más rápido que yo.

Por el bien de Alphonse, se lo expliqué:

—Cuando Mircea puso el geis sobre mí, era el más poderoso de las dos partes involucradas, así que yo estaba bajo su control. Se suponía que se iba a elevar antes de convertirme en pitia, pero no ocurrió así. Y ahora Mircea teme que mi poder supere al suyo; que, si completamos el geis, yo no sea su sirviente, sino que él sea el mío.

Alphonse se parecía a alguien al que le acababan de tirar una carga de ladrillos encima. Le dejé que procesara la información mientras me volvía a dirigir a la Cónsul.

—Tony tenía un portal —le dije bruscamente, lo utilizaba para sus operaciones de contrabando. Puedes usarlo para enviar a Mircea al Reino de la Fantasía, donde se reducirán los efectos del geis. Allí debería tener control sobre sí mismo.

—El duende no lo permitirá. —La bonita máscara volvió a estar en su sitio y era tan perfecta que casi pensaba que me había imaginado la otra.

—El oscuro lo hará. Su rey y yo tenemos un acuerdo. Y uno de sus sirvientes está disponible para escoltar a Mircea hasta el palacio, así que no será lastimado en el camino. Todo lo que necesitamos es una fuente de poder para abrir el portal. —Le di a Billy un codazo metafísico. Dudaba que pedirle que cuidara a una duendecilla con mal carácter fuera a salir bien, pero no tenía otra opción. No confiaba en Radella—. Asegúrate de que no traicione a Françoise —le dije.

—¿Y cómo se supone que voy a hacer eso?

—Ella puede oírte —le recordé. Por alguna razón, ella nunca había tenido ningún problema con eso, ni siquiera en nuestro mundo—. Dile que el trato se romperá si intenta algo.

Billy se alejó medio camino de la gargantilla para sonreírme.

—Esto tiene potencial.

—¡Y no le lleves la contraria!

—Claro que no. —Puso su cara herida.

—Esto no resolverá el problema en cuestión —insistió la Cónsul, ignorando mi conversación unilateral. La capucha de la serpiente detrás de ella se dobló en una onda larga y lenta que caía en forma de cascada en el reluciente caftán. No sabía si eso significaba algo, así que lo ignoré.

—He estado trabajando en una solución permanente. —Había esperado no tener que sacar esto a la luz, teniendo en cuenta cómo respondería seguramente, pero estaba fuera de las demás opciones—. Existe un contrahechizo.

—Nuestros expertos han coincidido en que no es cierto.

—Entonces, tus expertos están equivocados. El contrahechizo se encuentra en el Códice Merlini.

Marlowe me estaba mirando y empezaba a comprender. Él había estado allí cuando los duendes oscuros me habían dado el encargo de encontrar la maldita cosa, cuando había descubierto que contenía una manera de escapar del geis.

—Tú lo encontraste —dijo suavemente.

Sacudí la cabeza.

—Aún no, pero sé cómo conseguirlo.

—Me lo vas a decir —dijo la Cónsul. No era una pregunta—. Enviaré a alguien a por él y si dices la verdad, ordenaré que suelten a Mircea. Te quedarás aquí hasta que me lo traigan.

—No lo entiendes —le dije, intentando mantener la calma—. No es cuestión de dónde está, sino de cuándo. Soy la única que puede conseguirlo. ¡He estado trabajando en ello durante dos semanas ya!

La Cónsul tan solo me miró. Durante un momento, temí que fuera a pedir una de sus interrupciones, que podían durar desde horas hasta días, pero luego parpadeó.

—¿Por qué debería creer que deseas ayudar a uno de los nuestros?

—¿A uno de los vuestros? —Bajé las manos desesperada—. Excepto por lo de beber sangre, prácticamente soy una de los vuestros.

Su cara mostró la primera sonrisa que había visto en ella. Después de haberla visto, esperaba que también fuera la última.

—Si eso fuera verdad, hace tiempo que estarías muerta por rebeldía.

De acuerdo. Amenazas de muerte a un lado, estamos haciendo progresos.

—Si quisiera a Mircea herido, entonces, ¿por qué iba a estar aquí? —le pregunté—. ¿Qué castigo podría darle que fuera peor que lo que está pasando ya? Si quisiera que sufriese, tan solo me apartaría. Así es como sabes que quiero ayudar.

—¿Y qué es lo que quieres a cambio?

Por fin llegamos a eso.

—Quiero que se libere a Tami y que se le absuelva de todos los cargos.

—¡Cassie! —Escuché el susurro de Tami excitado detrás de mí, sentí sus ojos perforándome la nuca, pero me tragué las palabras que sabía que ella esperaba escuchar.

Ella quería que yo pidiera que se hiciera algo por esas malditas escuelas de magos, pero yo conocía otras cosas. La Cónsul podría ser capaz de mover sus hilos acerca de un único prisionero, pero cambiar un área completa de política del Círculo sería sobrepasarse. Ella no tenía ese tipo de autoridad y pedirle algo que ya sabía que no podía darme, tan solo haría parecer que yo no quería ayudar a Mircea. Ya había pedido más delo que yo pensaba que podía obtener, estipulando que los cargos se retiraran en lugar de simplemente liberar a Tami. No iba a conseguir nada mejor. No esta noche.

—A cambio, recuperaré el contrahechizo y liberaré a lord Mircea del geis —dije.

La Cónsul no parpadeó esta vez.

—Hecho. Pero te llevarás a uno de nosotros.

—Había planeado llevarme a Alphonse —comencé, pero ella me detuvo.

—No. A un senador.

Me lo había estado temiendo. ¿Por qué sólo acordar salvar a Mircea cuando también había una oportunidad de conseguir el Códice? Sólo que eso no iba a suceder. No había pasado por todo esto para poner ese tipo de poder en las manos de los vampiros. Afortunadamente ella no había especificado qué senador.

Sonreí y ni siquiera intenté hacer una mejor versión que la suya.

—De acuerdo.