Después de que me hubiera puesto unos pantalones viejos de chándal y una camiseta de tirantes andrajosa, hicimos seis circuitos por los pasillos en la planta baja y subimos y bajamos las escaleras hasta que ya no sabía por dónde iba. Pritkin juró que eran unos tres kilómetros, lo que le servía de calentamiento, pero yo estaba bastante segura de que me estaba mintiendo. O eso o estaba en peor estado físico del que pensaba.
Nos detuvimos en lo que había servido de gimnasio para una representación acrobática que ya no se hacía, antes de que Pritkin se lo apropiara con propósitos de entrenamiento. Aún había unas alfombrillas enrolladas contra una pared, parecían discordar teniendo en cuenta el resto de la decoración. La habitación era bonita, se parecía más a una sala de baile que a un gimnasio, probablemente estaba diseñada en un principio para pequeñas conferencias que no necesitaban la sala más grande que había en la planta baja. Tenía paredes gruesas recubiertas con paneles de madera que llegaban hasta el techo antepechado, con enormes espejos en tres de las partes y una vidriera alta en el otro lado. La luz que entraba en la habitación se ondulaba como el agua, salpicando un mosaico de color por todo el suelo de madera.
De manera despreocupada me apoyé contra la puerta, intentando que no pareciera que me estaba sujetando, mientras Pritkin buscaba en una bolsa grande de lona. Tenía un ojo puesto en mí, como si pensara que estaba a punto de escaparme, lo que era completamente injusto, ya que eso solo había pasado una vez y él había estado sacando la cuerda de sortear la fatalidad en ese momento; sin mencionar que la única manera que tenía de hacer un descanso en ese momento era que alguien me llevara.
Me esperaba algún equipamiento de ejercicios nuevo y malvado u otra arma que él pensara que yo fuera capaz de apuntar. El tipo estaba todo esperanzado. Así que yo parpadeé insegura por lo que acababa de sacar.
—¿Para qué es eso?
—Las pistolas se atascan y fallan el disparo si se aplica el hechizo adecuado —dijo Pritkin de manera concisa—, y a veces sin él. Tampoco son eficaces contra todos los enemigos. De igual modo, los hechizos se pueden contrarrestar con protecciones, con hechizos más fuertes o incapacitando al conjurador. Ningún método es adecuado solo, en particular, como es tu caso, cuando los enemigos potenciales vienen en tantas variedades.
Entrecerré los ojos.
—¿Qué quiere decir?
Golpeó su pierna contra la parte plana de una espada de entrenamiento pasada de moda. Su hoja era de madera, pero aun así, sonó muy alto.
—Quiere decir que aquí lo tenemos. Espadas y brujería.
—No, aquí lo tienes tú. Yo no soy ningún mago de la guerra. —Había coincidido en que tenía que ponerme en forma y aprender cómo golpear alguna vez que otra a lo que apuntaba, pero no había firmado para ser aprendiz de brujería.
—No, no eres un mago de la guerra, que es por lo que ayer casi te mueres.
—No. Casi me muero porque tu padre decidió que no le había gustado que hubiera hablado con Saleh. Algo que deberíamos discutir en algún momento.
—Sabía que estabas tramando algo en ese piso.
—Sí, gracias, pero no es el tema.
—¿Qué te dijo? —preguntó Pritkin, provocándome una sensación de déjà vu extraña y espeluznante.
Tan solo lo miré fijamente hasta que él maldijo y se giró, subiéndose la parte de abajo de su sudadera. Los colores brillantes del tatuaje me tranquilizaron un poco, aunque supuse que podían ser falsos.
—Quizá necesitemos una palabra en clave —le dije, pensativa.
Pritkin murmuró una que preferí ignorar y me lanzó la espada. Inmediatamente la solté porque a pesar de que era de madera pesaba aproximadamente la mitad que yo. Golpeó el suelo, primero el pomo, con un torpe ruido seco y vibrante.
—Estás de broma.
—Es la más pequeña que tengo. Ya te conseguiré algo más apropiado más tarde. Y has eludido la pregunta.
—No, no lo hice. Saleh no dijo mucho. Estaba demasiado preocupado por el hecho de que tu padre lo había matado. —Me pregunté cuántas veces iba a tener que volver a sacar a relucir la conexión familiar antes de que Pritkin cogiera el mensaje. No es que bajo circunstancias normales hubiera sido asunto mío, pero el que casi me hubieran absorbido la vida no de recibo. No es que fuera completamente desconocido para mí, pero no era normal.
—Hay algunas criaturas a las que no se les puede matar —dijo Pritkin, ignorándome como de costumbre—. Ayer te encontraste con una de esas. Tus instintos fueron buenos, pero lanzar pociones a una criatura así lo único que consigue normalmente es que se enfade.
—A mí me pareció que estaba algo más que enfadado conmigo.
—Porque de alguna forma conseguiste golpearle con quizá media docena de hechizos, la mitad de ellos corrosivos para los demonios, todos al mismo tiempo. Dudo que haya alguien que haya conseguido lo que tú lograste. —Me lanzó una mirada—. Me gustaría saber cómo lo hiciste.
—Detuve el tiempo. Accidentalmente —le dije, mientras levantaba una ceja—. Agnes me enseñó una vez que era posible, pero nunca tuvo tiempo de explicarme cómo se hacía.
—¿Puedes volver a hacerlo?
Sacudí la cabeza.
—Lo dudo. No sin saber lo que hice primero. —Y no sin pasarme un día en la cama después, pagando por lo que hice.
—Entonces, tuviste suerte —dijo Pritkin sombríamente—. La próxima vez puede ser que no la tengas.
—¿Qué quieres que haga? ¿Volverme loca?
—No, quiero que aprendas lo que puedes hacer para hacerle desaparecer a él o a cualquier demonio que tenga cualquier tipo de interés en ti.
—¿Y por qué tendrían ese interés en mí? —inquirí, de repente preguntándome si volverme loca no tenía ningún sentido después de todo.
—¿Por qué le pasa a todo el mundo? Atraes los problemas como si fueras un imán.
Fruncí el ceño.
—No te atrevas a decirlo. Esto no fue una llamada de mi mala suerte normal y tú lo sabes. ¡Ese demonio era tu padre y tú ni quiera me advertiste sobre él!
—Te estoy advirtiendo ahora. Una decapitación no le matará, pero le obligará a regresar al reino de los demonios durante un tiempo corto, quizá durante unos días. Todo lo que cause un fallo catastrófico del cuerpo que él ha asumido tendrá el mismo efecto, pero sus protecciones pueden detener la mayoría de los ataques, incluidos los disparos. Y a diferencia de a la mayoría de los demonios, a él no le afecta la luz del sol directa. No obstante, para alimentarse tiene que soltar sus protecciones, lo que te da un momento de…
Le di una patada a mi espada y la lancé contra la pared.
—¡Pritkin!
—¡Necesitas prestar atención a esto! No puedo estar en todos los sitios e incluso cuando estoy… —Respiró hondo, como si admitirlo le diera vergüenza—. Hay algunas cosas de las que a lo mejor yo no puedo protegerte.
—No espero que lo hagas. Pero espero que me digas la verdad.
—No hemos venido aquí para hablar. —Cogió mi espada y me la volvió a poner en las manos.
Quizá él no había venido para eso, pero sin duda estaba en mi orden del día. Aunque no podía obligarle a que dijera la verdad; y en su caso, no creía que recordarle mi cargo ayudara mucho. Levanté la espada, sujetándola con las dos manos y deseando algo que no me atacara tanto la tensión de la espalda. Era casi la única parte de mi cuerpo que aún no me había dolido.
—Quieres luchar, de acuerdo —le dije—. Pero si demuestro que soy medio competente en esto, a cambio, tienes que contestar a mis preguntas.
Pritkin ni siquiera se preocupó de responder, sino que atacó. Me giré apartándome del camino antes de que el golpe pudiera darme; una voz de mal humor que me resultaba familiar hacía eco en mis oídos: «No tienes fuerza, chica, y nunca la tendrás. ¡No dependas de ella! Si no necesitas bloquear, no lo hagas. Tu oponente puede ser más fuerte que tú, pero él no puede hacerte daño sino estás ahí». Un segundo más tarde, mi espada estaba apuntando la yugular de Pritkin, echándole hacia atrás.
Me encontré mirándole fijamente los ojos verdes fríos y los analicé de repente. Parecía que la tensión aumentaba sin que él moviera ni un músculo. Me mantuve a una distancia adecuada, ya que nuestras espadas eran del mismo tamaño, sin embargo, estaba lo bastante cerca para ser capaz de golpear, pero lo bastante lejos para necesitar solo un paso hacia atrás para atacar. Lentamente me rodeó, un trabajo de pies perfecto, sin cruzar los pies o sin darme ninguna oportunidad para que le hiciera perder el equilibrio. Nunca lo había visto luchar con una espada, pero parecía que él también había dado algunas clases.
Imité sus movimientos, el mantra de mi institutriz Eugenie en mis oídos: «Rapidez, el momento oportuno, equilibrio. Desliza tu pie por el suelo, ¡no saltes como si fueras un conejo asustado!». Yo era una tiradora pésima y estaba empezando a dudar que alguna vez fuera a mejorar. Pero sabía lo básico acerca de las espadas. Eugenie y Rafe habían entrenado conmigo muy a menudo cuando estaba creciendo para asegurarse de eso. Eugenie había defendido las lecciones ante Tony afirmando que eran más ejercicio que entrenamiento de combate.
Había mentido.
«Busca el movimiento del peso, la caída de un hombro, la suave tensión de los músculos que precipitan un ataque. Y sobre todo, ¡no pienses! No pienses en tu oponente, quién es o lo bien que lucha, o lo que tu crees que va a pasar. Confía en ti, pero no demasiado. Mantente abierta, flexible y preparada para actuar o reaccionar».
La hoja de Pritkin se arrastró y luego, de repente, invirtió el ataque cuando entró en una arremetida perfectamente equilibrada. En cada pared, su silueta reflejada arremetió con él, en el aire vacío, porque ese amago era uno de los movimientos favoritos de Rafe y yo no me había dejado engañar por él. Se recuperó casi inmediatamente, girando de una figura a otra, demasiado deprisa para que pudiera ir tras él.
«Golpea a la persona, ¡no a la espada! La espada no es quien te está intentando matar. Y recuerda, los oponentes más altos tienen un alcance más largo, pero a menudo dejan expuestas sus piernas. No sólo los torsos y las cabezas son el objetivo, ¡chica!» Hice un movimiento cortante en un arco descendente y golpeé brillantemente la pantorrilla izquierda de Pritkin mientras bailaba fuera de alcance. Dudaba que doliera, pero con una espada real hubiera salido sangre.
Eugenie podía haberle cortado completamente las piernas, pero yo no tenía su habilidad. A pesar de sus mejores esfuerzos, yo nunca la tendría. Pero a diferencia de Rafe, ella nunca se andaba con miramientos. También luchábamos con espadas de madera y por eso sabía que dolía una barbaridad si te golpeaban. Y ella no había tenido ningún remordimiento por darme en las espinillas o en la espalda con la parte plana de su espada si yo estaba dando menos de lo que podía. Con el paso de los años, junto con un montón de heridas, había acumulado una habilidad elemental que parecía que no me había abandonado completamente.
«Acuérdate de respirar. Nosotros no tenemos que hacerlo, pero tú si; así que úsalo. Lucha cuando espiras, te da más poder». Un gran consejo, pero el truco estaba en conseguir dar un golpe, que de repente fue un poco más fuerte. Parada, retirada, ataque, arremetida: me estaba moviendo sin pensar, cuando Pritkin me dio una patada a toda marcha. Supongo que él había decidido que el tiempo de juego se había acabado; y yo ni siquiera me había dado cuenta de lo que habíamos estado haciendo.
En un minuto, la quemazón de los músculos cansados se estaba expandiendo por mis brazos y mis hombros hasta llegar a la columna vertebral. El sudor goteaba por mis ojos, haciendo que mi visión quemara y fuera arenosa, y un agotador dolor de cabeza se estaba formando en mi cerebro. Pero el pie vestido con la zapatilla de deporte de Pritkin apenas hacía ningún ruido contra el suelo de madera pulido y había parado de telegrafiar sus movimientos. Mientras, los espejos lanzaban imágenes de él como una extensión casi viviente de su arma, su espada se disolvía en el músculo, el sudor y los huesos; tuve que concentrarme en permanecer en la lucha y no tropezar con mis propios pies.
«¡No existe una lucha justa! Utiliza lo que tengas, todo lo que tengas: lánzale arena a los ojos, golpea sucio, golpea debajo del cinturón. Recuerda, tu objetivo es sobrevivir, no un premio de caballerosidad». Esa fue una lección, al menos, que nunca me habían tenido que volver a repetir. Ignoré la hoja que se acercaba a mí, me concentré en el espacio detrás de Pritkin y me transporté. Un segundo más tarde, tenía la punta de mi espada en la parte baja de su espalda.
Dudé, suponiendo tontamente que terminaría, pero aparentemente Pritkin no pensaba lo mismo. Se giró rápidamente, su arma cogió la mía y me la quitó de las manos; su espada me apuntaba a la barbilla, todo sucedió prácticamente antes de que pudiera pestañear.
—Me pregunto cuánto tiempo ha pasado antes de que te acordaras de que podías hacer esto.
Me transporté antes de que la mirada de superioridad divertida en su cara se hubiera completado totalmente y agarré mi espada desde donde había resbalado hasta donde se había detenido debajo de las ventanas. Me giré y me lo encontré casi encima de mí, había atravesado la habitación corriendo y volví a transportarme antes de que me pusiera las manos encima. Intenté algo un poco elegante, esperando ahorrar los pocos segundos que me llevaría darme la vuelta y acabar encontrándomelo de cara.
Desafortunadamente, mis oídos interiores no notaron el cambio repentino de dirección y una ola de vértigo me costó más tiempo que lo que hubiera tardado con un giro. También hizo que tropezara con él cuando comenzó a girarse; tropezamos y nos fuimos juntos al suelo, intentando apartar nuestras espadas antes de que cayéramos encima de ellas. Intenté inmovilizarlo, pero él hizo que los dos diéramos vueltas y me sonrió, con los ojos brillantes y la cara ruborizada.
—Ya van tres veces ahora, prácticamente seguidas. ¿Cuál es tu límite? ¿Cuatro?
Me quité de debajo de él y le escuché caer en el suelo con un batacazo mientras volvía a coger mi espada, o quizá fuera la suya. Mi pelo estaba en sus ojos, junto con un montón de sudor; no estaba viendo demasiado claro.
—Varía —jadeé, hundiendo con la punta de la espada la sudadera sobre su corazón—, dependiendo de la motivación.
La pierna de Pritkin me agarró por la rodilla y tropecé, apenas pude mover la espada antes de empalarlo con ella. Un cuerpo duro bajó de golpe sobre mí el resto del camino hasta el suelo antes de que me pudiera recuperar y una respiración caliente se puso en mi oído:
—¿No estás segura?
—No he tenido ninguna razón… para averiguarlo aún —le dije salvajemente, intentando quitármelo de encima. Por supuesto, no funcionó.
—Es un buen truco —dijo Pritkin, sin dejar que me levantara—, pero de uso limitado si es el único que tienes en tu arsenal. Tenemos que trabajar en…
Hice un gran esfuerzo y aunque no había tenido más impulso que los demás, me transporté de nuevo. Era perceptiblemente más difícil esta vez, y el vértigo al caer fue mucho más fuerte. Había apuntado al otro lado de la habitación, pero para cuando me hube recuperado, Pritkin estaba allí.
—¡Basta ya! —gritó—. Hacer que vomites no va a…
—Eres… un pésimo perdedor —jadeé, intentando volver a recuperar el aliento. Transportarme la primera vez había sido como subir un par de escaleras; esta vez era como diez vuelos.
—No era consciente de que había perdido —contestó con la punta de la espada amablemente en mis costillas. Pero no me estaba tomando en serio, no estaba observando mi lenguaje corporal, probablemente esperaba que volviera a transportarme, así que no lo hice.
Un giro y un paso me pusieron a su alcance, el pomo de mi espada cogió su barbilla y mi pie se enganchó alrededor de su tobillo. Con un empuje estábamos otra vez en el suelo, pero esta vez yo estaba arriba, con una hoja de madera contra su cuello. Hizo un sonido de asfixia de sorpresa, o quizá de protesta por el hecho de que había presionado demasiado fuerte. No fue bastante para rasgarle la piel, pero le dejó una marca, roja y con un aspecto como si estuviera en carne viva. Me alejé rodando, mi corazón amenazaba con salirse del pecho y mis piernas temblaban.
Me apoyé contra un espejo, mi pecho respiraba agitadamente. Me hubiera gustado regocijarme ya que probablemente nunca tendría otra vez la oportunidad, pero no tenía suficiente aire.
—Yo gano. Así que habla.
—¿Qué te gustaría escuchar? —preguntó, sentado a mi lado. Su tono era calmado, al cabrón ni siquiera le costaba respirar, pero arrastró la punta de su espada por todo el suelo lo suficientemente fuerte como para rayar la madera—. ¿Que esa criatura se impuso a mi madre sabiendo que ella moriría en el parto como los cientos de otras mujeres que él había agredido? ¿Que sólo la pequeña cantidad de sangre de duende que ella poseía le dio la fuerza suficiente para sobrevivir hasta que naciera su pequeño? ¿Que yo existo solamente por su perversa curiosidad para ver si una cosa así sería posible?
Pestañeé. Había tenido una lista mental de argumentos preparados para hacer que me contara algo y ahora tenía que eliminarla. La única cosa que no había esperado era que me lo contara así, sin vergüenza, sin hacer una mueca con la boca en señal de disgusto. Y en ese punto estaba el problema con cada una de las conversaciones que Pritkin y yo habíamos mantenido.
Estaba acostumbrada al modo en el que los vampiros estaban en desacuerdo, en conversaciones complejas y delicadas, un baile de mentiras y verdades ocultas, más silenciosas que habladas. Conocía ese baile, esos pasos. Pero con él, no había discusiones complejas, amenazas de por medio o convenios discretos; solo afirmaciones directas que me dejaban extrañamente confundida. Seguía buscando el significado oculto cuando no había ninguno. O por lo menos esperaba que no hubiera ninguno.
—Estoy empezando a entender por qué odias a los demonios —le dije finalmente.
—¡Odio a los demonios porque existen sólo y completamente para infectar al género humano! No tienen características redentoras, en el mejor de los casos son pestes, y en el peor, maldiciones y a todos ellos les deberían perseguir, cazar y destruir ¡uno a uno!
—Estás diciendo que en una raza entera no hay ninguno que sea bueno.
—No.
Sabía el sentimiento que iba a desarrollarse de que algo importante faltaría en la vida, no tener razón para lamentarme por la gente que no conocía, pero sentir su ausencia como un dolor omnipresente. Sin duda, Pritkin tenía razones para odiar a Rosier, incluso quizás a los demonios en general, pero pensaba que el genocidio podría llevar las cosas demasiado lejos.
—¿Y los has conocido a todos? —pregunté, intentando no sobresaltarme bajo la mirada verde ardiente.
—Tú te criaste con vampiros —me dijo Pritkin salvajemente—. ¿Te preocuparías por adivinar dónde pasé mis años de formación?
Un poco tarde, me acordé de que Casanova había dicho algo acerca de que a Pritkin le habían expulsado del Infierno. Había supuesto que estaba exagerando. O no, pensaba, cuando Pritkin se levantó de un salto y comenzó a pasear, más rojo que cuando habíamos acabado el entrenamiento.
—Tú te criaste con esas criaturas, ¡pero tú las defiendes! Nunca lo he entendido, ¡cómo un humano puede ser partidario de los seres que se alimentan de él!
—Estás volviendo a confundir a los vampiros y a los demonios. —Siempre había tenido ese problema, y vivir cerca de Casanova, el único vampiro poseído por un íncubo, probablemente no había ayudado.
—¿Tú crees? —La tensión irradiaba de su cuerpo y su boca estaba apretada hacia abajo hasta su línea normal—. Son egocéntricos, predadores moralmente desolados que se alimentan de cualquier humano lo bastante tonto que les dé esa oportunidad. ¡No veo una diferencia muy grande!
Estaba empezando a comprender por qué Pritkin nunca había sido un gran fanático de los vampiros. El modo en el que ellos y los íncubos se alimentaban podría parecer que estaba muy cerca de la comodidad. Los vampiros tomaban sangre y los íncubos se alimentaban directamente de la propia energía vital, accediendo a través de las emociones. Pero la distinción podría ser un poco confusa para alguien con su historia personal.
—No es tan sencillo. —Me levanté con gran dificultad, intentando no estremecerme por el dolor que tenía en la espina dorsal. Me había girado demasiado deprisa o di un mal paso, y darle vueltas a mi cabeza a la izquierda y luego a la derecha parecía que no ayudaba. Pritkin se dio cuenta, pero no obtuve un masaje en el cuello. De algún modo, tampoco lo esperaba—. Algunos vampiros como Tony son monstruos —coincidí—, pero sospecho firmemente que él era así antes del cambio. No hay un vampiro típico, así como tampoco hay un humano típico.
Se acercó a mí. El dolor y la rabia luchaban en su cara.
—¡Hay un demonio típico! Rosier no es distinto de tus amigos de ahí abajo o de ninguno de los otros. Excepto en la cantidad de poder que posee, en la cantidad de dolor que puede causar.
—Puede que mi padre no fuera un monstruo, pero trabajaba para uno —le recordé tranquilamente. Pritkin no era el único que tenía que enfrentarse a algunas verdades tristes de su historia—. He tenido que aceptar eso, aceptar que sólo porque se negó a entregarme a Tony no significa que se negara a hacer otras cosas…
—Tu padre era humano —siseó; el repentino latigazo de su ira me golpeó como una bofetada, haciendo que me echara un paso hacia atrás.
—¡Y tú también!
Rió con su risa corta, sin humor y me di cuenta de que nunca le había escuchado reír de verdad. A veces tenía sonrisas de diversión irónica, pero era lo más parecido. Incluso, estaban muchas veces en los músculos alrededor de sus ojos. Quería ver cómo se reía de verdad, al menos una vez. Pero, de algún modo, pensaba que hoy no sería el día.
Se movió de repente para que estuviéramos apretados desde el muslo hasta la cadera y el hombro, pero me negué a volver a retroceder.
—¿Lo crees de verdad? ¿Nunca te has preguntado por qué tu geis reacciona de esa manera tan fuerte hacia mí y no pasa con nadie más, y me ve como una amenaza?
—Parece que últimamente no se siente así. —La carne de gallina en mis brazos era una prueba de eso.
—¡Porque él estaba allí! Quería poner de manifiesto y demostrarme otra vez que yo no soy mejor que él.
—Espera, ¿Rosier puede bloquear el geis?
—Él es un señor de los demonios. La magia humana no tiene poder sobre un ser así.
—¿Podría eliminarlo?
Pritkin me agarró las manos, sus dedos se hundieron en mi piel hasta que estuvieron rodeados de contornos pálidos, sin sangre.
—¡No vas a buscar a esa criatura!
—¡Normalmente no voy por ahí intentando encontrar a gente que me quiere muerta! —Ya había habido bastantes que me habían encontrado por sí solos—. Pero si lo que él hiciera se pudiera duplicar, quizá por otro íncubo…
—No. Nadie más es tan poderoso. —Sus palabras volvieron a ser de repente calmadas, pero sus ojos apartaron la vista de los míos.
—Pritkin, si hubiera alguna posibilidad de que pudieras hacer algo con el geis… necesito saberlo. —Antes de que fuera a la MAGIA e hiciera algo realmente estúpido.
—¿Qué te piensas que he estado haciendo?
—Sé que has estado buscando una solución en la magia humana y que es difícil. Pero odias tanto a los demonios que no estaba segura si habías considerado… otra alternativa.
—No hay otra alternativa —dijo rotundamente—. Incluso Rosier podría no romper el geis y no tiene ninguna necesidad de hacerlo. Su poder puede tomar su control el tiempo necesario para que se alimente, el tiempo suficiente para acabar con tu vida y con el poder de tu cargo, ¡de hecho una comida estupenda!
—¿Es eso lo que él quiere? ¿El poder de mi cargo?
Pritkin no contestó, dudo que ni siquiera me hubiera escuchado. Cogió un mechón de mi pelo y le dio un tirón fuerte.
—¿Ves lo fuerte que es esto? ¿Lo resistente? ¿Sabes a lo que se parece alguien cuando un íncubo acaba con él por completo? El pelo es frágil como la paja, la piel delgada y envejecida, la juventud desaparece, todo… —Se dio la vuelta repentinamente—. Tengo una lista muy larga de razones para odiar a esa criatura —dijo tras de un momento, con un mordisco en cada palabra—, pero en lo más alto está su omisión de advertirme de mi naturaleza, de tomarse siquiera un minuto para ayudarme a evitar que me convirtiese en lo que era.
—¡Tú no eres un demonio, Pritkin!
—Dile eso a mi víctima.
—No entiendo.
Se giró para ponerse frente a mí y me sobresalté tan solo con ver su expresión.
—Entonces déjame asegurarte eso. Cuando regresé de mi estancia en el Infierno, decidí hacer una vida normal por mí mismo. Conocí a una chica. Con el tiempo nos casamos. Y en nuestra noche de bodas, le quité la vida de la misma forma que esa cosa casi hizo contigo.
Parpadeé. Se me ocurrió que podía saber quién era la chica de la foto y por qué Pritkin la había guardado. Debería haberlo sabido: no estaba fuera de lo sentimental; la estaba utilizando para castigarse a sí mismo. Podría haberle recordado que no había sido culpa suya, que no había tenido a nadie a quien preguntar sobre sus habilidades para prevenirle del peligro. Le podría haber dicho que si hubiera sido yo, no hubiera querido que él se hubiera estado torturando por mi muerte durante más de un siglo. Pero sabía la respuesta que obtendría. La mirada que ya me estaba lanzando podría haber derretido el vidrio.
—Fue un accidente —le dije finalmente—. Tú no sabías…
—Y estoy seguro de que para ella fue muy cómodo cuando estaba tirada jadeando por última vez —dijo, mordiendo cada una de las palabras. Nunca le había escuchado la voz tan entrecortada, tan fría—. Traicionada por el que debería haberla protegido, por la misma persona en la que ella confiaba. Viendo al final lo que soy en realidad y sintiéndose horrorizada por ello, como debió estar todo el tiempo. Como tú lo estarías si tuvieras algo de sentido.
—Pritkin…
Me echó hacia atrás hasta que me pegué a la pared y no me quedaba ningún sitio adonde ir. El aire a su alrededor crujía tan nerviosamente que era incómodo mirarlo.
—¿Pero ellos se reproducen de ti, no? No te importa que los monstruos se alimenten de ti. Te has convencido a ti misma de que son como tú. Simplemente humanos con una afección. ¿Te gustaría saber lo que en realidad sienten esos vampiros por ti?
Me había criado con criaturas que podían matarme con el mismo esfuerzo que yo necesitaría para aplastar a un bicho. Sabía cómo me veían, cómo veían a todos los humanos. Pero solo porque puedas matar no significa que lo tengas que hacer. No si ese algo es mucho más valioso vivo. Era la cuerda floja por la que había caminado durante mucho tiempo antes de que supiera que yo estaba en una de esas.
—Ya lo sé…
Sus ojos se volvieron verdes e inmóviles, como cuando había estado matando a personas que eran demasiado estúpidas para escaparse cuando habían tenido la oportunidad.
—No creo que lo sepas. Tú crees que ellos se preocupan, crees que ellos quieren, crees cualquier cosa que te haga más fácil no ver la verdad. Pero entiende esto. Para ellos, tú eres comida. Nada más. Siempre que olvides esto, te harás vulnerable. Y si a menudo te conviertes en un objetivo, ellos te destruirán; no porque te odien, sino porque es su naturaleza. Y nada cambiará eso nunca.
No intenté volver a decirle que eso no era nuevo para mí, porque él ya no estaba hablando de vampiros y los dos lo sabíamos. Y porque él ya parecía que había perdido una pelea consigo mismo. Le latió una vena en su cuello y sus mejillas parecían calientes, pero sus ojos estaban ensombrecidos.
—No me digas lo que soy, tan solo aprende a defenderte. De ellos, ¡o de mí!
No fue hasta que él se marchó cuando me di cuenta de que aún no comprendía por qué Rosier me quería muerta.