16

No puedo respirar —me quejé.

Sal me lanzó una mirada en el espejo que teníamos enfrente.

—No necesitas respirar, necesitas estar guapa —dijo, atándome despiadadamente la parte de atrás de mi corpiño. Estábamos en la suite del ático que se había apropiado junto con una botella de champán, media docena de botones y el vestido que le había pedido a Augustine. A Augustine no le había gustado que le hubiera despertado en mitad de la noche, ni que hubiera invadido su sala de trabajo y había declarado en alto que las proezas de los genios llevan tiempo y que aún no había terminado, gracias. Luego Sal compró dos trajes en el acto y puso en un pedido una media docena más y él se calló tan rápido que su boca hizo un sonido crepitante.

—No, tú no necesitas respirar, pero yo estoy muy segura de que es una de mis necesidades.

—¿Siempre te quejas tanto?

—No creo que pedir que pueda respirar sea una…

—Porque no me acuerdo. —Sal se detuvo para admirar el eslogan tan grosero que se acababa de escribir solo a lo largo del pecho. Uno de los trajes que le había comprado a Augustine era un mono negro que mostraba pintadas luminosas en distintos momentos. Sal había descubierto que podía influenciar en la elección de las palabras si lo intentaba con todas sus fuerzas y se lo estaba pasando en grande corrompiendo su traje.

—Claro que no recuerdo mucho de ti —continuó—. Nunca tenías nada que decir a nadie excepto a esos amigos imaginarios tuyos…

—¡Eran fantasmas!

—… Siempre entraban furtivamente por las sombras, con un aspecto aterrador si alguien llegaba a notar tu presencia…

—Me pregunto por qué.

—Por lo que he podido ver, no ha cambiado.

Inspiré hondo, planeando enseñarle a su vestido una palabra nueva, si no fuera porque ella me apretó la cintura en ese momento y obligó a que todo el aire saliera de mis pulmones.

—¡Mantener la cabeza hacia abajo es la peor cosa que puedes hacer! Te hace parecer vulnerable.

—Lo que es bastante justo, ya que realmente lo soy.

—¿Vas a esconder toda tu vida? Tienes que demostrar a todo el mundo que tienen que tenerte miedo, no al revés. Lo que hiciste con la Cónsul; eso estuvo bien. Hizo que se echarán un poco hacia atrás, hizo que pensaran. Últimamente no has tenido más problemas con el Círculo, ¿verdad?

—¿Aparte de la recompensa tan grande que pusieron por mi cabeza?

—¡Uy! A lo mejor tenemos que hacer ese punto un poco menos obvio.

—Si es más obvio acabaré muerta. —Sal se giró para coger su copa de champán y una frase muy grosera iluminó la parte de atrás. Fruncí el ceño, pero no iba a rebajarme a luchar con un trozo de tela—. No he tenido ningún problema porque no saben dónde estoy.

Sal se detuvo para darle la propina al último botones que parecía agotado. Acababa de vaciar un baúl lo bastante grande como para ocultar a un cuerpo en medio del suelo del salón. Y teniendo en cuenta a quién pertenecía, podía ser que fuera así.

—Cariño, ¡todo el mundo sabe dónde estás! —dijo en cuanto el botones se marchó—. Quiero decir, vamos, ¿qué piensas que estamos haciendo aquí?

—¿Planeando cómo vencer a Casanova?

—Aparte de eso.

—No lo sé. Rafe te llamó…

—Y normalmente salimos corriendo cuando hace un chasquido con los dedos —dijo Sal, poniendo los ojos en blanco—. Alphonse ha venido para hacerle la pelota al nuevo jefe, y ya que él no está por aquí, tú lo harás.

—¡Oh, oh! —Alphonse haciéndome la pelota a mí era como si la tierra decidiera cambiar de dirección.

—No lo entiendes, ¿verdad? —Sal parecía auténticamente desconcertada—. Hay una guerra. Todo el mundo está eligiendo el lado en el que se queda. Los más listos se están alineando donde está la fuerza. Como con Mircea. Como contigo.

—¿Y qué me dices de Tony? Él es tu maestro.

—Y nunca me había dado cuenta de cuánto odiaba a ese pequeño sapo hasta que se fue.

—Pero si vuelve…

—Lo mataré —dijo Sal, sonando como si se estuviera deleitando con esa oportunidad.

—No puedes. Como maestro tuyo…

—Para entonces ya no será mi maestro. Mircea lo será.

Las cosas de repente tuvieron mucho más sentido.

—Lo que tú quieres es que Mircea rompa el lazo.

—Cuando todo esto acabe, intentaremos aún seguir de pie y en la parte ganadora —confirmó Sal, lanzándome una mirada con unos ojos repentinamente azules y perspicaces—, sin morir luchando por un hombre que las dos despreciamos.

Maravilloso. Ahora, otro grupo dependía de mí, esperando que milagrosamente yo pusiera todo de nuevo en orden. Decidí que quizá hubiera sido mejor estar sola, así había menos gente a la que decepcionar y menos cosas que complicar.

—Si soy tan poderosa, ¿por qué no puedo hacer que esos dos ahí abajo dejen de matarse el uno al otro?

Sal cogió el teléfono y me lo dio.

—Quieres que dejen de hacerlo, díselo.

—Así sin más.

—Exactamente, así sin más.

La miré con la mirada en blanco, pero ella solo hizo una pompa con su chicle así que le dije a la persona que estaba al otro lado del teléfono que me gustaría hablar con Casanova. Me dijo que estaba bastante ocupado en ese momento.

Le dije que realmente le agradecería que encontrara un segundo para mí. Me preguntó si quería dejar un mensaje. Sal me quitó el teléfono de la mano con una mirada enojada.

—Mete el culo ahí dentro y dile que la pitia reinante quiere hablar con él —soltó.

Demasiado para mi camuflaje. Si el Círculo no sabía ya dónde estaba, probablemente lo sabría pronto.

—¿Te haces una idea de lo que acabas de hacer? —le pregunté, sintiendo como me daba migraña.

Sal me dio un puñetazo en el brazo.

—Eres pitia, ¡empieza a actuar como tal!

Me reprimí para no frotarme el brazo dolorido y la miré. Ella me devolvió la mirada. Casanova se puso al teléfono, sonando un poco falto de aliento.

—¿Qué?

—¿Estás ahí? —le pregunté—. Porque a lo mejor estoy loca, pero podía haber jurado que estamos aquí porque tu maestro está a punto de volverse loco y por lo tanto está obligando a la Cónsul a que lo mate. ¿Tengo que recordarte lo que os pasará a los dos en ese caso?

Alphonse cogió el teléfono, no era que lo necesitara: la audición de un vampiro es mucho más que suficientemente buena para que cualquier conversación telefónica se convirtiera en una conversación de conferencia.

—¿Cuál es el plan? ¿Vamos a sacarlo de allí?

—Eso estaría bien —coincidí.

—Rafe dijo que viste al maestro hace un par de días. Si tú entraste entonces, ¿para qué nos necesitas ahora?

—¡Porque estoy casi segura de que los guardianes tomaron buena nota de esa pequeña visita! —le dije impacientemente—. Están esperando a que vuelva a intentarlo; y la última vez que quité a alguien del control de la Cónsul, utilizó una bomba neutralizadora para atraparme.

—Sí, ya lo había escuchado, aunque no me lo creí.

—¡Ah! Las bombas neutralizadoras existen —le aseguré—, y la Cónsul tiene un montón de ellas. —Las había visto con mis propios ojos y aunque dudaba de que ella quisiera usar alguno más de esos recursos tan escasos y tan caros conmigo, el hecho era que le había hecho quedar mal. No había sido intencionado, pero raras veces los vampiros se preocupaban por esas pequeñeces. Y andar jugando con la reputación de alguien que debe en parte su poder al miedo que consigue inspirar era un asunto serio.

—Lo que quería decir es que no creía que pudieras lograrlo —aclaró Alphonse.

Yo tampoco lo creía. Decidí que no sería prudente mencionar exactamente cuánto había tenido que verla suerte. En un mundo donde la reputación era lo más importante, la mía no era gran cosa. Alphonse me recordaba como la pequeña clarividente domada por Tony, algo que no iba a convencerle para que hiciera nada. Pensar en mí como alguien bastante borrascoso o lo bastante loco para enfrentarme con la Cónsul sería una imagen mucho mejor.

Por suerte, tanto Alphonse como Casanova me necesitaban para asegurarse de que Mircea seguía vivo y bien. Hasta que se anular el geis, podía confiar en ellos. Hasta un punto. Probablemente.

—Creo que sé cómo podemos hacerlo —dije.

Casanova había estado balbuceando por detrás. Pensé que alguien le había estrangulado, pero supongo que no fue así, porque de repente elevó la voz.

—Vale entonces. Estás loca. Esto dice mucho de ti.

—Loca y soy la novia del jefe —le recordé dulcemente.

Agradecí que cuando Sal recibió una respuesta de la Cónsul diciéndole que nos vería, fuese casi de día. Eso no hubiera tenido que preocupar a la presidenta del Senado ya que hacía tiempo que había dejado de estar unida al ciclo del sol, pero Alphonse y compañía no tenían esa condición. Así que tuve un indulto de un día antes de averiguar si mi plan iba a funcionar. Y ya que había roto con el ciclo del sueño, decidí utilizarlo para otras cosas.

Nick estaba al cargo cuando llegué a la sala de investigación. Tenía la nariz enterrada en un tomo antiguo, gigante y polvoriento, pero parecía contento de poder tomarse un descanso.

—No hay noticias de tu amiga Tami —me dijo antes de que pudiera decirle nada—. Ya no tengo el mismo nivel de acceso como fugitivo de la justicia.

Me contorsioné suavemente.

—Sí, lo siento por eso. —Alguien debió haberle avisado de que tendía a tener ese efecto sobre los magos.

—Tenía que pasar antes o después. El sistema está anticuado, pero el Consejo se niega a verlo.

—Y yo que pensaba que eran un montón de gilipollas que escarbaban en el poder.

—Eso también —dijo Nick secamente, cerrando la tapa de su libro. Tenía un símbolo de relieve que me resultaba familiar, escalas plateadas brillaban contra la usada piel verde.

—El uróburo —dije, e inmediatamente lo sentí cuando su cara se encendió con el aire deleitado de un fanático que había encontrado el alma de un niño.

—No sabía que te interesaba la historia mágica, Cassie.

Y no me interesaba antes de que el Códice apareciera. Ahora no tenía muchas más opciones.

—El símbolo de la eternidad, ¿verdad?

Asintió con la cabeza con entusiasmo.

—Esa es una interpretación. La serpiente, o el dragón en algunas representaciones, se come su propia cola, de esta manera mantiene su vida y asegura el ciclo eterno de renovación.

Se giró hacia el frontispicio, una hoja casi transparente cubierta con la imagen de la tapa presentada en tonos brillantes.

—Ésta se copió de un amuleto egipcio con fecha del año 1500 a. C., pero también era conocida por los fenicios, los griegos, los chinos y los escandinavos… la verdad es que es el último arquetipo. ¡Apenas se conoce una cultura que no la conociera de alguna forma!

—Qué interesante. —Y así era, al menos un poco. Pero no tenía tiempo para una lección de historia mágica—. ¿Has visto hoy a Pritkin?

Fue muy tarde. Nick ya estaba metido en otro libro.

—También es uno de los símbolos protectores más antiguos del mundo, posiblemente el más antiguo. Sin mencionar que fue el que más se expandió. Los aztecas creían que una serpiente gigante residía en los cielos como una protección a la Tierra hasta el final de los tiempos. Los egipcios tenían un mito bastante parecido. Las dos culturas pensaban que cuando la protección del uróburo dejara de funcionar, la era del hombre llegaría a un fin.

—¿Nick? —Esperé hasta que levantó la vista. Tenía una mancha de polvo en la nariz—. ¿El rubio con mal carácter que necesita un corte de pelo?

—¿John? Sí, está por aquí. —Nick hizo un gesto con una mano como si lo ignorara y cogió otro libro con la otra.

Se lo arranqué de la mano.

—¿Es esto lo que has estado investigando aquí abajo? —Parecía que había un número enorme de libros dedicados al pasatiempo de Nick y ninguno al geis.

Vio mi expresión y se apresuró a explicármelo.

—No, no, o más bien, sí, pero está ligado a nuestra investigación.

—Seguro.

—Sí, ¿ves esos de ahí? —Señaló una línea de símbolos en el frontispicio, presentados en adornos plateados y rodeando las curvas de la parte de fuera de las medidas de la serpiente—. Las Ephesia Grammata —anunció orgulloso como si eso explicara algo.

—¿Y eso es lo que sería…?

—Perdón, las cartas de Éfeso. Le dieron una… energía… añadida a la protección. A menudo los ves en los amuletos junto al símbolo del uróburo. Se decía que habían sido escritas por el propio Salomón. —Se giró hacia un dibujo lineal mostrando a la serpiente rodeando a un tipo a caballo con una lanza larga—. Ese es él, atacando la maldad —añadió, señalando a la figura que había en el medio del círculo—. Y ahí vuelven a estar las cartas de Éfeso.

—¿Pero qué son?

Nick pestañeó con seriedad durante un momento a través de sus gafas.

—¿Nunca has escuchado hablar de ellas?

—¿Por qué te iba a preguntar, entonces, si lo hubiera hecho?

—Es sólo que… son famosas. Son incluso hasta normas. —Me miró ligeramente ofendido por mi nivel de ignorancia. Crucé los brazos y lo miré fijamente—. Se dice que fueron inscritas en la estatua de Artemisa en Éfeso, el centro de su culto en el mundo antiguo —explicó—; esta diosa estaba estrechamente asociada con la magia protectora y las cartas eran consideradas como algunas de las voces magicae más potentes que existían.

—Palabras mágicas —traduje—. ¿Y qué significan?

—Eso es. —Nick me miró con orgullo, como si por fin hubiera dicho algo perspicaz—. Nadie lo sabe.

—¿Qué quieres decir con que nadie lo sabe? ¿Por qué se usan palabras si no sabes lo que significan?

Nick se encogió de hombros.

—Las palabras tienen poder, algunas más que otras.

—¿Y hasta ahora nadie ha averiguado lo que significan?

—Bueno, sabemos lo que las palabras individuales significan —dijo sonando vagamente condescendiente—. La primera, askion, se traduce más o menos como «los sin sombra», probablemente es una referencia a los dioses. El problema es que cada palabra es solo una ayuda mnemotécnica, un indicador de memoria para una línea de un texto.

—¿Es sólo una única palabra en una línea completa? ¿Qué le pasó al resto?

—Ese es el tema. Si se juntan, el texto completo forma un hechizo demasiado importante, demasiado poderoso para cualquiera que se arriesgue a escribirlo en su integridad. —Sonrió, se le vio un brillo de dientes blancos y grandes en su cara pecosa—. Excepto una vez.

—Deja que adivine. El Códice contiene el hechizo completo.

—El rompecabezas más antiguo de toda la magia —dijo Nick como en sueños—. El secreto para el último poder.

Estaba empezando a comprender por qué el rey de los duendes oscuros quería a toda costa ese Códice.

—Suena como algo que la gente hubiera querido mantener.

—Es la historia de siempre —dijo Nick, su sonrisa se deslizó—. Un grupo de líderes hambrientos de poder, probablemente del culto de Artemisa, no quisieron arriesgarse a que se fuera de sus manos. Así que sólo transmitieron el hechizo completo oralmente. Pero cuando se quemó el templo en el 356 a. C., todos murieron.

—Y desde entonces, nadie lo ha vuelto a escribir.

—Nadie sabía lo que significaba.

—Bueno, eso fue estúpido.

—Exactamente. Es posible ser demasiado cuidadoso. Algunas veces puedes perder más siendo muy cauteloso que tomando un riesgo necesario.

—¿Como decirme dónde está Pritkin? —le dije ociosamente.

—Sí, yo —se detuvo, frunciendo el ceño—. Me has engañado. —Sonaba más sorprendido que enfadado.

—¿Dónde está?

—Tienes que darle un poco de tiempo. Él…

—Tuvo tanto como yo, a mí también me atacaron. Necesito hablar con él, Nick.

—La verdad es que no creo…

Me incliné sobre la mesa, cerrando de un golpe su preciosa pila de libros. Mantener mi temperamento esos días era mucho más difícil de lo que pensaba.

—Mira Nick, esto es lo que pasa. Esta noche tengo que visitar a la Cónsul, que tiene mal genio y ya está menos que contenta conmigo. Así que necesito saber si un cabreado señor de los demonios se va a presentar sin haber sido invitado. Y la única manera que tengo de obtener esa información es hablando con tu amigo.

—Entiendo, pero tienes que tener en cuenta que…

—Y cuando tengo que hacer eso es ahora.

Su ceño aumentó.

—¿Estás intentando intimidarme? Porque creo que deberías saber que…

—Pensaba que todos los magos tenían que estar al servicio de la pitia. —No es que me reconociera manteniendo mi cargo legítimamente ni hasta ahora había mostrado cualquier lealtad en absoluto. Pero supuestamente Nick se sentía de otra manera. O si no, tenía que preguntarme lo que estaba haciendo aquí.

—Bueno, sí, técnicamente, pero…

—Soy pitia —le recordé—. Y tú eres un mago de la guerra. No tengo que intimidarte para que me des información que tú estás obligado a proporcionarme.

Nick parpadeó un par de veces, luego suspiró y se frotó los ojos. Parecía que le estaba empezando a doler la cabeza.

—Está en la sala de entrenamiento.

—Donde tú deberías haber estado hace ya una media hora —dijo Pritkin sucintamente desde detrás de mí. Salté y una mano se extendió para ponerme firme.

—Si mantuvieras tus citas, no tendrías que intimidar a mi colega para sacarle información.

Nick pareció tan sorprendido al ver a Pritkin como yo, a pesar del hecho de que él había estado de frente a la puerta. Tenía esa imagen extraña en la mente de Pritkin simplemente materializándose en el aire fino, antes de que lo aplastara. Era corpóreo, vale, pero tan jodidamente furtivo.

—No me intimidó —dijo Nick ofendido.

Pritkin le lanzó una mirada.

—Claro que no. —Llevaba un chándal gris que parecía que ya había corrido una maratón. Le echó a mi traje una larga mirada, pero no hizo ningún comentario.

—Cámbiate y ven conmigo.

—¿Por qué? —pregunté, mi estómago ya estaba empezando a dar vueltas. Porque era esa hora de la mañana en la que notaba que sólo había estado despierta media noche.

—Vamos a correr.

—No corro para distraerme. Sólo corro cuando alguien va detrás de mí con un arma.

—Eso podemos arreglarlo —susurró, sacándome fuera de la habitación.