14

Me colé en la habitación de Pritkin a la mañana siguiente, en una misión para encontrar esa runa que le había prometido a Radella y me quedé de piedra. Había esperado que fuera una búsqueda corta; por alguna razón había supuesto que guardaría sus pertenencias con una precisión militar. Sólo que no era así.

La cama todavía estaba sin hacer desde que había dormido en ella por última vez, y la ropa estaba esparcida por el suelo como si acabara de pasar un huracán. Él tenía razón: realmente olía mal. Pero me inclinaba menos a culpar a los ocupantes anteriores que a las pociones de olor nauseabundo alineadas en una estantería en la pared.

El artilugio que parecía estropeado estaba justo encima de la cama, algo que me hubiera preocupado, ya que la mayoría de las sustancias que él solía llevar eran letales. Aun así, supuse que no había tenido muchas más opciones. La pared de enfrente estaba ocupada por un armario, la que miraba hacia el club por una puerta y la que daba a una parte del casino por una cristalera.

Las ventanas eran marca registrada del Dante y supongo que los diseñadores habían situado esta detrás de los vestuarios porque su esplendor gótico no iba demasiado bien con la temática tiki del bar. Pero el resultado de una ventana tan grande en un espacio tan pequeño era una habitación completamente bañada en tonos de brillantes; rubí, zafiro, esmeralda y perla. Manchaban la colcha con sombras acuosas y difusas, y salpicaban el suelo con charcos de luz. Me hubiera resultado muy difícil poder dormir allí, pero al menos el tema iba con él: un grupo de soldados moviendo arsenal antiguo.

Me fui a trabajar de mala gana y rápidamente comencé a preguntarme más acerca de lo que no encontré que de lo que encontré. Junto con algunas camisetas con bolitas y bastante potencia de fuego como para conquistar un país pequeño, encontré varios pares de vaqueros, unas zapatillas de deporte nuevas, unos pocos artículos de tocador básicos y algunos calcetines aún sin utilizar. Todas esas compras hechas a toda prisa por un tipo que no se vestía para impresionar. Tan solo estaba reponiendo cosas necesarias que, probablemente, no podía coger porque no se atrevía a volver a su apartamento. El Círculo iba tras él por una docena de razones, de las cuales la mayoría tenían que ver con ayudarme, así que no le culpaba. Pero aún no explicaba dónde estaba escondido el armario de su otro yo.

Finalmente recogí una caja pequeña de madera de la mesita de noche. La había dejado deliberadamente para el final, esperando encontrar la runa metida en un calcetín y sin necesitar fisgonear nada que pudiera ser prácticamente personal. Si no hubiera necesitado la maldita cosa tan desesperadamente, hubiera salido de allí como una bala. Pero como la necesitaba, abrí con desgana la tapa.

No había ninguna runa allí dentro, sólo unas pocas cartas amarillas y una fotografía bastante borrosa. La mujer de la foto llevaba un sombrero oscuro y un vestido de cuello alto que hacía que su cara resaltara como una pálida huella dactilar. No se veía muy bien, pero parecía joven, con rasgos normales y ojos ligeramente pintados. Era bonita, pensé, o lo habría sido si hubiera estado sonriendo.

Le di la vuelta a la caja para ver si tenía algún compartimento escondido pero no encontré ninguno. Sólo era un rectángulo simple de pino sin ni siquiera un forro en el que se hubiera podido esconder algo dentro. Le di la vuelta a la foto. Tenía el nombre de un estudio en la parte de atrás: J. Johnstone, Birmingham.

Pritkin había mencionado una vez que había vivido en la Inglaterra victoriana, lo que le hacía muchísimo más mayor que su apariencia de treinta y tantos, pero nunca le había preguntado nada acerca de la lucha de tanto correr y estar a punto de morir. Y nunca había mencionado a su familia. No sabía si la mujer de la foto era su madre, su hermana o incluso su hija. Me di cuenta que aunque podía haber escrito un libro acerca del mago, la realidad era que no sabía mucho acerca de él.

Billy atravesó la puerta, interrumpiendo mis pensamientos.

—¿La conseguiste? —le pregunté con ansia. Me enseñó sus manos vacías y yo suspiré. Volví a poner las cartas en su sitio sin haberlas leído (un roce rápido había sido bastante para saber que la runa no estaba dentro de ninguna de ellas) y volví a colocar la caja en su cuadrado de madera sin polvo—. ¿Y ahora qué?

Billy me lanzó una mirada.

—Ya sabes lo que viene ahora. Has buscado en la habitación, yo he registrado de arriba a abajo la parte de abajo de este antro, y él no escondería nada tan valioso en cualquier sitio. Tiene que llevarla encima.

Era el peor de los casos.

—¿Cómo son tus habilidades como carterista?

—Depende a lo que esté prestando atención. Una vez le cogí una runa, pero solo porque los dos estabais demasiado ocupados chillándoos el uno al otro y él no se dio cuenta. Tendrás que distraerlo.

Genial. Normalmente crear una discusión con el mago siempre espinoso no hubiera sido un problema, pero ahora…

—No creo —le dije fervorosamente.

—Entonces querrás largarte ya, porque cuando vine pasé a su lado.

Me quedé mirando a Billy en blanco durante un segundo, luego asimilé lo que había dicho y me lancé hacia la puerta. Fue exactamente la peor cosa que pude hacer cuando me podía haber transportado, pero me entró el pánico. La manija se torció debajo de mi mano y, antes de que pudiera respirar, estaba de vuelta en la cama, un pecho fuerte clavado sobre mí y un cuchillo en la garganta.

Parpadeé nerviosa al mago, su cara estaba salpicada con color por el arco iris derramado sobre la cama. La luz azul pintaba su pelo pálido y se extendía hasta las mejillas, haciendo extrañamente que pareciera un alienígena durante un momento.

—¿Qué te crees que estás haciendo? —me preguntó.

El filo frío de la cuchilla había hecho mella en mi piel y estaba de manera preocupante muy cerca de la yugular. Tragué saliva.

—¿Intentando no moverme?

Pritkin se quitó de encima, frunciendo el ceño, y el cuchillo desapareció casi por arte de magia.

—Me deberías haber avisado si estabas planeando pasar por aquí. ¿Y si hubiera puesto alguna trampa?

No contesté; estaba demasiado ocupada intentando preguntarme por qué, de nuevo, parecía tan distinto. Se quitó de encima el abrigo viejo de piel marrón, dejando ver una camiseta verde desteñida por el sol y unos vaqueros.

Los vaqueros eran azules claros, delgados y finos como la seda y lo bastante sueltos para apenas pegarse a los músculos de su cadera. En otras palabras, eran completamente lo contrario a apretados y negros. Su pelo también había perdido ese toque puntiagudo y moderno que lucía en el vestíbulo. Parecía que acababa de lavárselo, el flequillo, que pedía un corte a gritos, se le metía en los ojos. El resto de su cuerpo debería haberse ido también a la ducha: tenía manchas oscuras en los brazos, resaltando las venas, y también tenía una mancha sobre la mejilla.

—¿Qué has estado haciendo? —le pregunté mientras me ponía derecha.

—Investigando.

—¿En una mina de carbón?

—Los textos mágicos oscuros normalmente no se encuentran en ficheros de ordenador limpios. Ahora, ¿quieres explicarme por qué estás aquí?

Aparté la vista antes de contestar, pasando un momento difícil separando al Pritkin normal de cada día con el abrigo que no era de su talla y su estúpido corte de pelo del hombre que me había besado.

—Pensé que te alegrarías de verme después de lo que pasó en el vestíbulo.

—¿De qué estás hablando?

No respondí, acababa de darme cuenta de algo que me pareció importante. Como siempre, la camiseta de Pritkin estaba entrecruzada con cinturones, vainas y cartucheras. El tipo era un arsenal andante con casi todo tipo de arma transportable conocida por el hombre. Excepto una.

—No llevas una espada —le dije; de repente me di cuenta.

Pritkin se giró después de colgar su abrigo en el armario, y Billy fue hacia allí para comenzar a registrarla. Solo esperaba que lo hiciera en silencio.

—No la necesito, ¿no te acuerdas?

Lo miré fijamente durante un segundo, luego di un salto desde la cama y lo agarré. Lo giré, intentando levantarle la camiseta al mismo tiempo.

—¿Qué coño…?

—Estate quieto —le dije, luchando para desabrochar las hebillas y las correas; la mitad de ellas parecía que habían sido diseñadas simplemente para volverme loca. Últimamente la mayor parte de las subidas de adrenalina habían sido el resultado de situaciones de vida o muerte; era un poco desorientador el sentir la misma respuesta a algo que podría ser positivo. Pero mi corazón se había acelerado hasta que pude sentirlo en la garganta y mis manos de repente eran demasiado torpes para poder hacer el trabajo—. Quítate la camiseta —le ordené, intentando mantener la voz firme.

Se giró, tenía una expresión medio interrogativa y medio enfadada en la cara. Pero para mi sorpresa no discutió y se desnudó hasta la cintura, rápida y eficazmente. Le di la vuelta y vi lo que esperaba: una estela de colores brillantes, dorado, plateado y un intenso azul oscuro que recorría desde el hombro hasta el costado.

La punta de mis dedos siguió los bordes ligeramente resaltados del diseño, por una piel caliente y músculo duro hasta que se detuvieron en el cinturón de sus vaqueros. Había sido una tonta por no haber pensado en eso antes, especialmente cuando había visto cortar una parte en su piel. Pritkin ya no necesitaba volver a llevar una espada. Ya tenía una, en forma de un tatuaje mágico que se manifestaba como un arma siempre que él lo decidía.

—¿Estás pensando en hacerte otro tatuaje? —preguntó; su voz era extrañamente fuerte.

No contesté. Su brazo estaba contra la pared, haciendo que sus músculos resaltaran y su espalda estaba tensa. Había algo hipnotizante en todo ese poder enjaulado tan cruelmente unido, en toda esa fuerza enrollada tan dócil bajo mis manos.

Observé cómo dos de mis dedos se sumergían en el cinturón suelto y deshilachado, aún siguiendo el borde de la cuchilla. La tela sedosa del vaquero estaba caliente por su cuerpo y cedía fácilmente, dejando al descubierto un ligero hoyuelo justo donde terminaba su espalda. Supongo que sabía por qué no compraba ropa interior, pensé desconcertadamente, mientras mis dedos abandonaban la espada y seguían la pequeña depresión.

De repente Pritkin se giró y me cogió la muñeca.

—Cuidado —dijo bruscamente—, o ¿has olvidado lo que puede hacer ese geis tuyo?

Y ese era otro misterio. No había habido ninguna corriente de poder que avisara en el vestíbulo y tampoco había ninguna ahora, aunque ciertamente debería haberla habido. Pritkin me soltó y me senté, me sentía demasiado caliente y un poco desorientada. Parecía que no podía dejar de mirar su pecho.

El pelo crecía grueso y dorado oscuro sobre sus bíceps, pero se atenuaba en una pista oscura que bajaba hasta su estómago antes de desaparecer debajo de sus vaqueros. Parecía suave sobre todos esos músculos firmes y también muy incitador.

Tragué saliva.

—Tenemos un problema.

Pritkin resopló.

—¿Sólo uno? Eso sería algo nuevo.

Me tambaleé hacia atrás, agotada por las consecuencias. Pritkin no había sido el que había matado a Saleh, no había sido el hombre en el vestíbulo, no era, probablemente, un traidor. Volvía a tener a mi aliado más fuerte, pero también a un doble misterioso con asesinatos y seducción en mente. Y él parecía tener un don especial definitivo para los dos.

Pude ver colores a través de mis párpados, bermellón, azul y verde; los matices de la ventana se filtraban por la piel. De repente se vieron bloqueados por una sombra oscura. Abrí los ojos y me encontré a Pritkin mirándome de una manera que no era para nada cómoda.

—Vas a contarme exactamente lo que está pasando —me dijo con gravedad—. Ahora mismo.

Y justo de esa manera, todos los sentimientos del vestíbulo volvieron como una ráfaga. Ni se te ocurra, me dije severamente mientras levantaba la mano para rodear su cara. Mis dedos me ignoraron y se arrastraron por su piel suave y su barba de tres días, girando su cabeza hasta ponerla en un ángulo perfecto para un beso. A lo mejor así es la esquizofrenia, pensé, mi cuerpo chillaba que fuera hacia adelante y mi cerebro me ordenaba que me quedara quieta. Mi cerebro perdió.

Antes de tomar la decisión consciente, sentí mis labios rozando los suyos. Aunque sospechaba que mentalmente estaba maldiciendo, parecía que su cuerpo no estaba escuchando a su cerebro mucho más que yo al mío. Los músculos bajo mis manos estaban duros como el hierro, pero no las apartó. Y después de un segundo sobresaltado, me cogió la nuca y me besó.

Dejé que mis manos se acomodaran en su pelo, que no solamente desafiaba la gravedad, sino que era grueso, liso y suave y maravilloso para pasar los dedos por él. Sólo que no tuve mucha opción ya que Pritkin besaba igual que hacía todo lo demás: directo, sin misericordia y con una intensidad que me dejó sin aliento. Era caliente y desesperado como si estuviera hambriento de eso y mis labios se entreabrieron y no pude resistirme, porque ¡Dios mío!

—¡Cabrón! —jadeé, cuando por fin nos separamos—. ¡Sabía que me estabas engañando! —El sabor de café había sido rico y amargo en su boca.

—Señorita Palmer…

—Estoy tirada en tu cama. Me acabas de besar sin sentido. Creo que puedes arriesgarte a usar mi primer nombre.

—Ya me estoy arriesgando bastante con esto —susurró.

Dejé que mis dedos se sumergieran en los músculos duros de sus hombros. Su piel era cálida y estaba un poco húmeda por el calor del abrigo, y era completamente hipnótica. Seguí con mis dedos los ligeros bordes de la cicatriz de su hombro, su piel tersa y muy suave en donde unas garras habían dejado huella. Era un enigma: John Pritkin, un científico loco con las manos encallecidas por las armas, viejas cicatrices y con más secretos que yo.

Mis manos siguieron el músculo hasta sus brazos, rozando sus firmes bíceps, deslizándose hacia abajo para acariciar la piel sedosa en la doblez interior de su codo. No podía ni contar las veces que había sentido un latigazo de energía cuando nos acercábamos, pero era obvio que tocarle intencionadamente lo hacía mucho más…

—Cassie.

—Bueno, ya lo has hecho —le dije como en sueños—. Supongo que tendré que empezar a llamarte John.

—Esto no es una buena idea. —Su voz era entrecortada, pero no se apartó. Pensé que con ese gesto me daba permiso para acercarme, así que metí mis brazos entre los suyos, deslizando mis manos por su corpulenta espalda, mientras sentía su piel cediendo y volviéndose a tensar, caliente y fuerte.

Parad, les dije a mis manos duramente. Me ignoraron y en lugar de eso explotaron la curva lisa y fascinante de su espina dorsal. Encontraron el cinturón suelto, la piel caliente, el músculo tenso y el mismo hoyuelo que me había fascinado anteriormente. Tuve que acariciarlo, solo un poco, y los ojos de Pritkin de repente se volvieron verde oscuros.

—Nunca te pregunté si tenías un gemelo maligno —le dije vagamente—, ¿lo tienes?

Parpadeó.

—¿Por qué?

Intenté contárselo, pero parecía que tenía problemas para obtener bastante oxígeno. Era como si parte de él moviera el aire a nuestro alrededor, como si yo lo metiera dentro de mi cuerpo con cada aliento. Puse la cara contra los rizos de su pecho, sintiéndolos contra mi mejilla, gruesos y calientes, como su excitación presionándose contra mi muslo.

Golpeó con fuerza la cama con las manos y su cara llenó mi visión: su expresión era más desesperada que hambrienta.

—¡Escúchame! ¡Algo no va bien! ¿Por qué hiciste eso en el vestíbulo? —Su voz me envolvió; las palabras eran poco claras y sin significado alguno. Le arañé el pecho hasta la piel blanda de su estómago y un escalofrío de poder debajo de la piel siguió cada movimiento.

Sentí que se apartaba de mí con un sentimiento de conmoción distante; el aire más frío de la habitación se arremolinaba entre nosotros donde solo había habido calor húmedo antes. En el mismo momento, la luz de la ventana se intensificó de repente, como un reflector detrás de ella. Inundó la habitación con un color tan intenso que casi era sonoro.

El carmesí de la vidriera brilló hasta que pareció que iba a romperse, alejándose del resto del diseño en una muestra de fuegos artificiales rojo y dorado. Se fundieron sobre la cama en una nube brillante de luz que tenía una forma extrañamente familiar. Había visto algo así una vez, pero aquella había sido un reflejo pálido de esta neblina dorada y resplandeciente.

—Todo ese poder y en un paquete tan bonito. La verdad es que es irresistible. —Parecía que la voz procedía del aire, susurrando a lo largo de mi piel como una brisa.

La cabeza de Pritkin se aceleró, una rabia pura distorsionaba sus rasgos.

—¡Lo sabía!

—¿Qué es? —Tanto la voz como Pritkin me ignoraron; o quizá no lo había dicho en voz alta; ya no estaba segura. Todo parecía igual que después de un desmayo: todo eran ángulos extraños y figuras sin significado y la sangre corría por mis oídos como una marea entrante.

—¡No la tendrás! —gruñó Pritkin.

Una risa suave hizo eco por toda la habitación.

—¿Quién ha dicho nada acerca de mí?

El velo resplandeciente se deslizó sobre el mago, haciéndole parecer como si se hubiera empapado la piel con brillantina. Chilló, no había otra palabra para eso, y fue como si una presa hubiera explotado. Lo que había sido una niebla almizclada, ahora era una lluvia torrencial y me bañé en ella, en él. De repente la habitación parecían los trópicos en julio, con un calor húmedo y pesado que parecía que se metía en mis poros.

Sus labios estaban en los míos, sus manos sostenían con cuidado mi cabeza, así que podía besar todo el aliento que salía de mi cuerpo y me estaba presionando contra la cama. Y luego sus labios estuvieron en otro sitio: en mi clavícula, el lateral de mi cuello, el pliegue entre mis pechos, mi mandíbula y me dio la impresión de que no estaba escogiendo los lugares al azar. Eran sitios en los que él había pensado y eso era casi bastante para enviarme más allá del límite.

Pero luego se detuvo, le entró un escalofrío que hizo que su cuerpo vibrara en el mío. Hizo que arqueara la espalda hacia arriba y dio un grito ahogado, encogiéndose como si mi roce fuera doloroso.

—No. —Se impulsó hacia atrás con los dientes apretados—. No te muevas.

Me horroricé al darme cuenta de que estaba tratando de parar, que iba a comportarse con nobleza. En cuanto mi cuerpo entendió que iba a ser rechazado otra vez, una ola de coraje hizo que se estremeciera, y me sentí atravesada violentamente por todos y cada uno de los impulsos que me habían atraído de Pritkin.

—¡No!

Le agarré los hombros y rodé sobre él, la cabeza me daba vueltas y mi corazón iba a toda prisa. Una alarma estaba sonando fuerte en algún lugar de mi mente, pero la ignoré. Apoyé la cara en los músculos firmes de su estómago. Olía tan bien: sal, sudor y el dulce almizcle de la piel, y tenía que averiguar si sabía tan bien como olía. De repente no había nada real para mí, sólo necesidad y las manos en mi cuerpo, y el cuerpo bajo mis manos.

Mi lengua arrastró un lento arco justo debajo de su ombligo. Sentía el eco de su pulso rápido y frenético contra mis labios y bajo mis dedos, mientras se movían para desabrocharle los pantalones.

—Cassie… —La voz de Pritkin sonaba extrañamente raspada y áspera, pero la ignore, excepto para darme cuenta de que había vuelto a decir mi nombre. Dos veces en un mismo día, eso era un récord.

Estaba descubriendo que realmente me gustaban los vaqueros viejos. Una vez que desabrochabas el primer botón, los otros salían de sus agujeros gustosamente de un solo tirón.

—¡Ay Dios! —susurró Pritkin, sonando casi aterrorizado por alguna razón. Me miró fijamente, respiraba fuerte y la necesidad salvaje en su cara luchaba en contra de algo cercano al terror. Los irises de sus ojos eran medio negros, solo con una pequeña banda verde, y estaba literalmente aferrado a la cama con sus uñas, como si fuera la única cosa que impidiera que el torrente irregular de emociones que corría entre nosotros le sacudiera con fuerza hacia mí como un yoyó.

Apenas noté cuándo el aire comenzó a moverse a nuestro alrededor, atrayendo hacia un centro invisible, cogiendo toda la ropa esparcida por el suelo y haciéndola girar en espiral. Un grito áspero sonaba como un llanto de encantamiento procedente de la garganta de Pritkin. Y una luz tenue roja apareció en las sombras, como el parpadeo húmedo de las luces del norte, envolviendo la silueta de un hombre. Parpadeé, y la figura detrás de la incandescencia pasó a través de ella; el espejismo rojo se dividió como la niebla. Volví a parpadear, más fuerte esta vez, para asegurarme de que estaba alucinando, mirando fijamente sin dar crédito y mi mirada pasó de la cara de Pritkin hasta su vivo reflejo.

—Tiene que morir —dijo el hombre, casi informalmente. Notó la expresión de Pritkin y su sonrisa como respuesta fue algo entre dulce y envenenadamente cruel—. Te prometo que no le dolerá.

—¿Qué interés tienes en ella? —El tono de Pritkin estaba cubierto de antipatía.

—Habló con Saleh. —Los ojos de su doble se detuvieron en mí, y no había vida, ni calor, no había nada humano en ellos, solo una apreciación fría. No podía creerme que los hubiera confundido alguna vez—. Ella lo sabe.

Antes de que pudiera poner en claro la cabeza para formular una pregunta, Pritkin había saltado desde la cama y se había lanzado sobre el recién llegado. Le golpeó directamente en el pecho, y el impulso los llevó a los dos al suelo. Dieron vueltas por el espacio limitado; al juntarse, sus magias crujían echando chispas, mientras yo buscaba algo a mi alrededor, cualquier cosa que pudiera utilizar como arma.

Tenía un brazalete que había sido propiedad de un mago oscuro y siempre estaba dispuesto a pelear. Lamentablemente tenía una mente propia y no seguía siempre mis instrucciones. No me atrevía a usarlo ahora ya que no le tenía mucho aprecio a Pritkin y había una probabilidad muy alta de que atacara al tipo equivocado.

Había bastante capacidad de armas en el armario para equipar a un ejército pequeño, pero no podía alcanzarlo y la única cosa a este lado de la habitación era la lámpara de noche. No parecía demasiado fuerte, pero la arranqué de la pared de todas formas, justo a tiempo para ver a Pritkin inmerso en un remolino blanco cegador que giraba lentamente. Se escuchó un crujido alto y la energía desgarró el aire, como si un relámpago hubiera caído en la habitación. La luz me cegó durante un momento y luego tuve algo sobre mí.

Él, o ello, me estaba tocando, me estaba sujetando, pero no podía sentir el calor de su cuerpo y no había olor, ni siquiera el más mínimo viso de loción de afeitar o de la piel de su chaqueta. Aunque estaba acostumbrada a esas cosas de los fantasmas, me sentía aterrorizada por estar sujeta por ese vacío.

A ciegas, desplegué todos mis sentidos, desesperada por encontrar algún trazo humano que me devolviera a la realidad. Lo que vi era humano y se retorcía, pero no era humano; ¡Dios! No era humano en absoluto.

Pude sentir su necesidad creciendo como mil tormentas de truenos, un hambre avasallador que no quería nada más que derretirse sobre mí y alimentarse y alimentarse y alimentarse. Una nube sofocante descendió sobre mi piel y ahora podía sentirlo, deslizando sus manos frías por mi cuerpo, pude probar el miasma de corrupción presente en la parte de atrás de su garganta cuando me besó. La nube comenzó a sumergirse en mi piel, desplazándose rápidamente por mi cuerpo mientras yo respiraba en su aliento pegajoso, traspasando mis defensas y corriendo por mi sangre repugnantemente.

Me tocó por todos lados, consumiéndome desde dentro hacia afuera. Había mentido. Dolió. Fue una sensación horrible y agotadora, mucho peor que el mordisco de un vampiro. Era como si unos dientes con cuchillas estuvieran cortándome por dentro, por todos lados, corriendo como una navaja entre el músculo y el hueso, convirtiendo el aire de mis pulmones en cristal roto.

Se suponía que estaba protegida para este tipo de cosas. El único legado de mi madre era el tatuaje con forma de pentagrama en la espalda que era uno de los encantamientos más fuertes del Círculo. Había sido heredera del cargo de pitia antes de que se escapara con mi padre y fuera desheredada, y le habían dado la estrella para su seguridad. Preparaba un puñetazo, pero el geis estaba interfiriendo, lo que significaba que si iba a salir de esto, tenía que ser por mí misma.

Intenté luchar, pero mis brazos y mis piernas no se movían, toda mi fuerza se vaciaba en esa cosa que me agarraba tan suavemente y me tenía bajo su control. Mi cuerpo se sintió tan pesado y sin vida como si la criatura ya hubiera acabado de alimentarse. Sólo que yo sabía que no había terminado aún porque podía sentirla royendo entre los huesos y en la médula; el letargo me aseguraba que ni siquiera podría chillar cuando me chupara la vida. Mi conciencia se volvió resbaladiza e insensible, mi cuerpo intentaba protegerme de lo que estaba pasando, de lo que iba a pasar…

Y luego se fue; Pritkin lo había sacado y tenía un brazo alrededor de su garganta. Me quedé mirando fijamente a la cosa, era el reflejo exacto de Pritkin excepto porque brillaba tan fuerte como una llama, lleno de energía con poder robado. Y ahí fue cuando las piezas encajaron.

—¡Eres un íncubo! —Me estaba dirigiendo al espíritu, pero fue Pritkin el que contestó:

—Sólo la mitad —gruñó, retorciéndole el cuello a la criatura de manera tan salvaje que podría haberle hecho pedazos la espina dorsal de un humano.

En un movimiento demasiado rápido para que yo pudiera verlo, la criatura se liberó del control del mago, se dio la vuelta y empujó a Pritkin violentamente contra la ventana; la golpeó fuerte, sacando de su sitio todos los paneles de vidrio coloreados, y haciendo que explotaran hacia afuera. La criatura volvió a arremolinarse sobre mí, y sus ojos eran de un negro liso y sólido como si las pupilas se hubieran desangrado.

Estiré una mano, un chillido salió de mi garganta pero no lo articulé, porque de repente el ataque se había parado. No se oía nada, no había movimiento. Nada.

Después de un segundo atónito, me di cuenta de que las manchas rojas delante de mis ojos eran unos pocos pedazos de vidrio de rubí rotos, lanzados hacia mí por la lucha. Permanecían a medio camino de su arco, sobrevolando en el aire como si estuvieran esperando a que les dieran permiso para caerse. Todo lo demás también estaba congelado, desde el demonio de ojos oscuros hasta Pritkin, atrapado en la mitad de la superficie rota de la ventana, sus bordes afilados estaban clavados en su piel. Yo era la única cosa que se movía en toda la habitación.

Agnes, la antigua pitia, había sido capaz de hacer esto, de detener literalmente el tiempo durante periodos cortos, pero yo nunca había aprendido a hacerlo. Con un poco de miedo, también me di cuenta de que tampoco sabía cómo deshacerlo; me decidí a preocuparme por eso más tarde y a ocuparme del problema que no sabía cómo resolver. Cogí una botella de la estantería de Pritkin, le quité la tapa y lancé todo lo que había dentro sobre la cara del demonio.

Aparte de que el pelo se le puso un poco rosa, no pasó nada más. Me entró el pánico después de eso y comencé a lanzar todo lo que podía con las manos.

Frascos de líquido, transparentes y sin olor como el agua a los que les siguieron otros que contenían substancias acarameladas y viscosas, con olores que hacían que la cabeza me diera vueltas. Pero a pesar del hecho de que el arsenal de Pritkin estaba especialmente diseñado para combatir contra demonios, parecía que nada tenía ni el más mínimo efecto.

Vacié la estantería completa, al tiempo que era incapaz de quitar la vista de la cara cubierta de poción enfrente de mí. La sensación de ser observada por esos ojos negros relucientes era más que escalofriante. Los pelos de la nuca se me pusieron de punta cuando mi propia mirada comenzó a dudar y de repente todo volvió a empezar.

Pritkin se acabó estrellando con la ventana y el demonio chilló. El sonido se mezcló con el tintineo plateado del cristal roto y parecía realmente angustioso. Supongo que las pociones no habían tenido efecto cuando el tiempo estaba parado, pero ahora estaban haciendo algo. Algunas incendiaron su ropa y su pelo, quemando el aire con el olor de piel chamuscada. Intentó apagar las llamas con sus manos, pero eso sólo hizo que le salieran ampollas en la piel. Y la última poción que le había lanzado, roja oscura con un olor fuerte picante hizo que su cara comenzara a derretirse como la cera.

Después de un momento, dejó de intentar salvarse y en lugar de eso me agarró. Busqué mi poder, pero era lento, ese fue el tremendo coste de ese ligero lapso en el tiempo. Le arrojé la lámpara, pero él la lanzó a un lado con un rugido, mitad ira, mitad dolor. Apenas le quedaba pelo, se le habían quemado las raíces con el fuego que lo consumía con un júbilo inhumano, pero no sucedería a tiempo.

Levanté el brazo derecho, donde dos cuchillos brillantes y gaseosos salieron del brazalete que llevaba, ahora sólo había un Pritkin en la habitación y no me importaba mucho lo que le hicieran a este que quedaba. Tuve suerte ya que se clavaron en el demonio con su impulsividad corriente.

—¡Cassie! —Billy me estaba haciendo gestos con la mano frenéticamente sobre la calavera humeante de mi atacante—. ¡Aquí!

Como si no supiera dónde estaban las armas.

—¿Qué crees que estoy intentando hacer? —Mis cuchillos estaban volando alrededor, clavándose una y otra vez en la presa tan salvajemente que apenas podía verlos. No me atrevía moverme—. ¡Dame algo!

No pasó nada durante un momento, luego una avalancha que sonó como si fueran campanas que golpearan el suelo. Billy había conseguido darle la vuelta a la estantería del armario. La mayoría de las cosas se quedaron donde cayeron, pero un solo cuchillo se deslizó por el suelo y chocó contra mi pie. Lo cogí, pero el demonio estaba golpeando duramente mis pies sin quedarse quieto el tiempo suficiente para que lo usara.

—¡Acaba con él! —Billy estaba centelleando agitado—. ¡Hazlo!

—¡Lo estoy intentando!

El demonio no podía verme porque se había quedado ciego por el ácido que casi se había comido completamente su cara. Pero podía escuchar y se giró hacia mí con las manos extendidas. Su piel era una asquerosidad llena de grietas carbonizadas negras y rojas y el abrigo de piel se había derretido contra él en parches. Bajé la vista y lo miré fijamente, sintiendo casi nauseas por haberle hecho esto a algo, aunque fuera algo tan malvado como él. ¿Qué demonios me estaba pasando?

Giró lo que había sido su cara y me miró, de manera suplicante, y yo dudé. Antes de que me diera tiempo a parpadear, me tenía cogida por los pies, los huesos de sus dedos se deslizaban por mi piel en una caricia escurridiza. Inmediatamente, volvió la sensación horrible agotadora; por ese pequeño roce, mi poder fluyó hacia él.

Por un instante fue tanto el dolor, que lo vi todo blanco. Luego, chillé e intenté avanzar a empujones para escaparme, pero lo único que hice fue perder el equilibrio. Me caí de culo y di una patada al mismo tiempo, golpeando la cara ennegrecida lo bastante fuerte como para que la piel desmenuzada se cayera en una cascada marchita. Se veían los huesos blancos y duros, pero el demonio solo me dejaba ver sus dientes en una parodia de una sonrisa.

—Tú tendrás peor aspecto en un momento —susurró e incrementó la velocidad de la extracción.

Por un segundo el mundo se volvió gris.

—¡No pienses en eso! —dijo Billy frenéticamente—. No me queda nada, Cassie. ¡Si pierdes el conocimiento se acabó!

—Estoy bien —le dije, mordiendo la parte interior de mi mejilla tan fuerte que me supo a sangre. Mis cuchillos seguían dándole puñaladas sin parar, pero era como si la criatura hubiera dejado de sentirlos—. El cuello —les dije, mi voz apenas fue audible, ni siquiera para mí—. Cortadlo.

Para mi sorpresa, no solo escucharon, sino que también obedecieron. Se pusieron a trabajar con determinación, cortando los tendones y la carne hasta que escuché cómo golpeaban el hueso. La sangre resonaba en mis oídos y los ojos se me estaban oscureciendo, pero no iba a dejar que se cerraran. Pequeños pinchazos de luz habían comenzado a explotar enfrente de mi vista cuando los cuchillos finalmente completaron su tarea, cortándole la espina dorsal con un crujido audible.

Un huracán cubrió inmediatamente la habitación. La ropa, la ropa de cama y los fragmentos de vidrio fueron pasando, volando en parábolas peligrosas que me agarraron la cabeza e intentaron encogerme en el menor espacio posible. Mientras sentía todo dando vueltas alocadamente a mi alrededor, mi intestino se cerró como un puño e intenté obligarlo a que saliera por mi garganta y todo mi cuerpo se paralizó como en un agarrotamiento gigante. Quería perder el conocimiento. Quería saber lo que estaba pasando. Quería verla cara de Pritkin y no quería que estuviera llena de sangre.

Tenuemente escuché un chillido desde algún sitio cercano, pero ni siquiera podía distinguir los sonidos por separado. Chillido sobre chillido de aire torturado pasó por mi lado, a mi alrededor pero me acurruqué sobre mí misma y me negué a mirar. Luego, tan rápido como había comenzado, se paró. El completo silencio descendía, excepto por el sonido de mis respiraciones débiles y silbantes.

Me puse boca arriba y miré fijamente el techo. Era todo lo que podía hacer para respirar, para que el aire entrara y saliera de mis pulmones. Mi mano estaba abierta en el suelo, los dedos aún estaban un poco doblados alrededor del cuchillo que nunca había utilizado. Incluso con suelo firme debajo de mí, me sentí mareada, como si fuera a caer por el abismo del mundo. Al menos, el cuerpo de la criatura había desaparecido, pensé lentamente, justo antes de que me encontrara violentamente enferma.

Pareció seguir un momento, aunque entonces estaba confundiendo el sentido del tiempo y realmente no tenía ni idea. Mi visión seguía intentando oscurecerse y se aclaró solo de forma irregular; era negra y se desvaneció hasta que pude verlos pies llenos de rozaduras de Pritkin y la piel pálida del interior de sus bíceps mientras me cogía. La cabeza me latía y mi cuerpo temblaba de una manera que me hubiera avergonzado si no hubiera estado tan ocupada intentando no dar una actuación repetida.

Puse una mano en el suelo, intentando obtener bastante fuerza para ponerme derecha, pero Pritkin simplemente me acercó a él un poco más.

—Dale un momento. —Su voz goteaba furia, pero sus dedos estaban calientes y suaves contra mi piel. Eso estaba bien, porque realmente me sentía bastante extraña, fría y ligera, como una burbuja congelada.

La sangre le salpicó desde donde la ventana había roto su carne, siguiendo el rastro de pistas serpenteantes desde su antebrazo hasta su codo y parecía que tenía muchos problemas en los ojos para poder enfocar, como yo. No tenía ni idea de por qué no era una mancha en el aparcamiento, pero parecía que había estado menospreciándole todo este tiempo. Me quedé mirándolo fijamente, sin habla, pero Billy Joe sabía justo qué decir.

—Así que el cazador de demonios más conocido del Círculo es medio demonio —comentó, flotando desde al lado del armario.

—Tengo que decirte, que no vi venir a éste.

Tengo que admitirlo, yo tampoco.