—¡Billy! ¡No puedo cogerla! —Lo miré desesperadamente—. Tienes que hacerlo tú.
Sacudió la cabeza.
—Estoy demasiado cansado. ¡Gasté toda la energía que tenía para que fuera rodando hacia ti!
Intenté agarrarla de nuevo y atrapé la bola debajo de mis manos, pero estaba demasiado resbaladiza. Me dio la impresión de que su superficie no proporcionaría demasiada tracción aunque yo no estuviera sangrando.
—¡Maldita sea! ¡Si tuviera más tiempo…!
Billy me miró como si estuviera loca.
—¡Eres pitia! ¡Tienes todo el tiempo que quieras!
—¡No puedo transportarme! ¡Ya lo he intentado! —Probablemente era por el dolor, pero no podía ver más allá. A lo mejor esa era una de las cosas que enseñaba la formación, cómo concentrarte cuando tu cerebro está borroso por la pérdida de sangre y parece que tu mano se va a caer y no tienes nada de tiempo para hacerlo. Me hubiera gustado, tanto, tanto haber recibido esa lección.
Pero no lo había hecho, así que tenía que seguir con lo que sabía. Me detuve cogiendo inútilmente la esfera y miré a Billy.
—¡Atráela!
—¿Ahora?
—Maldita sea, Billy. Sí, ¡ahora! ¡Recupera la fuerza y lanza esta cosa!
Billy no perdió ni un segundo. Se metió dentro de mi piel antes de que acabara de hablar e inmediatamente sentí la salida de energía. A diferencia de lo normal, dolió. A lo mejor porque yo no tenía mucho más que dar, a lo mejor porque Billy tuvo que acelerar el proceso, o a lo mejor porque de todos modos, ya me dolía todo. Pero cualquiera que fuera la razón, durante unos segundos mi corazón estuvo golpeando duramente, mis manos estaban temblando y realmente podía sentir cómo mi vida salía de mí. Mi cerebro estaba estancado en una rueda de hamster, mala idea, mala idea, mala idea, mala idea, pero no había nada que pudiera hacer; no tenía fuerza para detenerlo. Escuché el suspiro de alguien, una liberación silbante de aliento y luego sentí que me caía desde muy alto.
Aterricé sobre el asfalto en el momento en que vi a Billy coger la bola. Casi la pierde una vez, casi se resbala de su mano prácticamente transparente, pero la cogió en el último segundo. El lanzamiento se pareció mucho a lo que yo hubiera hecho, un tiro bajo y tembloroso que no aterrizó ni siquiera cerca del centro. Explotó a medio metro aproximadamente de los magos con un plof apenas audible y una nube pequeña de rosa brumoso, como si se hubiera lanzado una pelota rellena con metralla al hormigón. Parecía que el aire se ondulaba ligeramente, pero los magos no mostraron efectos discernibles.
—¡Es un puto fiasco! —maldijo Billy justo cuando el primero de los recién llegados alcanzó a Mircea. Se giró, su codo golpeó la cara del mago y me dio tiempo de preguntarme por qué las protecciones del hombre no estaban alzadas, por qué no habían detenido el ataque. Luego, fue como si su cabeza hubiera explotado, como si en lugar de a un hombre, Mircea hubiera golpeado una cara que no era nada más que arena de color.
—Esposa de Lot —dijo Billy, sonando impresionado—. Mala cosa, magia negra. —Me pregunté si debería preocuparme porque su tono hubiera sido elogioso.
Los otros magos se habían detenido, se habían quedado de piedra en varias etapas del movimiento. Uno había estado corriendo, estaba con una pierna levantada y su propio dinamismo lo tumbó. Explotó contra el asfalto y Mircea puso una sonrisa simplemente malintencionada. Caminó hasta la siguiente estatua humana, un joven con el pelo rubio color arena y le dio un leve empujón con la palma de su mano. El mago se cayó hacia atrás contra otro y los dos golpearon el suelo con un golpe fuerte, disolviéndose en una nube de polvo multicolor. Se mezclaron de tal forma que era imposible decir dónde empezaba un cuerpo y dónde acababa el otro.
Mircea continuó hacia el último mientras yo miraba fijamente la arena de carne de colores saliendo de una zapatilla de deporte de piel llena de rozaduras. Una ráfaga de viento sopló por todo el aparcamiento, empujando pequeños granos de la sustancia contra la mejilla que yo tenía pegada al asfalto y que parecía incapaz de levantar. No parecía que fuera arena, en realidad, no se parecía mucho a nada.
Escuché el ruido fuerte de otro cuerpo golpeando el suelo, sentí la ola de viento cuando se hizo pedazos, pero no podía concentrarme en eso. Estado de choque, pensé vagamente. Sabía lo que sentiría técnicamente, pero no estaba segura de si realmente lo estaba sintiendo. Me dolía todo el cuerpo, pero el dolor parecía llegarme de lejos, a través de un zumbido cargado de energía estática.
Miré fijamente la pila de restos humanos y me pregunté qué había hecho el hechizo. Billy estaba diciendo algo. A lo mejor estaba intentando advertirme, sólo que no pude entenderle. A lo mejor, se chupó toda el agua, pensé vagamente. ¿Eso era lo que quedaba de una persona sin humedad? Un montón de materia desintegrada de olor químico, pero que no podía ser porque la gente no se convertía en metralla cuando les tocabas. Eso no era así, no era posible.
Como yo, disparando a un hombre directamente al corazón.
Alguien se puso de rodillas a mi lado y cortó la pulsera de plástico. Pude ver brillos blancos a través de la carne sangrante de mi muñeca, pero no parecía que le hubiera dado a ninguna vena. Aunque tenía mala pinta. Alguien me llevaba en brazos, mi espalda estaba contra un pecho caliente que respiraba demasiado deprisa, o a lo mejor era yo la que respiraba demasiado deprisa. Intenté calmar la respiración pero no pude, así que decidí que entonces no era yo.
Unas manos fuertes pasaron entre mi pelo, separando con cuidado los nudos durante un momento. Luego un susurro de respiración me llegó al oído:
—Dulceaţă, yo puedo curar esto, pero sería mejor si fuéramos a la MAGIA. Allí hay curanderos con más habilidades de las que yo poseo.
Mircea, pensé. Él era el único que olía a humo, a sangre y a sudor. Parecía extraño: siempre lo había asociado con colonia cara. Bajé la mirada y vi manchas y huellas en mi piel donde él me había tocado. Eso también me parecía extraño aunque no podía pensar por qué.
—Cass, tenemos que salir de aquí. Él no te puede llevar a la MAGIA. —Billy estaba suspendido en el aire enfrente de mi cara y eso estaba bien, porque parecía igual que siempre.
—No puedo volver a la MAGIA —dije, repitiendo las palabras de Billy, y mi voz sonaba casi normal. ¡Qué extraño!
—Es un corte malo, dulceaţă, y hay muchos huesos en tu muñeca. Puede que no sea capaz de repararlos todos perfectamente.
Levanté la vista y le miré la cara. Estaba sucia y empapada de sudor; tenía la mejilla izquierda cubierta de leves marcas en forma de diamante. Pero la nueva piel ya estaba empujando a la ondulada mientras lo observaba, dejando que volara como la ceniza en el aire. Y sus ojos eran los mismos, brillantes con inteligencia, suaves con preocupación, llenos de comprensión, preciosos. Él estaba bien. El alivio fue tan agudo que por un segundo me dolió más que la muñeca.
Quería decir algo, pero había demasiada emoción quemando demasiado cerca de la superficie. De todas formas, no pensaba que tuviera que decir lo que estaba pensando: que, incluso aunque el final de mi juego fuera corto, me gustaba la idea de que el suyo no lo fuera. Era un tipo de futuro apoderado y mientras no fuera lo que yo estaba esperando, era bastante bueno. Sentaba bastante bien. Así que en lugar de eso, lo miré, sin pestañear, hasta que no pude ver más que algo borroso de palidez y oscuridad, los colores se palidecían el uno al otro por alguna razón.
—Te curaré aquí —dijo Mircea con seriedad, sosteniendo con cuidado mi muñeca sobre su larga mano.
Parecía raro, animal y demasiado controlado, con algo rebosando justo bajo la superficie, rabia o frustración; o las dos cosas. Los otros también podían verlo, porque todos los vampiros estaban intentando actuar de manera sumisa y la duendecilla lo estaba mirando con ojos preocupados. Françoise estaba sentada en el suelo al lado nuestro, pero parecía indecisa, como si no tuviera ni idea de lo que decir. Se me ocurrió preguntarme qué es lo que estaban haciendo todos allí, pero entonces Mircea hizo algo, y una sensación de calor me invadió el brazo. Extrañada, la repentina falta de dolor hizo que aguantara la respiración.
Bajé la vista y vi cómo se cerraba la herida y cómo se realizaban pequeños y extraños cambios bajo la piel. Reestructuración de huesos, pensé y esa parte no era tan agradable, pero seguía sin doler y de repente pude pensar incluso un poco mejor. Podía sentir la sangre a empujones por mis venas, y la piel se estiró y se emparejó, pero no hubo letargo ni dolor.
Mircea se estaba mordiendo el labio mientras seguía las líneas del tendón y el músculo de mi brazo, cambiando su forma con su dedo como si fuera un bisturí. Era una sensación ligera. Apenas me rozó el brazo, pero me estremecí. Un roce tan simple no debería ser tan poderoso.
Mircea no se dio cuenta. Sus ojos estaban abiertos de par en par y brillaban más que nunca; la prisa del combate aún sonaba detrás de ellos como electricidad. Estaba completamente concentrado y lucía extrañamente un aspecto más joven, y cuando por fin levantó la cabeza para decirme que estaba en ello, lo agarré por la camisa y le besé, fuerte.
No fue un gran esfuerzo. El ángulo no era el correcto y nuestros dientes chocaron y los dos sabíamos como adrenalina. No me importó. Me agarré con fuerza a su camisa, aplastando la seda y parecía que mis manos no se querían despegar. Y las necesitaba porque no podría pegarle hasta que ellas lo hicieran y la verdad es que quería pegarle. De repente estaba furiosa, completamente lívida. Porque casi se había muerto, ¡maldita sea! Y yo no había sido capaz de hacer nada, y él casi se muere.
Mircea no se opuso, no intentó echarme para atrás; en lugar de eso, me acercó más, estaba lo bastante cerca como para oír cómo le latía el corazón, lo bastante cerca como para escucharlo respirar. Él se encargó del beso, yendo más despacio hasta que todo fue calidez, dulzura e inevitabilidad. Sus manos se deslizaban por mi espalda y por mi pelo, peinándome los rizos y haciéndome temblar. Nunca había sabido que alguien pudiera besar en tu idioma, besar en disculpas, pero aparentemente él podía. No estaba segura de la razón por la que se disculpaba, pero me sentía bien. Era como si sintiera haberme asustado de esa forma.
No jugaba limpio al besar y no te besaba de una sola vez: seguía deteniéndose y apartándose hasta que pensé que me iba a morir de frustración. Me apetecía chillar, pero no podía desperdiciar el aire y cuando pensaba que me iba a volver completamente loca, por fin hizo un leve sonido hambriento y nos encontramos a medio camino. Y de repente hirvió la necesidad entre nosotros de jadear y gemir como vapor.
Pude sentir cómo reaccionaba el geis: pequeños temblores justo por debajo de la piel, síntomas de una explosión inminente. Y no me importó. De alguna forma nunca me había dado cuenta de la fuerza flexible de su cuerpo, de aquellas manos, fuertes y robustas y dolorosamente tiernas. Un destello de lo que se sentiría, comprimido debajo de su peso, giraba en espiral por mi cuerpo. Yo quería eso. Quería todo.
Y luego, se separó, y quedó conmocionado, y como un poco salvaje, como no lo había parecido durante la lucha, cuando hubiera tenido que sentirlo. Lo miré, con el pelo desordenado y la cara sucia, y quise volver a besarlo. No por un impulso irresistible, sino porque ya me sabía familiar, porque quería más de la calidez que parecía hervir por mi piel siempre que nos tocábamos.
Pero no podía. Por decirlo de una manera, este Mircea estaba dos semanas antes del tiempo. Para él, el geis acababa justo de despertarse. Pero cuanto más contacto tuviéramos, más rápido crecería y pondría a Mircea en un infierno aún peor.
Me eché fuerte hacia atrás y él me dejó ir. Pero apartó su mirada de asombro de mí hacia Françoise y Radella.
—¿Hay alguna cosa que deseas decirme, dulceaţă?
Miré a Françoise, pero ella solo hizo ese encogimiento de hombros francés que nunca había sido capaz de interpretar. Fantástico. Volví a mirar a Mircea y tragué saliva.
—No me encuentro bien —le dije honestamente—. ¿Podemos hablar un poco más tarde?
Después de una pausa apenas imperceptible, Mircea asintió con la cabeza. Se levantó, aún mirándome fijamente mientras daba órdenes y les decía a los vampiros que habían aparecido demasiado tarde que se marcharan a toda prisa, como hormigas asustadas. Me senté en el suelo y los miré, preguntándome qué estaban haciendo hasta que vi que uno de ellos tenía algún tipo de vacío industrial. Comenzó a chupar los restos de los magos que habían sido golpeados por el hechizo de Esposa de Lot. Otro le siguió, arrojando los zapatos y pedazos no arenosos a una bolsa de basura de tamaño grande.
Ya no me dolía nada, pero aún me sentía agotada y me aparté lentamente de todo. Seguramente estaba afectada por la hipnosis de Mircea, el equivalente en vampiro de una juerga hasta el amanecer. No pensaba que fuera una buena idea intentar volver a transportarme justo ahora.
Otro vampiro había comenzado a romper en pedazos a los dos cadáveres marchitos. Eran tan viejos que sus huesos se rompían fácilmente y se quebraban como palos secos. Hicieron un sonido chirriante cuando los metió en una bolsa de basura. Los observé, incapaz de reaccionar, embotada por el brillo cegador de la hipnosis. Sabía que tenían que haber sido asesinados por un hechizo que era para mí, pero en ese momento, eso no me parecía tan importante. El vampiro logró meter a los dos en una bolsa. Parecía que había traído una de buena calidad porque se estiraba pero no se rompía.
De repente otro vampiro salió gritando por el aparcamiento. Se había prendido fuego intentando apagar las llamas del Ford. Mircea parecía asqueado, pero se movió para ayudarlo. Probablemente hubiera hecho lo mismo aunque el tipo no fuera de su pertenencia. Era un senador y tenía que defender el lema no oficial del Senado: «Limpia siempre tu porquería».
Sentí un ligero dolor en la muñeca, que me anunciaba que la hipnosis podría estar perdiendo fuerza y que quizá debería pensar en encontrar alguna aspirina. Pero no me moví. Me desplomé allí mismo mirando las cosas que nunca salen en las películas porque no son muy emocionantes. Simplemente son personas haciendo un trabajo. Después de la acción, viene el fuego que se apaga y se barre la calle y luego, la explicación a las familias de que alguien no va a volver a casa. Solo que esto último no iba a pasar aquí. Nadie sabía quiénes eran los magos oscuros o dónde encontrarlos. Si el hombre que yo había matado tenía familia, no sabrían que algo iba mal hasta que no volviera nunca más.
El pensamiento se me clavó como un puñal muy afilado, deslizándose justo entre las costillas. De golpe, todos los aspectos de mí, sobre los que yo no hablaba, en los que no pensaba, volvieron a estar presentes. Y por un minuto, vi otra escena.
Mac, un amigo de Pritkin y durante poco tiempo también mío, me había seguido hasta el Reino de la Fantasía y murió allí por protegerme. Aún tenía pesadillas con eso, mi mente me mostraba imágenes surrealistas de sus manos que se hundían en el tronco de un árbol; la corteza se fundía y fluía entre sus dedos y por encima de su muñeca, lo iba paralizando mientras seguía por su cuerpo hasta que la piel, el pelo, todo estaba cubierto por el mismo gris monótono y uniforme. Como una mortaja. Normalmente me despertaba empapada de sudor y mi corazón latía fuertemente cuando le cubría la cara.
No había sucedido exactamente así, pero no me podía quejar del proceso de edición de mi cerebro; la realidad había sido peor. Estaba harta de ser la persona que hacía que mataran a la gente. Había jurado que no iba a volver a suceder, pero ahí estaba, no la razón para ello pero sí el instrumento real. Un hombre había muerto esta noche, y yo lo había hecho. Yo lo había matado.
Mi mente estaba horrorizada, incrédula, sentía repulsión. Pero parecía que mis emociones se estaban dando un respiro. No estaba temblando, no estaba vomitando, aparentemente no estaban haciendo nada. Lo más que sentía era un poco de entumecimiento. Sólo entumecimiento. A pesar de que el mago no había sido mi única víctima.
Billy podría haber lanzado el hechizo Esposa de Lot, pero yo le había donado la energía que lo había hecho posible. Por lo menos, eso había hecho que parte de la responsabilidad hubiera sido mía. Pero, de alguna forma, aquellas muertes no parecían tan reales. Había visto magia durante toda mi vida, pero no era lo mismo. Los vampiros eran criaturas mágicas, pero la mayoría de los vampiros que pertenecían a Tony había usado rapidez, fuerza y un montón de armas humanas para matar. Algunas de las cosas que hacían podían ser bastante espectaculares, sin mencionar que también eran horripilantes, pero al menos tenían sentido. A diferencia de una pequeña bola inocua que podía acabar con la vida de cinco personas en cuestión de segundos. No obstante, el disparo fue algo más. Había visto la expresión en la cara del hombre, se miraba la sangre entre sus dedos, procedente de una herida que yo había causado. No. Eso no podía negarlo.
Y más allá de la culpa y el dolor, y quién sabía que más iba a sentir cuando el entumecimiento consolador de Mircea se desvaneciera, probablemente también había complicado la línea del tiempo. Un montón de personas que no se suponía que tenían que morir, estaban muertas. ¿O se suponía que sí debían morir?
Realmente era duro pensar, y bastante irónico, ya que las paradojas de la línea del tiempo no se me daban muy bien. Pero había unas cuantas excentricidades que estaba empezando a notar. Como, ¿si no era así como las cosas tenían que ocurrir, por qué no había conocido a Mircea la última vez que había estado aquí? ¿Y por qué sólo había visto a dos magos oscuros en lugar de a los doce que se supone que andaban rondando por allí? Si Mircea no los hubiera combatido antes, ¿quién lo hubiera hecho? Porque yo no había visto a nadie más que se hubiera ofrecido como voluntario.
—Cassie. Debemos irnos —dijo Françoise delicadamente.
La miré con seguridad. Parecía estar saltando arriba y abajo sin realmente levantarse del suelo y todos sus bordes eran confusos. Decidí que seguramente fuera culpa mía.
—¿Cómo salió todo?
Hizo una mueca.
—¿No te acuerdas?
Por un minuto, me quedé pensando en las experiencias que había vivido aquí hacía dos semanas.
—Te capturaron. Recuerdo haberte liberado, pero eso es todo. —Realmente no quería saber lo que una pila de brujas y una duendecilla estaban haciendo encerradas en una de las plantas más bajas del Dante. Las había descubierto por casualidad mientras andaba en otras cosas y las ayudé a escapar, pero no les hice muchas preguntas—. Estoy un poco confusa con los detalles.
—Mira, los magos pensaron que yo era una de sus esclavas que se había escapado —explicó Françoise—. Me encerraron y cuando Radella intentó ayudarme, también la capturaron.
—¿Lo conseguiste?
Asintió con la cabeza seriamente.
—Estaba en el segundo grupo. Pude escuchar el hechizo cuando enviaron a los otros. Yo iba después, pero entonces llegó la noticia de que tú estabas aquí, bueno, la otra tú —explicó de un modo útil. Yo asentí con la cabeza—. Cerraron la entrada y nos dejaron, porque les dijeron a todos que dejaran todo lo que estaban haciendo y que te encontraran.
Sí, me imaginaba. Tony me tenía muchas ganas. Supongo que sus hombres pensaron que podían acabar con el tráfico de esclavos después. De repente estaba perversamente contenta de que, por lo menos, no hubieran podido lograrlo.
—Nunca debería haberte dejado —dijo Françoise tristemente.
—Quiero ver la maldita runa antes de ir con tu gente a cualquier otro sitio —dijo la duendecilla cruzando sus pequeños brazos.
—¿Por qué?
—¡Porque todos vosotros estáis completamente locos! —soltó Radella. Tenía los ojos fijos en los vampiros que ahora estaban de rodillas al lado de la figura con forma de diamante en el asfalto, debatiendo si merecía la pena intentar sacar algo de las grietas o si sería más fácil un trabajo nuevo de pavimentación.
—Porque podría haberte ayudado —dijo Françoise mirándome como si se estuviera preguntando si me había golpeado la cabeza. Y sí, así había sido y la mandíbula que no paraba de latir seguía recordándomelo. Me había olvidado de eso hasta ahora. ¡Ah, sí! La hipnosis estaba desapareciendo demasiado deprisa.
—No hubieras podido hacer nada —le dije—, y te podrían haber matado.
—¡Mejor a mí que a ti!
Sacudí la cabeza, pero me detuve porque hizo que el dolor se hiciera más intenso.
—¿Desde cuándo mi vida es más valiosa que la tuya?
—Desde que te convertiste en pitia.
A medio camino del aparcamiento, se asomó la cabeza de Mircea. Reprimí un suspiro. Maldito oído de los vampiros.
—Sí, ahí está la cosa —le dije, cogiéndole la mano. Françoise parecía confundida pero no me detuve y le expliqué que se supone que la pitia es la que protege a los demás, sin que necesite que la protejan a ella. Mircea se dirigía caminando a grandes pasos hacia nosotras, con determinación, y yo no estaba dispuesta a tener una batalla dialéctica contra él esta noche. ¡Joder! Siempre las perdía incluso cuando no sentía que estaba a punto de estallarme el cerebro.
—Espera —le dije, con la esperanza de poder transportarme otra vez antes de perder el conocimiento.