10

Esa tarde estaba inscribiendo una convención que el personal del hotel había etiquetado secretamente como «Geek Squad»: unos doscientos entusiastas de los juegos de rol en vivo que habían llegado con bolsas y equipaje, y en algunos casos, con espadas y armaduras; de repente pillé a Pritkin mirándome fijamente. Estaba al otro lado del vestíbulo, apoyado contra una de las estalagmitas falsas que salían del suelo, barba de tres días, pelo despeinado y una complexión fuerte y esbelta. Su cuerpo parecía relajado, pero su cara tenía la misma expresión dura que había visto la última vez cuando estaba de pie por encima del cadáver sin cabeza de Saleh.

Fruncí el ceño y entregué una credencial a un tipo vestido con una túnica larga y un sombrero puntiagudo. Se pasó el bastón a la otra mano para poder ponérsela. No creía que la identificación le fuera a ayudar mucho: era el séptimo Gandalf que había visto esa mañana.

—Aún no puedo entender por qué no podemos prepararnos ahora —gimoteó el tipo a mi lado. Su voz estaba apagada por la máscara que llevaba pero por desgracia no lo bastante para que no pudiera entenderle. Había tardado un momento en identificar la máscara, ya que había añadido unos colmillos de plástico que hacía que se hundiera de forma extraña. Supongo que no había sido capaz de encontrar una cabeza buena de ogro, porque se había convertido en un Chewbacca.

—Te lo dije, estamos haciendo limpieza de última hora —le expliqué por quinta vez.

—¡No pueden estar limpiando toda la sala a la vez! Podemos trabajar a su alrededor.

—Esa no es mi tarea —le dije a secas, mirando a un grupo de tipos con orejas de elfos que estaban señalando a las grandes criaturas colgadas cerca del techo cavernoso del vestíbulo. Todos medían casi dos metros, negros grisáceos, con enormes alas de reptil que acababan en zarpas delicadas y afiladas. Parecían una mezcla entre un murciélago y un pterodáctilo y la mayoría de la gente los confundía con adornos siniestros. Pero aparentemente los elfos habían decidido usarlas para tiro al blanco: los tres tenían arcos en las manos y uno colocó una flecha en su arco mientras yo miraba.

Antes de que pudiera abrirme camino a través de la multitud, una de las criaturas ascendió con gracia hasta la parte de arriba de la estalagmita. En la luz tenue centelleaban los cristales de su nueva atalaya, casi tan brillante como los ojos oscuros de la criatura mientras examinaba a los turistas con anticipación predatoria. Avistó al jugador que manejaba el arco y pegó un chillido como metal torturado que hizo eco en la inmensidad del vestíbulo atrayendo los ojos de cada uno que había allí.

—¡Eh! ¡Qué guay! —dijo el tipo con la flecha—. ¡Un yrthak!

—Eso no puede ser un yrthak —dijo otro jugador en un tono superior—. Tiene ojos.

Me dio un escalofrío de terror que me llegó a la columna vertebral. Hacía tiempo, una vez, las fuerzas de seguridad propias del casino habían confundido a espectadores inocentes con intrusos peligrosos: y los habían tratado según el caso. Esa vez, Pritkin y yo estábamos en el punto de mira y casi nos matan. Por algún motivo, me parecía difícil que un turista normal tuviese la misma suerte.

Me metí entre un par de hobbits (o jawas o posiblemente monjes muy pequeños) y le quité el arco de la mano a uno de los jugadores. Se lo lancé a uno de los tipos de seguridad que lo alcanzó desde la otra parte de la sala. La aventura de Casanova con el dinero corrompido iba a ser la muerte de todos nosotros.

—Éste no era el momento para registrar sospechosos con un montón de normas —le siseé, en voz baja.

El guardia se encogió de hombros, sujetando el arco demasiado alto para que los brazos que se estaban agitando del jugador indignado no pudiera alcanzarlo.

—¡No se admiten armas en el interior del casino! —le gritó.

El hombre joven frunció el ceño.

—Carisma cero, ¿eh?

Me di la vuelta y me encontré con que Chewbacca aún echaba espuma por la boca.

—Mire, señora, ¡tengo proveedores que no tienen sitio para poner sus cosas! ¿Qué se supone que tengo que decirles?

Incluso aunque Casanova me hubiera estado pagando, no hubiera sido bastante por este trabajo. Le pasé mi brazo alrededor de su hombro peludo.

—¿Ves a aquel tipo allí? —Señalé a Pritkin—. Normalmente se ocupa de estas cosas. Sólo que no le gusta que la gente se entere, así que quizá tengas que ser un poco más persistente.

Alto, oscuro y velludo señaló a Pritkin y le gritó algo a la media docena de proveedores que estaban dando vueltas por la entrada. Se concentraron todos en el mago y yo volví al trabajo. Unos minutos más tarde, sentí un brazo caliente descender por mi hombro.

—Eso no ha sido muy agradable.

Me escoció la piel como si alguien estuviera respirando sobre ella.

—¿Y desde cuándo te importa? —le solté. La palabra «agradable» ni siquiera estaba en el vocabulario de Pritkin.

—No es uno de mis requisitos comunes —coincidió, sonando sorprendido.

No contesté, mis ojos estaban en el grupo de jugadores que ahora estaban intentando atraer al yrthak enseñándole un sándwich para que bajara de su percha. Realmente me preocupaba que no hubiera vuelto aún al sitio adecuado. Incluso me preocupaba más el hecho de que sus ojos no estaban fijos en la comida que le ofrecían, sino en la yugular del jugador más cercano.

—¿Tú puedes controlar estas cosas, no? —le pregunté nerviosa al guardia que había a mi lado.

El hombre no respondió, pero se movió unos metros para acercarse a los elfos; su cara tenía casi la misma expresión de felicidad que la mía. Permitir que se comieran a alguien probablemente no mejoraría la evaluación de su siguiente actuación. Sacó una radio, parecía preocupado.

—Podemos tener una situación problemática —le dijo a alguien.

—Vi que me estabas mirando. —Me estaba diciendo las palabras directamente al oído.

—Me alegro por ti —le dije, mientras mi bonita línea ordenada de elfos, troles y magos antiguos corría a toda prisa hasta donde estaba la acción. Mierda. Realmente esperaba salir pronto de aquí.

Pritkin estaba de pie tan cerca de mí que el calor de su cuerpo estaba provocando que un pequeño goteo de sudor me bajara por la columna vertebral.

—La conversación ha sido muy entretenida —le dije ácidamente—, pero tengo trabajo que hacer. ¿Por qué no vas y apuntas con un arma a algo?

Él no hizo ningún comentario, quizá porque estaba demasiado ocupado dibujando con su lengua un sendero lento y húmedo que me subía hasta el cuello. Durante un segundo helado, solo me quedé allí de pie. Siempre había supuesto que Pritkin era algo alérgico al contacto con los humanos. Raras veces tocaba a las personas, a menos que me estuviera moviendo como a un maniquí, y nunca intentaba besar. Especialmente no de esa manera tan… obvia.

Me giré y vi su amplia sonrisa, sus ojos eran verdes vibrantes. No era una expresión que yo me hubiera imaginado en su cara: una sexualidad casi animal. Y su ropa volvía a ser negra. Tuve un mal presentimiento, pero eso fue antes de que se acercara y me atrajera hacia él.

Cualquier cosa que pudiera haber dicho quedó silenciada por sus labios, que se deslizaban suavemente por los míos. No estaba preparada para que él me besara, y mucho menos así. Su boca estaba caliente y era sorprendentemente dulce, y el raspado débil de su barba de tres días no debería haber sido lo menos erótico, aunque lo fue. Su lengua trazó una delicada caricia sobre mi labio inferior, de forma francamente indecente. Lo empujé hacia atrás, tremendamente confundida.

—¿Qué…?

—No —dijo, moviendo mi cabeza hacia un lado y me besó. El calor radiaba de la mano pesada que estaba apoyada en mi cuello, y un dedo pulgar acariciaba suavemente las líneas de mi garganta. Una prisa repentina de deseo me hizo olvidarme de mantener mi boca cerrada, y una lengua se enroscaba expertamente con la mía. Pritkin se tomó su tiempo, explorándome, probándome. Tenía una mano puesta en mi cintura, en lo que debería haber sido un punto neutral, pero quemaba.

Me moví hacia atrás, enfadada y confundida:

—¿Estás loco? —Uno de los hechos graciosos acerca del geis era la sacudida de dolor que me daba siempre que me acercaba a alguien que no fuera Mircea. Parecía que tenía un resentimiento particular hacia Pritkin, que incrementaba el aviso común donde él estaba implicado hasta un nivel que hacía que mis ojos se escurrieran hasta las mejillas.

Él no respondió; de algún modo me metió en la recepción sin ponerme una mano encima. Algo estaba pasando en el casino: podía oír gritos y verlos flases de las cámaras, y una pila de guardias corriendo con una red enorme en sus manos.

—Sé que hablaste con Saleh —susurró contra mis labios—, ¿qué demonios te dijo?

Otro chillido inhumano hizo pedazos el aire, esta vez, desde la parte de arriba. A la segunda criatura parecía que no le gustaba el hecho de que los guardias estuvieran intentando atrapar a su compañera. Quitó la parte de arriba de una de las estalactitas en su camino a unirse a la lucha y roca falsa nos llovió por todos lados. Apenas lo noté, ya que estaba mucho más concentrada en el cuerpo que repentinamente se había presionado contra mí.

—Contéstame. —Me di cuenta que la empuñadura de una espada se estaba clavando ligeramente en mis costillas, y algo no estaba… no estaba bien. ¿Dónde estaba la funda en su muslo? ¿O el cinturón de piel andrajoso lleno de armas y pociones como un loco científico homicida? ¿Y desde cuándo Pritkin usaba colonia?

De repente me entró el pánico. Nada de esto tenía sentido. Para nada me iba a quedar allí en el medio de vestíbulo enrollándome con Pritkin mientras toda aquella mierda se estaba descontrolando. Lo empujé, y el resultado fue como intentar mover un peñón.

—¡Déjame!

El poder inundó el aire, haciendo que los pelos del brazo se me pusieran de punta, alarmada, y enviando una marea abrasadora que rodó por todo mi cuerpo.

—Te he dicho que me dejes —murmuré, repentinamente perdida en un par de ojos claros como el cristal. Su boca volvió a reclamar la mía, feroz y posesiva, pero nada vergonzosa para cualquiera que pudiera estar mirando, y algo que tuvo que ver con eso hizo que el resto del mundo cayera en pura hambre. Su aroma era enloquecedor, algo elegante, caro y completamente inesperado, con el almizcle de piel y necesidad debajo del resto.

Se echó hacia atrás y examinó la cara de un extraño, uno que tenía una expresión de intensidad de halcón.

—Contéstame.

La orden surgió a través de mí con la fuerza irresistible de un maremoto.

Abrí la boca con una respuesta automática, justo cuando una lluvia nueva de yeso cayó desde arriba encima de nosotros.

Farfullé y me ahogué en una bocanada de polvo gris, y Pritkin suspiró frustrado:

—Para ser un lugar lleno de íncubos —dijo secamente—, conseguir seducir aquí es sorprendentemente difícil.

Tropecé con otro grupo de hombres de seguridad que se dirigían a la crisis de la hora, y para cuando ya estábamos todos en nuestros sitios, Pritkin ya no estaba.

—Sabrás que yo tampoco soy tan misericordiosa —dije, mirando a la duendecilla. Como si no tuviera ya bastantes problemas con Pritkin volviéndose loco, Radella había aparecido con exactamente nada de nada.

Françoise aún estaba dando zarpazos por el número alarmante de armas que Casanova había almacenado en una despensa en la planta más baja del Dante. Había decidido que, dado el número de gente que me quería muerta, quizá debería abastecerme. Y con Radella aún conspirando contra ella, me imaginé que Françoise podría ser capaz de utilizar ella misma algunos objetos.

Sostenía algo:

—¿Q’est-ce que c’est?

Miré de reojo.

—Es una Taser. Da descargas eléctricas a la gente.

—¿Quoi?

—Como un relámpago. —Me moví como si me hubiera dado un rayo y sus ojos se iluminaron al entender el significado.

Miró a la duendecilla que estaba revoloteando fuera de alcance, cerca del techo, y sonrió.

—Electrocútame y te quitaré el corazón —prometió Radella.

Françoise no hizo ningún comentario, pero fijó el pequeño dispositivo en el cinturón de herramientas verde aceituna, al estilo del ejército, que había encontrado en un cajón de armas. Parecía un poco extraño con su vestimenta. Aún llevaba el vestido del espectáculo de moda, aunque las arañas estaban empezando a parecer un poco opacas. Dos se habían dejado de mover juntas y la que había en su hombro había estado tejiendo la misma red durante los últimos veinte minutos. Parecía que el encanto sólo estaba hecho para durar un día.

Además del vestido que llevaba puesto cuando se escapó del Reino de la Fantasía, era el único traje que le había visto puesto. De repente se me ocurrió que a lo mejor no tenía más vestidos. Me hice una nota mental para llevármela de compras.

—¿Cuál se supone que es el atraco? —le pregunté a Radella, mientras examinaba una nueve milímetros. La empuñadura no parecía ser más pequeña que la de la mía, así que la volví a poner en su sitio.

—No puedo encontrarla, ¿vale? —Revoloteó hasta lo alto de un armario de pistolas y se sentó, con la mano en la barbilla. Sus alas iridiscentes descendieron alrededor de sus hombros con desesperación—. ¡He mirado en todos los sitios!

—Entonces, ¡vuelve a mirar!

—Si la entrada estuviera aquí, ¡la habría encontrado!

—Bueno, obviamente no —señalé—, porque está aquí.

—Entonces, debería haber sido fácil localizarla —se quejó Radella—. La potencia de salida sola…

—¿Ya estás otra vez?

Me lanzó una mirada de fastidio.

—¡Las entradas no funcionan con pilas! Son extrañas, no sólo porque están reguladas, sino porque poca gente tiene una fuente de poder capaz de manejar una.

—¿De qué clase de poder estamos hablando?

—De mucho. Normalmente se requiere un yacimiento de una línea ley, aunque hay talismanes capaces de abrir una puerta de entrada a corto plazo.

Pero son extrañas. Dudo que los vampiros tuvieran una.

—¿Un qué de línea ley?

—Donde dos líneas se cruzan y combinan su energía —dijo Radella impacientemente. Parpadeé—. Ley. Líneas —dijo muy lentamente y articuladamente—. ¿Sabes lo que son, verdad?

Había oído hablar de ellas, pero apenas me acordaba. Era algo sobre un montón de monumentos antiguos que se construían en líneas paralelas.

—Supongo que no sé nada —le dije.

Sonrió con satisfacción.

—Yo siempre lo sé. —Françoise dijo algo en un idioma que yo no conocía y Radella se puso roja. Le dio una reprimenda a su mano, haciendo que todo el gabinete temblara debajo de ella.

—¡Cállate, esclava! ¡Recuerda con quién estás hablando!

—Siempre lo hago —le dijo Françoise dulcemente.

—¡Señoras! Miré adelante y atrás entre las dos, pero ninguna estaba cogiendo ningún arma, lo que hizo que fuera una conversación bastante agradable para las dos.

—Para decirlo de una manera muy pero que muy simple —dijo Radella fríamente, sus ojos fijos en Françoise—, las líneas ley son límites entre mundos: el tuyo, el mío, los reinos de los demonios, el que sea. Cuando esos límites colisionan, obtienes estrés, como cuando dos de tus placas tectónicas se rozan. Y el estrés crea energía.

—Como las fallas mágicas.

—¡Eso es lo que he dicho! —me soltó Radella—. Sólo en ese caso, no hay tierra que mover, sólo se lanza energía mágica. Por lo tanto, en lugar de terremotos o tsunamis, obtienes poder que se puede utilizar para varias aplicaciones por aquellos que saben cómo.

—Como entradas que fluyen.

—Bajo ciertas circunstancias. Si dos líneas ley particularmente fuertes se cruzan, podrían generar ese tipo de energía, pero eso no pasa a menudo.

—Entonces, todo lo que tenemos que hacer es buscar ese yacimiento —dije animada—. Si está aplazando esa clase de poder, ¡debe de ser fácil de encontrar!

Radella suspiró y murmuró algo que me alegré de no haber entendido.

—Hay líneas ley por todas las Vegas —dijo finalmente—, pero ninguna se cruza con nada cerca de aquí. El área más cercana donde lo hacen es el enclave de la MAGIA, que es por lo que está construida donde está.

—Entonces, ¿qué usaba Tony? —pregunté impacientemente.

—¿Una suposición? —Radella frunció su boca pequeña. Le hacía parecerse a la Barbie profesora—. Magia mortal; obtenida fácilmente: rápida y poderosa.

—Siempre que tengas estómago para hacerlo —murmuró Françoise en voz baja.

—Espera un segundo. —Esperaba no haberla oído bien—. Me estás diciendo que aunque encuentre la entrada de Tony, ¿tendría que matar a alguien para usarla?

Radella se encogió de hombros.

—Bueno, no a nadie que te caiga bien.

—¡No voy a cometer un crimen!

—Creo que yo podría suministrar energía a la entrada —dijo Françoise—, durante poco tiempo. Con algo de ayuda.

Me estaba mirando, pero yo negué con la cabeza.

—Nunca me formaron. Tony tenía miedo de tener una bruja poderosa en su patio.

—Pero… ¿no sabes nada? —Parecía aterrorizada.

—Más o menos.

—Pero tú vas de aquí a allí. —Hizo algunos movimientos sacudiendo los brazos frenéticamente en el aire—. Haces cosas, ¡todo el tiempo!

—¿En lugar de qué? ¿De esperar a que alguien venga a matarme?

—¡Pero si los magos oscuros te atrapan, te quitarán tu poder! ¡Sería espantoso!

Sonreí desagradablemente.

—Sí, sólo que tendrían que ponerse a la cola.

—¿Quoi?

—Nada. —Miré a la duendecilla—. Podemos preocuparnos por cómo impulsar esa maldita cosa una vez que la encontremos. ¿Se os ocurre alguna idea?

Parecía pensativa.

—Tiene que ser una entrada oculta. Es lo único que tiene sentido.

—¡Ya sabemos que está oculta! —le dije desesperada.

—No. Oculta, oculta. Como si no estuviera en este mundo hasta que se invoca.

—¿Escuchaste cuando dije que no sabía nada de magia?

Radella frunció el ceño.

—Piensa en ella como en una puerta. Una puerta que usa energía cada vez que está abierta. Así que la mantienes cerrada hasta que la necesitas.

—Y luego la abres con un sacrificio.

—Eso es, pero si es así como funciona la entrada, probablemente haya un encantamiento especial para invocarla.

—Déjame adivinar. Tú no conoces el encantamiento —se imaginó.

—Es distinto para cada entrada, una contraseña que solo conocen los usuarios.

—Y ahora todos ellos están en el Reino de la Fantasía —le recordé—. ¿Cómo se supone que voy a conseguirla?

Una mirada astuta cubrió su cara pequeña, como la de una muñeca.

—Quizá se me pueda ocurrir algo, por un precio justo.

Entrecerré los ojos mirando a esa pequeña cosa confabuladora.

—¿Ahora qué quieres?

Se movió inquietamente, intentando parecer indiferente. Pensé que afortunadamente era demasiado pequeña para andar jugando; con una cara de póquer como esa, hubiera perdido todo en menos de cinco minutos.

—Quiero lanzar la runa otra vez —dijo repentinamente—, por si no me sale un niño a la primera.

Me puse a mirar otra arma durante un momento. Me había dado la impresión de que ya habíamos acordado que le daría la runa, no que la lanzaría. A lo mejor esa cosa tenía más valor de lo que yo pensaba.

—Vale —le dije lentamente, intentando sonar reacia—. Otro lanzamiento.

—¡Sin restricciones! Incluso si consigo un niño con el primero, ¡aún quiero un segundo!

—De acuerdo.

Radella tragó saliva.

—¿Qué clase de ayuda quieres?

—Cualquiera que sea necesaria. —Tampoco le iba a dejar imponer sus condiciones.

—Sabía que encontrarías la forma de convencerme para esta locura —criticó, pero no lo decía con el corazón.

—¿Tenemos un trato?

—¡Por Dios! ¡Tú ya sabes que sí! —Sonreí y ella me devolvió la sonrisa—. No seas tan presumida, humana. Aún no has escuchado mi idea.

La entrada principal del Dante es algo sacado de una pesadilla medieval, con estatuas de basalto retorcidas, setos torturados y un foso defensivo bastante seguro. Las manijas de la puerta principal eran caras agonizantes que gemían, se quejaban y pronunciaban su famoso lema que decía a todos los que entraban que abandonaran la esperanza… y sus carteras. Pero la decoración demente es cara, lo que explica por qué la parte de atrás parecía un almacén moderno con rampas de carga, con viejos contenedores de basura y una alambrada simple de tela metálica que rodeaba el aparcamiento de empleados lleno de coches.

Françoise, Radella, Billy Joe y yo aterrizamos en el aparcamiento del Dante dos semanas antes. Aún faltaban unas horas antes de que el sol, o alguien con algo de sentido común, saliera. En otras palabras, el mediodía para las personas que yo necesitaba ver.

La gran idea de Radella era retroceder en el tiempo antes de cualquiera que supiera cómo convocar la entrada y obtener el encantamiento con los medios que fueran necesarios. Yo había corregido que eso excluyera palizas, navajazos o algo que probablemente acabara con la destrucción de la línea del tiempo. Françoise había añadido una matización y había mencionado que probablemente pudiera borrar los últimos recuerdos de cualquiera, excepto los de un mago poderoso. Así que ya teníamos un plan; tan solo necesitábamos al tipo adecuado. Y supuse que el predecesor de Casanova, Jimmy el Rata, un operador rastrero, estaría en el ajo.

Je suis désolée —dijo Françoise, aparentemente hablando con la parte de abajo de la alambrada de tela metálica.

Intercambié unas miradas con la duendecilla, que simplemente se encogió de hombros. Me incliné para obtener una mejor vista y me vi esposada al poste de la alambrada.

—¡Qué demonios!

Françoise se echó hacia atrás y se cruzó de brazos, mirándome con una clara imitación de Pritkin de mal humor.

—Nos vamos. Es demasiado peligroso para ti.

—¿Perdona?

—No tienes ninguna habilidad en magique, n’est-ce pas?

—¿Qué quieres decir?

—Tenías que traernos aquí; no había opción, pero no tienes que ponerte en peligro ahora. Nosotros hablaremos con esos gánsteres mientras tú te quedas en un lugar seguro.

—¡Yo puedo tratar con Jimmy!

Françoise no respondió, pero tenía esa mirada en su cara como si se fuera a quedar contenta en el aparcamiento durante toda la noche discutiéndolo. Intenté quitarme las esposas, pero las debían de haber sacado del almacén de Casanova porque era acero de muy buena calidad. Todo lo que logré con mis esfuerzos fue hacer ruidos metálicos en la alambrada y sacarme de quicio.

—Vale —dije—. Vosotros os vais, yo me quedo. Que lo paséis bien.

—No lo estás diciendo en serio —dijo Billy de manera incrédula.

—¿Te vas a quedar aquí? —Françoise parecía dudar. A lo mejor esperaba que siguiera discutiendo un poco más.

Volví a hacer un sonido metálico en la alambrada.

—¿Tengo otra opción?

—No confío en ella —dijo la duendecilla, mirándome de cerca—. Deberíamos encerrarla en un armario.

—Tengo una pistola —señalé.

Radella frunció el ceño.

—Tiene razón, podría disparar a la cerradura.

—Yo estaba pensando en algo un poco más animado —le dije, sin estar completamente segura de estar bromeando.

—Es por tu propio bien —dijo Françoise mordiéndose el labio. De repente parecía desconcertada.

Radella hizo un chasquido con las manos.

—La ponemos fuera de combate, la metemos en un armario, en uno verdaderamente pequeño —añadió perversa.

Françoise ni siquiera se preocupó de mirarla.

—Volvemos ahora —prometió; luego, se dio la vuelta y caminó a grandes pasos.

—Sí, yo esperaré aquí como un taxista glorificado —le grité. Sus hombros se meneaban ligeramente, pero no sabía si era de vergüenza o por no saber lo que era un taxista.

—Vale, eso ha sido realmente… —comenzó Billy.

Levanté la mano que tenía libre. Françoise se detuvo al lado de la puerta de atrás y miró hacia donde yo estaba; probablemente se estaba preguntando por qué mi mano estaba suspendida en el aire. La saludé y después de un minuto ella y Radella entraron por la entrada de empleados. Tan pronto como se cerró la puerta, me moví dos pies adelante. Detrás de mí, las esposas, ahora vacías, golpeaban la cerca.

—Se me olvidaba que ahora también puedes hacer eso —dijo Billy.

—A mí también, la mitad de las veces. —Me froté la muñeca y miré a mi alrededor. No había nadie a la vista. Se me ocurrió que debería haber mirado antes de haber hecho mi ilusión de Houdini.

—¿Y por qué no les demostraste que estaban perdiendo el tiempo? —preguntó Billy.

—Me imaginé que también podríamos escaparnos antes de la fase de amotinamiento de nuestra relación. —Además no pensaba que Radella hubiera estado bromeando con lo del armario—. Vamos a encontrar a Jimmy antes de que les venda el puente de Brooklyn o algo…

—Hablando del demonio —dijo Billy cuando alguien que se parecía horrores a Jimmy salió por la puerta de atrás.

Caminé hacia delante después de una pausa de sorpresa, apenas creía la suerte que había tenido. Si pudiera acercarme a él antes de que llegara a su coche, podríamos hablar sin encontrarnos con nadie más y posiblemente sin ser escuchados. Pero la puerta se abrió y una rubia salió corriendo, mirando alrededor de manera salvaje.

—Espera, hay una Barbie con él —me advirtió Billy. La rubia encontró a Jimmy y fue corriendo detrás de él, su camiseta negra con gran escote se le iba subiendo mientras corría. Billy silbaba en señal de agradecimiento.

—Esa cosa se le va a caer si no…

Se detuvo en seco, entrecerrando los ojos para mirar el aparcamiento y yo hice lo mismo, una sensación vaga de malestar avanzó lentamente hasta mi columna vertebral. Las luces energéticamente correctas no eran de mucha ayuda para la visibilidad, pero vi suficiente como para que el estómago se me cayera al suelo.

—Creo que tenemos un problema —dije ateridamente.

—¡Eh! —dijo Billy con los ojos abiertos de par en par—. ¡Creo que esa Barbie eres tú! Te lo puedo decir por el tamaño de tus…

—¿Te das cuenta de lo que eso significa? —Conseguí chillar en un susurro. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que habíamos retrocedido en el tiempo a la noche que vi el Dante por primera vez; no era un momento que realmente me interesara revivir.

—Sí. —Me miró—. De todos los momentos a los que podías retroceder, ¿por qué demonios…?

—No lo hice a propósito —siseé—. Casanova me dijo que el último envío de esclavos había salido para el Reino de la Fantasía esa noche. Si no podemos hacer que Jimmy hable, quizá podamos escuchar el encantamiento que usó.

—Si estuviéramos en el sitio adecuado y en el momento adecuado, sí, pero no—es así.

—¿Eso crees? —Mi primera visita al Dante no había ido muy bien. De hecho había sido casi tan espectacularmente mala como era humanamente posible. Había habido demasiadas ocasiones en las que nos habíamos librado por los pelos, y yo y otros muchos podríamos haber muerto a poco que las cosas hubieran sido ligeramente diferentes. Necesitaba encontrar al equipo y salir, rápido antes de que cualquiera de nosotros cambiara alguna cosa.

Jimmy y mi otra yo desaparecieron en las líneas de los coches, y la puerta de atrás volvió a abrirse de nuevo. Pritkin y un par de vampiros aparecieron; me quedé de piedra. Mis ojos podrían estar teniendo problemas para ver la acción, pero ciertamente los suyos no. Y si ellos miraban hacia aquí y me veían, podría distraerlos de la tarea que tenían entre manos; la cual, entre otras cosas, incluía salvar la vida de mi otra yo.

No me moví, no respiré, no parpadeé. La camiseta de tirantes negra que había decidido que sería apropiada para las actividades nocturnas me ayudaría a que fuera más difícil de ver. Pero me podían oler desde la distancia, incluso en un aparcamiento lleno de gases y basura. Uno de los vampiros se detuvo, levantando la cabeza ligeramente como si estuviera oliendo el aire y yo tragué hondo. Era Tomas, un compañero de habitación que había tenido seis meses y que podía percibir mi aroma. Si él me sintiera…

Pero no lo hizo. Los tres hombres corrieron a la fila de coches y unos momentos después empezó el caos: con disparos, gritos y alguien prendiendo fuego a un coche. Salí volando hacia la puerta de atrás. Y me detuve al tiempo que derrapaba un par de segundos más tarde cuando apareció en mi camino la última persona a la que quería ver.

Me las apañé para detenerme antes de abalanzarme sobre él, pero estaba muy cerca. Me arrastré precipitadamente varios pasos atrás justo para estar en el lugar seguro.

—¡Se supone que tú no tienes que estar aquí! —dije con reproche.

Una ceja perfecta se transformó en un arco igualmente perfecto.

—Entonces, tenemos algo en común, dulceaţă.