28

Apolo logró pasar —me dijo Sal—, pero el resto de sus fuerzas no lo consiguieron. Había vuelto, pero la explosión de la línea Ley se había producido muy cerca de él, debilitándolo gravemente, y quedó atrapado en un mundo con un cuarto de millón de magos de la guerra, que podían volver a hacerlo desaparecer. Se dio cuenta de que tenía que traer a su ejército antes de enfrentarse al Círculo.

—Pero al entrar en contacto con la línea Ley mi protección se fundió. ¡No podéis transferir más energía! —indiqué.

Ella negó con la cabeza.

—Mientras la protección siguió en tu cuerpo, seguía extrayéndote energía pero, en lugar de transmitirnos la energía, la almacenaba. Ha estado acumulando la energía que necesitamos desde que se abrió la brecha.

Así que eso es lo que percibía Des. No era a Apolo, sino mi pentáculo. Y a Sal, esperando a su maestro.

—Bueno, ya está bien —dijo Sal, jovial.

—Porque la línea sigue siendo débil —murmuré. Mircea dijo que tardaría un par de días en calmarse.

—Sí, por eso tenemos que hacerlo ahora, antes de que la línea empiece otra vez a fortalecerse. Por supuesto, a Apolo también le vino de perlas que los cónsules se fueran a reunir esta noche. Destruir a los líderes y a todos los demás lo haría todo mucho más fácil. —Me sonrió, burlona—. Pero creo que se conformará contigo.

A través de la puerta que llevaba al balcón, vi que el cielo se tornaba rojo. Aparecieron unos haces color carmesí que nada tenían que ver con el amanecer, emanando un resplandor insoportable que hacía que las luces eléctricas del hotel parecieran débiles. Algo se acercaba.

Mientras hablaba, Sal había ido retrocediendo, acercándose al balcón. Nadie había tratado de detenerla. Al fin y al cabo, ni un vampiro podría sobrevivir a semejante caída. Pero ahora podía lanzar el pentáculo por la barandilla cuando quisiera, y jamás daríamos con él. No antes que su maestro.

—Dame el pentáculo, Sal —volvió a decirle Marco. De repente, se había puesto tremendamente serio.

—¿Y sigues, aun sin tener nada que ofrecerme más que una muerte rápida? —dijo con desdén—. ¡No esperes tanta generosidad por mi parte!

Conforme la luz se iba intensificando se iba levantando más viento. Parecía que el alba iba a presentarse antes de tiempo. O el propio Sol, pensé, aterrada.

Entonces, sin que me diera tiempo a seguirlo con la vista, Marco se movió. Parpadeé y Sal seguía ahí, pero la mano que sostenía mi protección había salido volando, dirigiéndose hacia mí. Ella se volvió, con una mueca en el rostro, y, al segundo, Marco se tambaleaba y caía, y uno de los tablones del sofá destrozado le atravesó el pecho.

No tuve oportunidad de comprobar si le había atravesado el corazón, porque la mano arrancada de Sal me alcanzó y, con el impacto, la protección se soltó. Salió volando, me lancé tras ella y Sal tras de mí.

Entonces, en un momento, desapareció.

Sentí que una corriente de aire me adelantaba, alcé la vista y vi a Nicu salir de la nada y agarrar a Sal de la cintura. No sé si se había dado cuenta de lo cerca que ella estaba de la baranda, o si había pensado que esta los detendría. Pero había sufrido tantos daños como el resto de la habitación y cedió bajo el peso de los dos. Antes de caer, vi unos brillantes ojos ambarinos mirándome y, enseguida, desaparecieron.

Algo se me había clavado en la mano. Miré y vi que sujetaba la protección con tanta fuerza que me estaba atravesando la piel. Aflojé un poco la mano, alcé la vista y me di cuenta de que no la tendría en mi poder por mucho tiempo.

Por el balcón entraba la luz, reluciente como la luz de mediodía. Al principio, no sabía lo que estaba viendo. Hasta que se acercó y resultó ser algo que no me esperaba en absoluto.

Había visto antes a Apolo, al menos en el sentido metafísico. Pero, en aquellas ocasiones, él no estaba en este mundo y no se podía mostrar en otra cosa que no fuera en imágenes mentales. Y, desde que mi cerebro las interpretaba, siempre había sido en una forma que era capaz de comprender. No aquello.

Una maraña resplandeciente de luz planeaba en el cielo, era de todos los colores y de ninguno al mismo tiempo. Era como la luz fractal que se veía en la pantalla de un ordenador, cambiando constantemente de forma, aunque ninguna de ellas resultaba especialmente amenazadora. Pero la energía que irradiaba la criatura era tal que me chamuscaba la piel aun a aquella distancia.

Una vez, Apolo me había dicho que yo no sería capaz de soportar su presencia en persona, pero, en aquel momento, no supe entender lo que había querido decir. Ahora sí. Paralizada, miré atónita al feroz centro de una criatura que ni siquiera mi mente era capaz de aprehender, dolorosamente consciente de mi propia insignificancia, y me pregunté cómo había podido pensar que me podría enfrentar a algo semejante.

Las bandas de luz se tornaron más gruesas, y serpenteaban en torno a un eje, adoptando la forma de una monstruosa cabeza en el cielo. Unos débiles puntos de luz relucieron en aquel gigantesco cráneo, como unos ojos feroces, fríos y calculadores. Mi respiración se volvió irregular, perdiendo el ritmo repentinamente loco de mi corazón. Balanceándome, entrelacé las manos para que no se notara el temblor.

—Cassandra Palmer. —La voz sonó sorprendentemente suave, como una brisa—. Por fin nos vemos en carne y hueso, por decirlo de alguna manera.

—Apolo.

—Como prefieras. En este mundo se me han asignado muchos nombres: Ra, Sol, Surya, Marduk, Inti… Todos han caído en el olvido. Ahora los recordarán. —La intensa mirada de aquel dios se quedó fija en mí con una socarronería casi afectuosa. No sabía si su ira se había consumido o si, simplemente, estaba saboreando el momento, ahora que me tenía atrapada.

—Lo he visto —dije, con aire sombrío—. La ciudad en ruinas…

—He decidido dejarla como monumento a tu fracaso, como la antigua sede de la pitia ciega —rió—. Ya ves, hasta tu predecesora lo hizo mejor. Ella sí se dio cuenta de lo que iba a pasar, pero no logró convencer a los demás. Tú, sin embargo, has estado dando palos de ciego del mismo modo en que lo han estado haciendo los demás. Ha sido muy divertido.

Se levantó viento, azotándome los ojos.

—Y yo puse la energía necesaria para traer a tu ejército hasta aquí. Yo te lo di, a través de Sal.

Aquel enorme rostro no se inmutó, pero el aire que me rodeaba retumbó al oírse una carcajada.

—Sí, esa es la mejor parte. Yo no voy a destruir a tus amigos, ni tu mundo Cassandra. Lo harás tú. Quería asegurarme de que lo entendieras, antes del fin.

La voz seguía siendo dulce, pero las formas de luz mutaron de repente. La enorme faz se veía casi nítida, rellenando la forma como la tinta en el agua. No, pensé, mirándola absolutamente aterrorizada, no parecía que su furia se hubiera templado lo más mínimo.

Tras de mí, escuché que se encendía el motor de un coche. Antes de que me diera tiempo a volverme, de la nada, salió un brazo, me agarró de la pechera de la camiseta y tiró de mí, colocándome en el asiento del descapotable de Marsden. Aún me colgaban las piernas por la puerta y aún no había apoyado el trasero en el asiento, cuando el coche aceleró, dirigiéndose directo al balcón.

—¡Pierdes el tiempo, Cassandra! —bramó Apolo—. ¿Dónde crees que podrás esconderte?

Yo estaba demasiado ocupada gritando como para contestar. Me agarré el cinturón de seguridad con las dos manos y mis pies salieron volando tras de mí. Miré el asfalto, cada vez más cerca, pero no di con ninguna burbuja de protección, ni ningún fuego azul. Entonces, el cielo se abrió en dos y caímos en medio de la línea.

Cerré la puerta de un golpe, y mis piernas aterrizaron bruscamente en el maletero, mientras nosotros nos estabilizábamos. Pritkin iba en el asiento del conductor, cambiando las marchas frenéticamente y yo empecé a resbalar de mi asiento. Tiró de mí y me volvió a colocar en mi asiento con una mano, mientras esquivaba con el volante a un mago de la guerra con la otra. La línea Ley estaba muy activa. Había barcos y hombres por todas partes, aún librando una batalla inútil.

—Tú sabes manejar este tipo de coches ¿verdad? —le pregunté, nerviosa. El coche tenía un montón de extraños botones y palancas de las que antes no me había percatado. Y ninguna tenía indicativo alguno.

—En teoría.

—¿En teoría?

—He montado en él con Jonas unas cuantas veces.

—¿Cuánto son unas cuantas veces?

—¿Contando la de hoy?

—¡Sí!

—Eh, con eso serían… dos veces, entonces.

Me mordí el labio por no replicarle y me volví para ver lo que había detrás de nosotros. Apolo no estaba. Tenía razón: en un mundo que controlaba, no habría ningún lugar en el que poder esconderse. Podía tomarle la delantera unos instantes, pero acabaría encontrándome. En aquel momento, pensé que tampoco lile importaba demasiado, ya que iba a destruir todo lo que yo amaba.

—Da la vuelta —le dije a Pritkin.

—¿Qué?

Agarré el volante y giré. Pasamos junto a un mago de la guerra que disparó contra nosotros, sacándonos de la línea, y aterrizamos en un ángulo que casi nos lanza fuera. Pritkin soltó una maldición y logró llevar de nuevo el coche en medio de la corriente.

—¡No toques eso! ¿Y por qué diablos quieres volver?

—Apolo no nos sigue. No estoy segura de que sepa que tengo la protección en mi poder. No he tenido la oportunidad de decírselo.

—¿Quieres que nos siga?

—Sí.

No me dio tiempo a explicárselo. El viento me apartó el pelo de la cara y vi que una nube de energía pura se dirigía hacia nosotros a toda prisa.

—Creo que lo sabe —dijo Pritkin, dando un volantazo y mandándonos repentinamente hacia el borde exterior de la línea.

—¡Baja! ¡Baja! —grité, al ver que mi extremo del coche se encontraba completamente fuera de la línea. Vi la silueta de Pritkin recortada entre toda aquella energía, mientras que, por mi lado, el aparcamiento se acercaba a una velocidad que quitaba el aliento—. ¡No, sube, sube! —chillé al ver que íbamos directos hacia un grupo de turistas, que ahora nos apuntaban con el dedo con expresión sobrecogida, y que se encontraban cada vez más cerca y… Pritkin volvió a dar otro volantazo hacia arriba, puede que a dos metros de sus cabezas.

—¡Edificio! —grité al ver surgir las torres del Dante y acercarse rápidamente. Pritkin podía tratar de pasar por el no-espacio de la línea. Y aquello iba a ser un suicidio si no lo conseguía…

Pritkin viró violentamente y el edificio quedó a un lado y pasamos tan cerca que podría haber extendido la mano y tocarlo. Desde la cama, una pareja nos miraba boquiabiertos a través de una ventana del tercer piso, entonces, Pritkin giró de nuevo. De repente, me encontraba de nuevo dentro de la línea, sobre el asiento, jadeando.

Apolo nos pisaba los talones. Las líneas de energía eran más lentas en los bordes externos y casi habíamos perdido la ventaja. Extendí el brazo y tiré del volante con fuerza hacia la izquierda.

—¡No toques el volante! —gruñó Pritkin.

—¡Tenemos que permanecer en el centro o, de lo contrario, nos alcanzará seguro!

—Y si sigues tratando de conducir, vamos a… —se interrumpió y miró hacia atrás.

Me volví, pero, aparte de a un dios furioso, no vi nada.

—¿Qué pasa ahora?

—Rakshasas. Nos siguen.

—¿Cuántos?

—Muchos.

Pritkin me arrojó de nuevo a mi asiento y pisó a fondo.

—Tenemos que alejarlo lo más posible de las regiones pobladas —me dijo—. Jonas puede reunir al Círculo. Como quiera que sea que esa criatura haya logrado entrar, podemos volver a hacerle desaparecer…

—¡Dijiste que para lanzar ese hechizo hacen falta miles de magos! No hay tiempo para eso.

—¿Acaso tienes una idea mejor?

—Tengo una idea —repliqué sin dar más explicaciones. No estaba muy segura de que fuera demasiado buena—. Tú avanza un poco más.

Dejamos la ciudad atrás, entrando a toda velocidad en una zona de colinas de cumbres redondeadas y de ondulados valles despoblados. La línea Ley se curvaba, las rodeaba y, a veces, las atravesaba, lo cual pareció darle a Pritkin una idea.

—Aguanta —me dijo, y se dirigió a toda prisa hacia la parte superior de la línea.

Salimos de la línea, ascendiendo hacia la brillante bóveda estrellada y resplandeciente. Un meteorito pasó en dirección este. Hermoso, pensé mareada, y un rugido atravesó el espacio que había tras de nosotros.

Me volví justo a tiempo para ver que el mundo se tornaba instantáneamente monocromo a causa de un tremendo haz de luz, y las colinas saltaron por los aires entre un terrible resplandor. A continuación, volvimos a caer en la línea y una nube de polvo y goma quemada nos envolvió, lanzando fragmentos llameantes contra el escudo del coche.

—¿Qué ha sido eso?

—¡Intento frenarlo un poco! —exclamó Pritkin, un poco con la misma mirada demente de Marsden—. Se ha llevado por delante la mitad de la colina en su intento por seguirnos, pero no ha sido suficiente. ¡Necesitamos montañas más grandes!

Volvió a saltar de la línea justo en una curva que rodeaba otra montaña. Nosotros íbamos en una dirección y Apolo iba en la otra, arrancando la cima. Pero no me importó porque el suelo se acercaba y no había línea que nos sujetara.

—Tú sabías que eso estaba ahí, ¿verdad? —le pregunté, azorada.

Pritkin tragó saliva.

—Claro.

Cerré los ojos.

—¿Podemos llegar hasta el cañón del Chaco?

—Aunque pudiéramos, ¡él vendría con nosotros! ¡Es capaz de seguirnos adonde quiera que vayamos!

—Pero ¿podemos llegar?

—No —dijo, lacónicamente—. Mis armas no están diseñadas para hacer frente a un dios, y se me están acabando los trucos.

Abrí los ojos y miré el salpicadero.

—Entonces, puede que Marsden tenga alguno. —Había un panel lleno de botones junto al volante que no parecían los de serie—. ¿Para qué sirven esos botones?

—No lo sé. Alguna chapuza de Jonas. Y no…

Apreté uno verde y salimos disparados hacia delante. Íbamos tan deprisa que mi cuerpo se apretó contra el asiento y las mejillas se me pegaron al hueso. No veía nada. La presión era tal que no podía ni respirar, ni siquiera moverme. La línea Ley parecía casi un tubo sólido que nos envolvía, los destellos y llamaradas se unían formando una larga línea de colores.

—… toques nada —concluyó Pritkin mientras volvíamos a la velocidad normal.

Tomé aire con fuerza, pude sentir los pulmones vacíos en el pecho y me incliné hacia el salpicadero. Cuando logré tomar suficiente aire, emití un gemido, sintiendo un profundo dolor, notando cada magulladura. Pero, cuando alcé la cabeza, el vórtice brillaba como una pequeña estrella en la distancia.

Logramos ganarle algo de ventaja a Apolo. Pero sólo un poco. Saltamos de la deslumbrante energía de la línea al no espacio que yacía en torno al vórtice con una ventaja de puede que unos diez segundos. Pritkin trataba desesperadamente de dar con la corriente acertada que nos permitiría saltar al siguiente vórtice, así que no vio a Apolo entrar en él. Pero yo sí lo vi.

Esta vez, parece que Apolo decía la verdad. La abrasadora bola de energía no desfallecía, ni tampoco el enjambre de demonios que corrían tras él. La luz tenue de miles de rakshasas era visible incluso para mis ojos, mientras ellos nos rodeaban como una colonia de murciélagos.

Agarré el volante y viré directamente hacia el vórtice.

—¡Tenemos que acercarnos más!

—¿Acercarnos a qué? —gruñó Pritkin, debatiéndose con la corriente para impedir acercarnos precisamente al vórtice.

—¡Hacia el vórtice!

—¿Estás loca?

—Tú has dicho que necesitamos un arma para enfrentarnos a un dios —señalé a los rakshasas—. ¡Creo que he dado con una!

Pritkin alzó la cabeza, observando el largo arco de demonios que rodeaban el vórtice. Pude percibir el instante en que se percató de lo mismo que me había percatado yo: no nos seguían a nosotros. Todos se arremolinaban siguiendo la estela de Apolo, como el polvo de un cometa.

—Apolo es un ser energético —dijo, lentamente.

—Energía vital —le corregí. Justo el tipo de energía de la que se alimentaban los Rakshasas.

Y él no pertenece a la Tierra. Así que la prohibición no se le aplica.

—Pero él tiene un escudo de protección. Si se acerca lo suficiente al vórtice, puede que su protección se debilite lo bastante como para dejarlo a merced de los Rakshasas.

—¡Lo mismo es aplicable a nosotros!

—¿Tienes una idea mejor? —le pregunté, y la nube negra nos alcanzó.

—No —contestó, y viró hacia el centro del vórtice. El plan era mío, pero de todos modos, grité, al borde de la inconsciencia. Entonces, Pritkin pisó el freno y atravesó tres corrientes saltando sobre ellas, hasta detenerse en una corriente interna. Tenía una órbita más corta y nos hacía girar en torno a aquel fenómeno a una velocidad de vértigo.

Seguimos rodeando el vórtice y Pritkin forcejeaba con la corriente para evitar caer, y el coche chirriaba y se estremecía a modo de protesta. Entonces, tuvimos que esquivar a Apolo, que se puso delante de nosotros. Debía de haberse acercado al fenómeno mucho más que nosotros, porque sus escudos habían desaparecido literalmente.

Los rakshasas se habían dado cuenta también, y se lanzaron como un solo ser hacia él. Volvimos a desaparecer de su vista y, para cuando dimos otra vuelta completa, la nube de energía pura estaba rodeada. Al parecer, los rakshasas no solían mostrar demasiada deferencia hacia los dioses, fueran del tipo que fueran.

Apolo se detuvo y huyó, pero lo persiguieron alrededor del vórtice, zigzagueando con facilidad entre las líneas de energía. La terrible batalla revolvió las corrientes, volteándonos, como un barco en alta mar y, por unos instantes, no podía ver nada. Finalmente, localicé una esfera de energía considerablemente encogida acercándose al núcleo latente del vórtice.

Puede que lo hubiera hecho deliberadamente. Apolo podía haber pensado que la energía que desprendía podía dañar a los demonios lo suficiente como para que abandonaran la persecución. Pero no pareció afectarles mucho, por lo que pude ver, posiblemente porque no eran de este mundo. Puede que aquella fuera la razón por la que fueron capaces de retroceder cuando él se acercó demasiado y el vórtice lo succionó.

La muerte del dios apenas provocó una onda en la superficie de la enorme línea Ley que se hundió en el núcleo del vórtice. Pero surgió una ola de energía que atrapó nuestra pequeña burbuja de protección, lanzándola fuera de las líneas. Pritkin soltó una maldición, me agarró de la cintura y saltó al vacío.

Empezamos a caer, lentamente, gracias a que Pritkin había formado un paracaídas con sus escudos, justo cuando el cielo estrellado que había sobre nosotros empezaba a adquirir los tonos del alba. El choque del coche de Marsden apenas fue audible. Pero Pritkin hizo una mueca al ver el golpe y que el coche estallaba en llamas.

—¡Hemos salido de esta vivos! —le recordé, casi sin creérmelo.

—Tú sí —dijo, observando la chatarra envuelta en llamas que había bajo nosotros—. Jonas va a matarme.

—Vuelve a explicarme por qué tengo que pagar… esto —inquirió Mircea, señalando con un gesto a la travesti que reía socarronamente mientras vaciaba la tienda de Augustine. El propio Augustine estaba de pie, junto a la puerta, haciendo muecas ante aquella carnicería, pero pasando mi American Express con alegría. Aún me odiaba, pero, al parecer, con mi dinero no tenía ningún problema.

—Te lo pagaré, dame tiempo —le aseguré—. Jonas dice que me van a dar el sueldo del mes pasado. —Por supuesto, con los precios de Augustine, eso significaba que tardaría más o menos una década en pagárselo todo a Mircea.

Él lanzó un suspiro y apoyó la cabeza en el bonito satén de rayas estilo Luis XIV de la silla que Augustine se había apresurado a traerle. La rúa tuve que ir yo a cogerla. Cambié de postura, incómoda. Me dolía todo.

Mircea se percató y abrió un ojo para mirarme.

—Vas a conseguir que me dé un ataque —dijo, con aire cansado, sin emplear su tono encantador—. Te saqué de allí para que estuvieras más segura. Y, en lugar de eso, matas al lord protector…

—Fue Pritkin, y Saunders no está muerto realmente —le corregí—. Jonas está extendiendo el rumor de que recibió una herida trágica cuando luchaba valerosamente contra las fuerzas de Apolo.

—Apolo no tenía fuerzas.

—Sí, pero eso no lo sabe nadie. —Afortunadamente, muy pocos magos habían presenciado lo que había ocurrido realmente, y la mayoría eran aprendices. Unos aprendices que tenían ahora un terrible dolor de cabeza, tras haberles borrado la memoria.

Marsden había decidido que lo mejor era quitarse de en medio a su rival diplomáticamente, en lugar de arriesgarse a provocar una guerra civil cuando menos nos convenía. Había conseguido convencer al Senado, pero Mircea no parecía muy complacido de tener de nuevo al antiguo jefe del Círculo con nosotros. Tenía la leve sospecha de que Saunders no se estaba recuperando bien…

—Y para más inri, ¡encima matas a un dios! —me acusó Mircea.

—Técnicamente, lo hicieron los demonios, o puede que la línea Ley. No somos completamente…

—¿Quieres decir que tú no has hecho nada?

—¿No es eso lo que querías que hiciera? ¿Nadar, leer o puede que ir de compras?

—¡Sí! ¡Preferiría sin duda que pasaras el día exactamente haciendo todo eso en lugar de volver cubierta de sangre!

—Al menos, he vuelto.

—Esta vez.

—Mircea…

—Sí, ya lo sé, tienes que trabajar, o eso dices continuamente. Lo entiendo, pero no esperes que me guste.

—Pero ¿ya no habrá más esposas?

Me lanzó una de sus lentas sonrisas, el primer atisbo de buen humor que veía en él.

—No, a menos que me lo pidas.

Tragué saliva.

—Con respecto a eso…

Él suspiró y volvió a apoyar la cabeza en el respaldo.

—¿Por qué me parece que no me vas a pedir unas de colores?

—¿Las hay de colores? —Él sonrió sin abrir los ojos—. ¡No! No, es que he estado pensando. Nos conocemos desde que yo era pequeña, pero… hay tantas cosas que no sé de ti.

—Me conoces —dijo, arrugando la frente—. Mejor que la mayoría.

—Pero esa no es la sensación que yo tengo. ¡Ni siquiera he estado nunca en tu corte!

—Eso se puede arreglar fácilmente. Además, puede que vayas antes de lo que te esperas. El mago Marsden va a proponer que se celebre tu investidura allí. Un gesto de buena fe hacia el senado, después de la desagradable experiencia con su predecesora.

—¿Estarán los cónsules? —pregunté, nerviosa.

—Probablemente. —Mircea abrió los ojos y miró ceñudo el techo—. Las negociaciones están yendo bien. Los cónsules han preguntado por qué deberían aceptar una alianza cuando el jefe de nuestro enemigo está muerto.

—¿Están de broma? Se avecina una terrible guerra en el Reino de la Fantasía, la tropa de Tony sigue suelta y conspirando a saber qué, ¡y no tenemos ni idea de cómo se van a tomar los dioses colegas de Apolo lo de su fallecimiento inesperado!

—Todo eso está muy bien. Pero habrá que ver si eso basta para superar siglos de sospechas y desagravios. La Cónsul cree que sí, y yo sinceramente espero que tenga razón. No me hace ni pizca de gracia la idea de entrar en el Reino de la Fantasía solos. Pero Antonio no va a salir y dar la cara después de todo esto.

—Así que tenemos que ir allí a por él. —La idea me hacía la misma gracia que a Mircea. He estado una vez en el Reino de la Fantasía. No me gustó la experiencia.

—Sí, pero eso puede esperar. Pasemos a otras cosas más importantes. —Me miró con severidad—. ¿Estás intentando romper conmigo?

—¡No! No es… Eso no es lo que… me gustaría que saliésemos juntos —solté.

Arqueó una ceja.

—Según la ley vampírica, ya estamos casados.

—¡Pero yo no soy una vampira, Mircea! ¡Y tampoco es que nadie me haya pedido la mano precisamente!

—¿Hubieras preferido que no te hubiera reclamado? —Su expresión mutó a la que ponen los vampiros cuando se muestran especialmente reservados. Genial. Aquello estaba yendo tan bien como esperaba.

—No, eso no es lo que estoy diciendo.

Guardé silencio y traté de ordenar mis pensamientos, tratando de traducir en palabras mis sentimientos.

—Siempre he considerado que no tener vínculos con los demás me hacía más fuerte. Siempre he pensado que era mejor mantenerme a distancia, porque si me acercaba demasiado a la gente, acabaría haciéndoles daño. A veces, sigo sintiendo lo mismo. Ahora soy un blanco en más sentidos que antes, tengo más responsabilidades de las que he tenido en mi vida. Pero desde ahora siempre será así, y no puedo pasar el resto de mi vida apartada de los demás…

Dulceaţă —dijo Mircea, pacientemente—. Yo soy un blanco, independientemente de lo que tú hagas. Y te lo aseguro, puedo cuidar de mí mismo.

Yo sacudí la cabeza.

—Nadie puede estar seguro de eso, ya no. Casi perdemos a Rafe; perdimos a Sal…

Sus ojos se cerraron y algo se encogió en su rostro.

—Si hubiera roto el vínculo, tal como ella me pidió, Tony no hubiera podido utilizarla.

—Hubiera encontrado a otra persona. Éramos vulnerables a causa de los problemas internos en nuestra alianza. Él lo aprovechó.

—De todas formas, siempre me culparé por ello. Y de la muerte de Nicu.

Tragué saliva. Aún trataba de asimilarlo. Había muerto por protegerme, sin apenas conocerlo. Y las únicas veces que había hablado con él, casi le había gritado. Marco tenía razón: había muchas cosas que aún no sabía de los vampiros.

—Al menos, Marco está bien —dije, recordando la última vez que lo había visto. Le habían dado una cama en el hospital, mientras remodelaban el ático. Tenía un aspecto bastante jovial, teniendo en cuenta que le había atravesado el corazón una estaca. Aquello habría matado a cualquiera que tuviera un estatus inferior al de maestro, pero Sal no había vivido suficiente para llevarse su cabeza también, así que Marco se recuperaría. «Pero parece que no estaré de servicio durante un tiempo», me había informado, y luego, había hecho un sonido que se parecía sospechosamente a una risita. Yo me limité a mirarlo. Jamás lo había visto tan feliz.

—He estado demasiado ocupado, últimamente —dijo Mircea, observando cómo Des le quitaba a un maniquí un négligé, mientras un valiente dependiente trataba de introducir su pie del cuarenta y ocho en un zapato del cuarenta más o menos.

—No creo que vaya a entrar —comentó, jadeante, el dependiente.

—Si me dieran un centavo cada una de las veces que me han dicho eso murmuró, y se lo colocó.

—Lo has hecho lo mejor que has podido —le dije a Mircea—. Es lo que todos hacemos. Y es… Creo que es lo que he comprendido. No puedo cuidar de la gente que me importa distanciándome. De todos modos, seguirán en peligro; siempre lo estarán. Tengo que amarlos ahora, mientras pueda. Ahora que es lo único que tengo.

—Me temo que no te sigo, dulceaţă —dijo Mircea con dulzura—. ¿Quieres tener relaciones más profundas, pero quieres apartarme de ti?

—No me estoy explicando —dije, frustrada—. Lo que intento decirte es que el vínculo mágico que nos unió hizo que en nosotros nacieran unos sentimientos. Pero son unos sentimientos que jamás habrían surgido si aquello no hubiera ocurrido. Necesito estar segura de que lo que siento está basado en algo más permanente que en un hechizo que salió mal. Quiero llegar a conocerte. Quiero que llegues a conocerme.

—¿Quieres que te corteje?

—Si es así como quieres llamarlo, hazlo. Sí, supongo que sí. —Se mostró pensativo. Yo tomé aire y casi lo hice: casi le pregunté por la misteriosa morena. Pero dejé escapar el aire sin decir nada. A la mierda. Había tenido una semana horrible; me merecía un descanso. Además, si iba a ir a su corte, tendría mucho tiempo para hacer preguntas. Y si tenía una amante…

—¿Hay alguna razón para que me mires de ese modo, dulceaţă?

—¿De qué modo?

—La última vez que recuerdo haber visto algo similar fue en el campo de batalla, de un adversario.

—Yo no soy tu adversario, Mircea. Yo sólo quiero conocerte mejor.

—¿Y no puedes conocerme siguiendo como estábamos?

—¡No sin estar hecha un lío!

Él sonrió, luego su mirada se trasladó a algún punto detrás de mí y su sonrisa se desvaneció.

—Tus dudas no tendrán nada que ver con las compañías con las que has estado últimamente ¿verdad?

No tuve oportunidad de contestar, ya que la puerta de la tienda se abrió bruscamente y un mago de la guerra furioso entró por ella. Pritkin me localizó miró y entrecerró los ojos.

—¡Me has afeitado las piernas!

Mircea me miró y cruzó los brazos.

Yo miré aquellos dos rostros contrariados y, de repente, recordé que tenía que ir a un sitio.

—¿Sabéis? Jonas me dijo no sé qué de unas lecciones —dije rápidamente. Y me transporté.