Mircea fue el primero en llegar hasta nosotros, apartando de su camino un montón de fragmentos de madera carísima, haciendo caso omiso a los daños sufridos por su elegante traje negro. Forzó la puerta, logró abrirla y el perro diablo empezó a gruñirle de forma amenazadora, pero Marsden lo agarró del collar y tiró de él.
—Ahora no, Orion. Seguro que recuerdas a este senador bueno.
Mircea agarró a Pritkin y lo sacó a rastras del coche, maldiciéndolo con la mirada, pero con cierto aire de alivio. Yo parpadeé, tomándome unos instantes para recomponerme. Entonces lo entendí: Pritkin estaba aún dentro de mi cuerpo. Y aquello, desde luego, era algo que quería aclarar.
—Mierda.
—Si encuentras a nuestros amigos desagradables, mago Pritkin, ¡puedes retirarte cuando lo desees! —dijo Mircea, con mordacidad.
Pritkin cerró los puños y miró furioso hacia donde yo me encontraba, tras Mircea, mientras éste lo abrazaba con fuerza suficiente para destrozarle los huesos. Yo tan sólo me encogí de hombros. Pensé que debería estar agradecido. Al menos, Mircea no lo había besado.
Marlowe se acercó, ataviado con prendas modernas por una vez: una camisa y una corbata negra, con un traje color bermejo que lanzaba destellos castaños sobre su cabello. Agitaba una botella de güisqui.
—¿Os puedo invitar a un trago?
Marsden echó un vistazo a la etiqueta.
—¿Glenfiddich? Oh, sí, por favor. —Se levantó, acompañado por su perro y observó los daños—. No ha sido tanto —dijo, pensativamente—. Una capita de pintura, se deja secar y quedará como los chorros.
—Lo has modificado —lo acusó Pritkin.
—Añadí un escudo externo para aterrizajes que, bueno, no es como esperaba. Es ilegal en las competiciones, pero como ya no compito…
—No me digas —le respondí, algo inestable. Gateé por el interior del coche y traté de dar un par de pasos, pero la carrera me había afectado el equilibrio y la habitación empezó a darme vueltas. Mi oído interno no estaba convencido de que realmente nos hubiéramos detenido.
Miré en derredor, esperando toparme con un círculo de viejas miradas de desaprobación. Fue así, pero no encontré las miradas esperadas. Además de nosotros cinco, las únicas personas presentes en la habitación eran los maestros de gélida mirada de Mircea. Al parecer, los cónsules habían salido a comer algo.
Uno de los maestros abordó a Mircea.
—Señor, los representantes del Círculo han llegado.
—Entretenlos —dijo con brusquedad, mirando a Marsden.
El hombre hizo una leve inclinación y partió, pero Marsden agitó la cabeza.
—Me temo que es demasiado tarde.
—Cassie, ¿puedo hablar un momento contigo? —Mircea no aguardó a obtener respuesta, sino que se llevó a rastras a Pritkin por el pasillo que llevaba a las habitaciones, supongo que para tener algo de intimidad. Caminé a trompicones tras ellos, preguntándome las probabilidades que había de que aquella conversación saliera bien, hasta que Marlowe me bloqueó el paso.
Sonrió.
—¿Está seguro de que no quiere tomarse algo? Tiene aspecto de necesitarlo.
—Puede que luego —dije, tratando de esquivarle.
Se movió conmigo.
—Ésta es la última botella que nos queda. Yo de usted, aprovecharía la ocasión.
Se oyó una maldición desde el pasillo, seguido de un gemido y un ruido sordo. Yo hice una mueca de dolor al ver a Pritkin correr hacia la habitación, con el rostro colorado y la mirada lívida.
—Al final, creo que me tomaré ese trago —dije, al ver a Mircea tras él.
—¡Cassie! —siseó con la mirada clavada en mí.
—Que sea doble —le dije a Marlowe antes de que un vampiro furioso me agarrara de los hombros, clavándome los dedos en la piel.
—¡Tratamos de deshacerlo! —dije, a la defensiva.
—¿Me estás diciendo que es irreversible?
—¡No, no! Claro que podemos cambiarlo —me apresuré a asegurarle, ya que Mircea parecía algo estresado—. Es sólo que… bueno, la última vez que lo intentamos, casi morimos y…
Marlowe trató de darme mi copa, pero Mircea se la arrebató y se la bebió de un trago.
—¡Ah! —dijo Marlowe, mirando alternativamente a Pritkin y a mí—. Esto es… desconcertante.
—Pues imagínate cómo me siento yo —dije, tras lo cual, Pritkin me lanzó una mirada sucia—. ¿Qué? ¿Te gusta llevar sujetador?
Mircea se puso una mano en la frente y permaneció en esa postura durante un largo instante. En la mandíbula, le latía una pequeña vena. Al parecer, el güisqui no le había ayudado mucho.
—Mircea —intervino Marlowe, sereno—. Saunders está abajo y dice que quiere ver a Cassie.
—No está en situación de exigir nada, ya lo dejaste claro en tu comunicado. ¡Parece que la terquedad es un requisito imprescindible para poder ser miembro del Círculo!
—Quizá, pero está aquí. Ella debe saludarlo.
—Ella no tiene que hacer nada —espetó Pritkin—. ¡Hay que echarlo, no negociar con él!
—Tú no sabes lo que sabemos de él —añadí—. Este hombre está completamente…
—Cassie, ¡eres tú la que no entiende la situación! —me dijo Mircea.
—¡La entendemos perfectamente! —dijo Pritkin con desdén—. Ese hombre ha traicionado al Cuerpo, ha puesto en peligro a sus magos para llenarse los bolsillos…
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Marlowe.
—Uno de los hombres a los que Cassie liberó de la prisión del Círculo sabía lo de sus actividades ilícitas. Acudió a contárselo a Jonas, que ha decidido retarle.
Todos miramos a Marsden, que se había hecho con una toalla con la que trataba de secar al perro diablo. Él asintió con la cabeza, se encogió de hombros y a continuación retomó la tarea de frotar a su chucho poseído. Mircea cerró los ojos durante un instante y Marlowe gruñó.
—¿A que es perfecto?
—¿Qué otra cosa podemos hacer? —pregunté, confusa—. Hay que cesarle.
—Si quisiéramos matarlo, ¡nos las habríamos arreglado para haberlo hecho! —me informó Mircea—. ¡Queremos que esté controlado!
—¿Cómo lo vais a controlar? Él es el jefe del Círculo, ¡me da la sensación de que siempre hace lo que le da la gana!
—¡Situación que va a terminar esta noche!
—No te entiendo.
—El hombre al que me ayudaste a liberar de la prisión del Círculo fue el intermediario en el acuerdo con Saunders —explicó Marlowe—. Él era el enlace entre el Círculo y el comprador final de su energía. Saunders lo encerró después de firmar el contrato para que guardara silencio.
—¿Comprador? —Pritkin frunció el ceño—. Querrás decir compradores. Nadie sería capaz de emplear tanta energía.
—El Círculo Negro sí.
—El Círculo… —Pritkin se detuvo, al parecer, incapaz de procesar aquella información.
Marlowe asintió, y en su rostro comenzó a dibujarse una sonrisa maliciosa.
—Una jugada perfecta, ¿verdad? La energía colectiva del Círculo Plateado estaba siendo vendida a sus rivales más feroces. Por supuesto, según cuenta el señor Todd, el hombre al que liberaste para nosotros, Cassie, Saunders no llegó a saber adónde iba la energía. Pero tampoco se molestó en averiguarlo, lo cual lo hace igualmente culpable. Un punto de vista que seguro compartirá el resto de la comunidad mágica, si alguna vez llega a enterarse.
—¡Que se enterará! —corrigió Pritkin.
—Todos tus magos de la guerra son iguales —dijo Marlowe, con actitud desdeñosa—. ¡Cuando se topan con un problema lo aporrean hasta lograr someterlo! Os perdéis lo mejor.
Yo crucé los brazos.
—Entonces, explícame tú qué es lo mejor.
Marlowe miró a Mircea, que asintió, lacónico.
—Hemos informado a Saunders de que tenemos a Todd y sus pruebas. No sólo acabaría con su carrera, sino que lo enterraría si alguna vez llegara a…
—¡Lo cual hará! —lo interrumpió Pritkin.
—Lo cual no puede hacer —respondió raudo, Marlowe—. ¡Por otra parte, a quien el Círculo elija como sucesor, nos pondrá en el mismo atolladero en el que hemos estado en el último mes!
—¡Estás hablando de soborno! —dije—. Tú no dices ni palabra de lo de sus actividades y él me confirma como pitia.
—Y todas las otras cosas que le pidamos —añadió, con una leve sonrisa.
—¡Eso está completamente fuera de toda cuestión! —Los puños de Pritkin permanecieron cerrados como si solo la falta de un blanco le impidiera abalanzarse sobre alguien y golpearlo con saña—. ¡El Senado no controla al Círculo!
—No controla al Círculo… todavía —murmuró Marlowe, con aire deliberadamente provocador. Pritkin clavó la mirada en Marlowe con una expresión que no me gustó, y Marlowe le respondió con una leve sonrisa. La temperatura en la habitación aumentó unos diez grados.
Mircea hizo caso omiso.
—Cassie, si quieres el reconocimiento y la cooperación que necesitas para poder ejercer tus funciones, esta es la única manera.
—¿Dejando a un delincuente en el puesto más importante del mundo mágico? ¡Pues no me parece muy buena manera de empezar!
—Es mejor que no llegar a empezar —apuntó Marlowe—. ¡No nos hemos pasado el mes entero buscando pruebas contra ese cabrón para ahora tirarlo a la basura! Tus escrúpulos…
—Son loables —interrumpió Mircea, lanzándole una mirada—. Pero, por supuesto, debemos dejarle claro al mago Saunders que sus triquiñuelas financieras tienen que terminar, y que, en adelante, vigilaremos muy de cerca todas sus actividades.
—Os olvidáis de un pequeño detalle —insistió Pritkin, con tono desdeñoso.
—¿De qué? —inquirió Mircea.
—Jonas va a retarle…
—¡Cosa que no habría ocurrido si tú no te hubieras entrometido!
—… Y además, no me sorprendería que lo hubiera hecho ya.
Todos miramos en derredor, pero Marsden había desaparecido. Marlowe profirió un improperio y se dirigió al vestíbulo. Mircea iba a seguirle, pero yo lo agarré del brazo.
—Tú y yo no hemos terminado.
—¡Este no es un buen momento, Cassie!
—¡Para ti nunca es un buen momento para contarme nada! Siempre te enfadas porque busco ayuda en otra parte…
—¡Yo no definiría al mago Marsden como una ayuda! Era casi imposible trabajar con…
—Querrás decir que era difícil dominarlo… —apuntó Pritkin.
—Por no hablar de que hace dos días, me dijiste que tenías intención de nadar, relajarte y quizá hacer algunas compras, ¡no que empezarías una revolución!
Lo miré fijamente.
—Vale, vamos a ver si lo he entendido. Se supone que tengo que consultarte antes de hacer nada…
—¡Si implica apoyar un golpe de Estado, sí!
—… pero tú no tienes por qué contarme una puñetera cosa a cambio. Nada sobre Saunders, nada sobre tu novia, ¡ni siquiera nada sobre mi padre!
Se quedó en silencio durante un segundo.
—Aún tenemos que confirmar los rumores sobre tu padre —me dijo, más sereno—. No quiero darte un disgusto innecesariamente. ¡No sabíamos que Saunders iba a difundirlos por todo el planeta! —Arrugó la frente—. ¿Y de qué novia me hablas?
Lo ignoré. Estaba tan furiosa que casi me temblaba el cuerpo.
—¿Darme un disgusto? ¿Qué pasa? ¿Acaso tengo cinco años? ¡Soy pitia, Mircea!
—Jamás he cuestionado…
—¡Lo cuestionas continuamente! ¡Todo el mundo lo hace! Al Senado le gusta tan poco como al Círculo. Ambos queréis el poder de la pitia, pero no lo que trae consigo. No quieren a alguien que pudiera forzarles a hacer cosas que no quieren hacer o que pudiera cesarles cuando hagan estupideces. ¡Quieren una rubia tonta que haga lo que se le diga y que quede aislada bajo una tonelada de guardias el resto de su vida!
—¡Es para protegerte, Cassandra! ¿O acaso se te ha pasado por alto la cantidad de gente que quiere verte muerta?
—Más o menos la misma cantidad que está tratando de asesinar a la Cónsul, ¡pero ella no se esconde! ¡Porque sabe que no siempre es posible permanecer segura mientras hace su trabajo!
—¡Tampoco es posible si estás muerta! ¡A eso me refiero! Yo, para hacer mi trabajo, necesito información… toda la que pueda conseguir, no lo que…
—El lord protector y su corte —entonó uno de los maestros desde lo alto de las escaleras. Alcé la vista y vi un gran cortejo de magos observando la destrucción, tratando de que no se notara que el círculo de vampiros de ojos ambarinos les imponía enormemente.
Marlowe y Marsden mantenían una conversación en voz baja en el vestíbulo. Yo no los podía oír, pero supuse que Marlowe estaría intentando convencerle de que pospusiera el reto. Por el gesto desafiante de su barbilla, no me daba la impresión de que le estuviera yendo muy bien.
Un calvo corpulento vestido con un traje azul que no le quedaba bien nos vio y se dirigió hacia nosotros.
—Supongo que es usted la señorita Palmer.
Pritkin se quedó parado durante un instante y, a continuación, empezó a caminar lentamente.
—Y usted es Reginald Saunders.
Agradecí la pista, porque jamás habría sido capaz de adivinarlo. Parecía más uno de esos lameculos de los mandos intermedios que el líder de la asociación mágica más poderosa de la Tierra. Pero, a decir verdad, yo tampoco tenía mucho aspecto de pitea.
—Efectivamente. —Extendió la mano, pero Pritkin no hizo además de dársela. No fue muy cortés, pero, dado que íbamos a ponernos mucho más descorteses, supongo que tampoco importaba demasiado—. Estaba deseando que nos reuniéramos.
—Me sorprende que no haya enviado a otro de sus lugartenientes en su nombre.
—Parece que algunas cosas es mejor hacerlas personalmente —dijo, con tono sereno. Entonces, la mano que aún tenía extendida, hizo un gesto extraño. Y Pritkin salió por los aires atravesando la ventana destrozada, desapareciendo en el cielo nocturno.
Miré incrédula el lugar en el que hacía un segundo estaba y luego, me abrí paso y crucé la piel de vaca, corriendo hacia el balcón. Me asomé por la barandilla rezando por ver una burbuja de protección abajo, pero no había nada. Las luces del hotel no llegaban muy lejos y, tras ellas, todo estaba sumido en la oscuridad.
Alcé la vista y me topé con Mircea a mi lado, escudriñando la oscuridad. Su vista era más aguda que la mía, pero, a juzgar por la manera en que la baranda se deshacía bajo sus dedos como la mantequilla, él tampoco podía ver nada.
—Dime que era capaz de utilizar tu magia —dijo, con voz inexpresiva.
—Normalmente sí —dije, jadeante—. ¡Pero fuimos atacados antes de llegar! Le queda poca energía y no sé si…
No me dio tiempo a concluir la frase. Mircea se abalanzó contra Saunders, y el crepitar de su energía chocando contra los escudos del plago fue como el de un enorme incendio forestal descontrolado. Las tablas de los muebles hechos añicos prendieron, convirtiendo el centro de la habitación en una hoguera y amenazando con abrasarme la piel incluso a aquella distancia. Pero Saunders actuaba como si ni siquiera lo percibiera.
—Tiene fama de ser muy sagaz, lord Mircea —espetó Saunders—. ¡Demuéstrelo! La chica está muerta. Ahora mismo, el poder estará pasando a otra pitia, ¡una a la que podré controlar! El juego ha terminado.
Mircea ni se molestó en responder, pero alguien lo hizo por él.
—¡Reginald! ¡Cabrón inútil, pusilánime, asesino! ¡Tú no eres capaz de controlar ni un televisor con un mando a distancia! ¡Como miembro del Gran Consejo, disputo tu derecho a dirigir el Círculo! —Marsden empezó a abrirse paso en las escaleras, y su melena plateada empezó a chisporrotear por la electricidad estática.
Saunders lo ignoró.
—¡No seas idiota, Mircea! ¿De veras creías que eras el único que tenía algo preparado para esta reunión? Tengo a más de doscientos magos apostados rodeando el edificio. ¡Ha llegado la hora de volver a negociar!
—¿Volver a negociar? —La voz sonó tras de mí. Me volví, pero no vi nada más que oscuridad, hasta que bajé la vista. El enorme barco de vela estaba suspendido en el aire, con la proa alzándose y sumergiéndose; los aparejos y cabos chirriaban levemente, y Pritkin estaba asomado por la borda. Lanzó un encantamiento a Saunders que lo arrojó contra una pared, escudos incluidos.
No creo que se hiciera daño, pero su cara era un poema. Pero sólo pude verlo un segundo, ya que una falange de guardaespaldas lo rodearon, impidiéndome disfrutar de su reacción. Los vampiros de Mircea acudieron a cerrarles el paso y, en un abrir y cerrar de ojos, todo se fue al carajo.
Ayudé a Pritkin a subir por la baranda y el barco se quedó flotando, navegando sobre corrientes invisibles. Debía de haber abierto la línea Ley para salvarse, cayendo sobre el barco. Como la barcaza china, parecía capaz de levitar en el espacio real para llegar y bajar de las líneas Ley.
Volví de nuevo la vista y localicé a Marsden abriéndose paso tranquilamente entre la refriega, lanzando maldiciones a derecha e izquierda, que caían como una maza sobre los magos de Saunders. Empezaba a preguntarme si Pritkin no lo habría subestimado. A decir verdad, ningún mago parecía muy dispuesto a enfrentarse a Marsden. Un tipo trató de esconderse tras un matón que lo arrojó a un lado y se apartó de la línea de fuego.
Miró a Marsden, que le lanzó una amable sonrisa justo antes de lanzarle un encantamiento tan potente que lo lanzó por el aire, atravesando lo que quedaba de los ventanales del balcón. Pasó volando junto a nosotros y sobre la baranda del velero, aterrizando en la cubierta. Para concluir, un vampiro ataviado con un anticuado uniforme de capitán empezó a patearlo.
Una vez despejada la cubierta de su barco, el capitán dio una orden con un gruñido y el velero comenzó a alejarse fuera de la línea de fuego. No lo culpo. Del edificio salían encantamientos por todas partes, explotando en el aire como fuegos de artificio.
Yo me eché a un lado para esquivar las chispas de un encantamiento fallido, y Pritkin me agarró del brazo.
—¡Tienes que salir de aquí!
—¿Yo? ¿Y tú? ¡Estás en mi cuerpo!
—Estaré bien.
—Lo estarás, pero porque no estarás aquí —dijo Mircea, apareciendo repentinamente a nuestro lado. Se le había soltado el pelo y la punta de uno de sus mechones humeaba un poco. Ahogué la llama con los dedos, pero, dado el vasto incendio que había tras nosotros, no me quedé ni mucho menos tranquila.
Al parecer, a Pritkin le pasó lo mismo.
—¡Os superan en número! ¡Necesitáis nuestra ayuda!
—¿Y cómo nos vas a ayudar tú, en el estado en el que te encuentras? —le preguntó Mircea, atrayendo el barco de nuevo hacia nosotros.
—¡Puedo ayudar más que tú, vampiro! ¡Esto se está convirtiendo en un infierno!
—Eso es problema mío. Lo que tú tienes que hacer es llevarla a un lugar seguro e intercambiar los cuerpos en cuanto…
No llegué a oír el resto de la frase, ya que fui alcanzada por un encantamiento que me levantó en volandas, lanzándome al vacío. Ocurrió tan deprisa que casi no me di cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que empecé a caer. El lateral del edificio empezó a emitir destellos, las ventanas empezaron a desdibujarse en una línea negra continua, el suelo se precipitó hacia mí a gran velocidad y, entonces, algo me agarró, casi partiéndome en dos.
Alcé la vista y vi el velero sobre mí, con la proa sumergida y a Mircea colgado del extremo del mascarón de proa hecho de madera. Me tenía agarrada de la cintura, lo cual explicaba que no pudiera respirar. Teniendo en cuenta la alternativa, no me importó demasiado.
Aun así, me sorprendió que hubiera tenido los reflejos de sujetarme. Él también parecía desconcertado. Por un segundo, su semblante habitualmente reservado se abrió, mostrando algo salvaje, feroz y autoritario. Luego, tiró de mí, me cogió el rostro con ambas manos y me besó en los labios. En algún punto sobre nosotros, escuché a Pritkin proferir un improperio.
—Supongo que el plan del soborno no ha funcionado exactamente como tenías planeado, ¿verdad? —dije, jadeante, cuando Mircea me soltó.
—Saunders va a morir por esto —susurró, volviendo la vista hacia el balcón.
—Puede que eso sea algo complicado —apunté, cuando un enjambre de magos salieron de la línea Ley y cayeron sobre la cubierta, tras nosotros. Parece que Saunders no estaba bromeando: los vampiros no eran los únicos que habían preparado algo para aquella reunión.
Por supuesto, los planes no siempre salen bien. Los magos parecían haber supuesto que el barco se mantendría equilibrado, porque la mitad de ellos comenzaron a resbalar sobre los ásperos tablones y empezaron a agarrarse de donde podían, y la otra mitad empezó a caer vertiginosamente por la borda. Los seguí con la mirada unos segundos y, en mitad de la noche, empezaron a abrirse unos escudos en forma de pequeños toboganes. Entonces, Mircea me apretó contra su costado, saltó sobre la baranda y fue tras ellos.
No nos precipitamos a una muerte segura, sino sobre la superficie del yate que, poco a poco se había acercado. Me agarré de la baranda, con el corazón aún encogido de terror, pero Mircea tiró de mí y empezamos a correr. Los magos que habían logrado mantener el equilibrio nos siguieron y parecía que eran muchos.
—No puedo creer que estén haciendo todo esto delante de los cónsules —dije, jadeando y esquivando las tumbonas y algunas mesitas plegables.
—Los cónsules no están aquí. Por eso fui al estado de Washington, a mi corte: para recibirles. Ahora están allí, con el Senado.
—¡Otra cosa más que no me habías contado!
Me rodeó la cintura y me lanzó por la borda. Por un instante, pude ver, con cierta sensación de vértigo, el oscuro atracadero y, a continuación, un vampiro, que me estaba esperando, me agarró, llevándome a la barcaza china de la Cónsul. Mircea salvó de un salto la distancia que habías tras de mí y, en cuanto estuvimos a bordo, la barcaza partió, sólo para ser alcanzada por un encantamiento que la detuvo.
Miré atrás y vi a más de una decena de magos manipulando la red mágica más grande que había visto en toda mi vida. Había envuelto la cola del dragón de la popa de la barcaza y esta nos estaba arrastrando lentamente, colocándonos en paralelo al otro barco.
—No podía contarte nada sin que me oyeran —dijo Mircea, mirando a su alrededor.
—¿Quién? —pregunté—. ¡La única gente que había allí era tu familia!
—Exactamente. —Alzó la cabeza y vio algo. Le seguí la mirada y comprobé que era algo parecido a una pared de madera que se precipitaba hacia nosotros. Tardé unos instantes en entender que se trataba de la cubierta del velero. La enorme goleta se había puesto del revés.
Mircea me levantó, un vampiro extendió el brazo y me agarró de los brazos, con las piernas bien aferradas a las cuerdas. Mircea se puso junto a mí de un salto.
—¿Es que no confías en tu propia familia? —pregunté, con la respiración entrecortada, agarrándome por mi propio bien.
—No confío en uno de ellos. Recuerda que alguien ha tratado de acabar con la Cónsul.
—¡Pero tú dijiste que sabías quién era!
Negó con la cabeza.
—Utilizaron el Bentley el día antes de la destrucción de MAGIA y, en aquel momento, habrían descubierto la bomba con toda seguridad. Así que debió de ser colocada más tarde, después de que el hombre del que hablas muriera.
—¿Entonces, por qué dijiste…
—Para que el culpable se confiara. Kit redujo el número de sospechosos a ocho, cinco de los cuales me pertenecen. Hice que los trajeran aquí en cuanto recibí su informe y cogí prestados los barcos del consulado para que pareciera que los Cónsules se iban a reunir aquí. Si había algún intento de interferir en la reunión, identificaríamos al traidor.
—Por eso discutiste sobre su visita en medio del salón. ¡Querías que todo el mundo te oyera!
Mircea asintió. El velero empezó a alejarse, estableciendo algo de distancia entre nosotros y la refriega. Pero algunos magos habían logrado desenredarse de la red mágica justo a tiempo para abalanzarse sobre nosotros. Yo creía que las cosas no podían ir peor, estando ahí colgados boca abajo a veinte pisos de altura, cuando los magos del Círculo empezaron a agruparse debajo de la red que había abajo. Entonces, el barco comenzó a girar.
Creo que el capitán estaba tratando de desembarazarse de los polizones, y, desde luego, le estaba funcionando muy bien conmigo. Cuando se me empezaron a resbalar las manos, Mircea me agarró y me llevó hacia el lateral, desde donde pudimos ver el casco redondeado.
—No —dije, agitando la cabeza con fuerza—. No estarás pensando…
—Te tengo bien cogida —me aseguró, colocándome los pies en los inestables tablones del casco—. Imagínate que son pequeños escalones.
—¿Que me llevan adónde?
—Ahí arriba —contestó Mircea, y el barco empezó a elevarse de nuevo hacia el balcón.
—¡La gente que quiere matarnos está ahí arriba!
—También aquí abajo —apuntó—. Y allí contamos con más apoyos.
—¡Uno de los cuales podría ser un traidor!
—No, a los sospechosos se les ha dado la noche libre y se les ha ordenado que no vuelvan hasta el amanecer. Si alguno de ellos regresa, sabremos que es él.
Casi habíamos llegado hasta la quilla, pero los magos se encontraban justo detrás de nosotros y el balcón parecía muy lejano. Y, a menos que tuviera visiones, la rotación estaba adquiriendo velocidad.
—Espera. ¿Y si el traidor ha decidido poner una bomba?
—Hemos hecho un registro. Las habitaciones son perfectamente seguras.
—Sí. ¡Ya lo veo! —exclamé, y la cubierta volvió a mirar hacia nosotros. De repente, no tenía donde apoyar el pie. Tampoco es que importara demasiado, ya que la rotación del barco se detuvo repentinamente, dejándome los pies colgando por la borda—. ¡Mircea!
No contestó, sino que se limitó a cogerme y deslizarse por el mástil, que salía de la cubierta formando un puente. Los magos no tenían nada suficientemente estable para seguirnos por la pulimentada superficie plana, así que decidieron empezar a lanzar encantamientos. Una de las velas plegadas empezó a arder justo al lado de donde nos encontrábamos, así que Mircea aceleró y, de repente, habíamos saltado del mástil.
—¿Tenías que llevártela? —preguntó Pritkin, cuando aterrizamos en el balcón.
Mircea lo ignoró y empezó a atraer la barcaza china.
—¡Ven con nosotros! —le dije, agarrándole la mano.
Negó con la cabeza.
—Si Saunders logra escapar de aquí esta noche, se esconderá. Pueden pasar meses o incluso años hasta que lo volvamos a tener.
—¡Vosotros no lo tenéis ahora! ¡Os tiene él!
La barcaza china empezó a moverse, Mircea cogió a Pritkin y se lo entregó al capitán, que aguardaba. Dijo algo en mandarín y el vampiro asintió, soltó a Pritkin y extendió el brazo para cogerme. Acabé en la cubierta antes de que me diera cuenta siquiera.
—¡Mircea! ¡No lo hagas!
Era como si no me oyera. Se volvió y desapareció, introduciéndose en la densa y asfixiante columna de humo que salía ya de la habitación. No echó la vista atrás.
Me volví hacia Pritkin y la barcaza empezó a alejarse rápidamente.
—¡Tenemos que sacarlo de allí!
—Yo que tú, me preocuparía más por nosotros —me aconsejó. Un enorme buque blanco apareció en el cielo.
Yo sabía que debía de haber salido de la línea Ley, pero había aparecido con dimensiones físicas tan rápidamente, que parecía un truco de plagia. Era razonable, ya que había cientos de magos alineados a lo largo de la baranda: los magos sobre los que Saunders había alardeado, supuse.
—Vuelve a decirme que no quieren vernos muertos —le espeté, y se produjo una terrible explosión en el lateral de la nave, nos adelantó unos cuantos metros e impactó en los laterales del velero.
El barco prendió como una bengala. La madera, las velas y las cuerdas empezaron a arder y explotaron, y la onda expansiva llegó hasta nosotros, haciendo que nuestro barco virara bruscamente dibujando un gran arco. Yo me aferré a la baranda, y observé cómo se precipitaban los fragmentos humeantes del velero sobre el aparcamiento de abajo. Cayeron sobre las hileras de coches de los empleados, lanzando por los aires a varios de ellos y activando un coro de alarmas. No me pareció que ninguno de los tripulantes lograra escapar.
Y lo que es peor, el buque del lord protector iba directo hacia el ático. Si llegaba hasta allí con semejantes refuerzos, Mircea estaba muerto. Aquello estaba fuera de toda duda.
Agarré al capitán por las solapas.
—¡Detenlos! —No pareció entenderme, así que 1o zarandeé y señalé el barco—. ¡No podemos permitir que arriben!
Él se limitó a apartar mis manos de su túnica de seda. No dijo ni una palabra, pero sí que entendió la idea: no estaba loco. Afortunadamente, yo estaba a bordo con alguien que sí lo estaba o, al menos, casi siempre daba la impresión de estarlo.
—¡Sujétate! —exclamó Pritkin, y apoyó todo su peso en el timón que había atrás. Cambió el curso del barco con una sacudida que nos lanzó a todos al otro lado de la barca. La única razón por la que no nos caímos por la borda fue por la baranda, que era más sólida de lo que parecía. En un instante, chocamos contra el lateral del barco de Saunders.